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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El sacrificio final (45 page)

BOOK: El sacrificio final
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Gaviota se detuvo entre el bosque y el desierto. Habló en voz alta para que sus palabras pudieran llegar hasta las últimas filas de la multitud, que había ido creciendo poco a poco y estaba formada por centenares de personas.

—¡Aquí es donde os dejo! ¡Os doy las gracias a todos, y os agradezco vuestra ayuda y vuestra amistad! Recordad que luchamos por el bien, la justicia y la libertad, y no permitáis jamás que esa esperanza... muera.

Con un nudo en la garganta y con veintenas de seguidores que lloraban delante de él, Gaviota no pudo decir nada más. Tomó la mano de Lirio y se la besó, como si fuese una reina.

Muli, que estaba junto a él, no pudo contenerse.

—¡Por favor, general! ¡Oh, Gaviota, por favor! ¡Deja que vayamos contigo!

Todos se sintieron un poco incómodos, pues estaba claro que Lirio no era la única mujer que amaba a Gaviota. Pero el leñador se limitó a menear la cabeza, y se inclinó y besó la dura y chata mejilla de Muli.

Después se volvió para decirle algo a Mangas Verdes, pero no se le ocurrió nada que decir. Ella tampoco pudo hablar, aunque sus ojos ardían con la luz del amor y de un tozudo orgullo. Gaviota se conformó con revolverle los cabellos, como había hecho en tiempos más sencillos, y giró sobre sus talones.

Y se fue al desierto..., solo.

El señor guerrero parecía más enorme que nunca, una montaña de músculos relucientes de sudor, con su aliento sibilando como una gran fragua y sus miembros temblando de puro poder. Preparado para matar, había prescindido de su capa roja y su cornamenta de reno y sólo llevaba un faldellín negro, un arnés de guerra y el yelmo de hierro adornado con colmillos que tenía dos resplandecientes gemas rojas por ojos. Cuando vio aproximarse a Gaviota con su brillante hacha, el señor guerrero desenvainó lentamente su enorme espada, un arma tan alta como el mismo Gaviota, y la levantó.

Gaviota se detuvo a unos tres metros del gigante, plantó firmemente los pies en el suelo y alzó el mentón. La brisa que se deslizaba sobre el desierto agitó las esquinas de su capa azul.

El señor guerrero resopló, como si enfrentarse a un oponente tan insignificante se hallara por debajo de su dignidad. Cuando habló, su voz retumbó como el trueno que estalla por encima de las montañas.

—Gaviota, llamado el leñador... ¿Estás preparado para morir?

Gaviota alzó un poco más su mentón. Podía oír los leves ruidos de muchas personas que le observaban, lejos detrás de él. Detrás del señor guerrero había veintenas de siluetas, enemigos que anhelaban su muerte..., y Liante, inmóvil entre ellas, era quien más la deseaba.

Pero el leñador meneó la cabeza.

—No. Todavía no.

Y arrojó su hacha al suelo.

Un jadeo de sorpresa surgió del bosque detrás de él, pero Gaviota lo ignoró.

Gaviota se arrancó de un manotazo su casco resplandeciente y lo arrojó encima del hacha. Después se quitó su capa azul y dejó que cayera al suelo, y tiró de su coraza hasta romper las tiras y la arrojó al suelo con un ruidoso tintineo metálico. Sacó el látigo de mulero de su cinturón y lo arrojó encima del montón de ropa y metal, y agarró su túnica de cuero con las dos manos y la arrancó de su pecho.

Y terminó por fin, con su faldellín de cuero y sus botas por único atuendo, medio desnudo y desarmado.

Si el señor guerrero de Keldon estaba confuso, no lo demostró. Gaviota supuso que había matado a muchas víctimas, y que algunas habían enloquecido al final. El coloso alzó su espada y dio un paso hacia adelante.

—¿Morirás sin un arma en las manos? —gruñó.

—Que luche no serviría de mucho —replicó Gaviota, y cruzó los brazos sobre su pecho desnudo. Vio cómo Liante y los demás se inclinaban hacia adelante detrás del señor guerrero para poder oír sus palabras, por lo que alzó la voz—. No puedo derrotarte en un duelo. Pero si he de morir, tengo una última petición.

El señor guerrero se había quedado inmóvil y la espada subía y bajaba lentamente en sus manos, oscilando como la lengua de una serpiente.

—Si está dentro de mi poder...

Gaviota se pasó una mano por la cara.

—Quítate el casco de hierro para que pueda ver el rostro de mi ejecutor.

—¡No! —gritó Liante detrás del señor guerrero—. ¡No lo hagas!

Pero el grito de Gaviota se impuso a las órdenes del hechicero.

—¡Es una petición muy sencilla, y satisfacerla no puede causar ningún daño! Si tienes una brizna de honor, si los señores guerreros de Keldon tienen algo de orgullo y no temen mostrar su rostro a los dioses..., entonces me concederás mi deseo. ¿Y bien?

El señor guerrero bajó lentamente su espada, inclinándola unos centímetros pero todavía preparado para el combate. Después alzó su mano libre y tiró de los colmillos de hierro que sobresalían por encima de su boca.

—¡No! —volvió a gritar Liante, levantando las manos como si se dispusiera a lanzar un hechizo—. Eso no forma parte del contrato...

Sin su horrible tocado, el señor guerrero tenía un aspecto sorprendentemente normal. Su rostro estaba curtido por la intemperie y recubierto de músculos nudosos, marcado por las cicatrices de muchas batallas o de un cruel adiestramiento, y su piel estaba muy pálida como resultado de llevar puesto el casco durante todo el día. Su cabellera pelirroja era tan corta que parecía una extensión del vello que cubría sus mandíbulas.

—Tal como pensaba —dijo Gaviota con voz temblorosa—. Gavilán...

—¡Gavilán!

El grito llegó desde el comienzo del bosque. Gaviota giró sobre sí mismo y vio cómo Mangas Verdes avanzaba con paso tambaleante, seguida por Kwam y sus Guardianas del Bosque. La archidruida se tapaba la boca con una mano. Mangas Verdes había reconocido al hermano perdido hacía tanto tiempo.

Gaviota relajó los brazos y dejó que los puños colgaran inmóviles junto a sus costados. Después habló, y el señor guerrero escuchó.

—Lo sospechaba, Gavilán, pero sin saberlo de una manera consciente, y eso me ha estado obsesionando. Me fijé en que tu barba era roja durante nuestra primera batalla, y me pregunté quién podrías ser. Tu voz me resultaba familiar: ahora que has crecido, se parece mucho a la de nuestro padre. Pero no fue hasta que tuve el sueño, el sueño en el que vi a nuestra familia, cuando lo comprendí. Nuestros padres estaban al otro lado, donde moran los muertos, pero tú estabas detrás de mí, en la tierra de los vivos, y me apremiaron a que te siguiera. Oso Pardo, y Agridulce, nuestros hermanos y hermanas, dondequiera que estén, sabían quién eras y por fin lograron comunicármelo.

»O quizá fuiste tú quien causó mi sueño. Tienes el poder de controlar las mentes de los hombres, nublar sus pensamientos, agitar sus emociones y volverlos obedientes y deseosos de luchar. Esos pensamientos tan poderosos pueden haber llegado hasta mi mente mientras dormía y haberme proporcionado pistas. Creo que me enviaste esos pensamientos de manera deliberada, para que pudiera saber quién eras.

El señor guerrero se limitó a menear su imponente cabeza.

—No...

Gaviota estaba asombrado ante la transformación sufrida por su «hermano pequeño», al que había visto por última vez cuando tenía once veranos de edad. Gavilán era la viva imagen de su padre, Oso Pardo, en el esplendor de su virilidad.

—¡Pues seguiré haciendo conjeturas! —Gaviota alzó la voz para que la brisa pudiera llevarla hasta el comienzo del bosque—. Creo que fuiste hecho prisionero durante la batalla de Risco Blanco. Una compañía de soldados siempre necesita chicos avispados para que aprendan el arte de la guerra y se ocupen de mil pequeñas tareas. Así fue como Stiggur entró a formar parte del ejército. Pero no me detendré ahí. Apostaría a que Liante... —Gaviota señaló al hechicero de las franjas multicolores—. Sí, apostaría a que Liante, siempre traicionero y tramando ardides, buscó una manera de destruirme y de destruir a Mangas Verdes, y se enteró de quién eras. Apostaría a que compró tu servidumbre, que te envió a las tierras de los kelds y te hizo adiestrar en un hechizo de tiempo colapsado, llenándote de magia y encantándote para que adquirieses la forma de un poderoso guerrero. Y Liante utilizó sus hechizos de control mental para alterar y deformar el amor a tu familia y convertirlo en odio. De lo contrario, ¿por qué ibas a odiarme si nunca nos habíamos encontrado anteriormente? Liante te convenció de que te abandonamos, ¿verdad? ¿Estoy en lo cierto?

—Abandonado... —murmuro el señor guerrero con voz pensativa—. Olvidado...

—¡Sí! —gritó Gaviota, y una repentina pasión impregnó su voz—. ¡Así es como actúa Liante, que me reclutó para poder mantener cerca de él a Mangas Verdes a fin de sacrificarla, que contrató a Lirio para sacrificarla cuando llegara el momento adecuado! Debió de pensar que lanzar a mi propio hermano contra mí era una broma magnífica.

—¡Mátale! —gritó Liante—. ¡No le escuches! ¡Mátale! ¡Ahora!

—¡Sí! —respondió Gaviota con voz desafiante, extendiendo los brazos para mostrar su pecho—. ¡Mátame y piérdete a ti mismo! ¡Niega lo que eres! ¡Niega que eres mi hermano! Niega que eres hermano de Mangas Verdes, que está ahí, delante del bosque, y niega que desciendes de Oso Pardo y Agridulce, y que eres un hijo de Risco Blanco. ¡Alza tu espada y niégate a ti mismo! ¡Acepta que te han convertido en una bestia, una máquina de matar que no tiene alma!

»O —bajó la voz y todos aguzaron el oído para no perderse sus palabras—, encuentra tu alma dentro de ese caparazón. Vuelve como nuestro hermano, Gavilán, que se perdió y que ha vuelto a ser encontrado.

Y después Gaviota extendió los dos brazos con las manos vacías.

El señor guerrero alzó su espada y la contempló como si nunca la hubiera visto antes. Volvió a mirar a Gaviota y dejó caer el arma.

Y avanzó con paso torpe y tambaleante, tropezando con sus propios pies, no un hombre colosal o un señor guerrero, sino un niño de once años que se había perdido en el bosque y que acababa de lograr encontrar el camino de vuelta al hogar.

Gaviota, sonriendo de oreja a oreja, recibió al hombre-monstruo en sus brazos y lo apretó contra su pecho.

—Bienvenido a casa, Gavilán.

Mangas Verdes, que estaba inmóvil junto a los árboles, agarró a sus amigos de la mano y lloró de alegría.

—¡Oh, Kwam! ¿Has visto? ¿Los has visto, Lirio? ¡Apenas puedo creerlo! Gaviota dijo que debíamos luchar hasta la muerte y que debíamos combatir sin parar, ¡y ha sido el no luchar lo que ha derrotado a Liante y nos ha devuelto a nuestro hermano! ¡Oh, qué valientes han sido los dos! ¿Qué...?

Los dos hermanos se separaron cuando Liante lanzó un grito de furia. Haakón, el hechicero-rey de la armadura plateada, acababa de aparecer detrás de él. El hechicero de las franjas multicolores volvió a gritar. Los jinetes subieron de un salto a sus sillas de montar y los soldados desenvainaron sus cimitarras, apremiados a atacar por los alaridos de un Liante enloquecido de furia y los estridentes chillidos de Karli.

Toda aquella nueva actividad hizo que Gaviota y Gavilán empezaran a retroceder. Gaviota le decía a su hermano que corriera hacia el risco y Gavilán estaba discutiendo con él, cuando Haakón obedeció las órdenes de Liante y atacó.

Una bola de fuego tan grande como el sol del desierto siseó en las manos de Haakón. Soldados y hechiceros, e incluso Liante, retrocedieron ante el calor de la esfera llameante. Los caballos piafaron y relincharon. La cegadora claridad de aquella esfera al rojo blanco hizo que Mangas Verdes apenas pudiera ver al enemigo.

Y Haakón lanzó la bola de fuego. Gavilán rodeó a Gaviota con los brazos.

Y Mangas Verdes gritó cuando sus dos hermanos quedaron envueltos en llamas.

_____ 21 _____

Mangas Verdes estaba inmóvil, aturdida y horrorizada.

Allí donde habían estado los dos hermanos sólo había un agujero, un pequeño pozo calcinado con un par de bultos ennegrecidos en el fondo.

Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Mangas Verdes no podía comprender lo que veía. Las emociones hirvieron dentro de ella, convirtiendo su mente en un torbellino: sorpresa ante la perspicacia de Gaviota y la identidad de su hermano, alegría al ver cómo su hermano volvía a ellos, miedo cuando los dos fueron atacados, pena ante la bola de fuego abrasador que los había consumido, condena de su propia estupidez y credulidad por haber confiado en que Liante cumpliría su parte del acuerdo...

Y con esa última emoción, alzándose por encima de todas las demás y consumiéndolas dentro de su mente con la potencia irresistible de una bola de fuego, llegó la ira y un resentimiento tan profundo y ardiente que Mangas Verdes nunca había conocido nada igual hasta aquel momento.

Fragmentos de su ejército entraron rápidamente en acción a su alrededor. Los capitanes gritaron a sus soldados que adoptaran las formaciones de combate. Los trompetas hicieron sonar sus clarines, y los tambores atronaron. Soldados enfurecidos rugieron un desafío mientras avanzaban al trote sobre los cristales negros del desierto. Muli aulló una orden y sus Lanceros Verdes echaron a correr en una carga suicida, sus estandartes aleteando por encima de ellos. Stiggur gritó instrucciones a Dala mientras los dos luchaban por armar lo más deprisa posible la ballesta gigante instalada sobre la bestia mecánica. Liko hizo temblar la tierra con los golpes de sus dos garrotes, ardiendo en deseos de unirse a la carga. Los ángeles desenvainaron sus espadas, lanzaron un grito de guerra y emprendieron el vuelo entre una agitación de potentes alas. Cuervos y arqueras de D'Avenant colocaron flechas en sus arcos y avanzaron detrás de las centurias Roja, Azul y Blanca. Helki y Holleb, uno a cada extremo del ejército, aullaron su estridente grito de batalla, golpearon el suelo con sus potentes pezuñas, bajaron sus lanzas y se lanzaron a la carga. Los seguidores del campamento, e incluso los estudiantes de magia, avanzaron después del ejército para ayudar o destruir en la medida que pudieran.

En el desierto, entre remolinos de arena y el ir y venir de las colas de los caballos, Liante gritó la orden de ataque. Dwen movió su lanza en el aire y conjuró docenas de cavernícolas de pálida piel. Ludoc lanzó su águila llameante al cielo para conjurar osos de las cavernas y enfurecidas manadas de toros rojos. La reina Atronadora se volvió hacia sus trasgos y emitió un veloz parloteo de órdenes. Otros hechiceros conjuraron bestias y secuaces. Millares de enemigos estaban siendo invocados, y todos anhelaban destruir a los escasos centenares de seguidores de Mangas Verdes. Y en primera línea del enemigo, chillando con su voz estridente, estaba Liante, el hechicero del bigote erizado y la túnica multicolor, apremiándoles a avanzar y exigiéndoles que dieran el máximo de sí mismos para aquella batalla final y aquella última carnicería.

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