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Authors: Aníbal Malvar

Tags: #Intriga, #Policíaco

La balada de los miserables (39 page)

BOOK: La balada de los miserables
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Tras poner a disposición judicial a Adrián Grande Expósito y Federico Jiménez Chicote, el inspector José Ramos se dirigió al complejo médico farmacéutico de Sanitale, en el parque Alejandro del Río, norte con vistas serranas de Madrid. Aparcó en las inmediaciones y entró en el edificio, sin más problemas, pasando por el torno de seguridad la tarjeta blanca, de banda magnética, que el asesino Adrián Grande Expósito llevaba en su cartera. Dio un par de vueltas por varias de las plantas del complejo y salió, con la misma tarjeta blanca, sin decirle nada a nadie pero con una cara de asco que hubiera llamado la atención de no haber sido exhibida por un hombre tan repugnante.

Después condujo hasta la prisión madrileña de Soto del Real, módulo dos, donde mantuvo una larga conversación con Jesús Heredia Migueli, alias
el Perro
.

Aunque el audio del vis a vis no fue grabado por orden del juez, en el vídeo mudo se puede observar cómo el inspector Ramos pronuncia un extenso discurso tras el cual Jesús Heredia Migueli rompe a llorar. Después de calmarse y tras un largo silencio, el viejo patriarca del Poblao empieza a recitar palabras lentas que, con meticulosidad, el inspector Ramos va consignando en un pequeño cuaderno de anillas que guardaba en el bolsillo de una gabardina gris, como él, de la que en ningún momento se ha despojado, a pesar de que los técnicos de mantenimiento mantienen esa sala a una temperatura constante de dieciocho grados. Dos novatos que curioseaban los monitores durante la visita aseguraron a otros compañeros de guardia que Heredia Migueli, alias
el Perro
, recitaba nombres y números de teléfono, pero, al ser novatos, ningún funcionario les prestó excesiva credibilidad, aunque tampoco despectiva indiferencia.

La inmensa instrucción de más de doscientos once mil folios manejada por el juez constata que, minutos después de abandonar el recinto penitenciario de Soto del Real, el inspector José Ramos realizó una llamada de cuarenta y dos minutos a un número de titularidad insondable, ya que se trataba de un prepago, y yo sé, porque me lo han contado, que, tras colgar, el inspector se dirigió en su coche particular a un caserío de Morata de Tajuña donde, a eso de las dos y media o tres, mantuvo una reunión de no más de media hora a la que asistieron entre una veintena de barandas de los poblados gitanos: Marcelo Flórez Tejedor, alias
el Destripa
, patriarca del poblado de Pitis; Indalecio Nives Arbeloa, alias
Belfo
, patriarca del asentamiento de la Cañada; Jesús Gómez Heredia, alias
el Peseta
, patriarca de los alojados de Puente Vallecas; Venancio Trapes Toribio, alias
Dientes
, alias
Can
, patriarca del asentamiento multiétnico de Begoña, y José Inda Ramónez, alias
el Sicólogo
, patriarca del asentamiento caló de Carabanchel sur.

Cuando salió del caserío de Morata, el inspector José Ramos se dirigió en su coche hasta su domicilio y se acostó un rato. Exactamente hasta que la alarma de su teléfono móvil lo despertó a las ocho menos diez de aquella tarde de noviembre. Más o menos una hora antes de que empezara todo.

XLIII

19:37

—¿Oyes? Que somos nosotros otra vez. Sí, sí, en Pinto. Cambio.

—¿Lo mismo? Cambio.

—Sí, sí. Lo mismo. Cojones, no. Lo mismo, no. Más, más, mucho más. Que esto es el puto desembarco de Normandía, cojones. La puta guerra de los mundos, ¿me escuchas? Que por aquí no paran de pasar. Tenemos ya once coches inmovilizados en el arcén. Once vehículos y aquí no aparece nadie de apoyo. Hay retenciones de más de seis kilómetros. Cambio.

—Soltarlos. Cambio.

—¿Que los soltemos? Cambio.

—Que soltarlos. Y circulando. No inmovilizar más vehículos, ¿me oyes? Vosotros no inmovilizar ningún vehículo más veáis lo que veáis, ¿entendido? Cambio.

—Coño, cambio. Espera, no cambio. No. Sin cambiar, sin cambiar. Aquí Pinto sin cambiar, ¿eh? ¿Me oyes? Que aquí ningún vehículo trae documentación ni trae hostias, ¿me oyes? Cambio.

—Mira, Pinto, puesto de Pinto, ¿me oyes? Tengo el centro de control a reventar así que, por favor, soltarlos, y dejar que el tráfico fluya p´alante. ¿Me has oído? Cambio.

19:48

—Y, tras nuestro boletín de las diecinueve treinta, conectamos con la Dirección General de Tráfico para darles cuenta, como cada día, del estado de nuestras carreteras. Mónica Rodríguez, Dirección General de Tráfico. Parece que tenemos una tarde de especiales complicaciones en todos los accesos a la capital.

—Así es, Susana. Tenemos hoy hasta retenciones de veintiséis kilómetros en la carretera de Andalucía, doce en la de Extremadura y otros veintitrés en la de Burgos. Podríamos continuar, pero, la verdad, es que se puede decir que a esta hora no hay manera de entrar en Madrid por vía terrestre.

—Pero, Mónica, ¿qué me estás diciendo?

—Pues lo que oyes. Que no hay manera de entrar en Madrid. El Samur ha tenido ya que atender a veinte personas aquejadas de crisis de ansiedad y a otras cuarenta a causa de pequeñas colisiones, aunque, gracias a Dios, no ha habido que lamentar desgracias personales.

—¿Hay alguna razón que explique este caos?

—De momento ninguna explicación oficial.

—Bueno, Susana. Muchas gracias, como cada día. Estaremos pendientes a lo largo de nuestro informativo de lo que está sucediendo esta tarde en las carreteras de Madrid. Deportes. ¿Chema? Creo que el Real Madrid ha entrenado esta tarde con especial intensidad a la vista de su compromiso liguero de mañana. ¿Nos puedes dar más detalles? Creo que Cristiano ha despertado esta tarde los aplausos de más de doscientos aficionados durante el entrenamiento en Valdebebas. Este Madrid parece que mueve masas hasta cuando se entrena.

20:14

—Oye, que es el subdirector general.

—¿De Tráfico?

—No, tu amigo el de Interior.

—Menos mal. Pásamelo. Hola, Carmelo.

—Hola, Jorge. ¿Hace falta que te pregunte?

—Puedes preguntarme, pero aquí no tenemos ni idea.

—Bueno, bueno. Seamos razonables. Seamos razonables. Tenemos a medio millón de gitanos entrando en Madrid, ¿no es así?

—Ésos son nuestros cálculos, doscientos, trescientos mil…

—¿Y qué hacen aquí? ¿Qué coño hace aquí medio millón de gitanos?

—Hasta eso les hemos preguntado.

—¿Y? Contéstame algo, por favor. La ministra espera una respuesta.

—Mira, Carmelo. Yo he movilizado a toda mi gente; incluso he bajado a la calle a los que estaban de vacaciones, a los que tienen algún hueso roto y a los de baja por depresión. Y aquí nadie sabe nada.

—¿Y no les habéis preguntado… a ellos?

—Hemos detenido temporalmente más de dos mil vehículos. Y hemos interrogado a otras tantas personas.

—¿Y qué han dicho?

—Que vienen a visitar a un familiar enfermo. Espero que no vengan todos a ver al mismo familiar enfermo.

—¿Y qué hipótesis barajamos?

—Personalmente, Carmelo, o ha resucitado el Camarón o no hay Dios que haga moverse junto a tanto gitano.

—¿Los podemos controlar?

—No. Podría detener a unos doscientos mil por no llevar carné de conducir o los papeles del coche en regla, a otros cien mil por portar objetos robados y a ochenta o noventa mil por tenencia. Pero no creo que tengamos techo para tanta gente.

—¿Y los infiltrados?

—Se sorben los mocos a cien pavos día.

—¿Estamos haciendo algo… especial para conseguir más información?

—Por supuesto que sí. Estamos moviendo mucho. Le he dicho a los chicos que no escatimen en gastos. Pero eso no se lo digas a la ministra.

—Ya me he olvidado de que lo has dicho.

—Olvídate, incluso, un poquito más.

—¿De lo de Morata de Tajuña se sabe algo más?

—Todos los patriarcas que estuvieron este mediodía allí nos han recibido y han hablado con nosotros: trataron de sus cosas. No sueltan otra prenda. Trataron de sus cosas.

—Nos estamos jugando el puesto, Jorge.

—No, Carmelo. Yo creo que ya no nos lo estamos jugando.

21:22

Q. ALSEDO
P. HERRÁIZ

MADRID.— Dos ambulancias medicalizadas de atención a toxicómanos han sido quemadas esta tarde, de forma simultánea a las 20:30, en los poblados gitanos de la Cañada Real y Pitis. A esa hora, grupos organizados de desconocidos, amparados en las multitudes que hoy se han dado cita en los distintos asentamientos de Madrid, se han acercado a las ambulancias, ambas de la firma Sanitale, y han arrojado contra cada una, al menos, una decena de cócteles molotov.

A pesar del fuerte dispositivo policial desplegado esta tarde en los distintos asentamientos gitanos de la capital española, ha sido imposible identificar a los agresores. Tampoco ha habido que lamentar más daños que los materiales gracias a la celeridad con la que las fuerzas de seguridad y varios testigos oculares del suceso han acudido a rescatar de entre las llamas al personal sanitario que prestaba servicio en el interior de las ambulancias destruidas.

De momento, ni desde la delegación del Gobierno en Madrid, ni desde la Consejería o el Ministerio de

Interior se niega ni se confirma que estos ataques puedan tener relación con el que hace unas semanas destruyó otra ambulancia medicalizada de la misma empresa en el asentamiento de Valdeternero, conocido como el Poblao, donde, el pasado 8 de noviembre, fue denunciada la desaparición de Alma Heredia Martagón, de cinco años.

Se da la circunstancia de que Alma Heredia es la nieta del patriarca de este asentamiento, actualmente en prisión, en Soto del Real, a espera de juicio por el asesinato del principal sospechoso en el presunto secuestro de la niña, José Leao.

Mientras, la Delegación del Gobierno en Madrid sí ha confirmado que aproximadamente un cuarto de millón de personas de etnia gitana han acudido hoy a Madrid. Aunque no hay confirmación oficial y el silencio de los congregados en los poblados gitanos es absoluto, a pesar de la insistencia de los medios de comunicación en conocer la razón de sus concentraciones, fuentes policiales temen, de forma extraoficial, que se pueda tratar de una convocatoria de manifestación ilegal en protesta por la desaparición de Alma Heredia.

22:13

Salieron de Pitis, de Puente Vallecas, del Poblao, de la Cañada, del Pozo de Tío Raimundo, de Barajas. Salieron en silencio, o no exactamente en silencio, sino hablando breve y bajo, de sus cosas, como hablan las familias viejas. Salieron del coño negro, redondo y grande de sus guitarras jondas, y salieron de las hogueras, de los tópicos y de la luna cantada por los niños de cara sucia. Salieron como si tuviera sentido salir de alguna parte, furiosos y pacientes, herrados de odio. Salieron por la avenida de Andalucía, por Embajadores, por la 607, por la carretera de Burgos.

—Mamá, ¿por qué van tan callados?

—No los mires, hijo, y date prisa.

Las gentes bienpensantes se resguardaban bajo cornisas. Los sociólogos citaban a Margaret Mead por la radio. Cada radio, aquella tarde, había puesto a un sociólogo en nómina.

—¿No será usted sociólogo?

—Sí.

—Pues véngase rápido y diga algo también rápido.

—No podemos hablar de una respuesta de las masas, porque tampoco se ha planteado pregunta alguna a estas masas.

—¿Entonces?

—El atavismo de los gitanos. Es la única etnia que no comprende aún que la raza ya no es el motor de la historia.

—Usted nunca ha visitado los Estados Unidos. ¿Me equivoco?

Los mil sacerdotes que residen entre Madrid y el cielo se movilizaron, instigados por el servicio de Información de la Guardia Civil, que se lo pidió uno a uno y de favor, como creyendo que así podrían despertar un rato a Dios de su eterna siesta, y preguntaron a todos los gitanos que los escucharon que adónde iban, y por qué iban, y los no sé cuántos mil gitanos que aquella noche tomaron Madrid dijeron que no iban a ningún sitio, ni para nada, que paseaban porque Madrid está precioso en invierno y se dirigían a ver a un familiar.

—Voy a ser breve. Quiero que me digas qué está pasando y qué podemos hacer.

—Mira, alcalde. A veces hemos sido amigos y otras enemigos. A veces te he ocultado cosas para joderte y otras veces para protegerte.

—Te pido concreción, cojones. Y tú sabes que yo nunca suelto un taco.

—La verdad en nueve palabras, alcalde: tenemos a medio millón de gitanos paseando por Madrid.

—Mira, Carmelo. No me tomes el pelo. Las personas no salen de paseo de medio millón en medio millón. Salen en pareja, en familia, solos, con el perro.

—Pues supongo que a partir de ahora tendremos que cambiar el concepto que teníamos de lo que es un paseo por Madrid.

—Soluciónalo. Tengo al Comité Olímpico Internacional con los ojos puestos en Madrid.

—Pues si tú quieres, alcalde, le pedimos educadamente a los gitanos que, en vez de pasear, vayan trotando, para que esto parezca un poco más olímpico.

—Una chorrada más y te destituyo.

—Y yo le cuento a la prensa lo de Montserrat.

23:40

Llevaba tres horas sentado en mi silla de despacho, harto de recibir visitas de condolencia estúpida de los compañeros.

—Siento lo de O’Hara. Si necesitas algo…

Un hombre que se ha quedado solo lo que necesita es estar solo. Abrí la ventana del despacho y miré hacia la calle. Algunos gitanos, ya pocos, aún seguían saliendo de Puente Vallecas hacia el punto de encuentro. Iban a llegar tarde. El loro estaba melancólico y no había dicho nada en toda la tarde. Aunque desde la calle entraba frío, y los loros son muy sensibles a los cambios de temperatura, no le cerré la ventana. Tampoco le dije nada. Lo pensó él solo. Pepe es muy suyo. Se quedó durante un buen rato mirando fijo a la ventana abierta y ahuecando las plumas para abrigarse de la corriente. Sólo me lanzó una mirada, fija y cariñosa, antes de abrir las alas. La primera vez las abrió lentamente y las volvió a encoger sobre su cuerpo con la misma parsimonia. La segunda vez mantuvo las alas bellamente extendidas durante diez o quince segundos, no menos; adelantó la cabeza con determinación camicace y saltó de su atalaya raseando y saliendo por la ventana con exactitud planeadora de ave rapaz. Mira que todos pensábamos que ese loro no sabía volar. Vaya mierda de policías. Me gusta creer que el loro se largó con los gitanos. Nunca volvió, aunque yo, muchas tardes, dejo por si acaso la ventana abierta.

BOOK: La balada de los miserables
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