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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El tren de las 4:50 (5 page)

BOOK: El tren de las 4:50
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—Pero aun allí habrían de encontrarlo.

—Oh, sí. Es obvio que el asesino lo retiró en cuanto pudo. Pero hablaremos de eso más adelante. Aquí está el lugar, en este mapa.

Lucy se inclinó para estudiarlo siguiendo las indicaciones del dedo de miss Marple.

—Está en los arrabales de Brackhampton, en un lugar que antiguamente fue una finca con parques y jardines. Él lugar continúa intacto, aunque rodeado a cierta distancia por grandes urbanizaciones y pequeñas viviendas suburbanas. Se llama Rutherford Hall. Fue construida por un tal Crackenthorpe, un rico fabricante, en 1884. El hijo de este primer Crackenthorpe es un anciano que vive aún allí, creo que con una hija. La vía férrea rodea la mitad de esta propiedad.

—Y ahora lo que usted desea que yo haga es... es...

—Deseo que se coloque allí —contestó miss Marple con presteza—. Todo el mundo se desvive por poder disponer de un servicio doméstico apto. No creo que haya de serle difícil.

—No, no creo que resulte difícil.

—Parece que Mr. Crackenthorpe tiene cierta fama de avaro. Si acepta un salario bajo, yo la compensaré con la cantidad que considere usted apropiada y que, supongo, será un poco más elevada de lo normal.

—¿A causa de la dificultad?

—No tanto a causa de la dificultad como a causa del peligro. La misión pudiera resultar peligrosa. Creo que es mi obligación advertírselo.

—No soy persona a la que amedrente la idea del peligro —dijo Lucy con aire pensativo.

—Ni se me hubiera ocurrido pensar semejante cosa.

—Juraría que ya sabía que su propuesta me atraería, ¿verdad? He encontrado muy pocos peligros en mi vida. Pero, ¿cree usted realmente que esto pueda resultar peligroso?

—Alguien ha cometido un crimen con mucha fortuna. Nadie ha levantado la liebre y no hay motivos de sospecha. Dos damas maduras han contado una historia inverosímil, la policía ha investigado y no ha encontrado nada. Así que todo está tranquilo y en orden. No creo que ese individuo, quienquiera que sea, tenga deseos de que se hable del asunto, especialmente si tiene usted éxito.

—¿Qué es lo que debo buscar exactamente?

—Cualquier señal en el terraplén, un trozo de vestido, alguna rama rota, este tipo de cosas.

—¿Y después?

—Yo estaré muy cerca. Vive en Brackhampton una antigua doncella mía, mi fiel Florence. Durante unos años cuidó de sus ancianos padres. Los dos murieron y ahora hospeda en su casa a gente respetable. Me ha preparado habitación. Me atenderá muy bien, y yo deseo estar cerca. Usted podría decir que tiene una tía ya mayor en las cercanías y que busca una colocación que le permita visitarla con frecuencia. En todo caso, necesitará un tiempo libre y razonable para poder hacerlo.

Lucy se mostró conforme.

—Me marchaba a Taormina pasado mañana, pero estas vacaciones pueden aplazarse. Sólo puedo prometerle tres semanas. Después, tengo un compromiso.

—Tres semanas serán más que suficientes. Si no podemos descubrir nada en tres semanas, vale más que lo dejemos correr.

Miss Marple se marchó y Lucy telefoneó a la directora de una agencia de colocaciones en Brackhampton. Le explicó su deseo de obtener un empleo en los alrededores a fin de poder estar cerca de su "tía". Después de rechazar con poca dificultad y mucho ingenio varias colocaciones más deseables, le fue mencionado Rutherford Hall.

—Creo que es exactamente lo que necesito —dijo Lucy con firmeza.

La agencia telefoneó a miss Crackenthorpe. Miss Crackenthorpe telefoneó a Lucy.

Dos días más tarde, Lucy salió de Londres con destino a Rutherford Hall.

Al volante de su pequeño coche, Lucy Eyelesbarrow cruzó una imponente verja de hierro. Al otro lado había una caseta en estado ruinoso, aunque resultaba difícil saber si se debía a daños recibidos durante la guerra o sencillamente por abandono. Un largo y tortuoso camino bordeado de rododendros conducía hasta la casa. Lucy se quedó muda de asombro cuando apareció ante sus ojos una especie de miniatura del castillo de Windsor. Los peldaños de piedra delante de la puerta principal se veían descuidados, y la grava del camino quedaba casi oculta por la maleza.

Tiró de una anticuada campana de hierro forjado y oyó el tañido que se repetía en el interior. Una mujer de aspecto desaliñado le abrió la puerta y le dirigió una mirada desconfiada secándose las manos en el delantal.

—La esperan, ¿no? Es miss No–sé–cuántos–Barrow, me han dicho.

—Así es.

El interior de la casa era desesperadamente frío. Su guía la condujo por un vestíbulo oscuro y abrió una puerta a la derecha. No sin cierta sorpresa, Lucy se encontró en una sala de estar muy agradable, con libros y sillas tapizadas.

—Voy a llamarla —anunció la mujer. Y salió, cerrando la puerta, después de dirigir a Lucy una mirada de profunda desaprobación.

Al cabo de pocos minutos, la puerta se abrió de nuevo. Desde el primer momento, Lucy decidió que Emma Crackenthorpe le caía bien.

Era una mujer de mediana edad, sin ninguna característica sobresaliente, ni guapa ni fea, con un traje de tweed y jersey, cabello oscuro recogido, ojos castaños de mirada firme y voz muy agradable.

—¿Miss Eyelesbarrow? —preguntó tendiéndole la mano.

Luego la miró con expresión de duda.

—No sé si esta colocación es lo que usted buscaba. No necesito un ama de llaves que lo supervise todo, necesito alguien que haga el trabajo.

Lucy dijo que eso era lo que necesitaban la mayoría de las personas.

—Ya sabe usted que muchas personas parecen creer que con quitar un poco el polvo ya está todo hecho, pero para eso me basto sola —añadió en tono de excusa Emma Crackenthorpe.

—Comprendo perfectamente. Usted quiere que guise, que lave la ropa, que haga todo el trabajo de la casa y cargue la caldera. Muy bien, eso es lo que yo hago. El trabajo no me asusta.

—Me temo que va a encontrar la casa demasiado grande y con unas cuantas pegas. Por supuesto, sólo ocupamos una parte de ella, mi padre y yo, me refiero. Mi padre es casi un inválido. Llevamos una vida muy apacible. Tengo varios hermanos, pero no vienen mucho por aquí. Vienen dos asistentas: Mrs. Kinder, por la mañana, y Mrs. Hart tres días por semana para limpiar los metales y cosas parecidas. ¿Tiene usted coche?

—Sí, y puede quedarse al aire libre si no hay donde meterlo. Está acostumbrado.

—Oh, hay muchos establos vacíos. No habrá ningún problema por ese lado. —Frunció el entrecejo por un momento—. Eyelesbarrow es un apellido poco frecuente. Unos amigos míos me hablaron de una tal Lucy Eyelesbarrow, ¿los Kennedy?

—Sí. Estuve con ellos en North Devon cuando Mrs. Kennedy tuvo un bebé.

Emma Crackenthorpe sonrió.

—Dijeron que nunca se habían encontrado tan a gusto como cuando usted se cuidaba de todo. Pero yo tenía entendido que sus servicios eran terriblemente caros. El salario que yo mencioné...

—Lo encuentro perfectamente adecuado. Lo que deseo es estar cerca de Brackhampton. Tengo una tía de avanzada edad y muy delicada de salud, y deseo poder estar lo más cerca posible de ella. Como usted comprenderá, en estas circunstancias, el salario queda en un segundo término. No puedo permitirme estar cruzada de brazos. Si pudiera estar segura de disponer de algún tiempo libre la mayor parte de los días...

—Oh, por supuesto. Todas las tardes, hasta las seis, si le parece bien.

—Me parece perfecto.

Miss Crackenthorpe vaciló un momento.

—Mi padre es anciano y a veces un poco difícil de tratar. Es muy riguroso con los gastos y, en algunas ocasiones, dice cosas que molestan a la gente. Yo no quisiera que...

Lucy la interrumpió con presteza.

—Estoy acostumbrada a tratar con toda clase de ancianos, y siempre me arreglo para llevarme bien con ellos.

Emma Crackenthorpe pareció aliviada.

"¡Disgustos con papá! —diagnosticó Lucy para sí misma—. Apostaría a que es un viejo dictador."

Se le asignó un espacioso y lóbrego dormitorio en el que una pequeña estufa eléctrica hacía lo que podía por calentar, y luego recorrió la casa: una mansión inmensa e incómoda. Al pasar por delante de una puerta del vestíbulo, una voz gritó:

—¿Eres tú, Emma? ¿Está ahí la chica nueva? Tráela aquí. Quiero verla.

Emma se sonrojó y dirigió a Lucy una mirada de disculpa.

Las dos mujeres entraron en la habitación. Estaba ricamente tapizada en terciopelo oscuro. Las estrechas ventanas dejaban entrar poca luz y se hallaba llena de muebles de caoba, de la época victoriana.

El anciano Crackenthorpe estaba tendido en una silla de ruedas y tenía a su lado un bastón con puño de plata.

Era un hombre alto y flaco, con cara de bulldog, barbilla prominente, pelo oscuro salpicado de gris y ojos pequeños de mirada suspicaz.

—Déjeme que la vea, señorita.

Lucy se adelantó sonriendo y con compostura.

—Hay una cosa que es mejor que tenga bien entendida desde el principio. El hecho de que vivamos en una casa grande no significa que seamos ricos. No somos ricos. Vivimos modestamente, ¿me ha oído? ¡Modestamente! De nada sirve venir aquí con un montón de ideas pomposas. El bacalao es tan bueno como el rodaballo. Y no lo olvide: yo no malgasto el dinero. Vivo aquí porque mi padre edificó la casa y a mí me gusta. Cuando yo me haya muerto, pueden venderla si quieren, y bien me figuro que querrán. Ya no hay ese orgullo de pertenecer a una estirpe, de conservar la propia identidad. Esta casa está bien construida, es sólida, y tenemos nuestras tierras. Esto nos mantiene apartados. Podría conseguir mucho dinero si vendiese los terrenos para edificar, pero jamás permitiré semejante cosa mientras viva. No me sacarán de aquí, como no sea con los pies por delante.

Dirigió a Lucy una mirada furiosa.

—Su casa es su castillo —dijo ella.

—¿Se burla de mí?

—Claro que no. Pienso que es muy bonito vivir en una verdadera residencia de campo, en medio de una ciudad.

—Exactamente. No verá usted ninguna otra casa desde aquí. Campos con vacas, y eso que estamos en el centro de Brackhampton. Se oye un poco el tráfico cuando el viento viene de aquel lado, pero, por lo demás, sigue siendo el campo.

Sin detenerse ni cambiar de tono, añadió, dirigiéndose a su hija:

—Telefonea a ese condenado estúpido de médico. Dile que su última medicina es una porquería que no sirve para nada.

Lucy y Emma se retiraron. Él gritó tras de ellas:

—¡Y no dejes que esa condenada mujer que siempre anda a la caza del polvo entre aquí! Ha desordenado todos mis libros.

—¿Hace mucho tiempo que está impedido Mr. Crackenthorpe? —preguntó Lucy.

—Oh, hace ya algunos años. Ésta es la cocina —contestó Emma de un modo un tanto evasivo.

La cocina era enorme. Había una inmensa cocina económica y con evidentes señales de abandono. A su lado había una cocina de gas.

Lucy preguntó por las horas de las comidas e inspeccionó la despensa. Luego le dijo animadamente a Emma Crackenthorpe:

—Bien, ya sé cuanto necesito saber. No se preocupe. Puede dejarlo todo en mis manos.

Aquella noche, al subir a acostarse, Emma dejó escapar un suspiro de alivio y pensó: "Los Kennedy tenían mucha razón. Es admirable".

A la mañana siguiente, Lucy se levantó a las seis. Arregló la casa, arregló las verduras, preparó y sirvió el desayuno. Hizo las camas con Mrs. Kidder y a las once se sentaron las dos en la cocina para tomar un té bien cargado y galletas. Ablandada por el hecho de que Lucy "no se daba grandes aires" y también por la fuerza y la dulzura del té, Mrs. Kidder se entregó al cotilleo. Era una mujer menuda y delgada, de mirada viva y labios fruncidos.

—Es un avaro de siete suelas. ¡Lo que ella tiene que aguantar! De todos modos, yo no diría que sea una mujer acobardada. Sabe ponerle firmes si es necesario. Cuando vienen los señores, ella cuida de que tengan una comida decente.

—¿Los señores?

—Sí. Es una familia numerosa. El mayor, Mr. Edmund, murió en la guerra. Después está Mr. Cedric que vive en alguna parte, en el extranjero. No está casado. Pinta cuadros en lugares lejanos. Mr. Harold trabaja en la City, y vive en Londres. Su mujer es la hija de un conde. Luego está Mr. Alfred. Es un hombre agradable y un poco la oveja negra. Se ha metido en apuros una o dos veces, y está el marido de miss Edith, Mr. Bryan, siempre tan buena persona. Ella murió hace algunos años pero él ha continuado unido a la familia. Y está Alexander, el niño de miss Edith. Está ahora en el colegio, pero siempre viene a pasar aquí parte de sus vacaciones. Miss Emma lo tiene muy mimado. Lucy digirió toda esta información mientras servía a su informadora más tazas de té. Por fin, Mrs. Kidder se puso en pie de mala gana.

—Parece que hemos hecho muchas cosas esta mañana —exclamó admirada—. ¿Quiere que la ayude con las patatas, querida?

—Ya están cocidas.

—Bueno. ¡Tiene usted las manos ligeras para despachar el trabajo! Creo que me marcharé porque parece que no queda nada más por hacer.

Mrs. Kidder se marchó, y Lucy, que tenía tiempo de sobras, se puso a fregar la mesa de la cocina, cosa que deseaba hacer, pero que no había hecho antes, porque no deseaba ofender a Mrs. Kidder, a quien correspondía esta tarea. Luego limpió la plata hasta dejarla deslumbrante. Preparó el almuerzo, recogió la mesa, limpió el servicio y, a las dos y media, quedó libre para empezar la exploración. Había dejado el servicio del té preparado en una bandeja, con sandwiches, pan y mantequilla, todo cubierto con una servilleta húmeda, para que no se resecase.

Primero dio un paseo por el huerto y el jardín. En el huerto sólo había unas cuantas verduras. Los invernaderos se hallaban en ruinas. Todos los senderos estaban cubiertos de maleza. Un único lindero, junto a la casa, aparecía libre de malas hierbas, y Lucy pensó que era obra de Emma. El jardinero era un hombre muy viejo y algo sordo, que hacía ver que trabajaba. Lucy charló amablemente con él. Vivía en una casita adyacente.

De los establos partía un camino vallado que atravesaba el parque y continuaba por debajo del puente del ferrocarril hasta otro pequeño camino trasero.

Cada pocos minutos pasaba un tren por el puente con ruido atronador. Lucy observó que reducían la marcha al tomar la pronunciada curva que rodeaba la propiedad de los Crackenthorpe. Pasó por debajo del puente y salió al sendero. Parecía poco transitado. A un lado estaba el terraplén del ferrocarril, al otro, una elevada pared que cerraba los terrenos ocupados por varias fábricas. Lucy siguió el sendero hasta salir a una calle de casas bajas. Oyó el rumor del tráfico en la carretera principal. Miró su reloj. De una casa cercana salió una mujer y Lucy la detuvo.

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