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Authors: Max Barry

Tags: #Humor

La Corporación (38 page)

BOOK: La Corporación
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Hoy han venido de diferentes empresas y las etiquetas de identificación relucen mientras se le acercan desde todos los lados. Jones responde a las preguntas habituales —mientras recorren su cuerpo con la mirada en busca de algún rastro de las lesiones— con las respuestas de costumbre, que suscitan gruñidos generales de simpatía o suspiros de disgusto. Luego una mujer que se encuentra en la parte de atrás, dice:

—Steve. Me gustaría hacerte una pregunta: ¿Cómo puedes dormir tranquilo por las noches sabiendo que fuiste el causante de que hicieran daño a esa gente?

Todos los ojos se giran hacia la mujer.

Cuando recupera la voz, Jones responde:

—Hola, Eve.

—Pensaba interrumpirte antes de que pudieras hablar —dice mientras taconea por el pasillo. Lleva puesto un largo abrigo negro y una falda gris tan estrecha que resulta sorprendente que pueda andar, aunque no parece tener dificultades para seguir su paso—. Sin embargo, luego pensé que no quería que cambiaras nada porque yo estuviera allí. Quería la experiencia Steve Jones al completo.

—Pensaba que te habías mudado a Nueva York.

Ambos llegan a su pequeño camerino y Jones empieza a empaquetar sus cosas.

—He regresado en avión sólo para presenciar esto. Imagino que sabrás por qué.

Eve lo busca con la mirada. A Jones no le queda más remedio que admitir que tiene un aspecto estupendo. Su pelo brilla, su piel resplandece y nadie imaginaría que hace cuatro meses estaba ingresada en el hospital.

—No tengo ni la menor idea.

—Bueno, yo también estoy dando charlas. Hago exactamente lo mismo que tú, pero en Manhattan. Bueno, no exactamente lo mismo porque hay ciertos detalles en los que no estamos de acuerdo, pero más o menos el mismo mensaje: «No cabrees mucho a tus empleados o pueden terminar irrumpiendo en tu oficina y pateándote la cara».

Se ríe. Luego añade:

—Bueno. Y también cobro más.

Jones deja de empaquetar.

—¿Tú
hablando de
ética?

—Y al final de la charla, cuando les cuento la revuelta, se apagan las luces y me quedo sola, sentada en el taburete, bajo la luz de los focos. Todos se quedan tan callados que ni respiran. Luego, cuando se encienden de nuevo las luces, veo todo ese mar de rostros consternados. Es como su peor pesadilla. Es lo más horrible que han escuchado nunca.

Después de un segundo, Jones ríe.

—No sé por qué me sorprendo.

Eve le observa atentamente.

—¿Qué pasa? ¿Te molesta?

Jones considera su respuesta.

—Lo que hagas ahora mismo me es bastante indiferente.

Eve aprieta los labios.

—¿Te has enterado de lo de Blake? Ahora vende coches. Coches de lujo. Si quieres conseguir un Mercedes por un buen precio, llámale. O quizá no. Y no hablemos de Klausman. Se ha jubilado. Creo que se ha trasladado al norte de California, aunque no he sabido de él desde que ganamos el juicio.

—¿Cuánto costó eso? Sólo por curiosidad. Supe que tenías una docena de abogados.

—Escucha. Alpha no hizo nada ilegal. Te lo dije muchas veces. De lo único que éramos culpables es de haberles dado trabajo a esa gente.

—Falso trabajo.

—No es un requisito indispensable que los trabajos sean reales, Jones. De ser así, la mitad del país estaría en paro. Por eso ganamos el caso.

Jones cierra la cremallera de la bolsa.

—Bueno, me alegra saber que te va bien. Ahora, si me perdonas, voy a ver a Freddy y a Holly.

Los ojos de Eve se abren de par en par.

—No me digas que te han
perdonado
. Uau. Yo no lo habría hecho. Jamás lo hubiera imaginado. Aunque claro, ellos no terminaron en el hospital.

Por unos instantes su cara se retuerce, pero luego sonríe.

—Aunque, bien mirado, me han puesto una nariz nueva y no me ha costado un duro. ¿Qué te parece?

—Me estaba preguntando qué te notaba diferente —responde Jones echándose la bolsa sobre el hombro—. Bueno, tengo que irme.

Cuando se acerca hasta la puerta, Eve dice:

—¿Sabes que he intentado ponerme en contacto contigo?

—Sí, lo sé.

Hay un silencio. Eve espera que Jones diga algo, pero al ver que no lo hace suelta una risa.

—Bueno, para serte sincera, tenía otro motivo para venir hasta aquí: quería saber qué sentía al verte. Comprobar si deseaba matarte… o no.

Jones sigue callado.

—¿Quieres saber cuál de los dos es?

—Sinceramente, no.

—Venga, vamos. Sé que aún piensas en mí. Yo pienso en ti.

—Eve, no tengo el más mínimo interés por ti —dice Jones.

Obviamente no era esa la respuesta que esperaba: su rostro muestra sorpresa al principio, luego duda y finalmente se endurece hasta convertirse en una máscara. Todo eso en más o menos medio segundo.

—Cuando he dicho que pienso en ti, me refiero a que siento lástima por ti. Sé que debe molestarte mucho que Blake y yo estemos ganando un buen dinero mientras tú… bueno, no sé qué decir. Pero así son los negocios. A nadie le importa un pimiento eso de la ética. Por eso, las personas como yo siempre tendrán éxito.

—Tienes un concepto muy extraño de lo que es el éxito.

Eve frunce el ceño.

—¿A qué te refieres?

—¿Aún estás sola?

Eve resopla entre los dientes.

—Jamás he estado sola. Te dije eso sólo para que te sintieras mejor.

Jones sonríe.

—Bueno, me alegro de verte de nuevo. De verdad, Eve.

Jones sale del vestidor llevando la bolsa al hombro. Está cerca de la salida, donde ve a Freddy y Holly que le esperan —siente unos enormes deseos de contarles
esto
—, cuando de pronto Eve le grita desde lejos:

—Eh Jones, no me eches la culpa cuando América pierda su base empresarial a costa de países que no sean tan quisquillosos con las
condiciones laborales
, ¿de acuerdo?

—Yo no te culpo de nada, Eve —dice Jones dándose la vuelta—. Tan sólo de ser quien eres.

Eve piensa en ello por unos instantes. Luego sonríe.

—Gracias —dice.

Agradecimientos

Estoy eternamente agradecido a las personas que leyeron mis horribles primeros borradores y me dieron su opinión. Sé que no es fácil leer trescientas páginas con personajes poco creíbles y giros arguméntales inexplicables, y luego elaborar una respuesta útil y penetrante que por otro lado no me anime a tirarme por un puente. Pero de algún modo lo lograron y gracias a ellos conseguí terminar lo que puede parecer una novela: Beth English, Roxanne Jones, Gregory Lister, Lindsay Lyon y Dennos Widmyer.

Charles Thiesen, mi mentor (o yo el suyo, siempre me olvido), ha leído más borradores de los que ya se pueden contar y siempre me ofreció su estímulo cuando me desanimaba y su consejo cuando lo necesitaba.

Kassy Humphreys me dio toneladas de ideas justo en el momento en que las necesitaba y, por si fuese poco, me dejó saquear grandes parcelas de su carrera en este libro. Como ella misma dijo: «
Sería
divertido si no fuera mi vida».

Luke Janklow, mi agente, continúa siendo la persona más digna de confianza, más dispuesta a dar aliento y en general más formidable en todos los sentidos que puede encontrarse en el Universo entero.

Y mi más sincero agradecimiento a mi editor, Bill Thomas, a quien debo que la versión final de este libro se parezca muy poco a la que le vendí al principio. Eso es bueno, confíen en mí. Me ayudó a convertir un libro que me gustaba en un libro que me encanta.

Y Jen, mi esposa, es perfecta. Siempre.

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