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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (2 page)

BOOK: En caída libre
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—Eh… —tartamudeó Leo—, eh…, Tony… ¿qué?

—Oh, Tony es sólo mi sobrenombre, señor. Mi designación completa es TY-776-424-XG.

—Yo… bueno, supongo que te llamaré Tony —murmuró Leo, cada vez más sorprendido. Van Atta, casi sin poder evitarlo, parecía disfrutar enormemente con la incomodidad de Leo.

—Todo el mundo me llama así —corroboró el joven.

—Ve a buscar el equipaje del señor Graf, por favor, Tony —dijo Van Atta—. Venga, Leo. Le mostraré su habitación y luego le enseñaré las instalaciones.

Siguió a su guía flotante por un corredor señalizado. No dejaba de mirar hacia atrás, sobre su hombro, con renovado asombro, mientras Tony se lanzaba con movimientos precisos por la cámara y desaparecía por la escotilla de ésta.

—Es… —Leo tartamudeó—, es el defecto congénito más extraordinario que he visto en toda mi vida. Fue realmente una maravilla que a alguien se le ocurriera encontrarle un trabajo en caída libre. Allá abajo sería un lisiado.

—Defecto congénito. —La sonrisa de Van Atta se confundía en una mueca—. Sí, es una manera de llamarlo. Ojalá hubiera podido ver la expresión de su cara cuando apareció delante suyo. Le felicito por su autocontrol. Yo casi vomito cuando vi uno por primera vez. Y eso que estaba preparado. Pero uno se acostumbra a los pequeños chimpancés bastante rápido.

—¿Hay más de uno?

Van Atta abrió y cerró sus manos, como si estuviera contando.

—Y hasta mil. La primera generación de los nuevos superobreros de GalacTech. El nombre del juego, Leo, es bioingeniería. Y tengo la intención de ganar.

Tony, que sujetaba la maleta de Leo con su mano inferior derecha, pasó entre éste y Van Atta por el corredor cilíndrico y se detuvo frente a ellos. Dio tres golpecitos sordos en los pasamanos.

—Señor Van Atta, ¿puedo presentarle a alguien al señor Graf camino al Ala de los Visitantes? No nos desviaremos mucho… Hidroponía.

Van Atta frunció los labios, pero luego sonrió amablemente.

—¿Por qué no? De todas formas, Hidroponía está en el itinerario de esta tarde.

—Gracias, señor —exclamó Tony con entusiasmo, y se apresuró a abrir la cerradura de seguridad frente a ellos, al extremo del corredor. Y la cerró, una vez que estuvieron del otro lado.

Leo se concentró en lo que había a su alrededor, como una alternativa menos grosera para poder estudiar furtivamente al muchacho. El Hábitat, por cierto, tenía una construcción poco costosa. En general, las unidades eran prefabricadas y combinadas de diversas maneras. No había un diseño estéticamente elegante. Un cierto aspecto accidental indicaba un patrón de crecimiento orgánico desde el comienzo del Hábitat. Las unidades estaban emplazadas aquí y allá para cubrir nuevas necesidades. Pero esta misma característica agregaba ventajas de seguridad que Leo aprobaba, como por ejemplo, el hecho de que los sistemas de cierre aéreos fueran intercambiables.

Pasaron por las alas de los dormitorios, las áreas de preparación de los alimentos y los comedores, un taller para reparaciones menores… Leo se detuvo para contemplar el tamaño y luego tuvo que acelerar la marcha para alcanzar a su guía. A diferencia de la mayoría de los espacios habitados en caída libre en los que Leo había trabajado, aquí no se hacía ningún esfuerzo para mantener una verticalidad arbitraria que tranquilizara la psicología visual de los residentes. La mayoría de las cámaras tenían un diseño cilíndrico. Los espacios de trabajo y de almacenamiento estaban contra las paredes y quedaba el centro libre de obstrucción para el paso de… Bueno, resultaba difícil llamarlos peatones.

Durante el recorrido, se cruzaron con varios de los… de las personas de cuatro manos, el nuevo modelo de obreros, los parientes de Tony o como quisiera uno llamarlos. Se preguntó si tendrían una designación oficial. Los miraba con disimulo, pero dejaba de hacerlo cuando uno de ellos lo miraba a él, algo que pasaba bastante a menudo. Lo miraban abiertamente y cuchicheaban entre sí.

Se dio cuenta de por qué Van Atta los llamaba chimpancés. Tenían caderas angostas y carecían de músculos motores desarrollados en los glúteos, como la gente con piernas. El par de brazos inferior tendía a ser más muscular que el superior, tanto en los hombres como en las mujeres y, por lo tanto, daban la falsa apariencia de ser más cortos que los superiores.

La mayoría llevaba la camiseta y los pantalones cortos, cómodos y prácticos, que usaba Tony. Evidentemente, los diferenciaba el color. Leo había visto pasar un grupo de amarillo que se desplazaba alrededor de un humano normal con uniforme de GalacTech, que tenía una pieza de bombeo medio abierta y les explicaba su función y su reparación. Leo pensó en una bandada de canarios, de ardillas voladoras, de monos, de arañas, de lagartos ágiles y despiertos, del tipo de los que se suben a las paredes.

Le daban ganas de gritar, casi de llorar. Y no era por los brazos o por las manos veloces. Justo cuando había llegado a Hidroponía, llegó a analizar el porqué de su intenso malestar. Se dio cuenta de que eran sus rostros lo que tanto le impresionaba. Tenían cara de niños…

Se abrió una puerta con un cartel que decía «Hidroponía D» y Leo pudo ver una antecámara y una gran cámara aireada que tendría unos quince metros de largo. Unas ventanas con filtros del lado del sol y una serie de espejos del lado oscuro llenaban de luz la habitación, donde también había muchas plantas verdes que crecían en unos tubos de cultivo. El aire olía a productos químicos y a vegetación.

Un par de las jóvenes de cuatro brazos, las dos de azul, trabajaba en la antecámara. Había un tubo de cultivo de unos tres metros de largo y las muchachas flotaban a su alrededor, trasplantando pequeños brotes de una caja de germinación a una serie de agujeros dispuestos en espiral a lo largo del tubo. Una planta por agujero. Las fijaban en su lugar con un sellador flexible alrededor de cada tallo tierno. Las raíces crecían hacia dentro y se convertían en una mata embrollada que absorbía la humedad hidropónica nutritiva que subía por el tubo. Las hojas y los tallos saldrían a la luz y, a la larga, darían el fruto que dispondría su destino genético. En este lugar, esos frutos probablemente serían manzanas con antenas, pensó Leo en medio de su histeria, o patatas que te guiñaban un ojo al pasar.

La muchacha de cabello oscuro se detuvo para acomodar un bulto debajo del brazo… La mente de Leo quedó completamente paralizada. El bulto era un bebé.

Un bebé vivo. Por supuesto que estaba vivo. ¿Qué otra cosa se podría esperar? En su interior, Leo se estremeció. Se asomó detrás del torso de su… ¿madre?… para espiar furtivamente a «Leo, el extraño» y se aferró con las cuatro manos a uno de los pechos de la muchacha, como si temiera la competencia. Dio un grito agresivo.

—¡Ay! —La muchacha de cabello oscuro se rió y con una de las manos inferiores soltó los dedos regordetes del bebé, sin dejar de poner el sellador alrededor del tallo con sus manos superiores. Terminó con un chorro de fijador de un tubo que estaba a su lado, fuera del alcance de la criatura.

La muchacha era delgada y parecía un duende. Para los ojos desacostumbrados de Leo, maravillosamente extraña. El cabello corto y fino, le enmarcaba el rostro y caía cubriéndole la nuca. Era tan espeso que a Leo le recordaba la piel de un gato: uno podía tocarlo y sentir su suavidad.

La otra muchacha era rubia y no tenía ningún bebé. Fue la primera que levantó la vista y sonrió.

—Compañía, Claire.

El rostro de la muchacha de cabello oscuro se iluminó de felicidad. Leo se estremeció ante el calor de su mirada.

—¡Tony! —gritó con alegría. Leo descubrió entonces que solamente había recibido una dosis accidental de ese rayo de felicidad, cuando ella pasó junto a él, hacia su verdadero objetivo.

El bebé soltó tres manos y las sacudió fervientemente en el aire.

—¡Ah, ah, ah! —La muchacha se dio la vuelta para saludar a los visitantes—. ¡Ah, ah, ah! —repitió el bebé.

—Bueno, está bien —se sonrió—. Quieres ir a los brazos de papá, ¿no? —La muchacha desenganchó la correa que sujetaba al bebé a su cinturón y lo extendió en sus brazos.

—¿Quieres volar a brazos de papá, Andy? ¿Quieres ir a brazos de papá?

El bebé mostraba entusiasmo ante la propuesta: sacudía las cuatro manos y gritaba con excitación. La madre lo lanzó hacia Tony con mucha más velocidad de la que le hubiera dado Leo. Tony, feliz, lo agarró… Con habilidad, pensó Leo.

—¿A brazos de mamá? —preguntó Tony a su vez—. Ah, ah —respondió el bebé y Tony lo lanzó por el aire, extendiendo sus brazos, y lo hizo girar como si fuera una rueda. El bebé encogió los brazos. Empezó a girar cada vez más rápido y se reía por el éxito de su esfuerzo. Conservación del momento angular, pensó Leo. Naturalmente…

Claire arrojó al bebé a los brazos de su padre una vez más. Resultaba un disparate pensar que ese muchacho rubio podía ser el padre de alguien —y se detuvo frente a Tony, que automáticamente le ofreció su mano—. El hecho de que siguieran cogidos de la mano era claramente algo más que una actitud de enamorados.

—Claire, te presento al señor Graf —dijo Tony. Más que presentarlo, lo estaba exhibiendo, como un premio—. Él será mi profesor de técnicas avanzadas de soldadura. Señor Graf, le presento a Claire y éste es nuestro hijo Andy.

Andy estaba trepando a la cabeza de su padre. Con una mano le agarraba el cabello rubio y con la otra le tocaba la oreja, mientras miraba de reojo a Leo. Tony, con suavidad, rescató la oreja y puso la mano del bebé sobre su camiseta roja.

—Claire fue elegida para ser nuestra primera madre natural —continuó Tony, orgulloso.

—Yo y otras cuatro chicas —le corrigió Claire con modestia.

—También trabajaba en Soldadura y Ensamble pero ya no puede hacer trabajos externos —explicó Tony—. Ha estado en Trabajos Domésticos, en Tecnología de la Nutrición y en Hidroponía desde que nació Andy.

—La doctora Yei dijo que yo era un experimento muy importante para determinar qué tipos de productividad eran los menos comprometidos durante el tiempo que cuidaba a Andy —explicó Claire—. De alguna manera, echo de menos no poder estar fuera. Era emocionante, pero esto también me gusta. Hay más variedad.

¿GalacTech reinventa el Trabajo Femenino?, pensó Leo, sorprendido. ¿Estaremos a punto de poner un grupo de Investigación y Desarrollo para trabajar también con aplicaciones del fuego? Pero… claro, era un experimento… Afortunadamente, su rostro no reflejó sus pensamientos.

—Encantado de conocerla, Claire —dijo con seriedad.

Claire dio un codazo a Tony y le hizo un gesto con la cabeza señalando a su compañera rubia, que ya se había acercado para unirse al grupo.

—Oh… y ella es Silver —continuó Tony—. Trabaja en Hidroponía la mayor parte del tiempo.

Silver asintió. Tenía el cabello bastante corto y con ondas de color platino. Leo pensó que tal vez por eso la apodaban así. Tenía el tipo de huesos faciales fuertes, que son angulosos y hasta desgarbados a los trece años, pero que se vuelven tremendamente elegantes a los treinta y cinco. Ahora estaban a mitad de camino en esa transición. Sus ojos azules eran más fríos y menos tímidos que los de Claire, ahora distraída por una nueva demanda de Andy. Claire recogió al bebé y volvió a ajustar su faja de seguridad.

—Buenas tardes, señor Van Atta —dijo Silver.

Hizo una pirueta en el aire. Los ojos parecían pedir a gritos que se fijaran en ella. Leo percibió que tenía las veinte uñas de las manos pintadas de color rosado.

La contestación de Van Atta fue reservada y presumida.

—Buenas tardes, Silver. ¿Cómo va?

—Tenemos otro tubo para plantar después de éste. Terminaremos antes del cambio de turnos —le comunicó Silver.

—Bien, bien —dijo Van Atta jovialmente—. Ah, por favor, no olvides ponerte a la derecha cuando hables con un terrestre, cielo.

Silver cambió de lugar a la indicación de Van Atta. Como la habitación estaba dispuesta radialmente, a la derecha era una simple apreciación céntrica del hombre, pensó Leo.

¿Dónde lo había visto antes?

—Bueno, continuad, chicas.

Van Atta salió de la habitación seguido de Leo. Tony venía detrás de ellos, sin dejar de mirar hacia atrás sobre su hombro.

Andy se había vuelto a concentrar en su madre. Con las manos pequeñitas intentaba abrirle la camiseta que empezaba a mancharse como acto reflejo. Aparentemente, la compañía había decidido no alterar esa parte de la biología antigua. Los dispensadores de leche estaban idealmente preadaptados a la vida en caída libre, después de todo. Había oído que incluso los pañales habían tenido una historia heroica en los primeros viajes espaciales.

Dejó de pensar en esas cosas y siguió caminando detrás de Van Atta, silencioso y pensativo. Había decidido no seguir sacando conclusiones. Intentaba tranquilizarse, no paralizarse. Mientras tanto, una boca cerrada no podía impedir la recepción de información.

Se detuvieron ante la oficina de Van Atta en el Hábitat. Apenas entraron, aquel encendió las luces y la circulación de aire. La oficina olía a cerrado, y Leo supuso que no se utilizaba muy a menudo. El ejecutivo probablemente pasaba la mayor parte del tiempo abajo, en un lugar más cómodo. Un amplio mirador ofrecía una vista espectacular de Rodeo.

—Ascendí un poco en el mundo desde que nos vimos por última vez —dijo Van Atta, mirándole a los ojos. La atmósfera superior en el borde de Rodeo estaba produciendo magníficos efectos luminosos con bellos prismas de luz desde su ángulo de observación—. En muchos sentidos. No me importa devolver el favor. Creo que el hombre que asciende tiene la obligación de recordar cómo llegó allí. Nobleza obliga y todo eso. Van Atta enarcó las cejas, como si invitara a Leo a plegarse a esa satisfacción personal.

Tenía que recordarlo. Y bien. Su memoria seguía en blanco y la situación era cada vez más incómoda. Sonrió y aprovechó la pausa mientras Van Atta activaba la consola de su escritorio para darse la vuelta y observar la habitación, examinando su contenido, como hace la gente educada cuando espera a alguien, Había una pequeña placa en la pared con una leyenda que le llamó la atención y le provocó risa:
«Al sexto día, Dios vio que no podía hacer todo, entonces creó a los INGENIEROS»
.

—A mí también me gusta —comentó Van Atta, que había levantado la vista para ver qué era lo que le había causado gracia a Leo—. Me lo regaló mi exmujer. Fue una de las pocas cosas que esa perra ambiciosa no se llevó cuando nos separamos.

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