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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (12 page)

BOOK: En caída libre
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—¡Viene hacia aquí! ¡Nos va a estrujar!

—¡Sal de ahí! ¡Baja por la escalera! —gritó Tony, Pero en lugar de hacer lo que le decía Tony, se fue hacia atrás para recoger a Andy. Lo había puesto en el fondo del cubículo, lo más lejos posible del peligroso borde mientras ayudaba a Tony a empujar el bulto hacia adelante. La casilla se oscureció cuando la caja eclipsó la abertura. Tony apenas logró pasar hacia la escalera, mientras la caja entraba en la casilla.

—¡Claire! —gritó Tony. Golpeó inútilmente el costado de la enorme caja de plástico—. ¡Claire! ¡No! ¡No! ¡Estúpido robot! ¡Detente, detente!

Pero, obviamente, el robot no estaba preparado para captar la voz humana. Había un espacio de apenas unos centímetros a los costados y arriba de la caja. Claire retrocedió, tan aterrada que los gritos se le quedaron atragantados y sólo pudo emitir un leve quejido. Atrás, atrás. Sentía en la espalda la pared metálica del fondo. Se apoyó contra la pared todo lo que pudo. Estaba de pie sobre los brazos inferiores y sostenía a Andy con los superiores. El bebé había comenzado a lloriquear, lleno de miedo.

—¡Claire! —gritó Tony desde la escalera, con un tono de horror empañado por las lágrimas—. ¡ANDY!

El equipaje se comprimía junto a ellos. Pequeños crujidos surgieron de su interior. En el último momento, Claire cogió a Andy con los brazos inferiores, debajo de su torso, mientras luchaba con los superiores contra la caja, contra la gravedad. Tal vez su cuerpo serviría para salvarlo… Los brazos de la grúa robótica chirriaron por la sobrecarga…

Y comenzó a retirarse. Claire le pidió disculpas al bulto por todas las maldiciones que ella y Tony le habían soltado en las últimas horas. En su interior, ya nada estaría igual que antes, pero los había salvado.

La grúa robótica se sacudió. Los engranajes rechinaban sin cesar. La caja había quedado sobre el trinquete, que había perdido toda sincronización. Cuando la grúa se retiró, la caja cayó, como resultado de la gravedad y la fricción.

Claire miró, boquiabierta, cómo se movía y caía por la abertura. Se abalanzó hacia el borde. El ruido que hizo la caja cuando golpeó el hormigón sacudió todo el depósito. Luego, un eco aterrador, el ruido más fuerte que Claire había oído en toda su vida. La caja arrastró consigo la grúa, que quedó volcada sobre un costado, con las ruedas girando inútilmente en el aire. El poder de la gravedad era asombroso. La caja se partió en dos y el contenido se desparramó. Cientos de piezas metálicas redondas salieron del interior. Sonaron como una estampida de címbalos. Aproximadamente una docena rodaron por el corredor en todas direcciones, como si quisieran escapar. Se estrellaban contra las paredes del corredor y caían de lado. Los ecos retumbaron en el oído de Claire por un momento, en el aterrador silencio que vino después.

—¡Oh, Claire! —exclamó Tony en la casilla y los abrazó, a ella y a Andy, como si nunca más los fuera a soltar—. ¡Oh, Claire! —Se le quebró la voz, mientras rozaba su cabeza contra el cabello suave de Claire. Claire contempló, por encima de su hombro, el desastre que habían ocasionado allí abajo. El robot volcado había comenzado a hacer ruidos otra vez como si fuera un animal que sufría.

—Tony, creo que es mejor que nos vayamos di aquí —sugirió, con voz débil.

—Pensé que venías detrás de mí, por la escalera. Justo detrás de mí.

—Tenía que traer a Andy.

—Por supuesto. Tú lo salvaste, mientras que yo… me salvé a mí mismo. ¡Oh, Claire! No fue mi intención dejarte allí…

—Tampoco se me ocurrió que lo hicieras.

—Pero yo salté…

—Hubiera sido una estupidez no hacerlo. Mira, ¿podemos hablar de esto más tarde? De verdad, pienso que debemos salir de aquí.

—Sí, sí. Y… ¿el paquete? —Tony miró en la oscuridad de la casilla.

Claire creía que no tenían tiempo para ocuparse del paquete, pero… ¿hasta dónde podían llegar sin él? Ayudó a Tony a arrastrarlo hasta el borde, con una rapidez frenética.

—Si te sujetas allí detrás, mientras paso a la escalera, podremos bajarlo… —comenzó a decir Tony.

Claire lo empujó hasta el borde. Aterrizó sobre el desorden del suelo y rebotó en el hormigón.

—Creo que ya no es momento de preocuparse por los desperfectos. Vamos —dijo.

Tony tragó, asintió y se dirigió rápidamente hacia la escalera. Con un brazo libre ayudaba a sostener a Andy, a quien Claire tenía en sus brazos inferiores. Ya estaba de vuelta en el suelo, con esa locomoción lenta, frustrante. Claire ya empezaba a odiar el olor frío y polvoriento del hormigón.

Habían hecho unos pocos metros por el corredor cuando Claire oyó el ruido de los zapatos de un terrestre, que se movían rápidamente, con ciertas pausas inciertas, como si buscara una dirección. Una o dos hileras más allá. Los pasos pronto los encontrarían. Luego, un eco de los pasos… No, eran otras pisadas.

Lo que sucedió a continuación duró un instante, suspendido entre una respiración y la otra. Delante de ellos, un terrestre de uniforme gris apareció de un pasillo transversal, con un grito ininteligible. Tenía las piernas separadas para mantener el equilibrio y sostenía una pieza extraña en las manos, que mantenía a medio metro delante de su cara. Su rostro estaba tan pálido de miedo como el de Claire.

Delante de ella, Tony dejó caer el paquete y retrocedió con los brazos inferiores, mientras agitaba los superiores y gritaba:

—¡No!

El terrestre se estremeció. Tenía los ojos y la boca bien abiertos, por la impresión que le provocaban. Dos o tres destellos brillantes salieron de la pieza que tenía en las manos. A continuación se oyeron unos ruidos que retumbaron en todo el depósito. Luego el terrestre agitó las manos y el objeto salió volando por el aire. ¿Había funcionado mal o estaba en cortocircuito y lo había quemado o le había dado corriente? El color de su rostro pasó de blanco a verdoso.

Tony estaba gritando, tirado en el suelo, acurrucado como una pelota. Parecía agonizar.

—¿Tony? ¡Tony! —gritó Claire. Andy estaba aferrado a su cuerpo y gritaba de miedo. Sus quejidos se confundían con los de Tony en una cacofonía aterradora—. Tony, ¿qué sucede?

No vio la sangre en la camiseta, hasta que cayeron algunas gotas sobre el cemento. El bíceps del brazo inferior izquierdo, cuando se dio la vuelta para mirarla, era una masa destrozada, roja y púrpura.

—¡Tony!

El guardia de Seguridad de la compañía se abalanzó hacia ellos. Su expresión revelaba horror. Ahora tenía las manos vacías. Llevaba una radio portátil sujeta a su cinturón. Necesitó tres intentos para desprenderla.

—¡Nelson! ¡Nelson! —dijo en el receptor—. Nelson, por amor de Dios, llama a los médicos. ¡Pronto!

Son sólo
chicos
. Le acabo de disparar a un
chico
. —Le temblaba la voz—. Son sólo
chicos
deformes.

A Leo se le hizo un nudo en el estómago cuando vio las luces amarillas que se reflejaban en la pared del depósito. El escuadrón médico de la compañía. Sí, allí estaba el camión, con las luces intermitentes encendidas, en medio del amplio pasillo central. Las palabras agitadas del empleado que los fue a recibir a la lanzadera retumbaron en su cerebro… «…
encontrados en el almacén… hubo un accidente… herido…
». Leo aceleró su marcha.

—Con calma, Leo, me estoy mareando —se quejó Van Atta detrás de él—. No todo el mundo puede irse y volver a las fuerzas de gravedad como tú, sin ningún efecto…

—Han dicho que uno de los chicos estaba herido…

—¿Y qué puedes hacer tú que no puedan hacer los médicos? Yo, personalmente, voy a crucificar a ese idiota del equipo de Seguridad por esto…

—Nos veremos allí —contestó Leo por encima de su hombro y se alejó corriendo.

El pasillo 29 parecía una zona de guerra. Equipos destrozados, material desparramado por todas partes… Leo tropezó con un par de piezas redondas de metal y les dio una patada. Un par de médicos y un guardia de Seguridad estaban agachados sobre una camilla. Una bolsa de suero colgaba de un palo como una bandera.

Camiseta roja. Tony. Era a Tony al que habían herido. Claire estaba acurrucada en el suelo a unos metros, en el mismo pasillo. Estaba abrazada a Andy.

Las lágrimas le caían silenciosamente por el pálido rostro. En la camilla, Tony se retorcía y gemía con un ronco lloriqueo.

—¿No le pueden dar por lo menos algo que le calme el dolor? —preguntó el guardia de Seguridad al médico.

—No sé. —El médico estaba obviamente alterado—. No sé qué le han hecho a sus metabolismos. Un shock es un shock. Con el suero y la sinergina estoy seguro, pero con el resto…

—Comuníquense urgentemente con el doctor Warren Minchenko —les aconsejó Leo, mientras se arrodillaba junto a ellos—. Es el oficial a cargo del servicio médico en el Hábitat Cay y ahora está cumpliendo su mes de licencia aquí en la Tierra. Pídanle que los vea en su enfermería. Allí se ocupará del caso.

El guardia de Seguridad desenganchó inmediatamente su radio y comenzó a marcar los códigos.

—Oh, gracias a Dios —dijo el médico, mirando a Leo—. Al fin alguien sabe qué rayos les están haciendo. ¿Tiene idea de qué le puedo dar para el dolor, señor?

—Mmm… —Leo intentó recordar sus conocimientos de primeros auxilios—. La morfina irá bien, hasta que se comunique con el doctor Minchenko. Pero ajusten la dosis… Estos chicos pesan menos de lo que deberían. Creo que Tony pesa unos cuarenta y dos kilos.

La naturaleza peculiar de las heridas de Tony sorprendió a Leo. Se había imaginado una caída, huesos rotos, tal vez la columna vertebral o algún daño en el cráneo…

—¿Qué ha pasado?

—Una herida de bala —informó rápidamente el médico—. En la parte inferior izquierda del abdomen y… en el fémur… Bueno, en el miembro inferior izquierdo. Ésa es sólo una herida carnal, pero la del abdomen es grave.

—¡Herida de bala! —gritó sorprendido Leo al guardia, que se ruborizó—. ¿Ustedes…? Pensé que llevaban armas con perdigones… ¿Por qué, en el nombre de Dios?

—Cuando llegó esa maldita llamada del Hábitat, en la que nos prevenían sobre la huida de unos monstruos, pensé… pensé… No sé lo que pensé. —El guardia se miró las botas.

—¿No miró antes de disparar?

—Casi le disparo a la niña con el bebé —se estremeció el guardia—. Herí a este muchacho por accidente. Erré la puntería.

Van Atta apareció.

—Mierda. ¡Qué desorden! —Sus ojos se clavaron en el guardia de Seguridad—. Pensé que le había dicho que mantuviera todo esto tranquilo, Bannerji. ¿Qué ha hecho? ¿Hizo estallar una bomba?

—Le ha disparado a Tony —dijo Leo entre dientes.

—¡Idiota! Le dije que los capturara, no que los matara. ¿Qué diablos se supone que debo hacer para ocultar todo
esto
… —dijo mientras señalaba con el brazo el pasillo 29— debajo de la alfombra? Y de todas maneras, ¿qué diablos estaba haciendo con una pistola?

—Usted dijo… Yo pensé… —comenzó a explicar el guardia.

—Le juro que haré que lo despidan por esto. ¿Pensó que se trataba de un drama pasional? No sé quién es peor, si usted o el estúpido que lo contrató…

El rostro del guardia pasó de rojo a pálido.

—Usted, maldito hijo de puta, me asignó esto…

Era mejor que alguien calmara los ánimos, pensó Leo. Bannerji había retrocedido y guardado su arma no autorizada. Un hecho que aparentemente Van Atta no había percibido… La tentación de disparar al jefe del proyecto no debería llegar a ser demasiado abrumadora.

—Caballeros —intervino Leo—, ¿puedo sugerirles que sería mejor reservar los cargos y las defensas para una investigación formal, en la que todos estarán tranquilos y razonarán un poco más? Mientras tanto, ¿por qué no nos ocupamos de estos chicos heridos y atemorizados?

Bannerji se calló, sin comprender la injusticia. Van Atta manifestó su acuerdo y se contentó con una mirada a Bannerji, en la que le aseguraba al guardia un futuro negro en su carrera. Los dos médicos bajaron las ruedas de la camilla de Tony y la deslizaron por el pasillo, hacia la ambulancia. Claire extendió una de sus manos y la dejó caer, descorazonado.

El gesto llamó la atención de Van Atta. Presa de una furia contenida, descubrió algo en qué descargarla después de todo.

—¡Tú…! —se dirigió a Claire.

La muchacha se acurrucó aún más.

—¿Tienes alguna idea de lo que esta huida le va a costar al Proyecto Cay? De todos los irresponsables… ¿fuiste tú la que indujo a Tony a todo esto?

Ella negó con la cabeza y abrió los ojos.

—Por supuesto que sí. ¿O no es siempre así? El macho asoma la cabeza, la hembra se la corta… —continuó Van Atta.

—Oh, no…

—Y justo en este momento… ¿Intentabais arruinarme deliberadamente? ¿Cómo descubristeis que venía la vicepresidenta de Operaciones? ¿Pensasteis que iba a cubriros sólo porque ella estaba allí? Muy astutos, muy astutos… pero no lo suficiente.

A Leo, la cabeza, los ojos y lo oídos le vibraban con los latidos de la sangre.

—Basta, Bruce. Ya ha tenido suficiente por hoy.

—¿Esta hija de puta casi hace que maten a tu mejor alumno y quieres defenderla? Por favor, Leo.

—Está aterrorizada. Déjala ya.

—Es mejor que lo esté. Cuando la lleve de vuelta al Hábitat… —Van Atta caminó junto a Leo, asió a Claire por un brazo superior y le dio un tirón cruel y doloroso. Ella gritó y casi soltó a Andy. Van Atta la ignoró—. ¿Querías venir a la Tierra? Bueno, ahora es mejor que intentes caminar de vuelta a la nave.

Más tarde, Leo no podía recordar haberse abalanzado sobre Van Atta. Lo único que recordaba era la expresión de sorpresa del hombre.

—Bruce —gritó—, maldita basura.
¡Basta!

El derechazo a la mandíbula de Van Atta que acompañó esta exclamación fue sorprendentemente efectivo, considerando que era la primera vez en su vida que Leo golpeaba con furia a un hombre. Van Atta cayó de espaldas sobre el hormigón.

Leo se lanzó hacia adelante, como si estuviera disfrutando. Reacomodaría la anatomía de Van Atta de una manera tal que el doctor Cay nunca hubiera imaginado.

—Señor Graf —dijo el guardia de Seguridad, mientras lo tocaba dubitativo en el hombro.

—Está bien. Hace semanas que esperaba poder hacer esto. —Leo lo tranquilizó, mientras agarraba a Van Atta del cuello.

—No es eso, señor…

Leo oyó una nueva voz, cortante.

—Una fascinante técnica ejecutiva. Deberé tomar nota.

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