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Authors: Frederique Molay

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

La séptima mujer (13 page)

BOOK: La séptima mujer
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—Han venido los grupos de Hureau, Kriven y Théron —le explicó.

Cada uno de los nueve grupos a cargo de los delitos comunes estaba de servicio las veinticuatro horas cada nueve días. El lunes, el grupo de Kriven estaba al pie del cañón y había acudido al lugar del asesinato de Marie-Héléne Jory. A partir de ahí, se había hecho cargo de la investigación. En la jerga de la poli se decía que el equipo de Kriven había arrancado. Esa noche, el grupo de Hureau estaba de guardia y había sido llamado por el asesinato de Valérie Trajan. Al comprobar inmediatamente la relación con los dos asesinatos anteriores, Hureau había alertado a sus colegas como exigía el protocolo y él se quedaba de refuerzo a las órdenes del comisario Rost.

—Ya hemos iniciado las pesquisas entre los vecinos —prosiguió este último—. Una tal Florence Glucksman descubrió el cuerpo. Es una mujer que vive en el piso de arriba. Su marido volvía de un viaje de negocios hacia las once de la noche y ella le había preparado una velada especial, ya sabes a lo que me refiero. En torno a las diez y media se dio cuenta de que no le quedaban velas para los candelabros. Bajó a casa de Valérie Trajan para pedirle algunas. Las dos parejas se conocen bien e incluso son amigas. También el marido de Valérie volvía de un viaje de trabajo. Florence Glucksman sabía que su vecina esperaba a su esposo, por lo que no temía molestarla. Pero Trajan no contestó. Glucksman se alarmó, fue a su casa a buscar la copia de la llave del piso de su amiga —cada una tenía la llave de la otra por si acaso— y descubrió el cuerpo. El señor Glucksman ha llegado hace una media hora como estaba previsto. El señor Trajan está ilocalizable; debería aparecer de un momento a otro… El cuerpo está en la misma posición que los dos anteriores, sólo que está atado a la pata de la cama de matrimonio. He echado un breve vistazo porque hemos preferido esperarte. Aparte de Florence Glucksman, dos oficiales de la comisaría de distrito, Kriven y yo, nadie ha entrado en el piso de la señora Trajan. He llamado a Dominique Kreiss, he pensado que querrías que estuviera aquí. Ya ha llegado. Creo que no olvido nada.

—Salvo lo del mensaje —respondió Nico.

Jean-Marie Rost tenía cara de agotamiento.

—Sí, salvo lo del mensaje —gruñó—. Es mejor que lo veas por ti mismo…

—Muy bien, pide a los agentes del distrito que reciban a Trajan cuando llegue. Que no lo hagan subir, es inútil. Es mejor que le ahorremos el espectáculo. Y envía un hombre a la consulta médica del doctor Alexis Perrin, Rue Soufflot, en el distrito V Ahora está allí. Tiene que recoger unos expedientes en su casa relativos a las tres víctimas.

El comisario Rost se sobresaltó, con aire estupefacto.

—Hablaremos de ello más tarde, con más tranquilidad —prosiguió Nico—. Por cierto, Alexis Perrin es mi cuñado, así que andaos con tiento.

Desconcertado, Rost asintió y luego se apartó para dar las órdenes. Nico observó la placa fijada al edificio, en memoria de los judíos de Francia, y adivinó que los Glucksman debían de sentirse directamente concernidos. Entró en el inmueble en el que Kreiss, los comandantes Kriven y Théron, y el capitán Vidal aguardaban sin decir ni una palabra. Rost se unió a ellos y subieron todos juntos hasta la tercera planta, al piso de Valérie Trajan. Se cruzaron con los hombres, que llamaban a las puertas e interrogaban a los inquilinos. Parecía un hormiguero activo pero silencioso.

—¿La doctora Vilars está avisada? —interrogó Nico.

—Todavía no —respondió el comisario Rost.

—Hazlo, para que pueda ir al Instituto y prepararse. Debemos perder el menor tiempo posible —ordenó el jefe de la brigada criminal.

Vidal abrió su maletín y proporcionó guantes a todos. Se equipó con sofisticadas lámparas autónomas, luces blancas, ultravioletas y rojas, para descubrir posibles marcas sospechosas. El secreto estaba en establecer la diferencia entre los indicios que podían ser interesantes para la marcha de la investigación y las huellas ordinarias de los ocupantes de la casa. La calidad de la iluminación y la intuición de los policías eran las claves del éxito de esta labor. Avanzaron con cuidado visitando rápidamente las estancias una tras otra.

El dormitorio era la más alejada de la entrada y tenían prisa por llegar. Se detuvieron en el umbral, porque la moqueta que recubría constituía un terreno de exploración que no había que estropear. Las fibras de la alfombra color crema quizá encerraran algunos cementos que les resultarían muy útiles y contaminarlos era lo último que debían hacer. Sólo Vidal entró en la habitación y puso en marcha su aspirador. De esta forma obtendría minúsculos depósitos difíciles de detectar y que el laboratorio científico analizaría mas tarde. Una vez efectuado ese trabajo, se acercaron al cuerpo. La escena era tan insoportable como las anteriores. Valérie Trajan había vivido horas horribles antes de morir. Su ropa estaba impecablemente doblada sobre la cama. Los zapatos estaban puestos uno al lado del otro, en un gesto casi obsesivo.

—Mirad las zapatillas, ahí —señaló Nico.

Los rostros se volvieron en la dirección indicada.

—Son de ella —prosiguió—. Alineadas como los zapatos. Y fijaos en la mesilla de noche. ¡Menudo desbarajuste! Todo está puesto de cualquier modo; los libros y las revistas están amontonados de forma caótica. Apuesto que Valérie Trajan no era especialmente ordenada. Ella no puso las zapatillas así. Fue él, le irritó, tuvo que colocarlas bien como acostumbra hacer. Vidal, recógelas y dáselas al laboratorio. Ha debido de tener cuidado al manipularlas…, pero nunca se sabe.

El capitán Pierre Vidal utilizó pinzas especiales para coger e introducir las zapatillas en una caja reservada para la recogida y el transporte de las pruebas. Dominique Kreiss no podía apartar la mirada de la víctima: un montón de carne sanguinolenta, a eso la había reducido el asesino para satisfacer sus impulsos. Notó la presión de una mano sobre su brazo. Era Nico, siempre pendiente de las reacciones de los demás.

—¿Y el mensaje? —interrogó.

—Detrás de la puerta —respondió Kriven.

—Enseñádmelo.

Las letras de sangre ocupaban la pared, amenazadoras.

—«Nico, perseguí a mis enemigos, el domingo quedarás abatido bajo mis pies». —leyó Kriven en voz alta—. Se diría que te provoca.

—«Quedarás abatido bajo mis pies». ¿Qué significa? —intervino Dominique Kreiss—. ¿Se dirige al jefe de la brigada criminal? ¿O es algo más personal?

Nico la observó fijamente, con la mirada perdida.

—Debes ir con cuidado —añadió la psicóloga—. Se está convirtiendo en un juego muy peligroso para ti.

Se acuclillaron junto al cuerpo. Todos la examinaron de la cabeza a los pies.

—Tiene un pequeño mechón de pelo, ahí, entre los pechos —dijo el comandante Joël Théron.

Vidal lo recogió. No eran cabellos largos y morenos como los anteriores. El tipo jugaba con sus nervios. Concentrado, Nico observó minuciosamente a la víctima y memorizó cada detalle del escenario del crimen.

—Has debido de cometer un error —murmuró, dirigiéndose al asesino—. Ni el crimen perfecto ni la perfección son de este mundo. No has podido evitar tocar las zapatillas. Tus obsesiones te empujan a cometer acciones incontroladas y esos actos te conducirán a tu pérdida…

—Nos quedan cuatro días contando hoy —cortó Kriven, a quien las inquietudes de la psicóloga lo habían incomodado—. ¿Qué hacemos?

—Seguir con la investigación del vecindario y el registro del piso, toda la noche si hace falta —respondió Nico—. Comprobad las agendas de los señores Trajan y Glucksman. Vidal, envía a analizar el contenido del aspirador cuanto antes. Que los tipos del laboratorio se espabilen, quiero el resultado al amanecer. Despierta al doctor Robin, que se ocupe del mechón de pelo. Rost, llama a Marc Walberg; necesito que compare la escritura de los dos mensajes, quiero estar seguro de que el autor es el mismo. No he acabado…

Nico sacó una hoja impresa de su cazadora y la giró para que ellos la viesen. Reconocieron la habitación y el cuerpo tumbado de Válérie Trajan. Sólo que, en el lugar de los pechos, había dos profundos agujeros cubiertos de sangre.

—Dios mío, ¿de dónde has sacado esa foto? —aventuró Kriven, nervioso. Nico inspiró y suspiró mucho rato.

—De casa del doctor Alexis Perrin, médico generalista. Los expedientes de las víctimas están en su ordenador, así mismo el anuncio de su embarazo y de su asesinato, con fotos.

—Quieres decir que… —prosiguió Théron.

—¡No! —cortó Nico—. No se trata de nuestro hombre, sino de mi cuñado. Todo esto es incomprensible. Incluso tenía hora con cada una de esas mujeres, que, por supuesto, no se presentaron en su consultas. Desde el lunes, sus horarios de visita son un completo caos. Alguien debe de jugar con su agenda y su material informático…

—¿Y por qué? ¿Estás seguro de eso? —interrogó el comisario Rost que comprendía las consecuencias que podía tener este descubrimiento.

—El asesino se la tiene realmente jurada a Nico —intervino Dominique Kreiss—. ¡Involucrar incluso a un miembro de su familia en la jugada…! Es terriblemente angustioso.

—Pero no podemos descartar la pista de ese Perrin, ¿verdad, Nico?

—Lo sé… Encárgate tú de ello, David. Vete a su casa e inspecciónalo todo a fondo, yo no he tenido tiempo y, sobre todo, no soy quien debe realizar esa tarea. Llama a un especialista en informática para que meta las narices en el ordenador de Alexis. Tenemos que averiguar cómo introdujeron los datos. Pídeselo a Bastien Gamby, es el mejor.

La cuarta sección antiterrorista, la SAT, estaba constituida, como las demás, por tres grupos de seis hombres cada uno. De ella dependía directamente un servicio de documentación que contaba con un responsable informático de altos vuelos, Gamby.

—¿Piensas en piratería? —continuó Kriven.

—No pienso en nada, quiero saber. Comprueba las citas de la tarde del doctor Perrin. El nombre de la próxima víctima quizá figure en su agenda… Hay otra cosa. Alexis es zurdo y le apasiona la vela. En resumen, conoce los nudos marineros, algunos incluso están enmarcados en su despacho.

—¡Mierda! —exclamó Rost sin poder contenerse.

—No entiendo nada —confesó Nico—. Hay demasiadas coincidencias, soy consciente de ello. Pero es sencillamente imposible. Conozco a Alexis desde hace quince años, no tiene el perfil de un asesino. ¡Coño, que lleva todo este tiempo acostándose con mi hermana! Por favor, no hagáis deducciones rápidas, es demasiado sano.

—Sobre todo si nos enfrentamos a alguien que te odia y que aparentemente te ha estudiado muy bien para meterte en un lío —comentó Dominique.

—Y esas mujeres, ¿para qué matarlas si me quiere a mí?

—No, esas mujeres están en el centro de sus fantasías —respondió la joven psicóloga—. Sobre eso no tengo ninguna duda. Pero ha elegido desafiarte a ti. Tal vez te conozca, te deteste por lo que representas o quiera arrastrarte en su locura asesina.

—¿Pero qué importancia puedo tener para él?

—Jefe de la brigada criminal con treinta y ocho años, con todo a tu favor; quizá quiere hacerte pagar tus éxitos, simple envidia… O un tipo al que mandaste al trullo… En la cabeza de un enfermo mental puede haber mil razones imprevisibles. Indaga también en tu vida privada.

Nico se encogió de hombros. Su vida privada, calma chicha, ¿pero quién le creería? Un sol acababa de entrar en ella, Caroline Dalry. Un sol tan caliente, tan luminoso, que ya tenía miedo de perderlo.

—¿Puedes ponerme tus conclusiones por escrito? —pidió Nico a la joven mujer.

—Me ocuparé de ello esta misma noche.

—Perfecto. Me voy pitando a la autopsia. Son casi las dos de la mañana; volvemos a reunimos, pongamos a las cinco, en mi despacho. Yo aviso a Cohen y al juez de instrucción.

Eric Fiori lo recibió en el Instituto Médico Forense. Tenía aspecto de estar furioso y Nico se interesó cortésmente por saber el motivo, a pesar de que el humor del forense no era ni mucho menos una de sus preocupaciones.

—Esta noche estoy de guardia —le respondió secamente Fiori.

Nico lo miró en señal de incomprensión.

—Podría haberme ocupado solo de la nueva víctima; estoy bastante cualificado para ello. Pero ha preferido llamar a la doctora Vilars…

—Es verdad —concedió Nico.

—Lo encuentro inadmisible. Según usted, ¿cuánto tiempo hace que trabajo aquí?

—Esa no es la cuestión. De acuerdo, no está contento. Pero la doctora Vilars es la directora del Instituto Médico Forense y comprenda que para un asunto de esta importancia prefiero confiar en su juicio. A ella le corresponde decidir cómo se ha de proceder.

—¡Me rindo! Pero aun así sigo pensando… Sígame, Armelle está en la sala, preparando la autopsia del cuerpo.

Nico obedeció, asombrado de la actitud del médico y de la familiaridad con que hablaba de su jefa. Probablemente era la demostración de un machismo reprimido, de un sentimiento de rebelión al tener que someterse a una persona del sexo débil, aunque fuera de la valía de la doctora Vilars.

Armelle estaba terminando de colocar sus instrumentos. Al verlo entrar, le sonrió como sólo una mujer sabe hacerlo, con dulzura y aliento. Luego sus labios desaparecieron bajo la mascarilla blanca que se ató detrás de la nuca. Se puso un segundo par de guantes para protegerse mejor. El juez de instrucción, Alexandre Becker, hizo su aparición en ese momento.

—¿Me habría esperado, supongo? —atacó.

—Estoy a su disposición, señor juez —respondió la doctora Vilars, lo suficientemente seria para no merecer ningún reproche, pero ligeramente irónica para demostrar que no le hacía demasiada gracia la observación.

—El doctor Eric Fiori me ayudará, puesto que se consume de impaciencia ante la idea —prosiguió Armelle—. Empecemos, si le parece bien.

Inició la inspección del cuerpo, describiendo sus gestos a medida que procedía.

—Cuento treinta latigazos, como en los otros casos. Definitivamente ya no se trata del azar. Le han amputado los pechos y los han reemplazado por los de la víctima anterior, Chloé Bartes. Una única herida por arma blanca en el abdomen. El puñal presenta las mismas características técnicas que las otras veces. La policía científica lo confirmará, lo que constituye una prueba suplementaria para asegurar que el asesino es el mismo.

Ya hacía una hora que Armelle había empezado, pero Nico habría deseado que sólo durara unos pocos minutos, no más. Lanzó un vistazo en la dirección del juez de instrucción, que se había quedado completamente mudo, sin dejar traslucir nada. La forense hizo una incisión en el cuerpo de la víctima, lo abrió con destreza y pasó revista a los órganos. Un pesado silencio se instauró mientras buscaba señales de un embarazo incipiente.

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