Falsas ilusiones (12 page)

Rato después, saciados y somnolientos, se enroscaban el uno en el otro como siameses incapaces de separarse. Diana notaba entre sus piernas aquel líquido caliente y pegajoso que Fernando había vertido en su interior, provocándole una última y fabulosa explosión de placer. Apurada, no sabía si levantarse y abandonar por un momento el cálido nido de sus brazos, y correr al baño para asearse.

—Debería ir... —No terminó la frase, Fernando la apretó más contra su cuerpo, negando con la cabeza, mientras murmuraba algo sobre dejar germinar la semilla.

—Descansa ahora. Dentro de nueve meses habrá un pequeño Novoa que no te dejará hacerlo.

—Puede ser una pequeña.

—¿Otra Diana? No sé si podría lidiar con dos iguales.

Ella rió a su pesar, acariciando el rostro de su esposo, de mejillas ásperas por la incipiente barba.

—Ya sabes que no soy la persona más dulce ni la más cariñosa. No me pasaré el día diciéndote palabras de amor, pero tampoco te voy a pedir que tú lo hagas. —Diana tragó saliva, tratando de ordenar sus ideas y dejar salir lo que en aquel momento requería su corazón—. Si aún tienes aquella ridícula libreta, es hora de que la saques y comencemos a cubrir la columna de la derecha. —Buscó las palabras para decirle cuánto había llegado a apreciar su buen carácter, su honestidad, su sinceridad y su ternura, pero sólo encontró una forma de decírselo—. Te quiero, Fernando, te lo digo ahora por las veces que me olvidaré de decírtelo en adelante. Me has hecho muy feliz al convertirme en tu esposa.

—Lo sé —contestó él con una sonrisa lasciva, mientras una mano se deslizaba posesiva por sus nalgas. Diana ahogó un grito de sorpresa que se mezcló con una carcajada—. Te quiero, Diana, y no me importa si quieres oírlo a diario o no, te lo diré todas las veces que haga falta hasta convencerte.

—No sé si lo conseguirás —trató ella de seguirle la broma, pero los dos sabían que ése había sido siempre el problema de fondo. Diana nunca se había sentido segura del amor de nadie, y ahora aún le quedaba un largo camino por recorrer hasta convencerse de que en verdad se había ganado el corazón de su esposo.

—Nunca dejaré de intentarlo —prometió Fernando, besando de nuevo su boca húmeda y jugosa, estrechándola contra su cuerpo hasta que sus respiraciones parecieron una sola.

Un pequeño Novoa, había dicho. Una hora antes, Diana había decidido pedir la anulación de su matrimonio, convencida de que era lo más generoso que podía hacer por Fernando. Ahora, hacían planes de futuro y hablaban de los hijos que tendrían. Ninguno de los dos se explicaba cómo habían llegado a aquella situación, pero, en aquel momento, ambos pensaban que algo bueno debían de haber hecho en su vida para merecer tal recompensa.

FIN

Teresa Cameselle nació en Mugardos (La Coruña) en 1968. Como escritora ha publicado varios relatos en libros conjuntos con otros autores y también en La Voz de Galicia. Ha sido finalista en el premio Acumán de relato breve y en julio de 2007 fue finalista del premio de novela de La Voz de Galicia. La Hija del Cónsul, publicado por la editorial Talismán, es su primera novela romántica publicada.

Teresa dice de sí misma: “Mi mayor afición es la lectura, seguida del cine, viajar... Como leo de todo, sin orden ni concierto, he acabado escribiendo también de todo. Tengo desde dulces cuentos infantiles, pasando por relatos breves no muy felices, algunos publicados en libros conjuntos con otros autores, una novela corta agridulce que resultó finalista en el premio de novela por entregas de La Voz de Galicia de 2007, y, en preparación, hasta una novela fantástica juvenil.

Pero donde he volcado todas mis fantasías, mis sueños y mi energía, es en “La hija del Cónsul”. Creo que la mayoría de los que empezamos a escribir lo hacemos para nosotros, para poner en el papel esa novela que aún no hemos encontrado y que es la que de verdad nos gustaría leer; pues bien, eso es lo que he intentado hacer yo con esta historia. Ahora solo me queda esperar que los lectores me den el mayor premio que existe, que sería descubrir que han disfrutado tanto de su lectura como yo lo hice escribiéndola”

 

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13 de junio de 2012

[1] «Apura, niña, ve a calentar agua para el señorito, pon el caldero grande que luego te ayudo yo a llevarlo», en gallego.

[2] «Ve al patio y recoge el traje del señorito, no vaya a ser que aún se nos ponga a llover», en gallego.

[3] «Sardinillas guisadas», en gallego.

[4] «El día de su boda, con su vestido de seda negro —por entonces las novias coruñesas no iban de blanco—, su mantilla de blonda y su ramito de azahar prendido en el pecho...», de la biografía
Emilia Pardo Bazán. La luz en la batalla
, de Eva Acosta.