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Authors: Paulo Coelho

La bruja de Portobello (26 page)

BOOK: La bruja de Portobello
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Bebimos juntos, no me di cuenta de que cada vez estaba más borracha; no lo noté hasta que quise ir al baño, tropecé con algo y me caí al suelo.

No te muevas —dijo él—. Fíjate en lo que está delante de tus ojos.

Una fila de hormigas.

Todo el mundo piensa que son muy sabias. Tienen memoria, inteligencia, capacidad de organización, espíritu de sacrificio.

Buscan alimento en el verano, lo guardan para el invierno, y ahora salen de nuevo, en esta primavera helada, para trabajar. Si mañana el mundo fuese destruido por una guerra atómica, las hormigas sobrevivirían.

¿Y por qué sabe usted todo eso?

Estudié biología.

¿Y por qué demonios no trabaja para mejorar el estado de su pueblo? ¿Qué hace en medio del bosque hablando solo con los árboles?

En primer lugar, no estaba solo; además de los árboles, tú me estabas escuchando. Pero respondiendo a tu pregunta: dejé la biología para dedicarme al trabajo de herrero.

Me levanté con mucho esfuerzo. La cabeza seguía dándome vueltas, aunque estaba lo suficientemente consciente para entender la situación de aquel pobre infeliz. A pesar de haber ido a la universidad, no había conseguido encontrar empleo. Le dije que en mi país pasaba lo mismo.

No se trata de eso; dejé la biología porque quería trabajar de herrero. Desde niño he sentido fascinación por esos hombres que martillean el acero, que componen una música extraña, esparciendo chispas a su alrededor, poniendo el hierro al rojo vivo en el agua, haciendo nubes de vapor. Yo era un biólogo infeliz, porque mi sueño era hacer que el metal rígido adoptase formas suaves. Hasta que un día apareció un protector.

¿Un protector?

Digamos que, al ver a estas hormigas haciendo exactamente lo que están programadas para hacer, tú exclames: ¡Qué fantástico! Las guardianas están genéticamente preparadas para sacrificarse por la reina, las obreras transportan hojas diez veces más pesadas que ellas, las ingenieras preparan túneles que resisten tempestades e inundaciones. Entran en batallas mortales con sus enemigos; sufren por la comunidad, y jamás se preguntan: ¿Qué estamos haciendo aquí?

“Los hombres intentan imitar la sociedad perfecta de las hormigas, y yo, como biólogo estaba cumpliendo mi papel, hasta que apareció alguien y me hizo esta pregunta:

“—¿Estás contento con lo que haces?

“Yo dije: “Pues claro, soy útil para mi pueblo”.

“¿ Y eso es suficiente?

“Yo no sabía si era suficiente, pero le dije que me parecía una persona arrogante y egoísta.

“ Él respondió: “Puede ser, pero todo lo que vas a conseguir es seguir repitiendo lo que se viene haciendo desde que el hombre es hombre: mantener las cosas organizadas”.

“Pero el mundo ha progresado—respondí.

“Me preguntó si sabía historia. Claro que sí. Hizo otra pregunta: ¿no éramos ya capaces, hace miles de años, de construir edificios como las pirámides? ¿No éramos capaces de adorar a dioses, de tejer, de hacer fuego, de conseguir amantes y esposas, de transportar mensajes escritos? Claro que sí. Peor, aunque en la actualidad nos hayamos organizado para sustituir los esclavos gratuitos por esclavos con salario, todos los avances se han dado sólo en el campo de la ciencia. Los seres humanos todavía se hacen las mismas preguntas que sus ancestros. O sea, no han evolucionado absolutamente nada. A Partir de ese momento entendí que aquella persona que me hacía esas preguntas era alguien enviado por el cielo, un ángel, un protector.

¿Por qué le llama protector?

Porque me dijo que había dos tradiciones: una que nos hace repetir lo mismo a lo largo de los siglos, y otra que nos abre la puerta de los desconocido. Pero esta segunda tradición es incómoda, desagradable y peligrosa, porque, si tiene muchos adeptos, acabará destruyendo la sociedad que ha costado tanto organizar tomando como ejemplo las hormigas. Por eso, esa segunda tradición se hizo secreta, y ha conseguido sobrevivir tantos siglos porque sus adeptos crearon un lenguaje oculto, a través de símbolos.

¿Le preguntó algo más?

Claro, porque, aunque yo lo negase, él sabía que no estaba satisfecho con lo que hacía. Mi protector comentó: “Tengo miedo de dar pasos que no están en el mapa, pero, a pesar de mis miedos, al final del día me parece mucho más interesante”.

“Insistí en el tema de la tradición y él me dijo algo como “mientras Dios siga siendo un simple hombre, siempre tendremos alimentos y una casa en la que vivir. Cuando la Madre finalmente reconquiste su libertad, tal vez tengamos que dormir a la intemperie y vivir de amor, o tal vez seamos capaces de encontrar el equilibrio entre la emoción y el trabajo.”.

“El hombre que iba a ser mi protector me preguntó: “¿Si no fueras biólogo, qué serias?”

“Yo dije: “Herrero, pero eso no da dinero”. Él respondió: “Pues cuando te canses de ser lo que no eres, diviértete y celebra la vida, golpeando un hierro con un martillo. Con el tiempo descubrirás que eso te dará más que placer: te dará un sentido”.

“¿Cómo sigo esa tradición, por los símbolos —respondió él—.Empieza por hacer lo que quieres, y todo lo demás te será revelado.

Tienes que creer que Dios es madre, cuida de tus hijos, jamás dejes que les pase nada malo. Yo lo hice y sobreviví. Descubrí que también hay otras personas que lo hacen, pero las confunden con locos, irresponsables, supersticiosos. Buscan en la naturaleza la inspiración que está en ella, desde que el mundo es mundo.

Construimos pirámides, pero también desarrollamos símbolos.

“Una vez dicho eso, se fue y no volví a verlo, nunca más.

“Sólo sé que, a partir de ese momento, los símbolos empezaron a aparecer porque mis ojos se habían abierto gracias a aquella conversación. Me costó mucho, pero una tarde le dije a mi familia que, aunque tuviera todo lo que un hombre puede soñar, era infeliz: en realidad, había nacido para ser herrero. Mi mujer protestó, diciendo: “Tú, que naciste gitano, que tuviste que enfrentarte a tantas humillaciones para llegar a donde has llegado, ¿ahora quieres volver atrás?” Mi hijo se puso muy contento, porque también le gustaba ver a los herreros de nuestra aldea y detestaba los laboratorios de las grandes ciudades.

“Empecé a repartir mi tiempo entre las investigaciones biológicas y el trabajote ayudarte de herrero. Estaba siempre cansado, pero más alegre que antes. Un día, dejé mi empleo y monté mi propia herrería, que fue muy mal al principio; justo cuando yo empezaba a creer en la vida, las cosas empeoraban sensiblemente. Un día, estaba trabajando y noté que allí, delante de mí, había un símbolo.

“Recibía el acero sin trabajar y tenía que convertirlo en piezas para coches, máquinas agrícolas, útiles de cocina. ¿Cómo se hace? Primero, caliento la chapa de acero en un calor infernal, hasta que se ponga roja. Después, sin piedad, cojo el martillo más pesado y le doy varios golpes, hasta que la pieza adquiera la forma deseada.

“Luego, se sumerge en un caldero de agua fría, y todo el taller se llena con el ruido del vapor, mientras la pieza estalla y grita debido al súbito cambio de temperatura.

“Tengo que repetir este proceso hasta conseguir la pieza perfecta: una vez sólo no es suficiente.

El herrero hizo una larga pausa, encendió un cigarrilla y siguió:

A veces, el acero que llega a mis manos no puede aguantar ese tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan agrietándolo todo. Y sé que jamás se transformará en una buena lámina para el arado, ni en el eje de un motor. Entonces, simplemente lo pongo en el montón de hierro viejo que has visto a la entrada de mi herrería.

Otra pausa, el herrero concluyó:

Sé que Dios me está poniendo a prueba. He aceptado los martillazos que me da la vida, y a veces me siento tan frío como el agua que hace sufrir al acero. Pero lo único que le pido es:

“Dios Mío, Madre Mía, no desistas, hasta que consiga adoptar la forma que esperas de mí. Inténtalo de la manera que creas que es mejor; durante el tiempo que quieras, pero no me pongas nunca en el montón del hierro viejo de las almas”.

Cuando acabé mi conversación con aquel hombre, a pesar de estar borracha, sabía que mi vida había cambiado. Hay una tradición detrás de todo aquello que aprendemos, y lo que yo necesitaba era ir en busca de gente que, consciente o inconscientemente, fuera capaz de manifestar ese lado femenino de Dios. En vez de perder el tiempo echando pestes contra mi gobierno y las manipulaciones políticas, decidí hacer lo que realmente me apetecía:

Curar a la gente. El resto ya no me interesaba.

Como no tenía los recuerdos necesarios, me acerqué a mujeres y hombres de la región, que me guiaron por el mundo de las hierbas medicinales. Aprendí que había una tradición popular que se remontaba a un pasado muy lejano: era transmitida de generación en generación a través de la experiencia, y no del conocimiento técnico. Con esta ayuda, pude ir mucho más allá de lo que mis posibilidades me permitían, porque yo no estaba allí sólo para cumplir una tarea de la universidad, ni para ayudar a mi gobierno a vender armas, ni para hacer propaganda subliminal de partidos políticos.

Yo estaba allí porque curar a la gente me hacía feliz.

Eso me acercó a la naturaleza, a la tradición oral y a las plantas. De vuelta a Inglaterra, decidí hablar con médicos, y les preguntaba: “¿Sabéis exactamente las medicinas que tenéis que recetar o…a veces os ayudáis de la intuición?” Casi todos, después de que se rompía el hielo, decían que muchas veces eran guiados por una voz, y que cuando no respetaban sus consejos, se equivocaban en el tratamiento. Evidentemente utilizan toda la técnica disponible, pero saben que hay un rincón, un rincón oscuro, en el que está realmente el sentido de la cura y la mejor decisión que se puede tomar.

Mi protector desequilibró mi mundo, aunque no fuese más que un herrero gitano. Yo solía ir por lo menos una vez al año a su aldea, y hablábamos de cómo la vida se abre ante nuestros ojos cuando nos atrevemos a ver las cosas de un modo diferente.

En algunas de estas visitas, conocí a otros discípulos suyos, y juntos comentábamos nuestros miedos y nuestras conquistas. El protector decía : “Yo también tengo miedo, pero en esos momentos descubro una sabiduría que está más allá de mí y sigo adelante”.

Hoy gano una fortuna como médica en Edimburgo, y ganaría más dinero si decidiese trabajar en Londres, pero prefiero aprovechar la vida y tener mis momentos de descanso. Hago lo que me gusta: combino los procedimientos curativos de los antiguos, la Tradición Arcana, con las técnicas más modernas e la medicina actual, la Tradición de Hipócrates. Estoy escribiendo un tratado al respecto, y mucha gente de la comunidad “científica”, al ver mi texto publicado en una revista especializada, se atreverá a dar pasos que en el fondo siempre han querido dar.

No creo que la cabeza sea la fuente de todos los males; hay enfermedades. Creo que los antibióticos y los antivirales han sido grandes pasos para la humanidad. No pretendo que un paciente mío se cure de apendicitis sólo con la meditación; lo que necesita es una cirugía buena y rápida. En fin, doy mis pasos con coraje y con miedo, procuro técnica e inspiración. Y soy lo bastante prudente como para no ir hablando de esto por ahí, de lo contrario me tacharían de curandera, y muchas de las vidas que podría salvar acabarían perdiéndose.

Cuando tengo dudas, le pido a la Gran Madre. Nunca me ha dejado sin respuesta. Pero siempre me ha aconsejado ser discreta; seguro que le dio el mismo consejo a Athena, por lo menos en dos o tres ocasiones.

Pero ella estaba demasiado fascinada por el mundo que empezaba a descubrir, y no la escuchó.

Un periódico londinense, 24 de agosto de 1994

LA BRUJA DE PORTOBELLO.

LONDRES
(
copyrigh
t Jeremy Lutton). “Por estas y otras razones, yo no creo en Dios. ¿Sólo hay que ver cómo se comportan aquellos que creen en él”. Así reaccionó Robert Wilson, uno de los comerciantes de Portobello Road.

La calle, conocida en todo el mundo por sus anticuarios y por su feria de objetos usados de los sábado, se convirtió anoche en una batalla campal, que exigió la intervención de por lo menos cincuenta policías del Royal Borough of Kensington and Chelsea para calmar los ánimos. Al final del tumulto, había cinco heridos, aunque ninguno en estado grave. El motivo de la disputa, que duró casi dos horas, fue una manifestación convocada por el reverendo Ian Buró, contra lo que llamó “culto satánico en el corazón de Inglaterra”.

Según Back, desde hacía seis meses un grupo de personas sospechosas no dejaban dormir al vecindario en paz las noches de los lunes, día en el que invocaban al demonio. Las ceremonias eran conducidas por la libanesa Sherine H. Khalil, que se autodenominaba Athena, la diosa de la sabiduría.

Generalmente reunía a doscientas personas en el antiguo almacén de cereales de la Compañía de Indias, pero la multitud iba aumentando según pasaba el tiempo, y las semanas pasadas, un grupo igualmente numeroso se quedaba fuera esperando una oportunidad para entrar y participar en el culto. Viendo que ninguna de sus reclamaciones verbales, peticiones, recogida de firmas, cartas al periódico, había dado resultado, el reverendo decidió movilizar a la comunidad, pidiéndoles a sus fieles que a las siete de ayer se personasen fuera del almacén, para impedir la entrada a los “adoradores de Satanás”.—

“En cuanto recibimos la primera denuncia, enviamos a alguien a inspeccionar el almacén, pero no se encontró ningún tipo de droga ni indicio de actividad ilícita –declaró un oficial de policía, que prefirió no identificarse, ya que acaban de abrir una investigación para aclarar lo sucedido—. Como la música siempre terminaba a las diez de la noche, no había violación de ley alguna, y no podemos hacer nada. Inglaterra permite la libertad de culto”.—

El reverendo Back tiene otra versión de los hechos:

“ En realidad, esa bruja de Portobello, esa maestra de la charlatanería, tiene contactos en las altas esferas del gobierno, de ahí la pasividad de una policía pagada con el dinero del contribuyente para mantener el orden y la decencia. Vivimos en un momento en el que todo está permitido; la democracia está siendo engullida y destruida por culpa de la libertad ilimitada”.

El pastor afirma que ya al principio desconfió del grupo; había alquilado un inmueble que se caía a trozos, y se pasaban días enteros intentado recuperarlo, “ en una clara demostración de que pertenecía a una secta, y de que habían sido sometidos a un lavado de cerebro porque nadie trabaja gratis en este mundo”.

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