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Authors: John Scalzi

Tags: #ciencia ficción

Las Brigadas Fantasma (6 page)

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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—Teniente Wilson —dijo Robbins—, por favor, vaya al grano.

—La conciencia no es sólo una sensación de identidad. Es también conocimiento y emoción y estado mental —dijo Wilson, y volvió a señalar el holograma—. Esta cosa tiene capacidad para conocer y sentir todo lo que Charlie conoció y sintió hasta el momento en que hizo esta copia. Supongo que si quiere saber qué pretendía Charlie y por qué, tendrá que empezar por aquí.

—Acaba de decir que necesitábamos el cerebro de Boutin para acceder a la conciencia —dijo Robbins—. No lo tenemos.

—Pero sus genes sí. Charlie creó un clon para que sirviera a sus propósitos, coronel. Le sugiero que cree otro que sirva a los suyos.

* * *

—Clonar a Charles Boutin —dijo el general Mattson, y soltó un bufido—. Como si con uno no tuviéramos ya suficiente.

Mattson, Robbins y Szilard estaban sentados en el comedor de generales de la Estación Fénix. Mattson y Szilard estaban comiendo; Robbins, no. Técnicamente hablando, el comedor de generales estaba abierto a todos los oficiales; en la práctica, nadie con el rango de general comía jamás allí, y los oficiales inferiores sólo entraban en el comedor por invitación de un general y rara vez tomaban más que un vaso de agua. Robbins se preguntó cómo empezaría aquel ridículo protocolo. Tenía hambre.

El comedor de generales estaba ubicado en la terminal del eje de rotación de la Estación Fénix y estaba rodeado por una pieza de cristal transparente que conformaba sus paredes y techo. Ofrecía una sorprendente visión del planeta Fénix, que giraba lentamente en lo alto, abarcando casi todo el cielo, una perfecta joya azul y blanca cuyo parecido con la Tierra nunca dejaba de provocar en Robbins un agudo pinchazo en los centros añorantes del cerebro. Dejar la Tierra era fácil cuando tenías setenta y cinco años y la opción era morir de viejo al cabo de poco tiempo. Pero cuando te marchabas no podías regresar; cuanto más vivía Robbins en el universo hostil donde se desenvolvían las colonias humanas, con más cariño recordaba los sosos pero relativamente despreocupados días de sus cincuenta, sesenta y setenta y pocos años. La ignorancia era una bendición, o al menos era más descansada.

«Demasiado tarde», pensó Robbins, y dirigió de nuevo su atención hacia Mattson y Szilard.

—El teniente Wilson opina que es la mejor manera que tenemos para comprender qué pasó por la cabeza de Boutin. En cualquier caso, es mejor que lo que tenemos ahora, que es nada.

—¿Cómo sabe el teniente Wilson que son las ondas cerebrales de Boutin lo que tiene en esa máquina? Eso es lo que quiero saber —dijo Mattson—. Boutin podría haber tomado una muestra de la conciencia de otra persona. ¡Mierda, por lo que sabemos, podría tratarse de su gato!

—La pauta es consistente con la conciencia humana —dijo Robbins—. Podemos asegurarlo porque transferimos cientos de conciencias cada día. No es un gato.

—Era un chiste, Robbins —dijo Mattson—. Pero sigue siendo posible que no sea Boutin.

—Quizá sea otra persona, pero no parece probable —contestó Robbins—. Nadie más en el laboratorio de Boutin sabía que estaba trabajando en esto. No hubo ninguna oportunidad de tomar muestras de la conciencia de nadie. No es algo que uno pueda quitarle a alguien sin que se dé cuenta.

—¿Sabemos siquiera cómo transferirla? —preguntó el general Szilard—. El teniente Wilson dijo que estaba en una máquina adaptada de la tecnología consu. Aunque queramos usarla, ¿sabemos cómo hacerlo?

—No —dijo Robbins—. Todavía no. Wilson parece confiar en lograrlo, pero no es experto en transferencia de conciencias.

—Yo lo soy —dijo Mattson—. O al menos llevo al mando de gente que lo es el tiempo suficiente para saberlo. El proceso implica cerebros físicos además de la conciencia que se transfiere. Nos haría falta un cerebro. Por no mencionar que hay temas éticos.

—¿Temas éticos? —dijo Robbins. No logró ocultar la sorpresa en su voz.

—Sí, coronel, temas éticos —dijo Mattson, irritado—. Lo crea o no.

—No pretendía cuestionar su ética, general.

Mattson agitó una mano.

—Olvídelo. El caso sigue en pie. La Unión Colonial tiene una ley en vigor que prohibe clonar a personal que no pertenezca a las FDC, vivos o muertos, pero sobre todo vivos. Únicamente clonamos humanos para devolver a la gente a cuerpos sin modificar después de que hayan cumplido su tiempo de servicio. Boutin es un civil, y colono además. Aunque quisiéramos, no podríamos hacerlo legítimamente.

—Boutin creó un clon —dijo Robbins.

—Si no le importa, no permitiremos que la moral de un traidor nos guíe en esto, coronel —dijo Mattson, irritado de nuevo.

—Podría conseguir una dispensa de la ley colonial para investigación —dijo Robbins—. Se ha hecho antes.
Usted
lo ha hecho antes.

—No para algo como esto —dijo Mattson—. Conseguimos dispensas cuando probamos sistemas de armas en planetas deshabitados. Si empezamos a enredar con clones, siempre habrá algún reaccionario al que se le meterá algo en la cabeza. Una cosa así no debería salir nunca de un comité.

—Boutin es la clave para lo que sea que han planeado los raey y sus aliados —dijo Robbins—. Ésta podría ser la ocasión para arrancar una página a los marines americanos y pedir perdón en vez de permiso.

—Admiro su voluntad para enarbolar la bandera pirata, coronel —dijo Mattson—. Pero no es usted a quien fusilarán. O por lo menos no será el único.

Szilard, que estaba masticando un filete, terminó de engullirlo y soltó sus utensilios.

—Lo haremos —dijo.

—¿Perdón? —dijo Mattson.

—Déle las pautas de conciencia a las Fuerzas Especiales, general —dijo Szilard—. Y denos los genes de Boutin. Los usaremos para crear un soldado para las Fuerzas Especiales. Usamos más de un conjunto de genes para crear cada soldado; técnicamente, no será un clon. Y si la conciencia no prende, no habrá ninguna diferencia. Tan sólo será otro soldado de las Fuerzas Especiales. No hay nada que perder.

—Excepto que si la conciencia prende, tendremos a un soldado de las Fuerzas Especiales con tendencia a la traición —dijo Mattson—. Eso no parece nada atractivo.

—Podemos prepararnos para eso —dijo Szilard, y volvió a coger sus utensilios.

—Usarán genes de una persona viva, y un colono —dijo Robbins—. Tenía entendido que las Fuerzas Especiales sólo cogían los genes de voluntarios de las FDC que morían antes de poder servir su tiempo. Por eso los llaman «las Brigadas Fantasma».

Szilard alzó la cabeza bruscamente y miró a Robbins.

—No me gusta mucho ese nombre —dijo—. Los genes de voluntarios muertos de las FDC son un componente. Y solemos usar los genes de los voluntarios como molde. Pero las Fuerzas Especiales tienen una gama más amplia de material genético que podemos usar para construir a nuestros soldados. Dada nuestra misión para las FDC, es casi un requerimiento. De cualquier manera, Boutin está legalmente muerto: tenemos un cadáver con sus genes. Y no sabemos que esté vivo. ¿Tiene algún superviviente?

—No —dijo Mattson—. Tenía una esposa y una hija, pero murieron antes que él. No hay más familia.

—Entonces no hay ningún problema —dijo Szilard—. Después de que uno muere, sus genes ya no le pertenecen. Hemos usados genes expirados de colonos antes. No veo por qué no podemos hacerlo de nuevo.

—No recuerdo haber oído que construyerais así a vuestra gente, Szi —dijo Mattson.

—Somos discretos respecto a lo que hacemos, general —dijo Szilard—. Ya lo sabes.

Cortó un trozo de filete y se lo metió en la boca. El estómago de Robbins rugió. Mattson gruñó, se echó hacia atrás en su asiento, y contempló Fénix, girando imperceptiblemente en el cielo. Robbins siguió su mirada y sintió otro retortijón de añoranza.

Poco después Mattson devolvió su atención a Szilard.

—Boutin es uno de los míos —dijo—. Para bien o para mal. No puedo pasarte la responsabilidad de esto, Szi.

—Bien —dijo Szilard, y le hizo un gesto con la cabeza a Robbins—. Entonces préstame a Robbins. Podrá actuar como nuestro contacto, de modo que Investigación Militar siga teniendo una mano en ello. Compartiremos información. También nos llevaremos prestado al técnico, Wilson. Podrá trabajar con nuestros técnicos para integrar la tecnología consu. Si funciona, tendremos las memorias y motivaciones de Charles Boutin y un modo de prepararnos para esta guerra. Si no funciona, tendré otro soldado de las Fuerzas Especiales. No desperdicies. No desees.

Mattson miró a Szilard, reflexionando.

—Pareces ansioso por hacer esto, Szi —dijo.

—Los humanos se enfrentan a una guerra con tres especies que se han aliado —dijo Szilard—. Eso no ha sucedido nunca antes. Podríamos con cualquiera de ellas, pero no con las tres a la vez. Las Fuerzas Especiales tienen la orden de detener esta guerra antes de que comience. Si esto nos ayuda a conseguirlo, deberíamos hacerlo. Intentarlo, al menos.

—Robbins —dijo Mattson—. Su opinión.

—Si el general Szilard tiene razón, entonces hacer esto sortearía los temas legales y éticos —respondió Robbins—. Eso hace que merezca la pena intentarlo. Y seguiremos en el meollo de todo.

Robbins tenía sus propias reticencias personales respecto a trabajar con técnicos y soldados de las Fuerzas Especiales, pero no le pareció el momento oportuno para airearlas.

Mattson, sin embargo, no necesitaba ser tan circunspecto.

—Tus chicos y chicas no juegan bien con gente normal, general —dijo Mattson—. Ése es uno de los motivos por los que Investigación Militar y las Fuerzas Especiales no investigan mucho juntos.

—Las Fuerzas Especiales son soldados, punto —dijo Szilard—. Cumplirán órdenes. Haremos que funcione. Lo hemos hecho antes. Hicimos que un soldado normal de las FDC formara parte de las misiones de las Fuerzas Especiales en la batalla de Coral. Si logramos que aquello funcionara, conseguiremos que los técnicos trabajen juntos sin que haya ningún baño de sangre innecesario.

Mattson dio un golpecito a la mesa, pensativo.

—¿Cuánto tiempo nos llevará?

—Tendremos que construir un molde para este cuerpo, no sólo adaptar la genética previa —dijo Szilard—. Tendré que comprobarlo con mis técnicos, pero normalmente tardan un mes en construir desde cero. Después, son necesarias un mínimo de dieciséis semanas para cultivar un cuerpo. Y entonces, el tiempo que haga falta para desarrollar el proceso para transferir la conciencia. Aunque podemos hacer eso y cultivar el cuerpo al mismo tiempo.

—¿No podéis hacerlo más rápido?

—Podríamos hacerlo más rápido. Pero entonces tendrías un cuerpo muerto. O peor. Sabes que no podemos meter prisa en la creación de un cuerpo. También los cuerpos de tus soldados se producen siguiendo ese mismo plan de trabajo, y creo que recuerdas lo que sucede cuando se pisa el acelerador.

Mattson hizo una mueca; Robbins, que sólo llevaba dieciocho meses trabajando con Mattson, recordó que éste llevaba mucho tiempo en el cargo. No importaba cuál fuera su relación de trabajo, seguía habiendo lagunas en lo que sabía de su jefe.

—Bien —dijo Mattson—. Adelante. Veamos si podéis sacar algo. Pero cuidado. Tuve mis problemas con Boutin, pero nunca pensé que fuera un traidor. Me engañó. Engañó a todo el mundo. Tendrás la mente de Charles Boutin en el cuerpo de uno de tus soldados de Fuerzas Especiales. Sólo Dios sabe qué podría hacer con uno de ésos.

—De acuerdo —dijo Szilard—. Si la transferencia es un éxito, lo sabremos más pronto que tarde. Si no lo es, sé dónde puedo ponerlo. Sólo para asegurarnos.

—Bien —contestó Mattson, y miró de nuevo a Fénix, girando en el cielo—. Fénix —dijo, viendo al mundo girar sobre él—. Una criatura renacida. Bueno, es apropiado. Se supone que un fénix renace de las cenizas, ¿no? Esperemos que esta criatura renacida no se lleve a todo el mundo por delante.

Todos contemplaron el planeta que gravitaba sobre ellos.

3

—Pues ya está —le dijo el coronel Robbins al teniente Wilson, mientras el cuerpo, dentro de su cápsula, era conducido al laboratorio de decantación.

—Ya está —reconoció Wilson, quien se acercó a un monitor que mostraba los signos vitales del cuerpo—. ¿Llegó usted a tener hijos, coronel?

—No —respondió Robbins—. Mis inclinaciones personales no iban por ahí.

—Ah, bien —dijo Wilson—. Entonces esto es lo más cerca que llegará a estar de tener uno.

Normalmente, en el laboratorio de nacimientos habría hasta dieciséis soldados de las Fuerzas Especiales para ser decantados a la vez: soldados que serían activados y entrenados juntos para crear cohesión de unidad durante el entrenamiento, y para suavizar la desorientación de los soldados al ser activados plenamente concientes pero sin ninguna memoria. Esta vez sólo había un soldado: el que albergaría la conciencia de Charles Boutin.

* * *

Habían pasado más de dos siglos desde que la naciente Unión Colonial, al enfrentarse a su espectacular fracaso en la defensa de sus primeras colonias (el planeta se llamaba Fénix por un motivo), comprendió que los soldados humanos no modificados eran incapaces de hacer el trabajo. El espíritu estaba dispuesto: la historia humana registraba algunas de sus mayores batallas perdidas en esos años, con la batalla de Armstrong como ejemplo de estudio sobre cómo convertir una derrota inminente ante fuerzas alienígenas en una sorprendente y dolorosa victoria pírrica para el enemigo, pero la carne era demasiado débil. El enemigo,
todos
los enemigos, eran demasiado rápidos, demasiado duros, demasiado despiadados y, además, eran demasiados. La tecnología humana era buena, y arma por arma los humanos estaban tan bien equipados como la inmensa mayoría de sus adversarios. Pero el arma que más cuenta en último término es la que está detrás del gatillo.

Las primeras modificaciones fueron relativamente simples: aumento de la velocidad, la masa muscular, la fuerza y la capacidad de resistencia. Sin embargo, los primeros arreglos genéticos se toparon con los problemas prácticos y éticos de forjar humanos in vitro, y luego esperar a que crecieran para volverse lo suficientemente mayores e inteligentes para combatir, un proceso que duraba unos dieciocho años. Las Fuerzas de Defensa Coloniales comprobaron, para su enorme decepción, que a muchos de sus humanos (relativamente) poco modificados genéticamente no les hacía mucha gracia descubrir que los criaban como carne de cañón y se negaban a luchar, a pesar de los esfuerzos de adoctrinamiento y propaganda para persuadirlos de lo contrario. Los humanos no modificados se escandalizaron igualmente, ya que el esfuerzo recordaba a otro esfuerzo eugénico por parte de un gobierno humano, y el historial de gobiernos dedicados a la eugenesia en la historia de la humanidad no era precisamente estelar.

BOOK: Las Brigadas Fantasma
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