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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago (4 page)

BOOK: Imago
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—¿Por qué has hecho esto? ¿Cómo has podido hacerlo?

—Cometí un error. Hasta hace un rato no me di cuenta de lo que he permitido que suceda. No…, no podría haber dejado que sucediese deliberadamente. Chka, nada podría haberme llevado a hacer una cosa así. Ha sucedido porque, después de tantos años, empecé a relajarme en el cuidado de nuestros hijos. Las cosas siempre habían ido bien, así que me descuidé.

Mi padre humano me miró. Era como si me mirase desde muy, muy lejos. Sus manos se movieron, y supe que también deseaba tocarme a mí. Pero, si lo hacía, vería que no podía, como le había sucedido antes con mi madre. En el seno de las familias, la gente podía tocar a sus hijos del mismo sexo, a sus hijos asexuados, a sus cónyuges del mismo sexo, y a sus compañeros ooloi.

Ahora, bruscamente, mi padre humano se volvió y aferró el brazo sensorial que le ofrecía Nikanj. Este brazo era un órgano resistente y musculoso, que existía para contener y proteger los órganos sensoriales y reproductores esenciales de los ooloi. Probablemente no pudiesen ser dañados por las manos humanas desnudas, pero creo que Tino lo intentó. Estaba irritado y dolido, y eso le hacía desear hacer daño a alguien. De mis dos padres humanos, sólo él tendía a reaccionar de este modo. Y ahora se encontraba con que el único ser hacia el que podía volverse para que lo reconfortara era el que le había causado todos estos problemas. Un oankali hubiera abierto una pared y se hubiera ido por un tiempo. Incluso Lilith lo hubiese hecho. Tino intentó causar daño…, daño por el puro daño.

Nikanj lo atrajo contra su cuerpo y lo mantuvo inmóvil, mientras lo reconfortaba y hablaba en silencio con él. Lo mantuvo así tanto tiempo que mis padres oankali alzaron plataformas y se sentaron en ellas para esperar. Lilith vino a compartir la mía, a pesar de que podría haberse alzado una propia. Mi aroma debía de haberla perturbado, pero se sentó cerca de mí y me miró.

—¿Te sientes bien? —me preguntó.

—Sí. Creo que pronto me quedaré dormido.

—Pareces preparado para eso. ¿Te molesta el que yo esté aquí?

—Aún no. Pero debe de molestarte a ti.

—Puedo soportarlo.

Se quedó donde estaba. Yo podía recordar cuando había estado dentro de ella. Podía recordar cuando no había en mi universo nada más que ella. Me encontré deseando poder tocarla. Nunca antes había sentido este deseo…, nunca antes había sido incapaz de tocarla. Ahora descubrí un poco de ese hambre que sentían los humanos por tocar lo que no les estaba permitido.

—¿Tienes miedo? —me preguntó Lilith.

—Lo tenía, pero ahora que sé que estoy bien, y que me mantendréis aquí, me encuentro perfectamente.

Ella sonrió un poco.

—El primer hijo del mismo sexo de Nika… ¡Ha estado tan solo!

—Lo sé.

—Todos lo sabíamos —dijo Dichaan desde su plataforma—. Todos los ooloi de la Tierra deben de estar sintiendo la misma desesperación que sentía Nikanj. La gente va a tener que cambiar el viejo acuerdo antes de que se produzcan más accidentes. El próximo podría ser un ooloi tarado.

Un ingeniero genético natural, tarado…, alguien capaz de distorsionar o destruir con su simple tacto. Nada podría salvar a un ser así del confinamiento a bordo de la nave. Quizás incluso tuviese que ser alterado físicamente, para impedirle funcionar, en cualquier modo, como un ooloi. Quizá fuese tan peligroso que tuviese que pasar toda su existencia en animación suspendida, mientras su cuerpo era utilizado por otros para una experimentación indolora y su mente permanecía permanentemente desconectada.

Me estremecí y me volví a sentar. De inmediato, tanto Nikanj como Tino estuvieron junto a mí, aparentemente reconciliados por su preocupación por mí. Nikanj me tocó con un brazo sensorial, pero sin dejar al descubierto la mano del mismo.

—Escúchame, Khodahs…

Enfoqué en él, sin abrir los ojos.

—Aquí estarás bien. Me quedaré contigo. Hablaré con el pueblo desde aquí y, cuando hayas alcanzado el final de esta primera metamorfosis, recordarás todo lo que yo les haya dicho a ellos…, y todo lo que ellos me hayan dicho a mí. —Me pasó un brazo sensorial alrededor del cuello, y el tacto del mismo me reconfortó—. Nos ocuparemos de ti.

Me metieron algo en la boca. Tenía el sabor y la textura de trozos de piña, pero yo sabía, por pequeñas diferencias en su aroma, que era una creación de Lo. Prácticamente era pura proteína…, exactamente lo que mi cuerpo necesitaba. Cuando hube comido varios pedazos, fui capaz de hundirme bajo la superficie del sueño.

4

La metamorfosis es sueño. Días, semanas, meses de sueño, interrumpidos, de vez en cuando, por unas pocas horas de despertarse, comer, hablar… Los machos y las hembras aún dormían más, pero ellos tenían sólo una metamorfosis. Los ooloi teníamos que pasar por aquello en dos ocasiones distintas.

Había ocasiones en las que estaba lo bastante consciente como para ver cómo se desarrollaba mi cuerpo. En mi garganta me estaba creciendo un sair, de modo que llegaría un momento en que podría respirar con la misma facilidad en el agua que en el aire. Mi nariz no fue absorbida por mi cara, pero se convirtió en poco más que un adorno.

No perdí el cabello, pero me salieron muchos más tentáculos craneales y corporales. No desarrollaría brazos sensoriales hasta mi segunda metamorfosis, pero mi sensibilidad ya se había incrementado, y pronto sería capaz de dar y recibir ilusiones multisensoriales mucho más complejas, y manejarlas con mucha mayor rapidez.

Y algo estaba creciendo entre mis corazones.

Puesto que yo era nacido de humana, mi constitución interna era básicamente humana. Los ooloi tenían buen cuidado de no construir niños que fueran a provocar reacciones incontrolables de inmunidad en sus madres de nacimiento. Claro que incluso el tener dos corazones ya les parece a los humanos una variante radical. A veces nos pegan un tiro en donde piensan que debe estar un corazón humano…, y luego salen huyendo, presas del pánico, porque eso no nos detiene. No creo que muchos humanos hayan visto qué aspecto tiene un oankali por dentro…, o el que tenemos los construidos. Dos corazones son justo el doble de la dotación humana, pero el órgano que ahora me estaba creciendo entre los dos corazones no era, ni con mucho, humano.

Todo construido tenía alguna versión del mismo. Los machos y las hembras lo usaban para almacenar y mantener viables las células de los seres vivos novedosos que ellos buscaban y llevaban de vuelta a casa, a su padre o cónyuge ooloi. En los ooloi, este órgano era mayor y más complejo y, en su interior, manipulaban las moléculas de ADN con mayor habilidad que la que tenían las mujeres humanas para manipular los pedazos de hilo que usaban para coser sus ropas. Yo había sido construido dentro de un órgano así, montado a partir de las contribuciones genéticas de mis dos madres y mis dos padres. La construcción en sí misma y una única organela oankali eran las únicas contribuciones ooloi a mi existencia. La organela se había dividido dentro de cada una de mis células, a medida que éstas se dividían a su vez. Y se había convertido en una parte esencial de mi cuerpo. Éramos lo que éramos a causa de esa organela. Los ooloi decían que éramos esa organela…, que los oankali originales habían evolucionado a causa de la invasión, adquisición, duplicación y simbiosis de la tal organela. A veces, en mundos que no tenían vida inteligente basada en el carbono con la que comerciar, los oankali dejaban tras de sí, deliberadamente, grandes cantidades de dicha organela. Abandonada, buscaría un hogar en las más increíbles formas de vida nativas y provocaría cambios en ella…, era la evolución a borbotones. Cientos de millones de años después, quizás alguna gente oankali pasaría por allí y hallaría a unos interesantes socios comerciales esperándoles. Las organelas creaban o hallaban compatibilidad con formas de vida tan completamente diferentes, que serían incapaces incluso de percibirse unas a otras como una forma viva.

En cierto momento yo había estado totalmente encerrado en Nikanj, dentro de su versión madura del órgano que estaba creciendo entre mis corazones. Eso no lo recordaba; la consciencia me llegó dentro del útero de mi madre humana.

Yashi, llamaban los ooloi a su órgano de manipulación genética. A veces hablaban de él como si fuera una persona diferente:

—Voy a salir a probar el río y el bosque. Yashi está tan hambriento de algo nuevo, que no para de girar.

¿Realmente giraba? Probablemente no lo descubriría hasta que se produjese mi segunda metamorfosis y me creciesen los brazos sensoriales. Hasta ese momento, el yashi iría creciendo y desarrollándose, para convertirse en algo mucho más útil que el órgano de los machos y las hembras.

Otros órganos oankali comenzaron a desarrollarse ahora en mí, a medida que genes, durmientes desde el instante de mi concepción, se convertían en activos y estimulaban el crecimiento de nuevos tejidos, altamente especializados. Los ooloi adultos eran más diferentes de lo que se daban cuenta los humanos. Más allá de su inserción de la organela oankali, no hacían ninguna otra contribución genética a sus hijos. Dejaban a su familias de nacimiento y se atriaban con desconocidos, para así no verse enfrentados a una familiaridad excesiva. Los humanos decían que de la familiaridad nacía el desprecio. Entre los ooloi, hacía nacer errores. Los machos y hembras compañeros de camada podían atriarse sin problemas, siempre que el tercer componente del trío, el ooloi, viniese de un grupo familiar totalmente diferente.

Así que, para un ooloi, un hijo del mismo sexo era lo más parecido a sí mismo que jamás llegaría a ver reflejado en sus descendientes.

Por esta razón, entre otras, Nikanj me escudó del pueblo.

Lo noté como si se colocase entre mí y la gente, para que no pudieran pasar por encima de él y llevárseme.

Absorbí todo lo que pasó en la habitación conmigo, y todo lo que me llegó de Lo a través de la plataforma.

—¿Cómo podemos confiar en ti? —le preguntaba el pueblo a Nikanj. Sus mensajes nos llegaban a través de Lo, y llegaban a Lo ya fuese directamente, en el caso de nuestros vecinos, o mediante señales de radio desde las otras ciudades, señales que eran retransmitidas a Lo, vía la nave. Y también oímos a la gente que vivía en Chkahichdahk, la nave. Algunos de los mensajes nos llegaban directamente de poblaciones cercanas, que tenían un contacto directo, por crecimientos subterráneos, con Lo. Y todos los mensajes eran prácticamente el mismo—: ¿Cómo vamos a poder confiar en ti? Ningún otro ha cometido un error tan peligroso.

A través de Lo, Nikanj invitó al pueblo a examinarle y a examinar sus hallazgos, como si se tratase de alguna especie recién descubierta. Les invitó a que supiesen todo lo que él sabía de mí. Soportó todas las pruebas que se le ocurrieron a la gente y sobre las que se pusieron de acuerdo. Pero siguió impidiéndoles tocarme.

Y, a pesar de sus errores, él seguía siendo mi progenitor del mismo sexo. Dado que decía que yo no debía de ser perturbado en mi metamorfosis, y dado que aún no estaban convencidos de que hubiese perdido toda su competencia, aceptaron no perturbarme. Los humanos pensaban en este tipo de cosas como una cuestión de autoridad…, de quién tenía autoridad sobre el niño. Los oankali y los construidos sabían que era una cuestión de fisiología. El cuerpo de Nikanj «comprendía» lo que el mío estaba pasando…, lo que necesitaba y lo que no necesitaba. Nikanj me hizo saber que todo iba bien, y me tranquilizó, mostrándome que no estaba solo. En el modo usual entre los padres del mismo sexo, oankali y construidos, pasó la metamorfosis conmigo. Sabía exactamente lo que me perturbaría y lo que no ocasionaría problemas. Su cuerpo lo sabía, y nadie iba a discutirle tal conocimiento. Incluso los progenitores humanos del mismo sexo parecían alcanzar con sus hijos una empatía que el pueblo respetaba. Por no tener esa empatía, algunos machos y hembras en desarrollo habían pasado por momentos muy extraños. Uno de mis hermanos había quedado totalmente separado de la familia y de toda compañía oankali o construida durante su metamorfosis. Y había reaccionado ante sus compañeros, que eran totalmente humanos y no tenían ninguna relación familiar con él, perdiendo todas las trazas visibles de su propia herencia humana. Desde luego, había sobrevivido: los humanos se habían ocupado de él lo mejor que habían sabido; pero, tras la metamorfosis, había tenido que aceptar que la gente lo tratase como si fuera una persona totalmente distinta. Era nacido de humana, pero nuestros padres humanos no lo habían reconocido cuando había vuelto a casa.

—No quiero empujarte ni hacia el extremo humano, ni hacia el oankali —me dijo Nikanj en una ocasión, cuando la gente le había dejado unas pocas horas de paz. A menudo me hablaba, sabiendo que, estuviera consciente o no, lo oiría y luego lo recordaría. Su presencia y su voz me reconfortaban—. Quiero que te desarrolles como debieras, en todo. Cuanto más normales sean tus cambios, más pronto te aceptará el pueblo como normal.

Aún no había convencido al pueblo para que aceptase nada sobre mí. Ni siquiera de que debía de permitírseme permanecer en la Tierra y vivir en Lo, durante mi estadio de subadulto y mi segunda metamorfosis. En aquel momento, el consenso era de que debía de ser subido a la nave en cuanto completase esta mi primera metamorfosis. Los subadultos seguían siendo vistos como niños, pero podían trabajar como ooloi en asuntos que no implicasen la reproducción. Los subadultos no sólo podían curar o provocar enfermedades, sino que también podían causar cambios genéticos…, mutaciones, en plantas y animales. Podían hacer todo lo que pudiese ser hecho sin cónyuges. Y podían ser inintencionadamente mortíferos, cambiando insectos y microorganismos en modos inesperados.

—Yo no quiero hacer daño alguno —dije, hacia el final de mis muchos meses de cambio, cuando pude hablar de nuevo—. No me dejes hacer ningún daño a nada ni a nadie.

—Ningún daño, Oeka —me dijo Nikanj con voz queda. Se había recostado junto a mí, tal como hacía a menudo, mientras yo dormía. Así podía estar conmigo y, sin embargo, hundir sus tentáculos corporales y craneales en la plataforma, en la carne de Lo, y de ese modo comunicarse con el pueblo. Continuó hablándome—: No hay tara ninguna en ti. Deberías darte cuenta de todo lo que haces; puedes cometer errores, pero también puedes percibirlos. Y puedes corregirlos. Yo te ayudaré.

Sus palabras me dieron una seguridad que ninguna otra cosa me podría haber dado. Había comenzado a sentirme como uno de esos volcanes dormidos que hay en lo alto de las montañas de más allá del bosque…, como algo que podía estallar en cualquier momento, destruyendo todo lo que casualmente se encontrase cerca.

BOOK: Imago
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