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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

El sacrificio final (47 page)

BOOK: El sacrificio final
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Mangas Verdes juntó las manos como si estuviera sujetando una botella. Cuando se tocaron, media docena de surtidores se abrieron paso a través de la tierra, trazando nuevos canales en un segundo, y formaron un chorro de tres metros de grosor.

El colosal embudo de agua cayó sobre Dwen. Su falsa Lanza del Mar se partió cuando las dos muñecas de la hechicera se rompieron. Un extremo se incrustó en su pecho, desgarrando su túnica azul adornada con bordados de hilo de oro y convirtiéndola en harapos. El otro extremo se enredó entre sus piernas y le dislocó una rodilla. La fuerza irresistible de la avalancha de agua se abatió sobre la hechicera del océano, empujándola hasta que sus pies chocaron con Immugio, el ogro-gigante. Incluso la descomunal masa de Immugio fue derribada y, estorbado por el brazo que llevaba en cabestrillo, el ogro-gigante mató a dos caballos y a sus jinetes al perder el equilibrio y caer hacia atrás. Dwen, convertida en un guiñapo humano, se derrumbó sobre un charco fangoso y su sangre se fue perdiendo en el agua.

Toda aquella enloquecida actividad tuvo lugar en cuestión de segundos, y se desarrolló tan deprisa que sólo Mangas Verdes pudo percibirla y entenderla. Lanceros Verdes; Guardianas del Bosque; Lirio, que lloraba a su esposo muerto; Varrius, Dionne, Neith y «Tintineos» Jayne y otros oficiales de Mangas Verdes, e incluso Kwam, todos ellos aprisionados por su escudo, trataron de llegar hasta ella e intentaron comprender lo que estaba haciendo.

El ejército de Liante había quedado aplastado y disperso. Fabia de la Garganta Dorada ya había tenido suficiente. La hechicera gritó a sus seguidores que huyeran mientras hacía volver grupas a su tiro de caballos. La reina Atronadora se limitó a girar sobre sus talones y huyó, chillando y aullando, con un centenar de trasgos correteando detrás de ella. El águila de Ludoc chilló y trazó círculos en el cielo, todavía envuelta en llamas, no atreviéndose a volver con su dueño y señor. El lobo de Ludoc se alejó en una veloz carrera a través de las dunas.

Liante le gritó a Karli que hiciera algo, y la hechicera del desierto rozó nuevos botones de su abigarrada chaqueta. Pero sus esclavos seguían retrocediendo ante la hechicera enloquecida que se alzaba sobre el risco, aquella druida que podía hacer caer el rayo desde un cielo despejado e invocar surtidores de agua en un desierto y a centenares de criaturas de los campos y los bosques.

—¡Mangas Verdes! —gritó alguien—. ¡Están vencidos, mi señora! ¡Se rendirán!

Pero Mangas Verdes no oyó los gritos. La joven druida había enloquecido de ira. Mangas Verdes tensó sus manecitas y gruñó como su hermano muerto.

—¿Quieren poder? ¡Yo les enseñaré en qué consiste el verdadero poder! ¡Les mostraré la más grande de todas las fuerzas!

Con una mano, y sin ningún esfuerzo, Mangas Verdes trazó un círculo en el aire y dirigió la figura invisible hacia sus enemigos.

Y el suelo se agrietó en dos lugares distintos, y las grietas fueron extendiéndose velozmente hacia el exterior en cuestión de segundos.

Como un gigantesco cuchillo invisible, la grieta se alejó del risco en una veloz ondulación, rajando el desierto para rodear a los hechiceros y sus esclavos en la lejanía. Unos segundos después ya habían quedado atrapados por un abismo tan profundo que nadie podía ver su fondo, y el abismo se fue ensanchando hasta tener medio tiro de arco de grosor. Fabia salvó la vida, pero al precio de saltar de su carroza y dislocarse las manos y ver cómo su hermoso rostro chocaba con las rocas de afilados cantos. Su tiro de cuatro caballos salió despedido por el borde del precipicio, y los cuatro animales cayeron al vacío en una confusión de patas y relinchos. La reina Atronadora también cayó al vacío junto con una docena de sus trasgos, y todos aullaron mientras se precipitaban en el silencio de la sima.

—¡Ahora pagaréis lo que habéis hecho!

Con sus enemigos atrapados en una meseta artificial, Mangas Verdes echó la cabeza hacia atrás y cantó, emitiendo un extraño y salvaje grito cuyos ecos resonaron por todo el desierto.

Incluso los seguidores de Mangas Verdes retrocedieron, apartándose del escudo invisible —hasta Kwam retrocedió—, pues nunca le habían oído cantar un hechizo antes. La anciana Chaney, la archidruida muerta, había reducido cada hechizo a una canción, pero nadie conocía aquélla: era un sonido sorprendente y fantasmal que subía y bajaba, una canción terrible donde las notas chocaban entre ellas con un espantoso rechinar que helaba la sangre.

Y entonces una exploradora señaló hacia el norte, donde estaba la montaña de los ángeles. La exploradora lanzó un aullido de terror en el que no había palabras, sólo sonidos.

Pues una forma verde, un monstruo verde más grande que las montañas, acababa de aparecer en aquel lugar.

Tan alto como un nubarrón de tormenta, el monstruo verde pasó por encima de las montañas y entró en el desierto, tapando el sol con su inmensidad. La silueta, que sólo guardaba el más vago parecido posible con un hombre o una mujer, tenía un pecho gigantesco, largos brazos, piernas enormes, una cabeza redonda provista de un hocico, y una simple sugerencia de ojos. Toda ella era verde, del color de la hierba en el momento más cálido del verano. No parecía sólida, y la tierra no temblaba bajo las tremendas masas planas de sus pies, y más bien era tan insustancial como las nubes. El cielo parecía ondular como humo detrás de ella, hasta que todo el norte de la bóveda celeste primero y toda ella después quedaron tan llenos de nubes que el sol desapareció, y el desierto se volvió repentinamente helado.

Y el monstruo iba creciendo a medida que se aproximaba.

—¡La Fuerza de la Naturaleza! —canturreó Mangas Verdes. Sus palabras iban dirigidas a Liante y a los temblorosos hechiceros que aún seguían con vida, pero el ulular del vendaval que estaba empezando a soplar hizo que nadie pudiera oírlas—. ¡La fuerza más poderosa que existe en los Dominios! —gritó la joven druida—. ¡Una parte de todo ser vivo que lo controla todo! ¡Ésta será tu recompensa, Liante, y la tuya, Karli! ¡Seréis aplastados por el poderío del mundo natural, y vuestro maná será absorbido y pasará a formar parte de su ser para convertirse en una fuerza del bien!

Liante sucumbió al pánico y dejó de dar órdenes y lanzar amenazas, y se concentró en lanzar un hechizo que le sacara de allí y le llevara lo más lejos posible. Karli, inmóvil junto a él, hizo lo mismo, al igual que la ensangrentada Fabia, mientras los hechiceros que no podían viajar a través del éter y todos sus seguidores aullaban de miedo.

Pero sus hechizos no produjeron ningún resultado tangible. Las puntas de los dedos de Liante emitieron unos tenues chispazos azules que se extinguieron casi al instante. Los botones y medallones mágicos de Karli se oscurecieron. Fabia sintió cómo envejecía veintenas de años en unos momentos, pues era la magia la que la había mantenido joven y hermosa. El águila de Ludoc, que ardía en el cielo, perdió su fuego tan repentinamente como si alguien hubiera cerrado un grifo invisible del que habían estado brotando sus llamas, y se convirtió en un pájaro normal.

—¡Se ha llevado vuestra magia! ¡Ha robado vuestro maná, y ha absorbido el maná de todas las fuentes disponibles!

Mangas Verdes rió a carcajadas al ver su asombro.

Pero no se dio cuenta de que sus seguidores también retrocedían, y de que algunos habían empezado a huir por el bosque en busca de refugio.

Incluso Kwam retrocedía, pues se hallaba ante una nueva Mangas Verdes a la que no había visto nunca hasta aquel momento.

La archidruida reía histéricamente, ebria de maná y enloquecida de poder..., y se estaba volviendo más poderosa a cada minuto que pasaba.

* * *

En el desierto, en un agujero calcinado lleno de ruidos, arena que se deslizaba lentamente y charcos de agua que se iban secando poco a poco, Gaviota el leñador levantó la cara de los fragmentos de cristal negro sobre los que había estado reposando y sintió dolor.

Sus piernas, su brazo y su costado ardían como si le hubiesen asado vivo. Podía notar el frío en su cuero cabelludo allí donde los cabellos habían ardido, y algo enorme y pesado, caliente y mojado, yacía sobre él y lo aplastaba contra el suelo.

Gaviota se removió y trató de erguirse, y oyó un gemido y olió a sangre y carne chamuscada. Entonces se acordó de lo que había ocurrido.

—¡Gavilán!

Entrecerró los ojos, pero no podía ver muy bien. El cielo del desierto se había oscurecido y estaba lleno de nubes. Gaviota intentó rodar sobre sí mismo y siseó cuando la arena se pegó a su carne quemada, que se había vuelto tan pegajosa como la savia de un árbol, y después gritó de dolor cuando logró salir a rastras de debajo de su hermano.

Acababa de recordarlo todo. Cuando el destello y el estruendo de la bola de fuego se precipitaron sobre ellos, Gavilán había rodeado a Gaviota con sus brazos, y le había salvado la vida protegiéndole con su enorme cuerpo.

—¿Por qué? —Gaviota descubrió que estaba llorando—. ¿Por qué todo el..., argh..., mundo se sacrifica por..., aghh..., por mí? Nunca hice nada... ¡Dioses, cómo me duele! Nunca hice nada especial... ¡Gavilán! ¿Puedes oírme?

Gaviota estaba gritando a pesar de que la cabeza de su hermano se encontraba a sólo veinte centímetros de él. Gaviota volvió a gritar cuando vio lo malparado que había quedado Gavilán. Grandes cantidades de carne habían sido consumidas por las llamas, y Gavilán rezumaba fluidos y sangre por las grietas de un centenar de quemaduras esparcidas por todo su cuerpo. Pero estaba vivo, pues Gaviota sabía que los muertos no sangran. Quizá los encantamientos de los kelds protegían a un señor guerrero de las heridas, aunque aquellas no eran heridas corrientes.

Gavilán volvió a gemir cuando Gaviota siguió arrastrándose hasta quedar totalmente libre de su peso. El leñador estaba desorientado y confundido por el agua, las ramas, los cuerpos destrozados y la oscuridad. El ejército de Liante huía en desbandada, y casi todo el ejército de Gaviota había desaparecido del risco. Sólo Mangas Verdes seguía allí, una silueta inmóvil que se recortaba contra la negrura del bosque como una estrella blanca y verde. Su hermana volvió la mirada hacia el sur, por donde se estaban aproximando las primeras nubes de una tormenta que empujaba una tempestad de arena o un tornado por delante de ella..., o eso pensó Gaviota, que tenía los ojos llenos de arena y recubiertos de ampollas.

Pero sabía qué debía hacer.

—¡Vamos, Gavilán! —Gaviota agarró a su hermano por un enorme brazo, pero la piel, resbaladiza a causa de la sangre que la cubría, se desprendió de la carne—. ¡Levanta! ¡Vamos, vamos! ¡Tenemos que salir de aquí! ¡Va a ocurrir algo, y no tiene muy buen aspecto!

El hermano de Gaviota se limitó a gemir. Toda la piel de su espalda, sus costados y la parte de atrás de sus piernas estaba quemada y ensangrentada. Gaviota podía ver sus costillas debajo de una película de sangre y polvo.

—Vete..., hermano. Déjame... aquí.

—¡No! —Gaviota dejó de tirar y trató de deslizarse por debajo del gigante—. ¡Ya te perdí... una vez! ¡No volveré a...! ¡Ah! ¡No volveré a perderte de nuevo!

Tambaleándose y jadeando por el dolor de sus heridas, Gaviota hizo un terrible esfuerzo para no perder el equilibrio y colocó a su hermano sobre sus hombros chamuscados, aunque al hacerlo sintió un dolor desgarrador que recorrió todo su cuerpo y le llenó los ojos de lágrimas.

—¡Vamos! Dioses, cómo... pesas.

—Por favor..., Gaviota —Gavilán empezó a babear sobre la espalda de Gaviota, y movió los brazos en un débil manoteo. Los dos hombres estaban cubiertos de arena, y sentían su escozor y su quemazón en las heridas—. Me salvaste de la... esclavitud. Ya es suficiente...

Gaviota plantó un pie en el suelo, tensó el cuerpo y volvió a gritar, pero logró incorporarse. La arena se arremolinaba a su alrededor, y el leñador no podía ver hacia dónde debía dirigirse. Él también estaba balbuceando, pero no podía parar.

—¡Escucha a tu... hermano mayor, y hazle caso! ¡Agh! ¡O salimos de aquí juntos, o... no salimos! Además, eres... tío. ¡Tienes dos sobrinas! Y mi esposa... ¿Qué te daban de comer? Tienes que conocerla...

Pero ya no le quedaba más aliento para seguir hablando. Gaviota intentó no desplomarse mientras avanzaba con paso lento y vacilante hacia lo que creía era el bosque.

—Por el amor de los dioses —susurró—, si esta tormenta es obra de Verde, entonces debe de estar muy... enfadada. Mamá también tenía... el genio muy vivo...

Medio cegado, tambaleándose y gruñendo, Gaviota avanzó hacia la temblorosa masa de oscuridad con su hermano agonizante encima de la espalda.

Incapaz de ver, el leñador iba directamente hacia un abismo sin fondo.

_____ 22 _____

La Fuerza de la Naturaleza entró en la llanura de cristales negros, y todos huyeron ante ella.

Los seguidores de Mangas Verdes corrieron hacia las profundidades del bosque, o espolearon a sus caballos para salir al galope a lo largo de la hilera de árboles y trataron de encontrar un refugio en la lejanía. Muchos de los seguidores de Liante, que no tenían otro lugar donde esconderse, también se refugiaron en el bosque, corriendo en un gran círculo para esquivar las cañadas que se abrían ante ellos y el muro invisible de protección. Pero muy pocos podían ver por donde iban, y tenían que guiarse por el tacto y el instinto. El cielo se había convertido en un hervor de nubes que se agitaban a muy poca distancia del suelo y los vientos soplaban en todas direcciones, lanzando al aire arena, trocitos de cristal, hojas y ramas hasta que nadie pudo distinguir la dirección hacia la que deseaba ir o a su vecino. Los mortales se habían unido en un único objetivo: todos querían huir de aquella enfurecida criatura cuasi divina que avanzaba hacia ellos.

Todos salvo Mangas Verdes y, encogidos detrás de ella, sus Guardianas del Bosque y Kwam, el hombre que la amaba.

Pero a medida que la Fuerza de la Naturaleza se iba aproximando, todavía lejana pero ya de varios kilómetros de altura, se fue volviendo más insustancial, más etérea, como un banco de niebla que se fuera acercando poco a poco sin llegar a estar nunca lo suficientemente cerca para que se pudiese estar seguro de lo que era.

Porque Mangas Verdes iba absorbiendo su energía a medida que se aproximaba.

La archidruida conocía el poder de la Fuerza de la Naturaleza, pues su mentora, la archidruida Chaney, la había mencionado en murmullos, historias, oscuras alusiones y advertencias de que no era algo con lo que se pudiera jugar a menos que se pretendiera provocar el fin de un mundo.

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