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Authors: David Lagercrantz

Tags: #Novela, #Policial

Lo que no te mata te hace más fuerte (36 page)

BOOK: Lo que no te mata te hace más fuerte
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—¿Ha surgido algún problema? —preguntó.

—El trabajo no se ha concluido.

—¿Dónde estás?

—Aquí, en Helsinki.

—Bueno, vente y me explicas a qué coño te refieres.

—He reservado mesa en Postres.

—No puedo con esos antros de lujo a los que vas, ni con ninguna de esas tonterías tuyas de nuevo rico. Tendrás que arrastrarte hasta aquí.

—No he cenado.

—Te prepararé algo.

—Vale, nos espera una larga noche.

A Jan Holtser no le agradaba nada la idea de pasar otra larga noche. Y menos aún comunicarle a su hija que no estaría en casa al día siguiente. Pero no tenía elección. Lo sabía con la misma certeza con la que quería a Olga. Era imposible decir que no a Kira.

Ejercía un poder invisible sobre él y tenía la capacidad de convertirlo en un chaval. A menudo Jan hacía lo imposible por verla sonreír, o, aún mejor, para que ella mostrara sus dotes de seducción, pero por mucho que lo intentase nunca era capaz de comportarse ante ella con la dignidad que hubiera deseado.

Kira poseía una belleza vertiginosa y sabía aprovecharla como ninguna otra mujer en el mundo. Era una brillante jugadora del poder y dominaba todo el registro. Podía mostrarse débil y suplicante, pero también implacable, dura y fría como el hielo y, a veces, hasta verdaderamente malvada. A Jan Holtser nadie podía sacarle el sadismo que llevaba dentro como lo hacía ella.

Tal vez no fuera exageradamente inteligente en un sentido clásico, algo que muchos solían comentar porque quizá sintieran la necesidad de ponerle los pies en la tierra. Y sin embargo, ante ella, esas mismas personas se quedaban con dos palmos de narices; Kira los toreaba que daba gusto y podía hacer que incluso los tipos más duros se sonrojaran y soltaran risitas como colegiales.

Ahora eran las nueve de la noche y Yuri estaba a su lado zampándose ese filete de cordero que Jan le había preparado. Por curioso que pudiera parecer, sus modales en la mesa rayaban lo presentable. Sin duda, gracias también a la influencia de Kira. En muchos sentidos, Yuri había sentado la cabeza; en otros no, claro. A pesar de que se esforzaba, nunca podría lavar del todo esa imagen de chorizo de medio pelo que ofrecía. Aunque hacía ya varios años que se había desintoxicado y que había conseguido licenciarse en ingeniería informática, se notaba que los años habían hecho estragos en él y que sus movimientos y su peculiar forma de andar, aleteando con los brazos, aún llevaban la marca que le había dejado la calle.

—¿Dónde está ese reloj tan pijo tuyo? —preguntó Jan.

—Ya no me lo pongo.

—¿Has caído en desgracia?

—Los dos hemos caído en desgracia.

—¿Tan mal están las cosas?

—No sé, quizá no.

—Pero ¿qué es eso de que el trabajo no está terminado?

—No lo está. Es por el chico.

—¿Qué chico?

Jan fingió no entender.

—Ése al que perdonaste de forma tan noble.

—¿Y qué pasa con él? ¿No era idiota?

—Puede. Pero ahora le ha dado por dibujar.

—¿Cómo que le ha dado por dibujar?

—Resulta que es un
savant
.

—¿Un qué?

—Deberías leer otras cosas aparte de tus putas revistas de armas.

—¿De qué me estás hablando?

—Un
savant
es una persona con autismo, o con otro tipo de discapacidad, que posee un talento especial. Puede que este chico no sea capaz de hablar ni de pensar pero al parecer tiene una mirada fotográfica. El comisario Bublanski cree que el niño va a poder dibujar tu cara casi con precisión matemática, y luego introducirá el dibujo en el programa de identificación facial de la policía, y entonces sí que estarás jodido, ¿verdad? ¿Tú no estabas registrado en algún sitio de la Interpol?

—Sí, ya, pero no creo que Kira quiera que…

—Eso es exactamente lo que quiere. Debemos encargarnos del chaval.

Un sentimiento de indignación y confusión embargó a Jan, a quien de nuevo se le apareció esa mirada vacía y vidriosa que le había dirigido el niño desde aquella cama y que tanto le afectó.

—Y una mierda. No creo que haya dicho eso —afirmó sin mucha convicción.

—Sé que tienes problemas con los niños. Tampoco es que a mí me entusiasme la idea, te lo digo en serio. Pero esta vez no tenemos elección. Además, deberías estar agradecido, Kira podría haberte sacrificado a ti.

—Ya, supongo.

—¡Pues ya está! Tengo los billetes de avión en el bolsillo. Saldremos para Estocolmo mañana por la mañana en el primer vuelo, el de las 06.30, y desde allí iremos a un sitio que se llama Centro de Acogida Oden para niños y adolescentes, que está en Sveavägen.

—Así que el niño está en un centro de acogida…

—Sí, y por eso esta operación requiere un poco de planificación. Déjame que me termine esto y me pongo a ello.

El hombre que se hacía llamar Jan Holtser cerró los ojos pensando en lo que iba a decirle a Olga.

Lisbeth Salander se levantó a las 05.00 horas del día siguiente y se metió en el superordenador NSF MRI del Instituto de Tecnología de Nueva Jersey; necesitaba toda la capacidad matemática de la que pudiera echar mano. Luego abrió su propio programa de factorización con curvas elípticas.

A continuación se puso a tratar de descifrar el archivo que se había descargado de la NSA. Pero por mucho que lo intentó no hubo manera, aunque a decir verdad ya se lo esperaba, pues se trataba de un cifrado RSA muy sofisticado. El RSA —bautizado así por las iniciales de sus inventores: Rivest, Shamir y Adleman— está provisto de dos claves, una pública y una privada, y se basa en la función ϕ (Phi) de Euler y el pequeño teorema de Fermat, pero, sobre todo, en el simple hecho de que es fácil multiplicar dos números primos elevados.

«Clin», dice la calculadora al instante; te da la respuesta y ya está. Pese a ello, resulta prácticamente imposible recorrer el camino inverso e intentar partir de la respuesta para averiguar qué números primos han sido utilizados. La factorización en números primos es algo que los ordenadores aún no dominan muy bien, algo que tanto Lisbeth como los servicios de inteligencia del mundo entero habían maldecido muchas veces.

Por lo general se consideraba que el algoritmo GNFS era el más eficaz para el objetivo, pero Lisbeth, desde hacía un par de años, había empezado a creer más en el ECM, Elliptic Curve Method. Por eso ella, durante interminables noches sin dormir, había elaborado su propio programa para la factorización. Sin embargo, esa mañana se estaba dando cuenta de que debía perfeccionarlo aún más para tener alguna posibilidad de romper el cifrado. Tras tres horas de trabajo decidió hacer una pausa y se dirigió a la cocina, donde bebió zumo de naranja directamente de un
tetrabrik
y se comió dos empanadillas que acababa de calentar en el microondas.

Luego volvió a su mesa y se metió en el ordenador de Mikael Blomkvist para ver si éste había encontrado algo nuevo. Le había escrito dos preguntas y, al verlas, Lisbeth supo que, a pesar de todo, el tío no era tan tonto:

«¿Cuál de los ayudantes de Balder le traicionó?» rezaba allí; y eso, obviamente, era una pregunta legítima.

Sin embargo, ella no contestó. Y no por deferencia hacia Arvid Wrange, sino a causa del avance que había hecho en sus pesquisas al conseguir averiguar la identidad de ese macilento exyonqui que había contactado con Wrange. El chico se hacía llamar Bogey, y Trinity, de la
Hacker Republic
, se acordaba de que, hacía unos años, precisamente alguien con ese
handle
había estado rondando por unas webs de
hackers
. Por supuesto, no tenía por qué significar nada.

Bogey no era un alias exclusivo, ni siquiera particularmente original. Pero Lisbeth había guardado todas las intervenciones que había encontrado con ese sobrenombre, y al leerlas tuvo la sensación de que podían encajar con él, sobre todo cuando a Bogey, en un descuido muy imprudente, se le escapó que había estudiado ingeniería informática en la Universidad de Moscú.

Lisbeth no consiguió dar con su año de graduación ni con ninguna otra referencia cronológica. Pero halló algo mejor, un par de detalles muy frikis sobre el hecho de que a Bogey le chiflaran los relojes caros y de que se volviera loco con las viejas películas francesas de los años setenta sobre Arsène Lupin, el famoso ladrón de guante blanco…, y eso que las pelis no pertenecían a su generación.

Luego Lisbeth preguntó, en todas las webs imaginables dedicadas a antiguos y actuales estudiantes de la Universidad de Moscú, si alguien conocía a un flaco y ojeroso exyonqui que había sido un niño de la calle y un experto ladrón, y al que le encantaban las pelis de Arsène Lupin. No tardaron mucho en morder el anzuelo.

—Creo que te refieres a Yuri Bogdanov —escribió una chica que se presentó como Galina.

Según Galina, Yuri había sido una verdadera leyenda en la universidad. No sólo por haber conseguido meterse en los ordenadores de los profesores y haberlos tenido a todos ellos bien agarrados de los huevos. Es que, además, tenía la costumbre de querer apostar por todo a todas horas. Le decía a la gente: «¿Te apuestas cien rublos a que entro en esa casa por allí?».

Muchos de los que ignoraban sus habilidades lo veían como una forma de ganar un dinero fácil. Pero Yuri podía introducirse en todas partes. Forzaba cualquier puerta, y si alguna vez, por el motivo que fuese, no lo lograba, subía trepando por fachadas y paredes. Se le conocía por ser intrépido y malvado. Corría el rumor de que en una ocasión llegó a matar a un perro a patadas porque éste le había molestado mientras trabajaba. Robaba constantemente a la gente todo tipo de cosas, las más de las veces porque sí, por el simple hecho de causar daño. Quizá fuera cleptómano, pensaba Galina. Pero también se le consideraba un
hacker
de alto nivel, todo un genio, y un tío dotado de una enorme capacidad analítica, de modo que, tras licenciarse, podría haberse comido el mundo. Aun así, no quiso ningún empleo. Deseaba trabajar por su cuenta e ir por su propio camino, decía; y, por supuesto, a Lisbeth no le llevó mucho averiguar hacia dónde se habían encaminado sus pasos después de abandonar la universidad. Según la versión oficial, por supuesto.

En la actualidad Yuri Bogdanov tenía treinta y cuatro años. Había abandonado Rusia y residía en Berlín, en Budapester Strasse 8, no muy lejos del restaurante
gourmet
Hugos. Dirigía Outcast Security, una empresa
white hat
con siete empleados que había tenido en el último año fiscal una facturación de veintidós millones de euros. Resultaba algo irónico —aunque tal vez también lógico— que su tapadera fuera una empresa cuyo cometido era, supuestamente, proteger a grupos empresariales contra personas como él mismo. Desde su graduación, en 2009, no había sido condenado por ningún delito, y su red de contactos parecía muy amplia: en la junta directiva de su empresa se hallaba, entre otros, Ivan Gribanov, diputado de la Duma rusa e importante accionista de la compañía petrolífera Gazprom. Hasta ahí llegó Lisbeth en sus pesquisas; no fue capaz de encontrar más datos que la hicieran avanzar.

La segunda pregunta de Mikael Blomkvist decía:

El Centro de Acogida Oden para niños y adolescentes de Sveavägen ¿es un sitio seguro? (Borra esto en cuanto lo hayas leído).

No ofreció más detalles de por qué le interesaba ese lugar. Pero conocía lo suficiente a Mikael Blomkvist como para saber que no tenía la costumbre de soltar preguntas así como así, sin ton ni son. Y tampoco era muy dado a planteamientos difusos.

Si se mostraba así de críptico era porque tenía sus motivos. Y, puesto que le pedía que borrara la frase, se trataba, evidentemente, de información delicada. Estaba claro que había algo importante en ese centro de acogida y, en efecto, Lisbeth no tardó mucho en descubrir que el Centro Oden había recibido numerosas quejas: muchos niños se habían hecho daño por haber sido desatendidos o por haberse olvidados de ellos. Se trataba de una institución privada dirigida por Torkel Lindén y su empresa Care Me y, al parecer —si había que creer lo que decían algunos exempleados—, la llevaba un poco como si fuera su propio centro de poder, donde se esperaba que todos acogieran las palabras de Torkel Lindén como dogmas de fe y donde no se incurría en gastos innecesarios, de modo que el margen de beneficios era siempre muy elevado.

Torkel Lindén había sido un gimnasta de élite, campeón de Suecia en barra fija, entre otros méritos. En la actualidad era un cazador apasionado y miembro de la congregación Amigos de Cristo, conocida, entre otras cosas, por su marcado carácter homófobo. Lisbeth entró en la web de la Asociación de Caza de Suecia y en la de Amigos de Cristo para ver si ofrecían alguna actividad interesante. Luego le envió a Torkel Lindén dos correos falsos, pero sumamente amables y atractivos, en los que se hacía pasar por estas dos organizaciones. Los correos contenían archivos PDF provistos de un sofisticado
spyware
que se instalaría de manera automática en el caso de que Torkel Lindén abriera los mensajes.

A las 08.23 Lisbeth consiguió entrar en el servidor del correo y se puso a trabajar de inmediato y con gran concentración. Había sucedido lo que sospechaba: August Balder había sido acogido en el Centro Oden el día anterior por la tarde. En las anotaciones que figuraban en su historial, después de hacer una descripción de las trágicas circunstancias que habían motivado su ingreso, se podía leer lo siguiente:

Autismo infantil, facultades intelectuales seriamente reducidas. Inquieto. Grave trauma tras la muerte de su padre. Requiere vigilancia constante. De difícil trato. Han traído puzles para él. No debe dibujar: actividad compulsiva y destructiva. Decisión tomada por el psicólogo Forsberg, aprobada por TL.

Debajo se había añadido, al parecer con posterioridad:

El catedrático Charles Edelman, el comisario Bublanski y la inspectora Modig visitarán al niño el miércoles 22 de noviembre a las 10.00. TL supervisa. Dibujo bajo supervisión.

Y un poco más abajo:

Cambio de lugar del encuentro. El chico será llevado por TL y el profesor Edelman a casa de la madre, Hanna Balder, en Torsgatan, donde los policías Bublanski y Modig les esperarán. Se considera que podrá dibujar mejor en casa.
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