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Authors: Marcus Sedgwick

Tags: #Infantil y juvenil

Espectros y experimentos (11 page)

BOOK: Espectros y experimentos
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Me dedicó una tenue sonrisa y sacó la libreta y el bolígrafo de la cartera. Intentó sujetar la linterna bajo el mentón mientras sostenía la libreta con la mano izquierda y el bolígrafo con la derecha, pero lo más difícil era iluminar la página y no a cualquier otro lado.

Forcejeó un rato y la linterna se le acabó escurriendo. Consiguió agarrarla antes de que se estrellara contra el suelo, pero entonces se le cayó la libreta y también el bolígrafo, que rodó por la oscuridad y desapareció.

—¡Fastidio! —dijo.

Se irguió otra vez y yo ahuequé mis plumas.

Miramos las tres puertas de nuevo.

Solsticio optó por la más cercana y puso la mano en el pomo. Nada más tocarla, la puerta entera se desintegró y Solsticio se quedó con el pomo de latón en la mano y un montón de polvillo a sus pies. La madera debía de llevar cien años podrida y solo estaba esperando un ligero soplo para venirse abajo.

—Grito —dijo.

Por el hueco de la puerta vimos un dormitorio de aspecto espeluznante. En el centro había una cama antigua, pero equipada del todo. Incluso tenía la esquina de la colcha doblada, como si alguien fuera a acostarse en cualquier momento.

—Edgar —cuchicheó—, ¿crees que es aquí donde duerme el fantasma?

Yo no estaba seguro. De repente nos dábamos cuenta de lo poco que sabíamos sobre lo que estábamos haciendo, pero a ella ya nada iba a detenerla ahora que se había lanzado.

Enfocó con la linterna uno de los cuadros de la pared y, apartando las telarañas, leyó la placa que había en el marco.


LORD ARTHUR BERBITUDE DE LA FACHADA OTRAMANO, DECAPITADO EN UN EXTRAÑO ACCIDENTE MIENTRAS EMPAPELABA LAS PAREDES
. ¡Grito! Pobre hombre… Edgar, a lo mejor es el fantasma que vio Silvestre. ¡Decapitado!

Seguimos adelante, de una habitación a otra, y cada vez era todo más oscuro y polvoriento. El suelo crujía de un modo escalofriante bajo los pies de Solsticio. Yo habría podido echar a volar y ponerme a salvo en caso de peligro, pero no me hacía gracia la idea de quedarme aleteando en la oscuridad mientras ella se precipitaba por el agujero a un abismo insondable.

Continuamos avanzando y avanzando, y te aseguro que daba un canguelo de cuidado.

Habría deseado no tener tanta imaginación. ¿Eran telarañas lo que nos hacía cosquillas?, ¿o dedos espectrales? ¿Eran las tablas del suelo las que crujían, o los huesos de un viejo esqueleto? Más de una vez creí oír los gemidos espantosos de algún espíritu torturado. ¿O se trataba del viento simplemente, como nos habría hecho creer Lord Pantalín?

Pero a medida que pasaba el tiempo tuvimos que reconocer que lo único fantasmal que habíamos encontrado había sido una familia de arañas alojada en el cajón de un armario.

Yo notaba un ruido familiar en mi emplumada barriga, y empecé a preguntarme cuánto llevábamos explorando.

Supongo que lo mismo debió de pasarle a Solsticio, porque escogió precisamente aquel momento para sacar la comida. Un sándwich para ella, un roedor seco para mí.

Masticamos en silencio, sumidos en nuestros pensamientos.

—Edgar —dijo Solsticio—. Me parece que será mejor que apague la linterna mientras comemos. ¿De acuerdo?

Yo no estaba nada de acuerdo, pero lo hizo igualmente.

—Se me ha olvidado traer unas pilas de repuesto —dijo con un hilo de voz. La oí tragar saliva—. Imagínate. Podría haber un «ya sabes qué» aquí mismo en la oscuridad, y nosotros ni siquiera nos enteraríamos.

Se me pasó por la cabeza preguntarle de qué nos servía ese comentario en las presentes circunstancias, pero me concentré en la pitanza y seguí deglutiendo el ratón a trocitos.

Cuando volvió a encender la linterna nos dimos cuenta de que la luz era no como al principio, aunque tampoco entonces había sido muy intensa, la verdad.

—Quizá —murmuró Solsticio— ya hemos buscado bastante por hoy, ¿no crees, Edgar?

Solté un graznido. El eco que se propagó por los muros macizos del Ala Sur nos vino a decir que sí, que ya era suficiente.

Así que empezamos a desandar el camino, y me parece que fue entonces cuando nos dimos cuenta de que no recordábamos del todo por dónde habíamos venido. No por primera vez, me dio la sensación de que el castillo se había puesto en plan tramposo y nos había extraviado. Adrede.

Solsticio tuvo la brillante idea de seguir sus propias pisadas, que se marcaban con claridad en la capa de polvo del entarimado y no costaba distinguirlas a la luz de la linterna.

Y fue entonces cuando la linterna se apagó.

Una página del libro

de contabilidad del

castillo. Gastos: cuatro

doncellas, dos lacayos,

un cristal nuevo para

el techo de la Rotonda,

ratones secos, cagarrutas

de mono, aceite para

engrasar las máquinas

de Pantalín. Ingresos:

ninguno.

N
o quiero extenderme mucho sobre el resto del tiempo que pasamos en el Ala Sur. Como ya habrás adivinado, yo me enorgullezco de mi papel de auténtico guardián del castillo de Otramano. Me gusta verme como el valiente y noble protector de todos sus moradores; bueno de todos menos de Colegui, claro. Pero no te voy a engañar: en aquellos pasadizos oscuros y pestilentes me sentía absolutamente aterrorizado.

Aún no sé con exactitud cómo logramos salir de allí. Lo que nos salvó fue mi aguzada visión de cuervo, que me permite ver en una oscuridad casi total. Cuando se apagó la linterna, se activó mi visión nocturna y conseguí ver un poquito en medio de las tinieblas. Me adelanté revoloteando de una estancia a otra, llamando a Solsticio todo el rato para que supiera dónde estaba. Ella me seguía y me llamaba a su vez con angustia.

—¿Edgar? ¿Estás ahí, Edgar?

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