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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (4 page)

BOOK: En caída libre
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—No soy un buen lector —dijo Leo—. Sólo tengo el material de mi curso.

—La información técnica no me concierne. Con lo que hemos tenido problemas últimamente es con la ficción.

Leo levantó una ceja y sonrió.

—¿Pornografía? No sé si habría que preocuparse por eso. Cuando yo era niño, siempre nos pasábamos…

No, no, pornografía no. De todas maneras, no creo que los cuadrúmanos entiendan de qué se trata. Aquí la sexualidad es un tema abierto, parte de su capacitación social. Biología. Me preocupa mucho mas la ficción que esconde valores falsos o peligrosos detrás de colores atractivos o de historias partidistas.

Leo frunció el ceño, cada vez más sorprendido.

—¿Nunca les han enseñado historia a estos chicos? ¿Nunca les han permitido que leyeran cuentos…?

—Por supuesto que sí. Los cuadrúmanos están bien provistos de ambos. Sólo se trata de una cuestión de énfasis correcto. Por ejemplo, una típica historia para los planetarios, digamos sobre el asentamiento del Orient IV, en general, le dedica unas quince páginas al año de la Guerra de Hermanos, una curiosa aberración social. Y aproximadamente dos a los cien años de asentamiento y construcción del planeta. Nuestros textos dedican un párrafo a la guerra. Pero la construcción del túnel monocarril Witgow, con sus consiguientes beneficios económicos para ambos lados, cuenta con cinco páginas. En resumen, damos más énfasis a lo común que a lo raro, a la construcción que a la destrucción, a lo normal a expensas de lo anormal. De manera que los cuadrúmanos nunca puedan pensar que de ellos se espera lo anormal. Si desea leer los textos, pienso que comprenderá la idea rápidamente.

—Yo… Sí, pienso que sería mejor —murmuró Leo. El grado de censura que se le imponía a los cuadrúmanos, según la breve descripción de Yei, le irritaba. Pero, al mismo tiempo, la idea de un texto que dedicaba secciones completas a grandes trabajos de ingeniería le daban ganas de ponerse de pie y brindar. Reprimió su confusión detrás de una sonrisa—. En realidad, no he traído nada a bordo —dijo para calmarla.

La doctora le hizo recorrer los dormitorios y las habitaciones supervisadas de los cuadrúmanos más jóvenes.

Los más pequeños eran los que más asombraban a Leo. Parecía haber tantos… Tal vez le daba esa impresión porque se movían muy rápido. Había unos treinta chicos de unos cinco años que saltaban en el gimnasio de caída libre como si fueran pelotas de ping pong. Mientras tanto, la encargada de cuidarlos, una mujer a la que llamaban Mamá Nula, y dos cuadrúmanos adolescentes que le ayudaban los hacían salir de su clase de lectura. Pero entonces, ella dio unas palmadas y puso música y los niños representaron un juego, o una danza —Leo no estaba muy seguro—, mientras lo miraban de reojo y se sonreían. El juego consistía en crear una especie de icosaedro en el aire, como si fuera una pirámide humana, sólo que más compleja. Todos de la mano, cambiaban formaciones al ritmo de la música. Se oyeron unos gritos de desesperación cuando uno de los pequeños resbaló y echó a perder la formación del grupo. Cuando se alcanzaba la perfección, todo el mundo ganaba. Leo no podía evitar que el juego le gustara. Cuando observó que Leo se reía al ver cómo los cuadrúmanos se arremolinaban a su alrededor, la doctora Yei pareció irradiar felicidad.

Pero al finalizar el recorrido, lo estudió, con una sonrisa.

—Señor Graf, sigue estando preocupado. ¿Está seguro de no esconder ningún complejo de Frankenstein con todo esto? Está bien que lo admita ante mí. Por cierto, me gustaría que me hablara de eso.

—No se trata de eso —dijo Leo pausadamente—. Es sólo que… Bueno, en realidad, no puedo objetar nada a la manera en que intenta que aprendan a agruparse, dado que vivirán toda la vida en estaciones espaciales muy pobladas. Están muy bien disciplinados, para la edad que tienen. Eso también es bueno…

—Más bien vital para su supervivencia en un medio espacial.

—Sí… pero, ¿qué me dice de su autodefensa?

—Tendrá que explicarme a qué se refiere, señor Graf. ¿Defenderse de qué?

—Bueno, me da la impresión de que tuvo éxito en la educación de alrededor de mil fenómenos técnicos. Son niños agradables, pero, ¿no son un poco… afeminados? —Se estaba hundiendo cada vez más. La doctora había dejado de sonreír y ahora fruncía el ceño—. Quiero decir… parecen estar maduros para ser explotados por… por alguien. ¿Todo este experimento social fue idea suya? Parece ser el sueño femenino de una sociedad perfecta. Todos se comportan tan bien.

Leo se sintió incómodo al darse cuenta de que no había sabido expresarse bien, pero seguramente la doctora comprendería la validez…

Ella suspiró profundamente y bajó la voz. Tenía una sonrisa fija en la boca.

—Permítame que se lo explique claramente, señor Graf. Yo no inventé a los cuadrúmanos. Me asignaron aquí hace seis años. Son los especialistas de GalacTech los que piden una socialización máxima. Pero yo los heredé. Y me preocupo por ellos. No es su trabajo, ni su problema, entender su situación legal, pero a mí me preocupa en gran medida. Su seguridad reside en su socialización. Usted parece estar al margen de los prejuicios comunes contra los productos de la ingeniería genética!

Pero hay muchos que no lo están. Hay jurisdicciones planetarias donde este grado de manipulación genética de los seres humanos sería incluso ilegal. Dejemos que esa gente, tan sólo una vez, descubra que los cuadrúmanos son una amenaza y… —Cerró los labios para no seguir haciendo confidencias y volvió a su tono autoritario—. Déjeme que se lo explique así, señor Graf. El poder para aceptar o rechazar al personal instructor en el Proyecto Cay está en mis manos. El señor Van Atta puede haberlo llamado, pero yo puedo hacer que lo transfieran. Y lo haré sin dudar si usted no cumple con el discurso o el comportamiento que indican las normativas del departamento psíquico. Espero que quede claro.

—Sí, totalmente claro —dijo Leo.

—Lo siento —respondió sinceramente—. Pero hasta que haya pasado un tiempo en el Hábitat, debe abstenerse de hacer juicios prematuros.

Soy un ingeniero de pruebas, señora, pensó Leo. Mi trabajo consiste en hacer juicios todo el día
. Pero no dijo lo que pensaba en voz alta. Lograron alcanzar un tono de leve cordialidad.

El vídeo de entretenimiento se llamaba
Animales, Animales, Animales
. Silver volvió a pasar la secuencia de los «Gatos» por tercera vez.

—¿Otra vez? —dijo Claire, que también se encontraba en la sala de vídeo.

—Sólo una más —le rogó Silver. Abrió la boca ante la fascinación que le produjo ver aparecer el persa negro en la pantalla. Pero por respeto a Claire, bajó la música y la narración. La criatura estaba acurrucada, lamiendo leche de un recipiente. Estaba adherida al suelo, por el efecto de la gravedad terrestre. Las gotitas blancas que le caían de la lengua rosada volvían a caer en el recipiente, como si estuvieran magnetizadas.

—Me gustaría tener un gato. Parecen tan suaves…

Silver extendió la mano inferior derecha para acariciar la imagen de tamaño natural. No había ninguna sensación táctil. Solamente podía ver cómo la película coloreada le acariciaba la piel. Con la mano tocó al gato y suspiró.

—Mira, uno lo puede tener en sus brazos como a un bebé. —El vídeo mostraba ahora al dueño terrestre del gato que lo recogía en sus brazos. Los dos parecían presumidos.

—Bueno, tal vez te permitan tener un bebé pronto —dijo Claire.

—No es lo mismo —le contestó Silver. Sin embargo, no podía dejar de mirar con cierta envidia a Andy, que dormía acurrucado cerca de su madre—. Me pregunto si alguna vez tendré la oportunidad de descender del espacio.

—¿Para qué? —le preguntó Claire—. ¿A quién le gustaría? Parece tan incómodo. Y además peligroso.

—Los terrestres se las apañan. De todas maneras, todas las cosas interesantes parecen venir de los planetas. Y las personas interesantes, también, agregó con el pensamiento. Recordó su ex profesor, el señor Van Atta. También al señor Graf, a quien había conocido mientras cumplía su turno matutino en Hidroponía. Otro alguien con piernas que visitaba varios lugares y hacía que sucedieran cosas. Van Atta había dicho que había nacido en el viejo planeta Tierra.

De pronto, se oyó un golpe sordo en la puerta de la burbuja a prueba de ruidos. Silver la abrió con su control remoto. Siggy, con la camiseta y los shorts amarillos del personal de Mantenimiento de los Sistemas de Aire, asomó la cabeza.

—Todo arreglado, Silver.

—Muy bien. Pasa.

Siggy entró en la cámara. Ella volvió a cerrar la puerta. Siggy se dio la vuelta, sacó una herramienta de un bolsillo del cinturón y trabó el mecanismo de la puerta. Dejó todo de manera tal que, en caso de urgencia, cualquiera pudiera entrar. Como por ejemplo, que la doctora Yei golpeara la puerta y les preguntara qué estaban haciendo. Silver ya había sacado la cubierta trasera del aparato de holovisión. Siggy pasó junto a ella y conectó el distorsionador electrónico casero. Cualquiera que intentara monitorizar lo que ellos estaban mirando no obtendría más que estática.

—Es una gran idea —afirmó Siggy con entusiasmo.

Claire no parecía estar tan segura.

—¿Estás seguro que no nos meteremos en demasiados problemas si nos atrapan?

—No veo por qué —espetó Silver—. El señor Van Atta desconecta la alarma de humo en su recinto cuando decide fumar.

—Pensé que los planetarios no podían fumar a bordo —dijo Siggy, asombrado.

—El señor Van Atta dice que es un privilegio del rango —comentó Silver y entonces pensó:
Ojalá yo tuviera un rango

—¿Alguna vez te ha dado uno de sus cigarrillos? —preguntó Claire, con un tono de absoluta fascinación.

—Una vez —contestó Silver.

—Bueno —dijo Siggy, que sonreía de admiración—. ¿Cómo era?

Silver hizo un gesto de disgusto.

—Nada especial. Tenía un sabor desagradable. Me puso los ojos rojos. Por cierto. no llegué a entender el sentido. Tal vez los terrestres tienen alguna reacción bioquímica que nosotros no tenemos. Le pregunté al señor Van Atta, pero lo único que hizo fue reírse de lo que le había preguntado.

—Oh —dijo Siggy y concentró su interés en el dispositivo del holovídeo. Los tres cuadrúmanos se acomodaron alrededor. El silencio invadió la burbuja cuando comenzó la música y aparecieron las letras rojas delante de sus ojos:
El Prisionero de Zenda
.

La primera toma era una escena auténticamente detallada de una calle a comienzos de la civilización, antes de los viajes espaciales y hasta de la electricidad. Cuatro caballeros lustrosos, con sus respectivos arneses, acarreaban una caja sobre ruedas.

—¿No puedes conseguir algo más de la serie de
Ninja de las Estrellas Gemelas?
—protestó Siggy—. Ésta es otra de esas porquerías que te gustan. Quiero algo más realista, como esa escena de la persecución por el anillo del asteroide…

Sus manos se perseguían entre sí, al mismo tiempo que hacía ruidos nasales que indicaban la alta aceleración de las maquinarias.

—Cállate y mira todos esos animales —dijo Silver—. Tantos… y no es un zoológico. El lugar está apestado de animales.

—Apestado es la palabra correcta —rió Claire—. Piensa en que no usan pañales. Siggy olfateó.

—La Tierra debió de ser un lugar realmente desagradable para vivir, en aquella época. Es evidente por qué la gente tenía piernas. Necesitaban algo que la elevara de todo eso…

Silver apagó el vídeo con brusquedad.

—Si no podéis hablar de otra cosa —dijo, en tono de amenaza—, volveré a mi dormitorio. Con mi vídeo. Y vosotras podéis volver a estudiar
Técnicas de Limpieza y Mantenimiento para Áreas de Alimentos
.

—Perdón. —Siggy abrazó su propio cuerpo con todos sus brazos, en actitud sumisa, intentando parecer arrepentida.

—Bien. —Claire se abstuvo de hacer comentarios.

Silver volvió a conectar el vídeo y siguió mirando, absorta, en un silencio ininterrumpido. Cuando comenzaron las imágenes de trenes, incluso Siggy dejó de moverse.

Leo había comenzado bien su primera clase.

—Ahora bien. Aquí tenemos una sección típica de soldadura por haz de electrones —explicaba mientras manejaba los controles del holovídeo. Una imagen fantasma de un azul brillante, el registro de inspección del objeto original de rayos X generado por el ordenador, tomó cuerpo en el centro de la habitación—. Separaos un poco, chicos, para que todos podáis ver bien.

Los cuadrúmanos se acomodaron alrededor del dispositivo. Formaron un círculo atento en el cual todos extendían las manos para ayudar a sus vecinos a lograr una posición de suspenso en el aire que fuera tolerable. La doctora Yei estaba sentada —si es que se podía llamar así— en el fondo, sin molestar a nadie. Estaría inspeccionando su pureza política, supuso Leo, aunque no le importaba. No tenía intención de cambiar ni una coma de su curso debido a su presencia.

Leo hizo girar la imagen, de manera que cada estudiante pudiera verla desde todos los ángulos.

—Ahora, ampliemos esta parte. Podéis ver la sección en forma de V a causa del rayo de alta densidad y energía, ya familiar de vuestros cursos básicos de soldadura, ¿no es verdad? Fijaos en esas pequeñas porosidades redondas aquí… —Una nueva ampliación—. ¿Diríais que esta soldadura es defectuosa o no? —Casi añadió
levantad la mano
, antes de darse cuenta de lo ininteligible de la orden. Algunos estudiantes de camiseta roja resolvieron su dilema al cruzar sus brazos superiores sobré el pecho. Leo señaló a Tony.

—Son burbujas de gas, ¿verdad, señor? Debe de ser defectuosa.

Leo agradeció su participación.

—Son, es cierto, porosidades gaseosas. Sin embargo, lo curioso es que al contabilizarlas por ordenador, no aparecen como defectuosas. Llevemos el radio de visión del ordenador hasta ahí abajo y observemos la lectura digital. Como veis —los números parpadeaban en una esquina del dispositivo mientras el corte transversal se desplazaba vertiginosamente—, en ningún punto aparecen más de dos porosidades en un corte transversal y en todos los puntos, los huecos ocupan menos del cinco por ciento del corte. Además, las cavidades esféricas como éstas son las que menos perjudican las formas potenciales de discontinuidades y las que tienen menos probabilidad de propagar rupturas en el servicio. Un defecto que no es crítico se llama
discontinuidad
.

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