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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Intrépido (2 page)

BOOK: Intrépido
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Geary se quedó mirándolo, sin comprender muy bien, sorprendido incluso a pesar de sus sentidos adormecidos por el tono de súplica que se desprendía de la voz del almirante. Pero aquello tampoco quería decir que Geary fuese a estar al mando eternamente. Bloch iba a negociar con los síndicos, después regresaría y volvería a ponerse él al mando. Geary nunca tendría que conocer más detalles de la tal llave del
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que, de algún modo, tenía algo que ver con una forma de desplazamiento interestelar que era mucho más rápida que el transporte «más rápido que la luz» por salto entre sistemas que se usaba en los tiempos de Geary.

—Sí, señor —aceptó Geary.

—Estupendo. Gracias. Gracias, capitán. Sabía que si podía confiar en alguien, ese alguien era usted. —Si la reacción de Geary a la afirmación del almirante se vio reflejada en su cara, Bloch no mostró señal alguna de haberse dado cuenta—. Yo voy a hacerlo lo mejor que pueda, pero si las cosas fueran a peor…

Bloch se quedó en silencio durante un momento

—Como pueda, si puede, salve lo que queda de la flota —concluyó el almirante, alzando la voz mientras conducía a Geary de nuevo al lugar en el que se encontraban los demás—. El capitán Geary se quedará al mando de la flota durante mi ausencia.

Todo el mundo se giró para mirar a Geary. Sorpresa, euforia en los rostros de los oficiales más jóvenes, escepticismo en algunas de las caras de los oficiales más veteranos y un murmullo generalizado en señal de aceptación de la orden del almirante.

Geary alzó la mano para ofrecer el saludo formal que siempre había conocido pero que ahora no veía ejecutar con normalidad entre los miembros de su flota. No tenía ni idea de en qué momento el saludo había dejado de ser un gesto de cortesía habitual entre los militares de la flota de la Alianza, pero no podía evitar pensar que, si no se despedía así de un superior, se llevaría un buen correctivo. Bloch respondió con un medio saludo que denotaba una cierta falta de práctica, se giró y atravesó rápidamente la zona de entrada por la que se accedía al transbordador en espera para salir. Dos oficiales veteranos lo acompañaron.

Geary observó cómo partía el transbordador sin moverse, mientras se preguntaba cómo debería sentirse. Al mando de toda una flota. O de lo que quedaba de ella, en cualquier caso. El cenit de la carrera de cualquier oficial de la Marina. Su mandato duraría solo un corto período de tiempo, por supuesto. Daba igual lo feas que se pusieran las cosas, la gente realmente no quería tenerlo a él al mando. El almirante Bloch tan solo estaba teniendo un pequeño gesto con el legendario capitán
Black Jack
Geary al concederle unos honores simbólicos antes de regresar con cualquiera que fuese el acuerdo que consiguiese cerrar. Cierto que las negociaciones podían prolongarse durante un tiempo, pero Geary ya había tenido oportunidad de conocer y tratar en una ocasión con representantes de los Mundos Síndicos y, aunque nunca le habían llegado a gustar sus gentes, estaba seguro de que a ellos les interesaría más alcanzar un acuerdo ahora antes que tener que hacer frente a las pérdidas que una flota atrapada como la de la Alianza les podría infligir en su caída.

Geary se percató de que los oficiales que quedaban lo observaban y en sus rostros la expectación pugnaba por abrirse paso en medio del resto de emociones. Entonces se volvió hacia quien comandaba el grupo y asintió con la cabeza.

—Pueden retirarse —ordenó.

Todos se dieron la vuelta para emprender el camino hacia la salida, excepto dos, que hicieron una pausa para saludarle con cierta torpeza, como queriendo hacer acuse de recibo de la orden. Geary devolvió los saludos y se preguntó por qué y en qué momento tales cosas habían quedado desfasadas.

Acto seguido se levantó y observó cómo se marchaban los tripulantes, pero no estaba muy seguro de qué debería hacer a continuación. ¿Dónde debería ubicarse el comandante de la flota de operaciones? En el puente de mando del
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, quizá. Todo el mundo lo observaba y no tenía en realidad gran cosa que hacer. ¿Qué más dará dónde vaya? Puedo dar órdenes desde mi camarote si es necesario, pero no lo será. ¿Y qué voy a hacer cuando me toque actuar? Todas las cosas que conocía, toda la gente a la que conocía no está ya aquí Estoy tan cansado… Me he pasado casi un siglo en una hibernación de supervivencia, durmiendo mientras mis amigos vivían, y aun así sigo cansado. Que le den.

Geary regresó a su camarote, se sentó en el escritorio de borde tosco y trató de dejar la mirada perdida y de volver a dejar la mente en blanco. Pero no pudo porque, después de todo, ahora sí que tenía trabajo por hacer. Después de varios minutos, la costumbre del deber, adquirida hacía muchos años, volvió a resonar en su cabeza hasta obligarlo a ponerse en marcha. Geary echó un vistazo al panel de comunicaciones que había junto al escritorio y se aseguró de presionar los botones adecuados.

—Puente de mando, aquí el capitán Geary. Comandante de la flota de operaciones. Por favor, notifíquenmelo cuándo los transbordadores de la flota lleguen al buque insignia síndico.

—Señor, sí, señor —respondió rápidamente el recluta que estaba al otro lado de la pantalla virtual, con los ojos inundados por una admiración reverencial provocada sin duda por el hecho de estar viendo a Geary—. La hora estimada de llegada es dentro de quince minutos a partir de ahora.

—Gracias. —Geary apagó rápidamente la pantalla virtual, enervado por la expresión de adoración al héroe que se había dibujado en el rostro de aquel tripulante.

Tras aquella comunicación, Geary hizo ademán de volver a sumirse en su adormecimiento anterior, pero el deber le clavó sus garras y no dejó de darle golpecitos para evitar que cayese en el sueño. En lugar de seguir remoloneando, Geary se estiró para alcanzar otro panel de control. En primera instancia, el sistema de combate del buque insignia le impidió ver los datos actualizados del estado de la flota, pero en algún momento le debió de llegar la información de que ahora era Geary quien estaba a los mandos y le proporcionó de mala gana el acceso necesario. El nuevo comandante leyó lenta y metódicamente el listado de naves mientras sentía como, por fin, una sensación dolorosa se abría paso en su interior para acabar con el entumecimiento reinante.
Qué de naves perdidas. Cuántas de las demás dañadas
. No había duda de por qué el almirante Bloch había salido a consultar qué condiciones exigían los síndicos.

—Capitán Geary. Nuestros transbordadores han llegado al buque insignia síndico.

—Gracias —espetó Geary.

A Geary no le apetecía en absoluto pensar en como estarían arreando al almirante Bloch hacia el interior de la nave enemiga para que, una vez allí, se pusiera a suplicar y tratase de ratear cualquier mínima concesión que pudiese sacarle al victorioso enemigo. A Geary nunca le había gustado lo más mínimo el modo en el que los síndicos trataban a su propio pueblo, por no hablar de cómo se las gastaban con los demás. Pero se podía razonar con ellos.

—Ca… capitán Geary. Al… al habla el consultor de comunicaciones.

Geary volvió la vista hacia la pantalla virtual. El oficial allí presente estaba más nervioso que cualquier otro al que Geary hubiese visto antes. Mucho más.

—¿Qué ocurre? —respondió Geary.

—Un… un mensaje… del buque insignia síndico. Capitán. Nos… nos lo han enviado a todas nuestras naves.

—Muéstremelo.

La imagen del oficial se desvaneció y Geary pudo ver un plano del almirante Bloch, junto con el resto de oficiales de primer rango de la Alianza, de pie al lado de una pared que debía de corresponder al interior del buque insignia síndico. Al abrirse el plano se vio que estaban en el muelle de un transbordador y que junto a ellos había un oficial síndico ataviado con un uniforme impecable. La brillante insignia que daba fe de su rango y una arrogancia reconocible al instante dejaba poco lugar a dudas: quien se dirigía a la cámara era un director general.

—Flota de la Alianza, su almirante ha venido a nosotros para «negociar» las condiciones de la rendición —explicó el director general haciendo un gesto.

Geary se quedó con la boca abierta al comprobar que un grupo de tropas especiales de los síndicos daba un paso al frente, se situaban uno delante de cada oficial de la Alianza y empezaban a disparar a quemarropa al almirante Bloch y al resto de su delegación. Bloch y algunos de los demás intentaron permanecer firmes pero se acabaron derrumbando mientras la sangre les empapaba los uniformes. En cuestión de segundos, todos los oficiales superiores de la Alianza yacían inmóviles y, sin duda alguna, muertos.

El director general de los síndicos meneó la cabeza en señal de desaprobación mientras miraba los cuerpos.

—No hay nada que negociar con sus antiguos líderes. Cualquier otro que intente negociar sufrirá el mismo destino que estos idiotas. Aquellas naves y oficiales de la Alianza que se rindan de manera incondicional recibirán un tratamiento razonable. No tenemos nada contra aquellos que se hayan visto forzados a luchar contra nosotros por culpa de líderes tan ineptos como estos.

Incluso en el estado de conmoción en el que se encontraba, Geary tuvo tiempo de preguntarse si el director general de los síndicos se hacía una idea de lo falsa que sonaba aquella afirmación.

—No obstante —prosiguió el líder síndico—, aquellos que se empeñen en intentar «negociar» morirán, si bien es posible que su deceso no sea tan rápido como el del almirante. Tienen una hora para entregar sus naves y rendirse. Transcurrido ese tiempo, lanzaremos un ataque y aplastaremos cualquier intento de resistencia.

Geary se quedó mirando a la pantalla virtual después de que se quedara en blanco y de que volviera a aparecer la cara del oficial de comunicaciones, que le devolvía la mirada con gesto de desesperación. Geary sabía que los síndicos eran despiadados, pero nunca les había visto cometer este tipo de atrocidades. Al igual que sucedía con otras cosas que Geary se había ido encontrando, daba la sensación de que los síndicos habían cambiado a lo largo del prolongado curso de esta guerra y no para bien precisamente.

Geary tardó un buen rato en hacerse a la idea de que su posición al mando de la flota no era ya algo temporal. Una flota diezmada en la batalla y atrapada debía hacer frente a un enemigo increíblemente superior en número. No se le había dado más tiempo de cortesía que una hora. Y, para colmo, allí estaba aquel oficial de comunicaciones que, como muchos otros, rezaba con la esperanza de que Geary pudiera hacer algo.

Geary respiró hondo, sabiendo que la sensación de vacío que llevaba sintiendo desde que lo rescataron le estaba ayudando a mantener el rostro sereno.

—Tráigame aquí a la capitana… —¿Qué nombre había dicho el almirante Bloch?—. Desjani. La capitana Desjani. Ya.

—¡Sí, señor! Está en el puente de mando, señor —respondió el oficial.

En el puente de mando. Geary recordó más tarde que Desjani era la oficial al mando del
Intrépido
. ¿La habría visto antes? No se acordaba.

En cuestión de segundos, la cara de la capitana Desjani asomó por la pantalla virtual. Era una mujer quizá de mediana edad y su rostro conjugaba las tensiones propias de los tiempos que corrían, de la experiencia y del desastre de la reciente batalla; así que Geary no se podía ni figurar qué aspecto podría haber tenido en un lugar y una época de paz y tranquilidad.

—Me han dicho que quería hablar conmigo —observó la capitana.

—Capitana, ¿está usted al corriente del mensaje que acaban de mandar los síndicos? —interrogó Geary.

La capitana Desjani tragó saliva antes de responder.

—Sí —acertó a decir finalmente—. Ha sido enviado a todas las naves, así que todos los oficiales al mando lo han visto.

—¿Sabe usted por qué los síndicos han asesinado al almirante Bloch? —insistió Geary.

—Porque son una bazofia desalmada —respondió, después de hacer una mueca de disgusto.

Geary sintió un pequeño arrebato de ira.

—Esa no es razón, capitana —apuntó Geary.

Ella se le quedó mirando durante un instante.

—Han decapitado a nuestro cabeza visible, capitán Geary. Una flota síndica se quedaría inutilizada si la dejaran sin líder y están dando por supuesto que nosotros funcionamos de la misma manera —aseveró Desjani—. Tratan de desanimarnos mostrándonos una carnicería y, al matar tan abiertamente a todos nuestros líderes, intentan al mismo tiempo asegurarse de que no vamos a ser capaces de organizar ninguna resistencia más.

Geary se quedó mirándola, incapaz en un principio de articular palabra alguna.

—Capitana Desjani, esta flota no está huérfana de líder —espetó Geary. La capitana cambió el gesto súbitamente y sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Está usted al mando? —inquirió Desjani.

—Así lo dejó dicho el almirante Bloch. Pensé que se le había informado al respecto —repuso Geary.

—Se me informó, pero… no estaba segura de cómo iba a responder usted, capitán Geary —explicó la capitana—. ¿Va a ejercer como comandante? Alabado sea el cielo. Tengo que informar de ello al resto de naves. Estaba siguiendo el debate que estaban manteniendo los oficiales al mando al respecto de qué deberíamos hacer cuando se me notificó que debía ponerme en contacto con usted.

Geary se olvidó de lo que fuera que fuera a decir a continuación al darse cuenta de las posibles implicaciones que se desprendían de la afirmación de Desjani.

—¿Debatir? ¿Pero qué andan debatiendo los capitanes de las demás naves? —inquirió Geary.

—Qué hacer, señor. Debaten qué hacer después de la muerte del almirante Bloch y el resto de oficiales de alto rango —aclaró Desjani.

—¿Que están haciendo qué? —El hielo del interior de Geary se resquebrajaba por momentos—. ¿Acaso no se les informó a ellos también de que el almirante Bloch me había puesto al mando de la flota?

—Sí… señor —musitó la capitana.

—¿Ninguno de ellos ha contactado con el buque insignia para obtener instrucciones? —continuó interrogándola Geary.

A juzgar por el rostro de Desjani, que hasta hacía poco había mostrado una esperanza radiante, asomó una nueva emoción: la cautela de una oficial experimentada que sabe que su jefe está a punto de empezar a subirse por las paredes.

—Esto… no, señor. No ha habido comunicaciones con el buque insignia —informó Desjani.

—¿Así que están debatiendo sobre qué hacer y ni siquiera se han puesto en contacto con el buque insignia? —bramó el capitán.

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