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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El tren de las 4:50 (20 page)

BOOK: El tren de las 4:50
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Dominados por la excitación, los dos muchachos contuvieron el aliento.

Craddock tomó el papel también con la solemnidad debida. Los muchachos le caían bien y estaba dispuesto a acomodarse al juego.

La carta había pasado por el correo, aunque aquello no era más que un sobre roto, sin contenido, dirigido a miss Martine Crackenthorpe, 136 Elvers Crescent.

—¿Lo ve usted? —dijo Alexander excitado—. Esto demuestra que ella estuvo aquí, quiero decir, la esposa francesa del tío Edmund, la que ha armado todo este revuelo. Debió venir aquí y se le cayó el sobre en alguna parte. Eso parece, ¿no es cierto?

—Yo diría que es ella la mujer asesinada —añadió James— quiero decir que... ¿no lo cree usted así, señor, que tiene que ser la que fue encontrada en el sarcófago?

Esperaron con gran interés la opinión de Craddock.

—Posible, muy posible.

—Es una pista importante, ¿verdad?

—Hará comprobar las huellas dactilares, ¿no es cierto, señor?

—Desde luego.

Stoddart–West lanzó un profundo suspiro.

—Hemos tenido mucha suerte, ¿no es verdad? Y en nuestro último día.

—¿En vuestro último día?

—Sí —contestó Alexander—. Mañana me voy a la casa de Stoddart a pasar los pocos días que quedan de las vacaciones. La familia de Stoddart tiene una casa estupenda estilo Reina Ana.

—William and Mary —dijo con tono de suficiencia Stoddart–West.

—Tu madre dijo...

—Mamá es francesa y no entiende gran cosa de arquitectura inglesa.

Craddock estaba examinando el sobre.

—Pero tu padre dijo que fue edificada...

Lucy Eyelesbarrow había sido muy hábil. ¿Cómo se las había arreglado para falsificar el matasellos de correos? Lo miró de cerca, pero la luz era muy débil. Esto era muy divertido para los muchachos, naturalmente, pero algo embarazoso para él. La picara de Lucy no había tenido eso en cuenta. Si aquel sobre fuese auténtico, le señalaría una línea de acción.

Junto a él proseguía una acalorada discusión sobre arquitectura, pero sus oídos estaban sordos.

—Venga, muchachos. Vamos a la casa. Me habéis ayudado mucho.

Capítulo XVIII

Craddock entró por la puerta posterior escoltado por los muchachos. Éste parecía ser el camino acostumbrado. La cocina estaba bien iluminada y alegre. Lucy, con un gran delantal blanco, estaba trabajando la masa de un pastel. Apoyado contra el aparador y observándola con una especie de atención perruna, estaba Bryan Eastley, atusándose el gran bigote rubio.

—¡Hola, papá! —dijo Alexander—. ¿Vuelves a estar aquí?

—Me gusta este lugar, si miss Eyelesbarrow no tiene inconveniente.

—Oh, ninguno. Buenas tardes, inspector Craddock.

—¿Viene a investigar en la cocina? —preguntó Bryan con interés.

—No exactamente. ¿Mr. Cedric Crackenthorpe está aquí?

—Sí. Cedric está aquí. ¿Desea verlo?

—Me gustaría hablar un momento con él, si me hace el favor.

—Iré a ver si está en la casa —dijo Bryan—. Tal vez haya salido a dar una vuelta.

Y salió.

—Muchas gracias —le dijo Lucy—. Tengo las manos llenas de harina, de lo contrario, hubiera ido yo.

—¿Qué está preparando? —preguntó Stoddart–West, muy interesado.

—Flan de melocotón.

—¡Bien!

—¿Cenaremos pronto? —preguntó Alexander.

—No.

—¡Dios mío! Tengo un hambre terrible.

—Hay un trozo de tarta de jengibre en la despensa.

Los dos muchachos echaron a correr al mismo tiempo y chocaron en la puerta.

—Son como una plaga de langostas —comentó Lucy.

—La felicito —le dijo Craddock

—¿Por qué?

—Por su ingenio a propósito de esto.

—¿A propósito de qué?

Craddock le indicó el álbum con el sobre.

—Está muy bien hecho.

—¿De qué habla?

—De esto, mi querida muchacha, de esto. —Lo sacó a medias.

Ella le miró sin comprender.

De repente, Craddock se sintió mareado.

—¿No ha falsificado usted esta pista y la ha puesto en el cuarto de la caldera para que la encontrasen los muchachos? Rápido, dígamelo.

—No tengo la menor idea de lo que me está hablando. ¿Quiere usted decir que...?

Craddock se apresuró a guardarse en el bolsillo el álbum al ver que volvía Bryan.

—Cedric está en la biblioteca. Vaya allí.

Y volvió a su sitio junto al aparador. El inspector Craddock se encaminó a la biblioteca.

Cedric Crackenthorpe parecía encantado de ver al inspector.

—¿Todavía investigando? —preguntó—. ¿Ha adelantado algo?

—Creo que hemos avanzado algo, Mr. Crackenthorpe.

—¿Han descubierto de quién era el cadáver?

—No hemos llegado a una identificación definitiva, pero tenemos una idea bastante aproximada.

—¡Estupendo!

—A causa de las últimas informaciones, necesitamos algunas aclaraciones más. Empiezo por usted, Mr. Crackenthorpe, ya que está aquí.

—No me quedaré mucho más tiempo. Regreso a Ibiza dentro de uno o dos días.

—Entonces llego en el momento oportuno.

—Prosiga, por favor.

—Quiero una relación detallada de los lugares en que estuvo, y de lo que hizo el viernes veinte de diciembre.

Cedric le dirigió una viva mirada. Luego se recostó, bostezó, adoptó una expresión de gran indiferencia y pareció esforzarse por recordar.

—Como ya le dije, me encontraba en Ibiza. El problema es que allí todos los días son iguales. Pintar por la mañana, siesta de tres a cinco. A veces tomo unos apuntes si la luz es buena. Luego tomo un aperitivo, en algunas ocasiones con el alcalde, en otras con el médico, en el café de la plaza mayor. Después de esto, alguna comida improvisada. La mayor parte de la velada en el Scotty's Bar con algunos de mis amigos de la clase baja. ¿Es suficiente?

—Preferiría que me dijera usted la verdad, Mr. Crackenthorpe.

Cedric se incorporó en su asiento.

—Ésa es una observación muy ofensiva, inspector.

—¿Eso cree usted? Mr. Crackenthorpe, usted dice que salió de Ibiza el 21 de diciembre y llegó a Inglaterra el mismo día.

—Y así fue. ¿No es así, Emma?

Miss Crackenthorpe acababa de entrar en la biblioteca. Su mirada inquisitiva pasó de Cedric al inspector.

—Escucha, Emma. Yo llegué aquí para pasar la Navidad, el sábado anterior. Vine directamente del aeropuerto. ¿No es cierto?

—Sí —contestó Emma con extrañeza—. Llegaste aquí hacia el mediodía.

—Ahí lo tiene.

—Debe usted creernos muy tontos, Mr. Crackenthorpe —señaló Craddock siempre amable—. Sabe que podemos comprobarlo. ¿Puede enseñarme su pasaporte?

Hizo una pausa expectante.

—No puedo encontrar ese maldito documento —replicó Cedric—. Llevo buscándolo toda la mañana. Quería enviarlo a la agencia de viajes Cook.

—Creo que lo encontrará, Mr. Crackenthorpe, pero no será necesario. Los registros demuestran que entró en este país en la noche del diecinueve de diciembre. Quizá querrá usted darme cuenta de sus movimientos desde aquella hora hasta la del almuerzo del día veintiuno, en que llegó aquí.

Cedric parecía molesto.

—Esto es el infierno de la vida de hoy —dijo irritado—. Tanta burocracia y tanto trámite. Eso es lo que pasa en un Estado de burócratas. ¡Ya no puede uno ir adonde quiera ni hacer lo que le plazca! Siempre sale alguien haciendo preguntas. Y de todas formas, ¿a qué viene todo ese alboroto sobre el día veinte? ¿Qué tiene de particular ese día?

—Es el día en el que creemos que se cometió el asesinato. Naturalmente, usted puede negarse a contestar, pero...

—¿Quién dice que me niego a contestar? Déme tiempo hombre. En la encuesta judicial no parecían nada seguros sobre la fecha del asesinato. ¿Qué ha sucedido desde entonces?

Craddock no contestó.

Cedric miró a Emma de reojo:

—Creo que deberíamos ir a otra habitación.

—Les dejo a ustedes —se apresuró a decir Emma. Se detuvo en la puerta y añadió—: Ya comprenderás que esto es serio, Cedric. Si el veinte fue la fecha, debes decirle al inspector Craddock todo lo que hiciste paso a paso.

—La buena de Emma —dijo Cedric—. Bueno, ahí va mi historia. Sí. Salí de Ibiza el diecinueve. Mi plan era detenerme en París y pasar un par de días con algunos antiguos amigos de la Rive Gauche. Pero el caso es que venía en el avión una mujer muy atractiva. Algo delicioso. Hablando con franqueza, ella y yo estuvimos juntos. Ella iba a Estados Unidos y tenía que pasar un par de noches en Londres. Llegamos a Londres el día diecinueve. Nos alojamos en el Kingsway Palace (por si sus espías no lo han descubierto aún). Di el nombre de John Brown. Nunca conviene usar el nombre verdadero en estas ocasiones.

—¿Y el día veinte?

Cedric hizo una pausa.

—Una mañana muy ocupada con los efectos de una resaca terrible.

—¿Y la tarde, desde las tres en adelante?

—Déjeme pensar. Estuve vagando por ahí. Fui a la National Gallery, lo cual es una ocupación bastante respetable. Vi una película: Rowenna ofthe Range. Siempre me han apasionado las del oeste. Esta era espléndida. Luego un par de copas en el bar, un sueñecito en mi habitación y, hacia las diez, a la calle otra vez con la amiguita y una visita a varios antros de moda. No puedo recordar siquiera sus nombres. Jumping Frog creo que era uno de ellos. Ella los conocía todos, me emborraché a conciencia y, para ser sincero, no recuerdo apenas nada más hasta que me desperté a la mañana siguiente con una resaca de mil diablos. Me eché agua fría en la cabeza, le pedí al farmacéutico que me preparara algo bien fuerte y vine aquí como si acabase de aterrizar en Heathrow. Pensé que no había necesidad de preocupar a Emma. Ya sabe usted lo que son las mujeres, siempre se ofenden si no vienes a casa directamente. Tuve que pedirle prestado el dinero para pagar el taxi. Yo venía completamente limpio. Inútil pedírselo al viejo. No hubiera soltado nada. Es un bruto y, además, sumamente tacaño. Bien, inspector, ¿está usted satisfecho?

—¿Puede probar, Mr. Crackenthorpe, lo que estuvo haciendo entre las tres y las siete de la tarde?

—Yo diría que no —contestó Cedric con buen humor—. La National Gallery, donde el personal te miran sin ver, y un cine lleno. No, no puedo.

Emma entró de nuevo. Traía en la mano una pequeña agenda.

—Desea usted saber lo que hizo todo el mundo el veinte de diciembre, ¿no es así, inspector Craddock?

—Así es, miss Crackenthorpe.

—He estado mirando mi agenda. El veinte fui a Brackhampton para asistir a una sesión de la Church Restoration Fund. Terminó hacia la una menos cuarto y almorcé con lady Adington y miss Barlett, que pertenecen al comité, en la cafetería Cadena. Después del almuerzo, hice algunas compras para Navidad. Fui a Greenford's, Lyall y Swift's y a Boot's y, probablemente, a algunas otras tiendas. Tomé el té hacia las cinco menos cuarto en el Shamrock Tea Rooms y luego fui a la estación a recibir a Bryan. Volví a casa hacia las seis y encontré a mi padre de muy mal humor. Le había dejado preparada la comida, pero miss Hart, que tenía que venir por la tarde a servirle el té, aún no había llegado. Estaba tan enfadado que se encerró en su habitación y no quiso dejarme entrar ni hablar conmigo. No le gusta que salga por la tarde, pero yo salgo de vez en cuando.

—Y hace usted bien. Gracias, miss Crackenthorpe.

Craddock se calló la observación de que, siendo una mujer de un metro sesenta de altura, sus actividades durante aquella tarde no tenían mayor importancia. En cambio le dijo:

—Tengo entendido que sus otros dos hermanos vinieron más tarde.

—Alfred llegó a última hora de la tarde del sábado. Dijo que había intentado hablar conmigo por teléfono, pero mi padre, cuando se enfada, no contesta el teléfono. Mi hermano Harold no vino hasta la víspera de Navidad.

—Gracias, miss Crackenthorpe.

—Supongo que no debería preguntarlo —dijo ella, y vaciló antes de continuar—: ¿Qué es lo que ha ocurrido que le obliga a hacer estas preguntas?

Craddock sacó del bolsillo la cartera y cogió el sobre con las puntas de los dedos.

—Hágame el favor de no tocarlo. ¿Reconoce usted esto?

—Pero... —y Emma le miró llena de asombro—. Es mi letra. Es la carta que escribí a Martine.

—Ya lo suponía.

—¿Cómo la tiene usted? ¿Acaso ella...? ¿La ha encontrado?

—Es muy probable, sí. Este sobre vacío fue hallado aquí.

—¿En la casa?

—En sus dependencias.

—Entonces ¡ella estuvo aquí! Ella... ¿Quiere decir que era Martine la que estaba en el sarcófago?

—Eso parece, miss Crackenthorpe —respondió Craddock amablemente.

Y pareció más probable aún cuando, al regresar a la ciudad, encontró un mensaje de Armand Dessin:

Una de sus amigas ha recibido una postal de Anna Stravinska. ¡Al parecer, era cierta la historia del crucero! Ha llegado a Jamaica y está pasando, como dicen ustedes, ¡una temporada maravillosa!

Craddock hizo una pelota con el mensaje y lo echó a la papelera.

—Debo decir —exclamó Alexander, sentándose en la cama mientras comía un trozo de chocolate— que éste ha sido un día estupendo. ¡Mira que encontrar una pista verdadera! —Y en su voz vibraba un cierto deje de temor. Luego añadió sonriendo—: En realidad, estas vacaciones han sido estupendas. No creo que vuelva a vivir nunca una experiencia así.

—Espero que no vuelva a sucederme nunca a mí —dijo Lucy, que estaba arrodillada guardando la ropa de Alexander en una maleta—. ¿Quieres llevarte todas estas novelas?

—No, las dos de encima ya las he leído. El balón, las botas de fútbol y las botas de goma pueden ir por separado.

—¡Cuántas cosas llevas en tus viajes!

—Eso no importa. Vienen a buscarnos en el Rolls. Tienen un Rolls estupendo. Y tienen también uno de esos nuevos Mercedes Benz.

—Deben de ser muy ricos.

—¡Enormemente! Y muy amables, además. De todos modos, preferiría que no nos marchásemos de aquí. Podría aparecer otro cadáver.

—Sinceramente, espero que no.

—En los libros pasa continuamente. Quiero decir que alguien que ha visto u oído algo es eliminado también. Hasta podría ser usted —añadió, desenvolviendo una segunda chocolatina.

—¡Qué simpático!

—No deseo que sea usted —le aseguró Alexander—. Me resulta muy simpática, y lo mismo a Stoddart. Y como cocinera es fantástica. Sus platos son absolutamente deliciosos. Y es muy inteligente además.

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