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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (60 page)

BOOK: Juego de Tronos
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Un ejército de esclavos se había adelantado para prepararlo todo para la llegada de Khal Drogo. En cuanto los jinetes desmontaban, se quitaban los
arakhs
y los entregaban junto con el resto de armas que portaran a los esclavos. Ni siquiera Khal Drogo constituía una excepción. Ser Jorah había contado a Dany que estaba prohibido llevar armas en Vaes Dothrak, así como derramar la sangre de un hombre libre. Hasta los
khalasars
enfrentados en guerra dejaban a un lado sus disputas y compartían la carne y el aguamiel cuando se encontraban bajo la mirada de la Madre de las Montañas. En aquel lugar, las viejas brujas del
dosh khaleen
habían decretado que todos los dothrakis fueran una sola sangre, un solo
khalasar
, un solo pueblo.

Cohollo se acercó a Dany mientras Irri y Jhiqui la ayudaban a bajarse de plata. De los tres jinetes de sangre de Drogo, era el de más edad. Se trataba de un hombre calvo y rechoncho, con la nariz ganchuda y los dientes rotos a causa del mazazo que había recibido hacía veinte años, al salvar al joven
khalakka
de unos mercenarios que querían capturarlo para venderlo a los enemigos de su padre. Su vida había quedado ligada a la de Drogo desde el día en que nació el señor esposo de Dany.

Todo
khal
tenía jinetes de sangre. Al principio Dany pensó que eran una especie de Guardia Real de los dothrakis, juramentados para proteger a su señor, pero eran mucho, mucho más. Jhiqui le había enseñado que un jinete de sangre no era un simple guardián. Eran los hermanos del
khal
, sus sombras, sus amigos más cercanos. Drogo los llamaba «sangre de mi sangre», y eso eran: compartían una vida. Las antiguas tradiciones de los señores de los caballos exigían que, si el
khal
moría, sus jinetes de sangre murieran con él, para cabalgar a su lado en las tierras de la noche. Si el
khal
moría a manos de algún enemigo, ellos vivían lo justo para vengarlo y luego lo seguían con alegría a la tumba. Siempre según Jhiqui, en algunos
khalasars
los jinetes de sangre compartían el vino del
khal
, su tienda, incluso sus esposas, aunque jamás sus caballos. El caballo de un hombre era sólo suyo.

Daenerys se alegraba de que Khal Drogo no siguiera las antiguas tradiciones. No le habría gustado que la compartieran. Y, aunque el viejo Cohollo la trataba con amabilidad, los demás le daban miedo. Haggo, que era enorme y silencioso, la miraba a menudo como si hubiera olvidado quién era. Y Qotho tenía ojos crueles y manos rápidas con las que le gustaba hacer daño. Siempre que tocaba a Doreah le dejaba magulladuras en la delicada piel blanca, y a veces hacía que Irri sollozara en medio de la noche. Hasta sus caballos le tenían miedo.

Pero estaban unidos a Drogo en la vida y en la muerte, así que a Dany no le quedaba más remedio que aceptarlos. Y a veces deseaba que a su padre lo hubieran protegido hombres como aquéllos. En las canciones, los caballeros blancos de la Guardia Real eran siempre nobles, valientes y leales, pero había sido uno de ellos el que asesinó al rey Aerys, el atractivo muchacho al que ahora llamaban Matarreyes; y otro, Ser Barristan
el Bravo
, estaba al servicio del Usurpador. Quizá todos los hombres de los Siete Reinos fueran así de falsos. Cuando su hijo se sentara en el Trono de Hierro, ella se encargaría de que tuviera jinetes de sangre para protegerlo de los traidores de la Guardia Real.


Khaleesi
—le dijo Cohollo en dothraki—, Drogo, que es la sangre de mi sangre, me envía a decirte que esta noche debe ascender a la Madre de las Montañas para hacer sacrificios a los dioses en gratitud por su regreso.

Dany sabía que sólo los hombres podían pisar la Madre. Los jinetes de sangre del
khal
irían con él y no regresarían hasta el amanecer.

—Dile a mi sol y estrellas que sueño con él, y espero ansiosa su retorno —respondió agradecida.

A medida que el bebé crecía dentro de ella Dany se cansaba cada vez con mayor facilidad, le sentaría bien una noche de descanso. El embarazo no había hecho más que inflamar la pasión de Drogo, y últimamente sus atenciones la dejaban exhausta.

Doreah la guió hacia la colina hueca que le habían habilitado para ella y para su
khal
. El interior era fresco y umbrío, como una tienda de tierra.

—Un baño, Jhiqui, por favor —ordenó.

Deseaba quitarse de la piel el polvo del viaje y poner en remojo los huesos agotados. La perspectiva de permanecer allí un tiempo y de que no tendría que subir a lomos de la plata a la mañana siguiente le resultaba agradable.

El agua estaba muy caliente, tal como a ella le gustaba.

—Esta noche le daré a mi hermano los regalos —decidió mientras Jhiqui le lavaba el pelo—. En la ciudad sagrada, debe parecer un rey. —Viserys era más amable con la chica lysena que con las criadas dothrakis, quizá porque el magíster Illyrio le había dejado que se la llevara a la cama en Pentos—. Irri, ve al bazar y compra fruta y carne. De la que sea, menos de caballo.

—Pues es la mejor —dijo Irri—. El caballo da fuerza a los hombres.

—Viserys detesta la carne de caballo.

—Como deseéis,
khaleesi
.

Volvió con una pata de cabra y una cesta de frutas y verduras. Jhiqui asó la carne con hierbadulce y chiles, bañándola con miel de cuando en cuando. Había comprado melones, granadas, ciruelas y algunas frutas orientales extrañas que Dany no conocía. Mientras las doncellas preparaban la comida, Dany sacó las ropas que habían mandado hacer a medida para su hermano: túnica y polainas de lino blanco, sandalias de cuero con cordones hasta la rodilla, cinturón adornado con medallones de bronce y chaleco de cuero con dibujos de dragones que lanzaban fuego por las fauces. Tenía la esperanza de que los dothrakis lo respetarían más si se quitaba de encima aquel aspecto de mendigo, y quizá él la perdonaría por haberlo avergonzado aquel día en la hierba. Al fin y al cabo seguía siendo su rey y su hermano. Los dos eran de la sangre del dragón.

Estaba disponiendo el último de los regalos, una capa de seda verde como la hierba con ribete gris que destacaría su cabello color plata, cuando llegó Viserys. Llevaba a rastras a Doreah, que tenía un ojo amoratado.

—¿Cómo te atreves a enviarme a esta puta para que me de órdenes? —rugió al tiempo que lanzaba a la doncella contra la alfombra.

—Sólo quería... —Su rabia cogió a Dany por sorpresa—. Doreah, ¿qué le dijiste?

—Perdonadme,
khaleesi
, lo siento mucho. Fui a verlo, como me dijisteis, y le dije que habíais ordenado que cenara contigo.

—Nadie da órdenes al dragón —ladró Viserys—. ¡Soy tu rey! ¡Te tendría que haber enviado su cabeza!

La joven lysena dejó escapar un gemido, pero Dany la tranquilizó con una caricia.

—No tengas miedo, no te va a hacer daño. Por favor, hermano mío, perdónala, sólo ha cometido un error. Le dije que te pidiera que cenaras conmigo, si lo deseabas. —Lo cogió de la mano y lo llevó al otro extremo de la estancia—. Mira. Son para ti.

—¿Qué es eso? —Viserys frunció el ceño con desconfianza.

—Ropas nuevas. —Dany sonrió con timidez—. Las he mandado hacer para ti.

—Son harapos dothrakis —dijo su hermano mirándola despectivamente—. ¿Ahora pretendes vestirme?

—Por favor... son más frescos, y estarás más cómodo, y me pareció que... si vestías como los dothrakis... —Dany no sabía cómo expresarlo sin despertar al dragón.

—Y luego querrás que me haga trenzas en el pelo.

—No, yo no... —¿Por qué era siempre tan cruel? Sólo pretendía ayudarlo—. No tienes derecho a llevar trenzas, aún no has conseguido ninguna victoria.

Era justo lo que no debía decir. La ira relampagueó en los ojos liláceos de su hermano, pero no se atrevió a golpearla: las doncellas estaban delante, y los guerreros de su
khas
en el exterior. Cogió la capa y la olfateó.

—Huele a estiércol. Igual la utilizo como manta para mi caballo.

—Hice que Doreah la bordara especialmente para ti —dijo ella, dolida—. Son ropas dignas de un
khal
.

—Soy el Señor de los Siete Reinos, no un salvaje manchado de hierba con campanas en el pelo —le espetó Viserys. La agarró por el brazo—. Parece que lo has olvidado, zorra. ¿Te crees que esa barriga gorda que tienes te protegerá si despiertas al dragón?

Le hacía daño en el brazo con los dedos, y por un momento Dany sintió que el niño que llevaba en sus entrañas aullaba ante su ira. Extendió la otra mano y cogió lo primero que encontró, el cinturón que había querido regalarle, una pesada cadena de medallones de bronce. Lo blandió con todas sus fuerzas. Le acertó de lleno en la cara. Viserys la soltó. Le corría la sangre por la mejilla, uno de los medallones le había hecho un corte.

—Tú eres el que parece olvidar algo —le dijo—. ¿Es que no aprendiste nada aquel día, en la hierba? Márchate ahora mismo, o llamaré a mi
khas
para que te saque de aquí. Y reza para que Khal Drogo no se entere de esto, o te abrirá el vientre y te hará comer tus entrañas.

—Cuando tenga mi reino —contestó Viserys poniéndose en pie—, lamentarás lo que has hecho hoy, zorra. —Se marchó sin llevarse sus regalos, con la mano en la mejilla.

La hermosa capa de seda estaba manchada de sangre. Dany se llevó a la cara el suave tejido y se sentó en las mantas con las piernas cruzadas.

—Ya tenéis la cena preparada,
khaleesi
—anunció Jhiqui.

—No tengo hambre —respondió Dany con tristeza. De pronto se sentía muy cansada—. Repartíos la comida entre vosotras, y llevadle un poco a Ser Jorah. —Hizo una pausa—. Por favor, tráeme uno de los huevos de dragón —añadió al final.

Irri cogió el huevo de la cáscara verde oscura. Las motas de bronce brillaron entre las escamas cuando le dio una vuelta entre las manos. Dany se tumbó de lado, se cubrió con la capa de seda y acunó el huevo en el hueco que quedaba entre su vientre hinchado y sus pechos pequeños y suaves. Le gustaba abrazar aquellos huevos. Eran muy hermosos, y a veces su simple proximidad la hacía sentir más fuerte, más valiente, como si pudiera absorber la energía de los dragones de piedra encerrados en su interior.

Estaba así tendida, abrazada al huevo, cuando sintió que el niño se movía en su interior... como si intentar llegar al huevo, a su hermano, a un ser de su sangre.

—Tú eres el dragón —le susurró Dany—. El verdadero dragón. Lo sé. Lo sé.

Sonrió y se quedó dormida soñando con su hogar.

BRAN (5)

Estaba cayendo una ligera nevada. Bran sentía en las mejillas los copos, que se deshacían en la más suave de las lluvias en cuanto le llegaban a la piel. Se irguió en el caballo y observó cómo levantaban el rastrillo. Por mucho que intentara mantener la calma, el corazón le revoloteaba como una mariposa en el pecho.

—¿Preparado? —preguntó Robb. Bran asintió, tratando de que no se le notara el miedo. No había salido de Invernalia desde la caída, pero estaba decidido a cabalgar con tanto orgullo como cualquier caballero—. Entonces, adelante. —Robb clavó los talones a su gran capón gris y blanco, y el caballo trotó bajo el rastrillo.

—Vamos —susurró Bran a su montura. Rozó ligeramente el cuello de la potranca castaña, que echó a andar. Bran la había llamado
Bailarina
. Tenía dos años, y según Joseth era más lista que ningún otro caballo. La habían entrenado especialmente para que respondiera a las riendas, a la voz y a los toques. Hasta entonces Bran sólo la había montado por el patio. Al principio Hodor o Joseth la guiaban, con Bran asegurado con cinturones a la silla de gran tamaño que había dibujado el Gnomo, pero en los quince últimos días la había montado solo. Había ido al paso, al trote, en círculos, y cada vez se volvía más audaz.

Pasaron junto a la caseta del guardabarrera, cruzaron el puente levadizo y salieron al exterior.
Verano
y
Viento Gris
trotaban junto a ellos sin dejar de olfatear el aire. Los seguía Theon Greyjoy, con un arco largo y un carcaj lleno de flechas; les había contado que tenía intención de abatir un ciervo. Tras él iban cuatro guardias con cotas de mallas y cascos, y Joseth, un mozo de cuadras flaco al que Robb había nombrado caballerizo mayor durante la ausencia de Hullen. El maestre Luwin, montado en un asno, cerraba la marcha. A Bran le habría gustado más ir a solas con Robb, pero Hal Mollen no lo permitió, y el maestre Luwin respaldaba su opinión. Quería estar cerca si Bran se caía del caballo, o se hacía daño.

Más allá del castillo estaba la plaza del mercado, con los tenderetes de madera desiertos en aquel momento. Cabalgaron por las calles embarradas del pueblo, pasando junto a hileras de pulcras casitas de troncos y piedra vista. Sólo una de cada cinco tenía habitantes, y en esas las chimeneas dejaban escapar finos tentáculos de humo. El resto se irían ocupando a medida que hiciera más frío. Según la Vieja Tata, cuando cayera la nieve y los vientos gélidos soplaran del norte, los granjeros abandonarían los campos helados, cargarían sus carromatos y la ciudad invernal cobraría vida. Bran nunca lo había visto, pero según el maestre Luwin el momento estaba cada vez más cerca. El fin del largo verano se avecinaba. «Se acerca el Invierno.»

Unos cuantos aldeanos miraron con temor a los lobos huargos que acompañaban a los jinetes, un hombre se sobresaltó tanto que incluso dejó caer la brazada de leña que llevaba, pero la mayor parte del pueblo se había acostumbrado ya a ellos. Al ver a los muchachos, hincaron una rodilla en tierra, y Robb los saludó de uno en uno con gesto de gran señor.

No podía asegurarse con las piernas, de manera que el vaivén del caballo hacía sentir inseguro a Bran al principio, pero la gran silla de montar, con cabeza gruesa y respaldo alto, resultaba muy cómoda, y los cinturones que llevaba en torno al pecho y a los muslos impedirían que se cayera. Al cabo de un rato, el ritmo empezó a parecerle casi natural. Poco a poco fue desapareciendo la ansiedad y hasta se atrevió a esbozar una sonrisa.

Bajo el cartel del Leño Humeante, la cervecería de la aldea, había dos mozas. Theon Greyjoy las llamó, y la más joven se sonrojó y se cubrió el rostro con las manos. Theon espoleó su caballo para situarlo junto al de Robb.

—La dulce Kyra —dijo con una carcajada—. En la cama se retuerce como una comadreja, pero si le dices una sola palabra en la calle se pone roja como una doncella. ¿Te he contado alguna vez la noche en que Bessa y ella...?

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