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Authors: Alfredo de Hoces García-Galán

Fuckowski - Memorias de un ingeniero (10 page)

BOOK: Fuckowski - Memorias de un ingeniero
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11. Bailando con ratas

Parte 1

Mi cuerpo y mi mente estaban encerrados en mi cubículo documentando una arquitectura Java que había creado, en ratos perdidos entre parche y parche, para intentar no perder más ratos parcheando. Mi espíritu lloraba por salir de allí, e ir hacia el este a contemplar los anillos de humo entre los árboles.

And it makes me wonder...

Pero siempre que me ponía
Stairway to heaven
en el mp3 había algún indeseable deseando joderme la parte del solo. Esta vez fue Roberto, la rata. Me golpeó en el hombro, me giré, y me encontré con su plástica sonrisa autosuficiente. Me quité los auriculares.

—¡Fuckowski! ¡Que te está sonando el teléfono!

—Eh... gracias.

Cogí la llamada. Era la secretaria, para informarme de que mi mentor (ese individuo cuyo trabajo consistía en pintar la mierda de rosa) quería hablar conmigo.

—Vale, subo en cinco minutos.

Colgué. La rata me habló:

—¿Vas a
erre hache
? —le gustaba hablar con siglas. Así si alguien le preguntaba qué era
erre hache
, podía darse el gusto de gritarle ¡Pues Recursos Humanos, hombre! y reír a carcajadas y alimentar un poco sus delirios de superioridad intelectual. En realidad el concepto no importaba, sólo saberse las siglas. Él pensaba que inteligencia y memoria eran lo mismo.

Como todos los tontos.

Si tenías que hacer un juicio rápido sobre alguien con quien ibas a tener que trabajar, podías aplicar una sencilla regla: a más siglas, más incompetente.

—Sí, en cuanto suba esto al servidor —le dije.

—Vale, voy contigo.

Yo le llamaba la rata por dos razones. Una, por su nariz respingona y esos dos dientes de roedor sobresaliendo de su insufrible sonrisa. La otra, por su actitud. Era de esos que, en el retorcido laberinto de la sociedad de consumo, vivían tan a gusto en algún agujero infecto que decoraban con pedacitos de sus propios excrementos, y cada día a la misma hora salían a buscar desperdicios, los clasificaban y ordenaban meticulosamente, y los atesoraban en sus oscuras madrigueras.

Había muchas personas rata. A la mínima oportunidad aprovechaban para contarte con todo detalle cómo ellos siempre eran los primeros en encontrar desperdicios, cómo se quedaban con los mejores pedazos, cómo se sabían cada atajo y cada resquicio del sistema. También acostumbraban a hablar largo y tendido sobre su museo de excrementos. Parecían felices.

Las ratas subsistían bien en el laberinto, estaba hecho a su medida. El problema era que no podían elevar su cabeza sobre él, sólo podían verlo desde dentro. Era su mundo. Yo no tenía alma de rata, tenía alma de pájaro. De pájaro triste de alas desperdiciadas. El sistema siempre me había producido claustrofobia; iba a echar a volar a la primera oportunidad que tuviese. Lejos, bien lejos. Ya había dado algún que otro vuelo y había podido contemplar el laberinto desde arriba. No era más que una caja negra poblada por una colonia de ratas, que consumía recursos y acumulaba mierda. Una caja negra destructiva y contaminante, que hacía rico a algún hijo de puta que vivía lejos de ella. Y encima, por si las ratas se le cabreaban, les había escrito un libro explicándoles que protestar es de idiotas infelices, que lo inteligente es callarse y seguir buscando desperdicios. La biblia de la rata feliz.

¿Quién se ha llevado mi queso?
Fácil. Un hijoputa retorcido. Pero de esto no se podía hablar con las ratas. La luz les hacía daño.

Subimos a recursos humanos. Dos pisos le bastaron a Roberto para contarme su plan con pelos y señales. Iba a solicitar que le redistribuyesen la nómina, quitando aquí y poniendo allí, aumentando las dietas de locomoción, para pagar un 2% menos de impuestos y blablabla...

Era bueno manejando desperdicios.

—¿Qué te parece, Fuckowski?

—No sé, yo soy un águila imperial.

—¿Y en qué estás ahora,
águila
? —él pensaba que yo estaba pirado. Igual tenía razón.

—Un portal inmobiliario. J2EE.

—Ya veo, ¿has usado GLAS?

—Pueees, no.

Acrónimos, más acrónimos. Ni puta idea de lo que era GLAS, pero no le iba a dar el gusto de preguntárselo. Cualquier día iba a mandar a Roberto a tomar por C.

—Deberías considerarlo, la curva de aprendizaje es mínima y reduce tiempos.

Él se sentía superior a mí. Yo me sentía de una naturaleza distinta a la suya. No había conflicto posible.

Parte 2

Entré al despacho del mentor, esa habitación a la que llegabas contando que te estaban dando por el culo y salías convencido de que la empresa estaba combatiendo tus hemorroides. Estaba preparado para mi ración de pintura rosa.

—Buenas tardes, Sr. Fuckowski, siéntese por favor. ¿Va todo bien?

Pues parece ser que no, a juzgar por esa sonrisa de judas.

—Hola, sí, sin novedad.

—Bien, bien. ¿No va a ir el sábado a la cena de la comunidad?

Ah, copón, que era eso.

—No...

—¿Por algún motivo en concreto?

¿Qué tal "ya tengo una vida en otra parte"?

—Pues no, nada en especial, tengo otros planes. Es que es en sábado.

Demasiada tortura era estar encerrado en la caja negra de lunes a viernes.

—Nos lo vamos a pasar muy bien...

Sí, sí. Comeremos, beberemos, reiremos... desfilaremos y cantaremos canciones corporativas. Luego repartirán puros y billetes de 500 para todos.

—Ya, no digo que no, pero es que no me van mucho estas cosas.

—Fuckowski, el no tomar parte en actividades de grupo perjudica su imagen...

—Ah. ¿Y qué tal la jornada de veintidós horas seguidas del viernes pasado? ¿No compensa eso un poco?

—La empresa no tiene la más mínima duda acerca de la calidad de su trabajo, señor Fuckowski. Es una simple cuestión de actitud. Tiene usted un brillante futuro en ésta compañía.

Sí, y un presente más negro que los cojones de un grillo.

—Bueno, de eso no estoy tan seguro. Entré en condiciones infrahumanas con la promesa de una "carrera profesional". Pero mis responsabilidades crecen a pasos agigantados, y mi salario tan sólo un poco más rápido que el IPC. O sea, que entré muy mal y cada vez estoy peor.

—Debería usted darle una oportunidad a la gente.

Eso es salirse por la "tangente" y lo demás son gaitas. No podía explicarle a él que yo no la tenía tomada con toda la gente, sino con la que todavía quedaba allí. La empresa llevaba funcionando 5 años. Todos los buenos ya se habían largado. Yo llevaba allí trece meses y a veces pensaba en el suicidio. Los que quedaban, parecían felices. Estaban completamente locos.

—No es la gente. A mí me gusta vivir a mi manera.

—Tendría que considerar adaptarse un poco a su entorno, le reportaría más de una satisfacción.

Por supuesto. La satisfacción del conformismo. La aceptación del rebaño. El NO de la razón consolado por el SÍ de los tontos. Ni pensarlo.

—¿Puedo seguir diciendo que no?

—Ah, tiene usted un perfil difícil...

Ya estamos con la historia de los perfiles. Nos contaban una mentira, y nos clasificaban según la posición que adoptábamos dentro de ella. El emprendedor, el conciliador, el motivado, el comepollas.

Yo no tenía perfil. Yo afirmaba que todo era mentira y me sorprendía que los demás se lo creyesen. Al tiempo todo reventaba, y las ratas en vez de aprender de sus errores simplemente se iban a buscar otra mentira metida en caja negra con desperdicios para todos, y vuelta a empezar. Aún tendríamos que ver varias guerras mundiales.

Quince minutos después ya empezaba a sentirme mareado. Parecía que los cursos de
mentoring
estuviesen diseñados específicamente para darle la brasa a la gente como yo. Al final cedí por puro agotamiento.

—Bueno, me pasaré —dije.

Iría, me emborracharía a costa de la empresa y comprobaría una vez más por qué quería largarme de allí.

Salí de aquel despacho untado de pomada hemorroidal, bajé a la cantina y me serví un café. Era casi la hora de salida.

De camino a mi cubículo me crucé con Libertad. Su nombre era lo que yo buscaba en la vida. Ella bien podría ser lo que yo buscaba en una mujer, si es que lo sabía.

—¿Qué tal, Lib? ¿Vas a la cena del sábado?

—¡Hola! Sí, iré, no tengo planes.

—Vale, allí nos veremos. Me voy a recoger mis cosas...

Lib y yo habíamos salido varias veces. Era probable que cualquier día empezásemos una relación seria, pero por alguna razón nunca nos habíamos sentido obligados a ello, lo que hacía único cada uno de nuestros encuentros.

Recogí mis cosas, y antes de apagar mi PC me metí en la Intranet y busqué "GLAS":

GLAS. Ground Level Architecture System

Framework J2EE de bajo nivel. Know how: Fuckowski.

Desarrollo interno. En fase de documentación. Funcionalidades: encapsulamiento de acceso a datos, integración con http, validación de formularios, parseo de XML.

Observaciones: Curva de aprendizaje mínima. Reducción de tiempos de desarrollo.

Mi arquitectura. La rata me había chuleado con mi propia arquitectura, porque yo no sabía cómo coño la habían bautizado. Tenía cojones la cosa. Algunos brillaban con reflejos del talento ajeno. ¿Sería eso el "valor añadido"?

Parte 3

La cena. Todavía no habían llegado los primeros platos, y Lib y yo ya estábamos medio borrachos. Ella era mejor con la gente que yo; al menos tenía paciencia para escuchar. Yo me limitaba a quedarme ahí, observando, preguntándome por qué yo no sentía el impulso irrefrenable de contarle a todo el mundo cuántos canales de TV tenía en casa, cuántos cajones tenía mi congelador, cuántas capas tenía el papel con el que me limpiaba el culo.

No tenía televisión por cable, mi congelador siempre había estado vacío, y normalmente me limpiaba el culo con los análisis funcionales de Monchito.

Para cuando acabó la cena llevaba unos tres litros de cerveza encima. Lib era atractiva, pero a esas alturas estaba del todo irresistible. El personal del hotel abrió el bar y nos indicó que teníamos barra libre.

Pasamos al bar, y yo me fui directo a por dos gintonics. Cuando volví, Lib charlaba con Roberto, o más bien ella prestaba atención al monólogo de él. La rata sostenía un papel con una mano, y con la otra le señalaba algo a Lib:

—Y aquí me voy a hacer un despacho, para cuando me lleve trabajo a casa...

Le di a Lib su cubata.

—Voy al servicio, ahora vuelvo —dije.

Exposiciones del museo de la mierda no, gracias. Fui al WC, me miré al espejo y me pregunté qué cojones estaba haciendo allí.

A la vuelta encendí un cigarro y me perdí entre la gente. Minglanillas y otros cuantos charlaban animadamente sobre algo. Me acerqué y pegué el oído:

—Yo le mataría sin dudarlo un instante. Y luego dormiría tan tranquilo.

—Pues yo creo que no tendría valor para hacerlo, aunque se lo tendría merecido.

—Y tú, ¿qué harías, Fuckowski? —me preguntó Minglanillas.

—Lo siento, no sé de qué habláis —le dije.

—Si pudieras retroceder en el tiempo hasta el año que nació Hitler, sabiendo lo que sabes ahora, ¿te lo cargarías? ¿serías capaz?

La historia de siempre. Discutían sobre la posición de cada uno en un planteamiento erróneo.

—Es una pregunta con trampa —dije—, una vez formulada no hay respuesta correcta.

Me miraban sorprendidos. Proseguí:

—Discutiendo sobre esto, estamos aceptando que Hitler nació Hitler, que si volviese a nacer volvería a suceder lo mismo. Le echamos a él la culpa de todo. El tío era un hijoputa, cierto. Pero, ¿qué me decís de la sociedad en la que vivió, de la educación que recibió, de la coyuntura política? ¿Qué le hizo ser así? Por no hablar de los que le votaron, los que le siguieron, los que cumplieron sus órdenes, los que echaron la vista a un lado hasta que ya fue demasiado tarde. Lo que planteáis no es una pregunta, es una disculpa a la estupidez de la humanidad.

—Eres un aguafiestas, Fuckowski —dijo alguien, pero yo ya me estaba yendo.

Ése era mi perfil, el del aguafiestas. El aguafiestas de las fiestas de despropósitos.

Y por si no tenía suficientes despropósitos, el mentor se subió al estrado. Bajaron la música y le dieron volumen a su micro.

—Buenas noches. Ante todo, quiero daros las gracias por vuestra asistencia. Aprovechemos este momento para hacer un brindis por la comunidad A1...

En la empresa, los empleados estábamos divididos en secciones. En breve, cada individuo tendría su numero tatuado en la frente. A veces me arrepentía de haber leído 1984.

El mentor siguió con su discurso, que culminó en orgasmo:

—Y por último felicitaros por vuestra profesionalidad y esfuerzo. Al cierre del año fiscal, la comunidad A1 ha facturado ¡un 32% más que el año pasado!

Aplausos, risas, vítores, silbidos. Yo no lo entendía. Parecía que ese 32% nos lo fueran a dar en efectivo al día siguiente. Todos cobrábamos casi la misma mierda, pero algún superior soltaba una felicitación y un tanto por ciento, y todos segregaban endorfinas. A mí ese concepto de la felicidad no me entraba en la cabeza. La recompensa al esfuerzo era una palmadita en el hombro y una hipoteca con despacho para llevarse trabajo a casa. Oscuras madrigueras. No entendía cómo lo soportaban.

De pronto subió el volumen de la música y nos obsequió con la moraleja de todo aquello:

¡No pares, sigue, sigue, no pares sigue, sigue...!

La gente empezó a bailar aquí y allí. Algunos se colocaron formando un tren agarrándose por las cinturas. La rata iba el primero, para variar. El tren fue creciendo. Una chavala me cogió de la mano y me dijo:

—¡Agárrate!

—No gracias —solté la mano.

—Oh, eres un soso, Fuckowski...

Maldita sea. Yo había llorado escuchando a Mozart; su música me había partido el alma en dos y me había hecho llorar maldiciendo el hecho de tener que morir algún día. Y ahora, por no querer menear el culo al ritmo de un culo cantando, parecía que yo no sabía disfrutar la vida. Y te lo decía alguien que había oído
Tu frialdad
de Triana por primera vez en
Operación Triunfo
.

Finalmente el tren humano se convirtió en un gran círculo cerrado que giraba y giraba. El mentor estaba en el centro, bailando y sonriendo. Yo me había auto excluido.

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