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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (4 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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—Soy científico, pero también raey —dijo Cainen—. Sé que tengo alma, y la cuido. ¿Tiene usted alma, teniente Sagan?

—No, que yo sepa, administrador Cainen. Son difíciles de cuantificar.

—Así que pertenece usted al tercer tipo de humanos.

—Así es.

—Construida a partir de la carne de los muertos.

—De sus genes —dijo Sagan—. No de su carne.

—Los genes construyen la carne, teniente. Los genes sueñan la carne, donde reside el alma.

—Ahora se nos ha vuelto usted poeta.

—Estoy citando —dijo Cainen—. A una de nuestras filósofas. Que también era científica. No la conocerá usted. ¿Puedo preguntar qué edad tiene?

—Tengo siete, casi ocho —respondió Sagan—. Unos cuatro y medio de sus
hked.

—Tan joven —dijo Cainen—. Los raey de su edad apenas han iniciado su educación. Tengo más de diez veces su edad, teniente.

—Y sin embargo, aquí estamos los dos.

—Aquí estamos —reconoció Cainen—. Ojalá nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, teniente. Me gustaría mucho estudiarla.

—No sé cómo responder a eso —dijo Sagan—. «Gracias» no parece adecuado, considerando lo que probablemente significa ser su objeto de estudio.

—Podría ser mantenida con vida.

—Oh, qué alegría. Pero podría usted conseguir su deseo, en cierto modo. Debe saber ya que es usted prisionero…, esta vez de verdad, y que lo será durante el resto de su vida.

—Lo supuse cuando empezó a decirme cosas de las que podría informar a mi gobierno —dijo Cainen—. Como el truco con las piedras. Aunque supuse que iban a matarme.

—Los humanos somos un pueblo pragmático, administrador. Tiene usted conocimientos que podemos utilizar, y si estuviera dispuesto a cooperar, no hay ningún motivo para que no pueda continuar su estudio de la genética y el cerebro de los humanos. Para nosotros, en vez de para los raey.

—Todo lo que tendría que hacer es traicionar a mi pueblo —dijo Cainen.

—Eso sí —concedió Sagan.

—Creo que preferiría morir.

—Con el debido respeto, administrador, si de verdad creyera usted eso, probablemente no le habría disparado al eneshano que intentó matarlo antes. Creo que quiere usted vivir.

—Puede que tenga razón. Pero la tenga o no,
niña,
he terminado de hablar con usted. Le he dicho todo lo que voy a decirle por propia voluntad.

Sagan le sonrió.

—Administrador, ¿sabe qué tenemos en común los humanos y los raey?

—Tenemos varias cosas en común. Escoja una.

—La genética —dijo Sagan—. No hace falta que le diga que la secuenciación genética humana y la secuenciación genética raey son sustancialmente distintas en los detalles. Pero a nivel general compartimos ciertas similitudes, incluido el hecho de que recibimos un grupo de genes de un progenitor y otro del otro. Reproducción sexual por parte de dos progenitores.

—Reproducción sexual estándar entre especies que se reproducen sexualmente —dijo Cainen—. Algunas especies necesitan tres o incluso cuatro progenitores, pero no muchas. Es demasiado ineficaz.

—Sin duda. Administrador, ¿ha oído hablar del síndrome de Fronig?

—Es una rara enfermedad genética entre los raey. Muy rara.

—Por lo que tengo entendido, la enfermedad tiene su causa en dos grupos de genes no relacionados —dijo Sagan—. Un grupo de genes regula el desarrollo de las células nerviosas, y específicamente una vaina de aislamiento alrededor de ellas. El segundo grupo de genes regula el órgano que produce el equivalente raey a lo que los humanos llamamos linfa. Hace algunas de las mismas cosas, y otras las hace de manera diferente. En los humanos la linfa conduce la electricidad, pero en los raey este líquido es un aislante eléctrico. Por lo que sabemos de la psicología raey esta cualidad aislante de su linfa no sirve para nada, igual que la naturaleza conductora de la linfa humana no es ni una ventaja ni una pega…, está ahí y ya está.

—Sí —dijo Cainen.

—Pero para los raey que tienen la desgracia de tener dos genes de desarrollo nervioso rotos, ese aislamiento eléctrico es beneficioso. El fluido baña la zona intersticial que rodea las células raey, incluidas las células nerviosas. Eso impide que las señales eléctricas nerviosas se desvíen. Lo que es interesante de la linfa raey es que su composición se controla hormonalmente, y que un leve cambio en la señal hormonal la hace cambiar de aislante eléctrico a conductora eléctrica. Una vez más, para la mayoría de los raey, esto no significa nada. Pero para aquellos que tienen células nerviosas expuestas…

—Les provoca ataques y convulsiones y luego la muerte, cuando las señales nerviosas se extienden por sus cuerpos —dijo Cainen—. Es muy raro y fatal. Los individuos que tienen linfa conductora eléctrica y nervios expuestos mueren durante la gestación, normalmente después de que las células empiecen a duplicarse y se manifieste el síndrome.

—Pero también hay casos de adultos con el síndrome de Fronig —dijo Sagan—. Los genes se codifican para cambiar la señal hormonal más tarde, a principios de la edad adulta. Lo suficientemente tarde para que la reproducción suceda y el gen sea transmitido. Pero también hacen falta dos genes defectuosos para que se exprese.

—Sí, naturalmente. Es otro motivo por el que el síndrome de Fronig es tan raro: no es frecuente que un individuo reciba dos conjuntos de genes nerviosos defectuosos y a la vez dos conjuntos de genes que causen cambios hormonales posteriores en su órgano linfático. Dígame adonde quiere llegar con esto.

—Administrador, la muestra genética que hemos tomado de usted nos dice que entra usted en la categoría de nervios defectuosos.

—Pero no para los cambios hormonales —dijo Cainen—. De lo contrario ya estaría muerto. El síndrome de Fronig se expresa a principios de la edad adulta.

—Es cierto. Pero pueden inducirse cambios hormonales matando ciertos grupos de células dentro del órgano linfático raey. Matar suficientes para generar la hormona correcta, y todavía puede producir linfas. Simplemente, tendrá propiedades diferentes. Propiedades fatales, en su caso. Puede hacerse químicamente.

Cainen dirigió su atención a la jeringuilla que durante toda la conversación había esperado sobre la mesa.

—Y ése es el compuesto químico que puede hacerlo, supongo —dijo.

—Ese es el antídoto —respondió Sagan.

* * *

A Jane Sagan el administrador Cainen Suen Su le parecía, a su modo, admirable: no se quebró fácilmente. Sufrió varias horas mientras su órgano linfático fue sustituyendo gradualmente la linfa de su cuerpo por el nuevo fluido alterado, retorciéndose y sacudiéndose mientras concentraciones de la linfa conductora eléctrica disparaban al azar descargas nerviosas por todo su cuerpo, y la conductividad general de todo su sistema se ampliaba a cada minuto que pasaba. Si no se hubiera venido abajo cuando lo hizo, probablemente no hubiera podido decirles lo que ellos querían.

Pero se vino abajo, y suplicó el antídoto. Al final, quiso vivir. Sagan le administró el antídoto en persona (aunque no era realmente un antídoto, ya que aquellas células muertas estaban muertas para siempre, y tendría que recibir dosis diarias del compuesto durante el resto de su vida). Mientras el antídoto corría por el cuerpo de Cainen, Sagan se enteró de la guerra que se estaba preparando contra la humanidad, y del plan general para someter y erradicar a toda la especie. Un genocidio planeado con gran detalle, basado en la cooperación hasta entonces inaudita de tres razas.

Y un humano.

2

El coronel James Robbins contempló durante un momento el cadáver exhumado y podrido que yacía en la mesa de la morgue, observando el deterioro del cuerpo después de haber pasado un año bajo tierra. Advirtió el cráneo destrozado, fatalmente deformado por el disparo que se llevó su tercio superior, junto con la vida de su propietario, el hombre que podría haber traicionado a la humanidad ante tres razas alienígenas. Luego miro al capitán Winters, el examinador médico de la Estación Fénix.

—Dígame que éste es el cadáver del doctor Boutin —dijo el coronel Robbins.

—Bueno, lo es —respondió Winters—. Y, sin embargo, no lo es.

—¿Sabes, Ted?, ésa es exactamente el tipo de declaración que va a hacer que me rompan el culo cuando informe al general Mattson —replicó el coronel—. Supongo que no te importará ser un poco más preciso.

—Lo siento, Jim —dijo el capitán Winters, y señaló al cadáver sobre la mesa—. Genéticamente hablando, es tu hombre. El doctor Boutin era un colono y, por lo tanto, nunca fue trasladado a un cuerpo militar. Eso significa que su cuerpo tiene todo su ADN original. Hice las pruebas genéticas estándar. Este cuerpo tiene el ADN de Boutin…, y por divertirme hice también una prueba de ARN mitocondrial. También encajaba.

—¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Robbins.

—El problema es el crecimiento óseo —respondió Winters—. En el universo real, el crecimiento de los huesos humanos fluctúa según factores medioambientales, como la nutrición o el ejercicio. Si pasas algún tiempo en un mundo de alta gravedad y luego te mudas a otro con una gravedad inferior, eso influye en el crecimiento de tus huesos. Si te rompes un hueso, también se notará. Toda la historia de tu vida aparece en el desarrollo óseo.

Winters extendió una mano y levantó parte de la pierna izquierda del cadáver, que había sido cortada del resto del cuerpo, y señaló el corte del fémur visible.

—El desarrollo óseo de este cadáver es
excepcionalmente
regular. No hay ninguna huella de acontecimientos medioambientales ni accidentales en su desarrollo, sólo una pauta de crecimiento óseo consistente, con una nutrición excelente y una tensión baja.

—Boutin era de Fénix —dijo Robbins—. Hace doscientos años que fue colonizado. No puede decirse que creciera en una colonia remota donde tuvieran que luchar por alimentarse y protegerse.

—Tal vez no, pero sigue sin encajar —respondió Winters—. Puedes vivir en el lugar más civilizado del espacio humano y caerte por unas escaleras o romperte un hueso haciendo deporte. Claro que puedes vivir toda una vida sin hacerte siquiera una pequeña fractura, ¿pero conoces a alguien así?

Robbins negó con la cabeza.

—Este tipo lo es —dijo Winters—. Aunque en realidad no, ya que su historial médico muestra que se rompió la pierna,
esta
pierna —Winters agitó el trozo de pierna—, cuando tenía dieciséis años. Un accidente de esquí. Chocó con una roca y se rompió el fémur y la tibia. Pero aquí no se notan las huellas.

—He oído decir que la tecnología médica es muy buena hoy en día —dijo Robbins.

—Es excelente, muchas gracias. Pero no es magia. Si te rompes un fémur siempre te queda alguna marca. Y aunque vayas por la vida sin haberte roto un hueso, eso no explica el desarrollo óseo consistentemente regular. La única forma de tener ese tipo de desarrollo óseo es que no exista tensión medioambiental de ningún tipo. Boutin tendría que haberse pasado toda la vida dentro de una caja.

—O de una cápsula de clonación —dijo Robbins.

—O de una cápsula de clonación —coincidió Winters—. La otra explicación posible es que tu amigo se amputara la pierna en algún momento y se hiciera crecer una nueva, pero he comprobado su historial: eso no sucedió. Pero para asegurarme tomé muestras de sus costillas, su pelvis, su brazo y su cráneo…, la porción que no resultó dañada, al menos. Todas esas muestras resultaron tener un antinatural desarrollo óseo regular y consistente. Lo que tienes aquí es un cuerpo clonado, Jim.

—Entonces Charles Boutin sigue vivo.

—Eso no lo sé. Pero este tipo no es él. La única buena noticia es que según todas las indicaciones físicas, este clon salió de la cápsula justo antes de morir. Es extremadamente improbable que llegara a estar despierto alguna vez. Y si llegó a estar despierto y consciente, imagínate despertarte y encontrarte con que tu primera y última visión del mundo es el cañón de un arma. Menuda vida.

—Entonces, si Boutin sigue vivo, también es un asesino —dijo Robbins.

Winters se encogió de hombros y soltó la pierna.

—Dime, Jim. Las Fuerzas de Defensa Coloniales fabrican cuerpos constantemente…, creamos supercuerpos modificados para dárselos a nuestros nuevos reclutas, y luego, cuando terminan el servicio, les damos nuevos cuerpos normales clonados a partir de su ADN original. ¿Tienen esos cuerpos derechos antes de ponerles conciencia? Cada vez que transferimos su conciencia, dejamos un cuerpo atrás…, un cuerpo que tenía una mente. ¿Tienen derechos esos cuerpos? Si los tienen, todos estamos metidos en un lío, porque los eliminamos rápidamente. ¿Sabes qué hacemos con todos esos cuerpos usados, Jim?

—No lo sé —admitió Robbins.

—Los reciclamos —dijo Winters—. Hay demasiados para enterrarlos. Así que los molemos, esterilizamos los restos y los convertimos en fertilizante para plantas. Luego enviamos el fertilizante a las nuevas colonias. Eso ayuda a aclimatar el suelo para las cosechas que plantan los humanos. Podrías decir que nuestras nuevas colonias viven de los cadáveres de los muertos. Sólo que no son realmente los cadáveres de los muertos. Son tan sólo los cuerpos descartados de los vivos. Sólo enterramos los cuerpos cuando mueren las mentes dentro de ellos.

—Piensa en hacer algo en tu tiempo libre, Ted —dijo Robbins—. Tu trabajo te está volviendo morboso.

—No es el trabajo lo que me vuelve morboso —dijo Winters, y señaló los restos del Charles Boutin que no lo era—. ¿Qué quieres que haga con esto?

—Quiero que vuelvas a enterrarlo.

—Pero si no es Charles Boutin.

—No, no lo es —reconoció Robbins—. Pero si Charles Boutin sigue con vida, no quiero que sepa que lo sabemos —contempló el cadáver sobre la mesa—. Y supiera este cuerpo lo que le sucedió o no, se merecía algo mejor de lo que obtuvo. Un entierro es lo menos que podemos darle.

* * *

—Maldito Charles Boutin —dijo el general Greg Mattson, y apoyó los pies en su escritorio.

El coronel Robbins estaba de pie al otro lado de la mesa y no dijo nada. El general Mattson lo desconcertaba, como hacía siempre. Mattson había sido el jefe del cuerpo de investigación militar de las Fuerzas de Defensa Coloniales durante treinta años, pero como todo el personal militar de las FDC tenía un cuerpo proporcionado por el ejército que resistía el envejecimiento; y, como todo el personal de las FDC, no parecía tener más de veinticinco años. El coronel Robbins opinaba que la gente que ascendía de rango en las FDC debería envejecer levemente; un general que parecía tener veinticinco años carecía de gravedad.

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