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Authors: Fernando Vallejo

La puta de Babilonia (8 page)

BOOK: La puta de Babilonia
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Tras el aperitivo de Danzig Hitler se siguió con Polonia. ¿Abrió la boca Pacelli para denunciar no digo ya los tres millones de polacos judíos que exterminó sino los veinte millones de polacos católicos que apaleó? Sí, dijo: "¡Ay, Polonia, qué dolor!" La prensa clandestina polaca lo acusaba de no ser ni apóstol ni padre ni nada, de que su compasión era fingida y de que se alineaba con el más poderoso y sacrificaba a Polonia para reconquistar a Rusia. Puede ser. Tal vez el Santo Padre le quería juntar a su título de Patriarca de Occidente el de Oriente. Total, los polacos son brutos y por más palo que les den seguirán siendo católicos hasta el final, hasta la gran batalla del Armagedón donde los van a usar para cebar cañones. Después de Polonia siguieron Noruega, Dinamarca, Bélgica, Holanda, Francia, Yugoslavia, Grecia... Iban cayendo los paisitos como fichas de dominó, y el papa mudo. Algo les hubiera podido decir a los cuarenta millones de católicos del Reich alemán, por ejemplo que pararan a ese asesino. No, el pastor previsor callaba no les fuera a hacer daño el lobo a sus ovejas. Nueve años había sido nuncio de Pío XI en Alemania donde aprendió alemán y a amar al pueblo ario-teutónico a través de su monja Pascalina. Pero no era nazi, no, eso sí no lo creo. Tampoco creo que la blitzkrieg o "guerra relámpago" lo deslumbrara, acostumbrado como estaba a ver de tanto en tanto al Paráclito en un despliegue de lenguas de fuego. Su silencio era prudencia. ¡Qué incomprensión la de los polacos! ¡Qué bueno que Hitler les dio palo!

Bélgica: carta colectiva del episcopado belga exigiendo a su grey el reconocimiento y la obediencia a Alemania, la potencia ocupante. Mientras huían dos millones y medio de belgas, el nuncio papal Micara se quedaba y el comandante en jefe de las tropas alemanas le presentaba "su respetuosa atención".

Francia: apoyo unánime del episcopado francés al régimen colaboracionista de Pétain, con especial mención de los cardenales Baudrillart, Suhard y Gerlier, más germanófilos que Virgo potens o sor Pascalina Lehnert, la pía monja. Además de cardenal Suhard era el arzobispo de París, de suerte que tuvo que presenciar (digo yo) jubiloso (digo yo) la entrada de los panzer alemanes a su ciudad y acaso hasta alcanzara a ver a Hitler, aunque lo dudo. El Führer despreciaba al papa, a sus nuncios, a sus obispos, a sus cardenales, a sus católicos y con sobrada razón, eso por lo menos habla bien de este monstruo. Y los trataba como perros. O mejor dicho, como suelen tratar los católicos a sus perros pues él era amante de los animales. Cuando los aliados recobraron a París y entraron en desfile solemne a la Ville Lumiere con el locutor De Gaulle encabezando la parada, el nuncio papal pro nazi Valerio Valeri fue expulsado, pero en pago a sus servicios ante los nazis Pío XII lo elevó a cardenal y lo reemplazó con la marioneta gorda y bobona de Angelo Giuseppe Roncalli, futuro Juan XXIII. En cuanto al anciano y católico mariscal Pétain que durante su régimen colaboracionista le había devuelto a la Puta los privilegios que perdiera con la república y al que Pío XII bendecía y ensalzaba por su "obra de renovación moral", ahora, caído en desgracia, este mismo papa le mandaba a través de su abogado, que infructuosamente le imploraba una audiencia en el Vaticano para pedirle que abogara por él, una solemne y vaticana patada en el culo. La misma que le mandó a Mussolini cuando los partisanos lo capturaron en Dongo y lo llevaban a Giulino di Mezzegra a fusilarlo. Con el Duce había mantenido veinte años de concubinato y le debía una interminable lista de favores empezando por los Acuerdos de Letrán. Los partisanos lo fusilaron y lo colgaron de un farol en una calle de Milán sin que la Puta se inmutara ni le celebrara tan siquiera una misa, ¿que qué le costaba? Lo que le cuesta a un herrero un remache o a un panadero un pan. La Puta nunca pierde. La Puta está con el que gana. ¿O por qué creen que ha llegado a bimilenaria? y no le faltan nunca sus mayordomos ad honorem como el héroe del micrófono Charles De Gaulle, gran rezandero y anti nazi que transmitía desde un búnker londinense, bien protegido de las bombas, soflamas inflamadas llamando a Francia a que se hiciera matar y que puesto a presidir el gobierno de su país por los aliados no fue capaz de llevar a un solo cardenal u obispo francés colaboracionista ante los tribunales. Y he ahí la palabra que buscaba: la Puta no es que sea puta: es que es "colaboracionista": colabora para su bolsa con el que gana. Por eso cuando los soviéticos desalojaron a los nazis de Lituania, el arzobispo Skvireckas, de Kaunas, se volvió sovietófilo.

Pero donde la Puta hizo lindezas fue en Croacia y su anexo de Bosnia Herzegovina, en las que el fundador del Partido Fascista Croata de los ustashi Ante Pavelic, el poglavnik, con el apoyo financiero y militar de los nazis alemanes y el espiritual de los obispos locales instauró una sangrienta dictadura racista que masacró poblaciones enteras de serbios, judíos y musulmanes o los deportó a campos de exterminio, y cuyos efectos se han seguido sintiendo en la reciente guerra de desintegración de eso que parecía el país de Yugoslavia pero que en realidad era una deleznable colcha de retazos tejida por el odio de católicos, ortodoxos y musulmanes, tres plagas de la humanidad que no pueden convivir porque se repelen.

Pavelic, el poglavnik, era católico. Pavelic poglavnik es como Hitler Führer, Mussolini Duce y Franco caudillo. ¡Lo máximo! Tengo aquí enfrente una foto suya rodeado por el episcopado católico: diez travestidos con batas de mujer y cintas rojas, cinco a la derecha y cinco a la izquierda y el poglavnik en el centro con traje de militar y botas como un gallo entre sus gallinas. El primero a su derecha es el arzobispo de Zagreb Alojzije Stepinac, y el primero a su izquierda el arzobispo de Sarajevo Ivan Saric. Entre los ocho obispos restantes han de estar Axamovic de Djakovoy, J. Gavic de Banja Luka y Salis Sewis, segundo de Stepinac. Stepinac fue vicario general de las Fuerzas Armadas ustashis por nombramiento del Vaticano, presidente de la Conferencia Episcopal Croata, miembro del parlamento ustasha, arzobispo primado de Zagreb y más adelante cardenal y beato: Wojtyla se lo beatificó a los croatas a cambio de uno de esos recibimientos triunfales a lo Tito y Vespaciano que tanto le gustaban a ese pavo real de cola permanentemente desplegada. Fue a Stepinac a quien como arzobispo primado le correspondió anunciar desde el púlpito de la catedral de Zagreb la fundación del Estado Independiente de Croacia, que en realidad era el "Estado Criminal Fascista de Croacia", un apéndice del Tercer Reich. Pavelic lo condecoró con la Gran Cruz de la Estrella, tan merecida como la beatificación: convirtió merced a un régimen de terror a doscientos cincuenta mil ortodoxos serbios al catolicismo y le ayudó al poglavnik a liquidar a otros setecientos cincuenta mil y al ochenta por ciento de los judíos yugoslavos. Hoy es el santo patrono del genocidio y se le reza para prevenir contra las minas quiebrapatas. Tras la derrota nazi fue acusado de traición y lo condenaron a dieciséis años de trabajos forzados pero a los cinco ya estaba libre y fue entonces cuando Pío XII lo purpuró. Se dio en adelante a abogar por el uso de la bomba atómica, a lo Mac Arthur, como el gran medio para catolizar a Rusia y Serbia. "El cisma de la Iglesia Ortodoxa —decía— es la maldición más grande de Europa, casi tanto como el protestantismo. Ahí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad". Yo reformularía su primer enunciado así: La Iglesia católica, la ortodoxa y la protestante son la maldición más grande de la humanidad, casi tanto como el Islam.

En cuanto a Ivan Saric, fue pionero en su juventud de la Acción Católica de Pío XI, el partido político internacional de la Puta precursor del fascismo, y era el arzobispo de Sarajevo cuando ascendieron al poder los ustashis, con quienes colaboró como colabora el hígado con el páncreas. Escribió una "Oda a Pavelic" en que le dice: "Usted es la roca sobre la que se edifica la libertad y la patria. Protéjanos del infierno marxista y bolchevique y de los avaros judíos que pretenden con su dinero manchar nuestros nombres y vender nuestras almas". Y en la hoja episcopal de Sarajevo precisaba: "Hasta ahora, hermanos míos, hemos laborado por nuestra religión con la cruz y el breviario, pero ha llegado el momento del revólver y el fusil". Por algo los capellanes del ejército ustashi prestaban juramento entre dos velas y ante un crucifijo, un puñal y un revólver. "Aunque yo lleve el hábito sacerdotal —decía—, con frecuencia tengo que echar mano de la ametralladora". Era gallina pero de pluma en ristre y con testosterona en la sangre. Auxiliado por la policía ustasha se apoderó de los bienes de los judíos sefarditas de Sarajevo a los ortodoxos los llamaba "cismáticos" y a él lo llamaban "el verdugo de los serbios". Derrotados los nazis huyó con Pavelic, el obispo Gavic y quinientos curas a Austria y luego a España donde escribió un libro en alabanza de Pío XII. Por su parte Pavelic huyó disfrazado de cura a Roma, desde donde, ayudado por la Commissione d 'assistenza pontificia, se trasladó a Argentina cargado de oro para acabar muriendo en un monasterio de franciscanos en Madrid bendecido por el papa. "Santo Padre —le decía Pavelic de rodillas a Su Santidad en una visita a Roma cuando era el poglavnik—: Cuando la benévola providencia de Dios permitió que tomase en mi mano el timón de mi patria resolví firmemente y deseé con todas mis fuerzas que el pueblo croata, siempre fiel a su glorioso pasado, también permanezca fiel en adelante al apóstol Pedro y sus sucesores y, profundamente compenetrado con la ley del evangelio, se convierta en el Reino de Dios". Andaba siempre rodeado de curas y algunos formaban parte de su guardia personal.

¡Qué no hicieron! Al obispo ortodoxo octogenario de Sarajevo, Simonic, lo estrangularon; al de Banja Luka, Platov, también octogenario, le herraron los pies como caballo, le sacaron los ojos y le cortaron la nariz y las orejas; y al de Zagreb, Disitej, lo torturaron. A trescientos sacerdotes ortodoxos los asesinaron. En cuanto a los serbios ortodoxos laicos, los fusilaban, los degollaban, los empalaban, los estrangulaban, los torturaban, les sacaban los ojos, los descuartizaban a hachazos y los arrojaban al Neretva y al Danubio. En los primeros ocho meses los católicos ustashis con sus curas asesinaron a trescientos cincuenta mil entre serbios y judíos. Del historiador Karlheinz Deschner, que ha consagrado su vida a denunciar los crímenes de la Puta, tomo lo anterior y la siguiente lista de curas ustashis que hicieron grandes méritos en la causa del Crucificado en Yugoslavia por los saqueos, incendios y matanzas de ortodoxos que perpetraron: Pilogrvic de Banja Luka; Tomas y Hovko de Prebilovci y Surmancilos; los jesuitas Lipovac, Cvitan y Kamber, jefe de la policía de Doboj; los franciscanos Vukelic, Zvonimir, Medic, Prlic, Frankovic; el franciscano Simic, gobernador de Knin; el franciscano Soldo, organizador de la masacre de Capljna; los franciscanos Dragicevic, Cvitkovic y Lelicic del monasterio de Shiroki Brijec desde el que limpiaban su región de ortodoxos; el cura Cievola, del convento franciscano de Split; el cura Ivo Guberina, de la guardia personal de Pavelic y dirigente de la Acción Católica; el cura Bralo, patrocinador de la división aérea la Legión Negra. Los ustashis se hacían retratar con cadenas de lenguas y de ojos colgándoles de los hombros y a su poglavnik le regalaron un cesto con cuarenta libras de ojos humanos. Devotos católicos, se reunían en las iglesias a comulgar, rezar y planear masacres.

El solo párroco de Rogolje, Branimir Zupancic, masacró a cuatrocientos. Pero la palma de la matanza se la llevan los franciscanos. El prior del convento franciscano de Cuntic, Castimir Hermann, dirigió una que empezó en la iglesia ortodoxa de Glina y duró ocho días. Y de los doscientos mil serbios y judíos asesinados en el campo de la muerte de Jasenovac, cuarenta mil se deben al franciscano Miroslav Filipovic quien en calidad de comandante de ese campo y ayudado por sus colegas de orden Brkljanic, Matkovic, Matijevic, Brekalo, Celina y Lipovac los liquidó en cuatro meses. Otro franciscano, el seminarista Brzica, en ese mismo campo y en la sola noche del 29 de agosto de 1942 decapitó a mil trescientos sesenta con un cuchillo especial. Al papa teólogo Ratzinger le recomiendo muy encarecidamente el campo de la muerte de Jasenovac, el Auschwitz croata, para que empiece con él una esclarecedora gira por los campos de concentración croatas que fundó Pavelic en su Reino de Dios: los de Jadovno, Pag, Ogulin, Jastrebarsco, Koprivnica, Krapje, Zenica, Star Gradishka, Djakovo, Lobograd, Tenje y Sanica. y que vaya preguntando en cada uno, con dolor de teólogo en el alma y alzando la vista al cielo arrodillado: "¿Por qué permitiste esto, Señor?" Que es lo que justamente le quiero preguntar ahora a Pío XII: ¿Por qué permitiste eso, Pacelli? ¿O me vas a decir que no te enteraste? Por eso en estos instantes en que escribo "el Señor" te está cauterizando el culo en los infiernos.

¡Claro que se enteró! Cómo no se iba a enterar si tenía montada por todo el orbe la más formidable red de espionaje que no conocieron la Stasi, la KGB ni el Scotland Yard, con tentáculos en los cinco continentes e islas anexas y constituida por una falange ubicua de curas, monjas, seminaristas, obispos y nuncios, tartufos unos, lacayos todos, cuyos informes se iban canalizando desde las más humildes parroquias hasta los obispados y las nunciaturas y de éstas hasta Vaticano. Ni una palabra salía de la boca de Su Santidad respecto a las masacres de que le informaban. Sufría el santo pero el estadista callaba.

Bajo Pío XI y su sucesor Pío XII la alta jerarquía de la Puta se plegó con una sola voz, la del autócrata pontificio, a Mussolini y a Hitler: cardenales, arzobispos y obispos empezando por los de Italia, siguiendo con los de Alemania y terminando con los de toda la Europa ocupada por los nazis. El camino lo señalaron los italianos: los cardenales Gasparri que fue el que negoció los Acuerdos de Letrán, Vannutelli que era el decano del Sacro Colegio Cardenalicio, Asaclesi que ensalzaba al Duce como "el renovador de Italia", Mistrangelo que lo abrazaba y lo besaba en la mejilla, Cerreti y Merry del Val más los veintinueve arzobispos y sesenta y un obispos que apoyaron su invasión a Abisinia con sermones desde los púlpitos, telegramas de solidaridad que publicaba el Osservatore Romano y vendiendo sus cruces, medallas y anillos de oro para financiar esa expedición de que Pío XI justificó como "guerra defensiva". ¡Una guerra defensiva contra el país más pobre y atrasado del planeta! Dos años después de la invasión de Abisinia novecientos obispos (todo el episcopado mundial menos dos obispos españoles) reconocieron la legitimidad del alzamiento franquista calificándolo de "cruzada por la religión cristiana y la civilización". De suerte que el papa ni siquiera necesitaba de red de espionaje para saber qué estaba pasando: detrás de los novecientos obispos fascistas él estaba actuando.

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