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Authors: Michael A. Stackpole

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Marea oscura I: Ofensiva (28 page)

BOOK: Marea oscura I: Ofensiva
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La doctora Pace agitó suavemente a Corran para despertarlo. Él parpadeó.

—Sí, ¿qué pasa, doctora?

Ella se enderezó y señaló hacia la sala de excavaciones.

—Jens ha averiguado algo sobre los escarabajos que trajisteis.

— ¿En serio? ¿Ya?

—Es muy buena. ¿Qué quieres que te diga?

—Eso parece. Gracias. Dame un minuto.

Corran se sentó despacio y juntó las plantas de los pies, colocando los talones lo más cerca que pudo de las ingles. Se echó hacia delante y estiró los músculos que le dolían. Emplear técnicas Jedi para deshacerse del dolor era sencillo, pero eso no le devolvería la flexibilidad a los músculos entumecidos. El camino de vuelta desde el poblado del lago seco transcurrió sin incidentes, y a Corran no le importó el sombrío silencio de Ganner. Le dio tiempo para pensar, y lo que tenía que pensar requería mucho esfuerzo mental.

En los años que había pasado en el Cuerpo de Seguridad Corelliano había visto mucha crueldad. Entre los criminales, los fuertes tendían a aprovecharse de los débiles, lo que no era en absoluto sorprendente. La crueldad suponía un rasgo de supervivencia en un entorno donde la única ley era que el individuo más peligroso era el que se encontraba en la cima de la cadena alimentaria.

Corran había visto el resultado de torturas terribles y crueldades brutales. Todo aquello había sido horrible, pero no tenía comparación con la paliza mortal que los yuuzhan vong habían dado al prisionero.

Lo que realmente afectaba a Corran de aquella muerte era que estaba claro que el pobre esclavo se había vuelto loco por las protuberancias de su cuerpo, y que los yuuzhan vong eran los causantes de que esos bultos formaran parte de él. Corran no entendía por qué, si las protuberancias tenían teóricamente la función de controlar al esclavo, al final hacían que el portador se descontrolara.

Sería como instalarle un dispositivo de control a un androide que acabara dándole órdenes contradictorias que causaran su destrucción.

Por lo que había presenciado, Corran comenzó a intuir que había algo más entre los yuuzhan vong y sus esclavos. El abandono y el júbilo aparente con el que habían asesinado al prisionero hizo pensar a Corran que era algo que tenían muchas ganas de hacer. Como si las conchas pequeñas fueran regalos que, una vez desenvueltos, ofrecían a los yuuzhan vong la posibilidad de divertirse con algo que consideraban placentero. A Corran también le perturbaba el hecho de que para ellos parecía ser sólo mera diversión. Las protuberancias podían ser útiles como instrumentos de control, pero servían para algo más.

Es como si los yuuzhan vong quisieran infligir dolor y sufrimiento sólo para ver cuánto tardan los esclavos en rendirse
. El problema que planteaba esa idea era que Corran entendía la esclavitud en términos de codicia. Un esclavo era un trabajador al que no había que compensar, lo que resultaba muy económico para el dueño, sobre todo si podía controlar al esclavo para evitar toda posibilidad de rebelión. Pero utilizar los esclavos como fuentes de agonía no tenía sentido, a no ser que el dolor alimentara de alguna forma a los yuuzhan vong, o que tuviera otra relevancia para ellos.
Y si eso es cierto, esta invasión será peor que cualquier guerra motivada por la política o la economía. La victoria para los yuuzhan vong implica el sufrimiento de todos los seres vivos.

Se estremeció y se levantó. Se puso el cinturón de la pistola láser. El sable le colgaba de la cadera derecha, justo delante de la enfundada pistola. Se ajustó el cinturón hasta que le quedó a la altura de las caderas y bajó por el pasadizo que llevaba a la sala de excavaciones.

Corran se encontró con que también le esperaban Ganner y Trista, además de Jens y de la doctora Pace. Ganner lo miró mientras la doctora Pace se daba la vuelta y le hacía una señal a Jens.

La arqueogenética rubia señaló con la mano una holografía que mostraba la imagen de los tres escarabajos.

—Pese a tener tan pocos especimenes para trabajar, he podido averiguar unas cuantas cosas. Sobre todo he analizado sus excreciones... Corran arqueó una ceja.

— ¿Caca de bicho?

Jens puso los ojos en blanco.

—Es más que eso. El escarabajo centinela, el que dio la alarma por lo del esclavo, es bastante común, pero los otros dos son interesantes. Los pequeños segregan una sustancia que se funde con el suelo. Químicamente es mucho menos compleja que la Peste, pero su composición molecular está conectada con los neurorreceptores olfativos de los slashrats. Eso es lo que los mantiene alejados del campamento, ya que piensan que todo el barro del asentamiento está impregnado de Peste.

— ¿Los escarabajos fabrican Peste sintética? —Corran frunció el ceño—. ¿Eso no es ingeniería genética avanzada?

Jens negó con la cabeza.

—La verdad es que no. Estos escarabajos, al igual que otras formas de vida, como nosotros, tienen una relación simbiótica con los organismos microscópicos de su cuerpo. Podemos masticar comida y producir ácido para digerirla más adelante, pero son las bacterias de nuestro estómago las que absorben las moléculas complejas y las dividen para que nuestro cuerpo pueda absorberlas. Ellas también se alimentan de lo que comemos nosotros y producen desechos. En este caso, algunas de las bacterias del estómago del escarabajo producen esta sustancia parecida a la Peste. Diseñar una bacteria es mucho más fácil que diseñar un escarabajo. Sólo son el envoltorio de las bacterias.

Ganner asintió y señaló la imagen del segundo escarabajo.

— ¿Y éste qué hace?

—He estado analizando los gases que expulsa y he descubierto que segrega mucho dióxido de carbono. El contenido del dióxido de carbono del valle, y me baso en el aire de los botes de muestra que llenaste allí, es más elevado que el del resto de Bimmiel. Si tuviera que aventurarme, y ya que nos habéis dicho que las protuberancias de los esclavos son duras y casi rocosas, creo que el elevado contenido de dióxido de carbono puede estar fomentando el crecimiento de esas cosas.

Trista se mordió el labio un instante.

—Si soltaran los suficientes escarabajos, ¿podrían aumentar el nivel de dióxido de carbono como para que el planeta retuviera el calor durante la órbita exterior?

La ingeniera genética lo pensó un momento y se encogió de hombros.

—Es posible. No tengo los datos planetarios necesarios para saber cuánto tiempo llevaría eso, pero si los escarabajos se reproducen de forma descontrolada, podría pasar. Rechazar el invierno destruiría totalmente el ecosistema autóctono, ya que tendríamos humedad, pero no habría energía solar para que las plantas crecieran. Los shwpis saldrían demasiado pronto de la hibernación, y los slashrats se los comerían y luego morirían de hambre.

Corran se acarició la perilla un instante.

—Jens, tú has conseguido emplear este equipo para fabricar Peste, y sabes cómo generar el olor de la matanza, ¿no?

Ella asintió.

— ¿Y podrías emplear el equipo para crear una bacteria que, en lugar de generar Peste artificial, fabricara esencia de matanza?

Jens negó con la cabeza.

—No tenemos lo necesario para crear una bacteria así. Eso requeriría unos instrumentos mucho más especializados que éstos.

Corran hizo un gesto de rabia.

— ¡Mierda de Sith! Si consiguiéramos que los slashrats arrasaran el campamento yuuzhan vong... —señaló a la esquina donde habían descubierto los restos del yuuzhan vong momificado—. Ya sabemos que a esas bestias no les disgustan los yuuzhan vong.

A Jens se le iluminó la cara.

—Ah, si eso es lo que quieres no hay problema. Lo que sí puedo hacer es generar un virus que mate a la bacteria que crea la Peste, insertando un nuevo código genético para que comience a generar el olor de la matanza. Y además puedo fabricar otro que detenga las concentraciones de dióxido de carbono.

Corran sonrió.

— ¿Y podrías fabricar un virus que hiciera que los yuuzhan vong segregaran aroma de matanza?

— ¿Sudor de matanza? Es posible. Puedo utilizar estos huesos para buscar restos de virus y trabajar a partir de eso —Jens sonrió con optimismo—. ¿Con cuál empiezo?

Corran hizo amago de responder, pero la doctora Pace dio un puñetazo en la mesa que soportaba el holoproyector.

—Con ninguno.

Corran parpadeó.

— ¿Cómo?

—No va a fabricar ningún virus —Pace miró fijamente a Corran sin parpadear—. Si liberamos esos virus podríamos provocar una catástrofe planetaria que alteraría la ecología de Bimmiel para siempre.

—Si los liberamos, estaríamos respondiendo al intento de los yuuzhan vong de hacer exactamente lo mismo —Corran señaló hacia la superficie—. Si los yuuzhan vong consiguen provocar cambios en la ecología del planeta, lo utilizarán como base para seguir conquistando nuestra galaxia. Hemos de detenerlos, y dados los recursos que tenemos, la utilización de estos virus es nuestra mejor baza. Estoy seguro de que Jens puede arreglarlo para que el frío extremo los mate y los destruya cuando el planeta llegue al punto más alejado de su órbita.

—Sin problemas.

Pace se giró hacia Jens y la amenazó con el dedo.

—No vas a hacer nada parecido.

Trista se unió a la crispación.

—Es como si pensaras que a nosotros nos incumbe tu lucha contra los yuuzhan vong, Horn.

Corran se quedó boquiabierto.

—Estáis metidos hasta el cuello en ella. En el mejor de los casos, sólo estarán aquí investigando. En el peor, quizás hayan regresado para recuperar el cuerpo de un explorador extraviado y vosotros estáis sentados encima de él. Lo habéis desenterrado, lo habéis medido y lo habéis analizado. Quizá se lo tomen como un insulto y quieran destruir al que lo haya hecho.

Ella negó con la cabeza.

—No lo entiendes. Nosotros hemos venido exclusivamente a investigar este planeta. Somos sólo observadores.

—No te creas, entiendo perfectamente esa actitud. Lo que me pregunto es si los vong la entenderán o verán relevante la diferencia —Corran miró a Ganner—. ¿Qué opinas?

—La doctora Pace y Trista tienen razón. Tu plan podría dar lugar a un holocausto planetario que podría dejar este mundo estéril —el comentario de Ganner dibujó una sonrisa de adoración en el rostro de Trista—, pero hay una alternativa.

Trista asintió.

— ¿Lo ves? Los virus no hacen falta.

Corran entrecerró los ojos.

— ¿Y cuál es esa alternativa?

—Volvemos y hacemos lo que teníamos que haber hecho la otra noche cuando me detuviste

—Ganner se llevó la mano al sable láser—. Detener a los yuuzhan vong de una forma directa.

El desacuerdo apareció en el gesto de Pace, y Trista se quedó pálida. —

Ganner, no puedes correr ese riesgo.

—Eso es lo que hago, Trista. Así es. Vosotros no sois luchadores. Si os metéis en la contienda, estaríais comprometiendo vuestras vidas y vuestras creencias.

Corran y yo os protegeremos mientras huís.

Corran dio la espalda a la doctora Pace.

—Ya has visto el fallo del plan.

Ella asintió.

—No podemos matar a todos los escarabajos porque no sabemos hasta qué punto están extendidos. Ni destruyendo a los yuuzhan vong podremos responder a lo que han hecho. Y, aun así, no puedo autorizar ese tipo de acción.

—Entiendo lo que dices —suspiró Corran—. Y yo también señalaría que, os guste o no, seáis luchadores o no, estáis todos en plena zona de combate. Respeto tu postura, pero creo que lo mejor es que traigamos aquí a todos, les contemos lo que pasa y que voten sobre el curso de acción.

La doctora Pace pensó la propuesta en silencio. Corran se cerró a propósito a la percepción de las diversas emociones que emanaban de la mujer y concentró sus sentidos en abarcar el complejo de cuevas.
Si decide realizar la votación no tardaremos mucho en reunir aquí a las veinte personas y proponerles el tema
.

Corran frunció el ceño de repente.

—Ganner, contándonos a nosotros, ¿cuánta gente hay en las cuevas?

—Veinte —la sonrisa se borró de su cara—. Pero debería haber veintidós.

Faltan dos personas.

Trista negó con la cabeza.

—No falta nadie. Vil y Denna acaban de salir hacia su estación meteorológica para arreglar la antena. Dejaron de recibir datos anoche y se fueron antes de que regresarais vosotros.

Ganner la miró parpadeando.

— ¿Dejasteis que dos personas salieran al exterior y que se alejaran de la base?

Ella alzó la cabeza desafiante.

— ¿Qué pasa, que los valientes Jedi son los únicos que pueden escapar de los slashrats y cumplir con su deber? Llevamos luchando contra los peligros de este planeta mucho más tiempo que vosotros.

La doctora Pace sacó un intercomunicador y lo puso en una frecuencia determinada.

—Vil, aquí la doctora Pace. Informad.

El canal abierto sólo le devolvió ruido de fondo.

— ¡Mierda de Sith! —Corran giró sobre sus talones y echó a correr—. Si los vong han encontrado la estación es muy probable que la hayan destruido, ya que odian la tecnología. Quizás hayan dejado algo en su lugar. Algo que esos dos han molestado. Entonces los vong pueden haber salido y haberlos atrapado...

Trista negó con la cabeza.

—No hay pruebas que demuestren. .

Ganner se acercó a Trista y la cogió por los hombros. Luego la obligó a mirarle.

—Trista, te considero una persona inteligente, apasionada y fascinante, pero sabes tan bien como nosotros que las posibilidades de que tus compañeros sean prisioneros de los yuuzhan vong son muchas.

—No, no —ella negó con la cabeza, el pelo negro le caía por los hombros—.

Nunca les hubiera dejado marchar si hubiera pensado que... Corran alzó la mano.

—Da igual. Les diste permiso para irse antes de que supiéramos que los yuuzhan vong estaban aquí. Tenemos un problema y tendremos que solucionarlo. Quizá Vil y Denna aparezcan de repente con un intercomunicador que se ha quedado sin batería.

La doctora Pace tragó saliva.

— ¿Y si no es así?

—Alguien tendrá que encontrarlos —Corran intentó sonreír débilmente—. Y creo que sé por dónde empezar a buscar.

Capítulo 23
BOOK: Marea oscura I: Ofensiva
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