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Authors: Daniel Goleman

Tags: #Ciencia, Psicología

Inteligencia Social (59 page)

BOOK: Inteligencia Social
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Los estudios clínicos de pacientes neurológicos que no logran tomar las decisiones adecuadas —y, en consecuencia, suelen meter la pata o incurrir en otros errores interpersonales— muestran lesiones en la región ventromedial de la corteza prefrontal. Antoine Bechara, colega de Damasio, observa que esta región desempeña un papel fundamental en la integración de los sistemas cerebrales de la memoria, la emoción y el sentimiento y que su daño impide el adecuado funcionamiento del proceso de toma de decisiones sociales. En la investigación de las situaciones embarazosas, los sistemas más activos sugieren la existencia de una red alternativa en una región dorsal de la cercana corteza prefrontal medial, un área que incluye la corteza cingulada anterior. Esta región, según Damasio, representa un cuello de botella que conecta las redes que gestionan la planificación motora, el movimiento, la emoción, la atención y la memoria operativa.

Todas éstas son, para el neurocientífico, sugerencias muy tentadoras pero todavía necesitamos saber muchas más cosas para desentrañar la red en que se asienta la neurología de la vida social.

APÉNDICE C

Desde una perspectiva evolutiva, la inteligencia puede ser considerada con una de las capacidades que más han contribuido a la supervivencia de nuestra especie. El cerebro social se desarrolló básicamente en las especies de mamíferos que vivían en grupos y evolucionó como un mecanismo de supervivencia. Los sistemas cerebrales que determinan la diferencia existente entre los seres humanos y el resto de los mamíferos creció en proporción directa con el número de individuos que componían la horda primordial. Por ello algunos científicos han llegado a decir que lo que ha permitido al homo sapiens eclipsar al resto de los humanoides no ha sido tanto su superioridad física ni sus destreza cognitivas sino, precisamente, sus habilidades sociales.

Los psicólogos evolucionistas afirman que el cerebro social —y, en consecuencia, la inteligencia social— se desarrolló para satisfacer el reto de gestionar adecuadamente las corrientes sociales de los grupos de primates, es decir, quién es el macho alfa, con quién puedo contar y a quién y cómo debo complacer (cosa que se pone de manifiesto, por ejemplo, en la conducta de acicalamiento). En el caso de los seres humanos, la necesidad de participar en el razonamiento social —especialmente, la coordinación, la cooperación y la competencia— ha impulsado el desarrollo del cerebro y, en consecuencia, de la inteligencia.

Las grandes funciones del cerebro social, desde la relación sincrónica hasta las diferentes modalidades de la empatía, la cognición social, las habilidades de relación y la preocupación por los demás apuntan hacia dimensiones diferentes de la inteligencia social. Esta perspectiva evolutiva nos invita a revisar el papel que desempeña la inteligencia social en la taxonomía de las capacidades humanas y a reconocer que la “inteligencia” puede llegar a incluir habilidades no cognitivas (lo que precisamente hizo Howard Gardner con su revolucionario concepto de “inteligencias múltiples”).

Los hallazgos realizados por la neurociencia en el campo de la inteligencia social pueden revolucionar las ciencias sociales y conductuales. Los recientes descubrimientos de la llamada “neuroeconomía” (que estudia el funcionamiento del cerebro durante el proceso de toma de decisiones), por ejemplo, han puesto en entredicho los presupuestos básicos de la economía. Sus conclusiones han sacudido los cimientos del pensamiento económico estándar, especialmente la idea de que las decisiones sobre el dinero que toman las personas se ajustan a modelos estrictamente racionales como, por ejemplo, los árboles de decisiones. Hoy en día, los economistas están empezando a darse cuenta de que los modelos que tienen también en cuenta el procesamiento de la vía inferior poseen una mayor capacidad predictiva que los estrictamente racionales.

Del mismo modo, el campo de la teoría y de los tests de inteligencia parece hoy lo suficientemente maduro como para revisar sus presupuestos básicos. En los últimos años, la inteligencia social ha sido un páramo científico ignorado por los psicólogos sociales y los estudiosos de la inteligencia. Una excepción ha sido la explosión de la investigación sobre la inteligencia emocional iniciado en 1990 por el trabajo pionero de John Mayer y Peter Salovey.

Como me dijo el mismo Mayer, la idea original de Thorndike consideraba que la inteligencia está compuesta por la tríada inteligencia mecánica, inteligencia abstracta e inteligencia social, pero no consiguió encontrar el modo de medir la inteligencia social. Cuando, en los años noventa, empezó a entenderse el papel desempeñado por las emociones, «la inteligencia emocional —según Mayer— empezó a ocupar el lugar que le correspondía en el triunvirato en el que había fracasado la inteligencia social».

La reciente emergencia de la neurociencia social pone de relieve que ya ha llegado ya el momento de que la inteligencia social ocupe el lugar que le corresponde junto a su gemela, la inteligencia emocional. La revisión de la inteligencia social debería reflejar más claramente el funcionamiento del cerebro social, agregándole capacidades habitualmente ignoradas que, no obstante, tienen una importancia extraordinaria en el mundo de las relaciones. El modelo de la inteligencia social que presento de manera exclusivamente tentativa en este libro sólo aspira a mostrar el aspecto que podría tener ese concepto. Estoy convencido de que habrá quienes organicen las dimensiones que propongo de otro modo o que sugieran las suyas propias, ya que ésta no es más que una de las muchas posibles formas de categorizarla. No cabe la menor duda de que la investigación futura acabará conduciendo a modelos más válidos y convincentes de la inteligencia social. Mi objetivo aquí no es otro que el de catalizar la emergencia de ese pensamiento.

Modo en que las habilidades de la inteligencia social se adaptan al modelo de la inteligencia emocional

Inteligencia Emocional --- Inteligencia Social

Conciencia de uno mismo --- Conciencia social

  • Empatía primordial,
  • Exactitud empática
  • Escucha
  • Cognición social
  • Autogestión --- Capacidades sociales o gestión de las relaciones
  • Sincronía
  • Presentación de uno mismo
  • Influencia
  • Preocupación

Algunos psicólogos dirán que los rasgos distintivos de la inteligencia social que propongo añadir a las definiciones estándar de “inteligencia” proceden de dominios no cognitivos. Pero ésa es precisamente la cuestión porque, en lo que respecta a la inteligencia de la vida social, el cerebro combina habilidades muy dispares. Competencias no cognitivas como la empatía primordial, la sincronía y la preocupación son aspectos extraordinariamente adaptativos del repertorio de supervivencia social con que cuenta el ser humano. Y estas aptitudes ciertamente nos ayudan a cumplir más adecuadamente con el mandato de Thorndike de “actuar sabiamente” en nuestras relaciones.

La vieja noción de que la inteligencia social es algo exclusivamente cognitivo, como afirmaban muchos de los primeros teóricos de la inteligencia, sugiere que la inteligencia social es equiparable a la inteligencia general misma. No me cabe la menor duda de que algunos científicos cognitivos coincidirán en que se trata de la misma capacidad. Después de todo, su disciplina compara la vida mental a un procesador de información que discurre a través de caminos estrictamente racionales.

Pero tal foco exclusivo en las habilidades mentales de la inteligencia social soslaya el importante papel desempeñado por los afectos y la vía inferior. Es por ello que sugiero la necesidad de asumir una nueva perspectiva que va más allá del mero conocimiento sobre la vida social e incluye habilidades automáticas que tienen mucha importancia en nuestra vida social y tiene en cuenta la vía superior y la vía inferior. Éstas son habilidades que las distintas teorías de la inteligencia social actualmente en boga sólo han considerado en contadísimas ocasiones.

La visión de los teóricos de la inteligencia sobre las aptitudes de la vida social puede ser mejor entendida a la luz de la historia de este campo. Cuando,en 1920, Edward Thorndike propuso por vez primera el concepto de inteligencia social, la noción recién desarrollada de “cociente intelectual” estaba todavía remodelando el pensamiento del novedoso campo de la psicometría, que aspiraba a encontrar el modo de medir las habilidades humanas. Era un tiempo en el que la psicología se hallaba comprensiblemente embriagada por los recientes éxitos obtenidos por el concepto de CI para clasificar a los millones de soldados reclutados durante la primera Guerra Mundial y asignarles tareas y empleos que pudieran desempeñar adecuadamente.

Los pioneros teóricos de la inteligencia social trataron de encontrar una medida análoga al cociente intelectual que se refiriese al talento en el desempeño de la vida social. Guiados por el nuevo campo de la psicometría, buscaron formas de evaluar las diferencias interpersonales en las aptitudes sociales que fueran el correlato del razonamiento espacial y verbal medido por el CI.

El fracaso de estos tempranos intentos se debe a que sólo tenían en cuenta la comprensión intelectual de las situaciones sociales. Uno de los primeros tests de la inteligencia social, por ejemplo, valoraba habilidades cognitivas tales como identificar a qué situación social se ajustaba mejor una determinada frase. A finales de los años cincuenta del pasado siglo, David Wechsler, que desarrolló una de las medidas más empleadas del cociente intelectual, descartó de un plumazo la importancia de la inteligencia social, considerándola como «la inteligencia general aplicada al campo de las situaciones sociales» y desterrándola así de los grandes mapas de la inteligencia humana.

Una notable excepción a esta situación fue el complejo modelo de la inteligencia desarrollado a finales de los sesenta del pasado siglo por J.P. Guilford, en el que enumeró ciento veinte habilidades intelectuales diferentes, treinta de las cuales tenían que ver con la inteligencia social. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, el enfoque de Guilford fue incapaz de generar predicciones significativas sobre el modo en que operaban las personas en el mundo social. Modelos recientes más relevantes de la inteligencia social, la “inteligencia práctica” de Robert Sternberg y la “inteligencia interpersonal” de Howard Gardner han tenido un impacto mucho mayor. Hasta el momento, sin embargo, la psicología no ha conseguido esbozar una teoría coherente de la inteligencia social que la distinga claramente del cociente intelectual y tenga aplicaciones prácticas.

La vieja visión consideraba a la inteligencia social como la aplicación de la inteligencia general —una habilidad fundamentalmente cognitiva— a las situaciones sociales, según la cual, la inteligencia social consiste en el conocimiento del mundo social. Pero el hecho es que este enfoque no diferencia a esta capacidad de “g”, la inteligencia general misma.

¿Qué es, pues, lo que distingue a la inteligencia social de “g”? Todavía no disponemos de una respuesta adecuada a esta pregunta. Y ello es así porque, entre otras muchas cosas, la profesión psicológica forma parte de una subcultura científica que, en su paso por la universidad y otros procesos de formación, socializa a sus adeptos. Como resultado de todo ello, los psicólogos tienden a contemplar el mundo a través de las lentes mentales proporcionadas por su mismo campo de estudio lo que, obviamente, puede estar sesgando su capacidad para comprender la verdadera naturaleza de la inteligencia social.

Cuando pedimos a la gente normal que enumere las capacidades que hacen que una persona sea inteligente, todo el mundo destaca la importancia de las competencias sociales. Pero, cuando solicitamos ese mismo encargo a psicólogos expertos en el estudio de la inteligencia, su énfasis se centra en competencias exclusivamente cognitivas como las habilidades verbales y la resolución de problemas. Así pues, la visión despectiva que Weschler tenía de la inteligencia social parece seguir alentando en las creencias implícitas de su campo.

Los psicólogos que han tratado de medir la inteligencia social se han visto frustrados por la elevada correlación existente entre sus resultados y los de los tests del CI, sugiriendo que tal vez no exista diferencia real entre el talento cognitivo y el talento social. Ésta fue una de las principales razones que explican el abandono de la investigación sobre la inteligencia social. Pero ese problema parece deberse a la definición sesgada de la inteligencia social como una mera capacidad cognitiva aplicada al campo social.

Este enfoque valora el talento interpersonal basándose en lo que la persona afirma saber, preguntando a las personas si están de acuerdo con afirmaciones tales como “Puedo entender la conducta de los demás” o “Sé cómo mis acciones influyen en los demás”. que han sido extraídas de una escala sobre la inteligencia social desarrollada recientemente. Los psicólogos que elaboraron el test pidieron a un “panel de expertos” compuesto por catorce profesores de psicología que definieran la inteligencia social y llegaron a la conclusión de que se trata de «la capacidad de entender a los demás y de entender el modo en que reaccionarán ante diferentes situaciones sociales» o, dicho en otras palabras, la mera cognición social.

Pero los psicólogos saben que no basta con esa definición. Es por ello que formularon preguntas adicionales para determinar el modo en que se comportaban socialmente preguntándoles, por ejemplo, si estaban de acuerdo con afirmaciones del tipo “Tardo un tiempo en conocer a los demás”. Pero lo cierto es que ese test también debería prestar atención a habilidades de la vía inferior que tienen que ver con el desempeño de una vida social rica. La neurociencia social está descubriendo el modo en que se ponen en marcha las distintas vías de conocimiento y acción cuando nos relacionamos con los demás. Obviamente, estos caminos incluyen habilidades de la vía superior, como la cognición social, pero la inteligencia social también emplea habilidades propias de la vía inferior como la sincronía, la conexión, la intuición social, la preocupación empática y, muy probablemente, la compasión. Es por ello que nuestras ideas sobre lo que hace que una persona sea socialmente más inteligente deberían ser más completas y abarcadoras.

Esas habilidades son no verbales e intuitivas y discurren en cuestión de microsegundos, mucho antes de que la mente pueda elaborar un pensamiento al respecto. Aunque haya quienes piensen que las habilidades de la vía inferior son triviales, lo cierto es que establecen los cimientos mismos de la vida social. El hecho de que se trate de habilidades no verbales las excluye del campo de aplicación de los tests de papel y lápiz habitualmente usados para determinar la inteligencia social. El hecho, pues, de utilizar la vía superior para tratar de determinar la inferior me parece una estrategia bastante cuestionable.

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