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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (101 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Yusuf II, que no era un excelente general, sin embargo era un muy eficiente hombre de Estado, capaz e inteligente, con ideas muy definidas sobre la organización política y económica de su imperio. Estos años postreros del siglo xii van a ver cómo el Imperio almohade se convierte en una estructura política estimable, sobre la base de las rutas comerciales marítimas del Mediterráneo. Después del severo revés de su padre en Santarem, y de los enormes trastornos causados por la rebelión almorávide en Baleares y Argelia, el nuevo califa, hombre flexible, no declara la guerra santa al Occidente cristiano, sino que trata de asentar su poder sobre el pacto y el vínculo comercial. Así, no tiene reparos en trazar acuerdos con Pisa y Génova.Y del mismo modo, buscará el pacto con Castilla y con León para guardarse las espaldas en Al-Ándalus. ¿Un hombre de paz,Yusuf? No: era para librar la guerra en mejores condiciones.

La nueva política almohade era la única posible. En la frontera han pasado muchas cosas en estos últimos años. Los problemas de los almohades en las Baleares y en Argelia han facilitado a los cristianos tomar posiciones y arañar territorios. Las campañas castellanas en A1-Ándalus han sido incesantes: después de la que asoló las tierras de Córdoba en 1182, Alfonso VIII ha dirigido a sus huestes sobre Alarcón, Iniesta, Plasencia (ciudad que funda en 1186) y hasta Alcalá de Guadaira en 1189, a las mismas puertas de Sevilla. Por su lado, los portugueses, en ese mismo año de 1189, atacan el Algarve. Esta vez vienen con ellos unas curiosas huestes: son cruzados daneses y frisones de camino a Palestina. Ese ejército conquista Alvor, en el extremo suroeste de Portugal, y aniquila a 5.600 sarracenos.

Esto de encontrar cruzados europeos en nuestras tierras no es nuevo. En los años anteriores ya los hemos visto en Almería y también en Lisboa. Ahora, una vez más, los cruzados que navegaban a Tierra Santa desde el norte de Europa recalaban en España y echaban una mano, generalmente bien pagada. Lo singular de ese año 1189 es que se suman dos campañas: la mencionada de Alvor e, inmediatamente después, otra sobre Silves a la que se añaden nuevos y aún más numerosos contingentes.Y vale la pena entrar en detalle en esta historia, porque nos da la medida de hasta dónde había llegado la debilidad militar almohade en la Península.

Conocemos bien los datos de esa segunda campaña, la de Silves, porque las crónicas alemanas la retrataron. Así, sabemos que el 23 de abril de 1189 once barcos de guerra partieron de Bremen, en Alemania, transportando a unos dos mil hombres. Su destino era Tierra Santa, a donde pensaban llegar cabotando hacia el sur por el Atlántico y cruzando después el Mediterráneo. La flota navega hasta Lisboa, donde se une a un ejército ya organizado: el de aquellos frisones y daneses que habían conquistado Alvor. La crónica nos cuenta que en aquellas tropas había, además, abundantes ingleses y flamencos. Para completar el contingente, se sumaron centenares de caballeros de las órdenes de Calatrava y Santiago, así como templarios y hospitalarios, españoles todos ellos.

¿Quién estaba moviendo a ese ejército? El rey de Portugal, Sancho 1, por supuesto. Es Sancho quien ha convocado a los cruzados, de paso hacia el sur, y les ha ofrecido no sólo un combate contra los musulmanes, sino también un cuantioso botín: si Silves cae, el rey se quedará con la ciudad, pero todos los bienes muebles serán para los cruzados. Así tenemos un ejército de fortuna construido con aquellos elementos dispares que caminaban hacia Tierra Santa. El rey les señala un objetivo: la ciudad de Silves, codiciadísima por moros y cristianos. Con Alvor y Silves en manos cristianas, los almohades se verían expulsados del oeste de la Penínsu la Ibérica. Ahora bien, Silves no es un objetivo fácil: se trata de una ciudad importante y bien defendida; hará falta un duro asedio para tomarla.Y a ello se emplean los cruzados.

La crónica alemana —la Chronica Regia Coloniensis, para ser precisos— nos da muchos detalles sobre la técnica del asedio. La operación duró algo más de seis semanas. Los cruzados excavaron un túnel bajo las defensas de la ciudad y hostigaron sus murallas con torres y escaleras. Los musulmanes respondieron volcando cubas de resina y aceite hirviendo. Finalmente, en el mes de septiembre, Silves se rindió. El cronista refiere con mucho realismo la situación de los asediados: hombres y mujeres enflaquecidos por las privaciones, personas tambaleándose por las calles, mujeres y niños que comían tierra húmeda para sobrevivir, muertos y moribundos abandonados en las callejuelas… Tomada Silves, los cruzados se repartieron el botín —no sin disputar con el rey Sancho de Portugal sobre quién se quedaba con los cereales requisados— y zarparon hacia Jerusalén.

Todos estos movimientos demuestran la fragilidad del Imperio almohade. Fragilidad que el califaYusuf II conocía perfectamente y que supo diagnosticar a tiempo. Era evidente que los almohades tendrían serias dificultades para mantener su poder en Al-Ándalus si se enfrentaban en bloque a los reinos cristianos. En una situación así, la única política posible era trocear al enemigo: pactar con unos y guerrear con otros.Y eso es lo queYusuf II, hombre práctico, hizo a la altura de 1190.

Objeción de principio: ¿y no le habría sido más rentable al califa almohade mantenerse en paz? La verdad es que no. El sistema de poder almohade —y en eso era igual que el sistema almorávide— se basaba en la preeminencia social de la aristocracia militar berebere sobre las poblaciones autóctonas; por ejemplo, sobre los andalusíes. Lo que justificaba esa hegemonía era la ortodoxia islámica, incluida la guerra santa.Y para que nadie dudara de dónde estaba verdaderamente la espada del islam, los almohades se veían obligados no sólo a mantener en pie de guerra ejércitos bien armados, sino también a golpear con periódica frecuencia las fronteras cristianas en cualquier punto del mapa. Por eso Yusuf II tenía que hacer la guerra. Pero la hará con cinturón de seguridad.

La operación es de libro. En el verano de 1190,Yusuf renueva la tregua con León. Mientras tanto, sus embajadores están negociando la paz con Castilla. No es la única vía diplomática: en Marrakech están también los enviados de Saladino, el poderoso califa de Damasco, para hablar de tratados de paz.Y en el mismo momento, un poderoso ejército almohade se dirige contra Portugal. Lo que para otros será paz, para Portugal será guerra.Y ahora los portugueses se han quedado solos.

La campaña almohade contra Portugal duró más de un año. Desde el verano de 1190 hasta el de 1191, los ejércitos almohades pudieron recorrer el Algarve sin que nadie acudiera en socorro del rey Sancho. Los sarracenos atacan Silves y Évora. Esta última ciudad soportará el asedio, pero Silves, privada de auxilios y lejos de las bases logísticas portuguesas, conocerá una suerte atroz: toda su guarnición fue acuchillada el 10 de julio de 1191. La ofensiva almohade no se detiene. Los moros pierden ante la fortaleza de Tomar, donde los templarios aguantan, pero en contrapartida Yusuf conquista Torres Novas. A continuación, sin dar un respiro al enemigo, recuperan Alcocer do Sal y destruyen Palmela y Almada. Al final de la campaña, el balance es triunfal paraYusuf y desolador para los portugueses: con la excepción de Évora, los almohades han recuperado de nuevo todo el sur de Portugal hasta la línea del Tajo.

Esto es lo que pasó. Ahora, hagámonos unas preguntas: ¿cómo fue posible? ¿Por qué los reinos cristianos hicieron el juego a Yusuf? ¿Por qué dejaron solos a los portugueses? Otras veces hemos visto a los reyes cristianos pactando con los almohades, pero era para obtener un beneficio inmediato.Y al contrario, rara vez había ocurrido que, ante una ofensiva general musulmana, los reyes cristianos no apartaran sus diferencias para hacer frente al enemigo común. ¿Por qué ahora ya no funcionó la alianza?

No funcionó porque en este momento, a la altura de 1190, una profunda brecha empieza a separar a los reinos españoles. Abandonada la idea imperial, ni siquiera pervive como recuerdo; rota la alianza castellano-aragonesa y enfrentados los monarcas cristianos en proyectos políticos particulares, una enorme fragilidad se apodera de la España del norte.Y el poder almohade, como es lógico, trata de sacar el máximo partido de la situación. Vienen años de intensa actividad diplomática, con la guerra siempre en el horizonte.

La hora de la política: el bloque anticastellano

Nadie se fía de nadie.Aragón mira de reojo a Castilla. Navarra, también. Castilla no ve con buenos ojos a León, y León bastante tiene con parar los pies a Portugal. Nuestros cinco reinos han dibujado proyectos políticos propios. La alianza con el vecino empieza a ser un problemático lujo.

Entre los años 1190 y 1194 se suceden las rupturas y los pactos entre nuestros cinco reinos. Ese tumultuoso equilibrio incluye, además, al califa almohade. Es pan para hoy y hambre para mañana: pactar con los almohades significa, en realidad, fortalecer al enemigo para ulteriores ofensivas. Todos lo saben, pero el interés inmediato puede más que el cálculo a medio plazo. El propio papa intervendrá para aunar voluntades, pero con éxito limitado. ¿Qué estaba pasando? Vamos a verlo reino por reino.Y apuntemos bien los datos, porque esta situación nos va a conducir a una de las mayores catástrofes bélicas de la cristiandad.

En principio, todo puede explicarse a partir de una constatación elemental: el incremento del poder de Castilla levanta suspicacias en todos sus vecinos, y muy en primer lugar en Alfonso II de Aragón, el que fuera viejo amigo y aliado del rey castellano. ¿Por qué Alfonso de Aragón rompió su larga alianza con Alfonso de Castilla? Por cuestiones de poder, por supuesto. Una ambiciosa e inteligente política había llevado a Castilla a convertirse en el principal eje de poder en la Península, hasta el punto de que los cronistas extranjeros de esta época, cuando hablan de Castilla, la llaman «Hispana», como si esa parte definiera al todo. El Reino de Castilla mantenía reivindicaciones sobre territorios que estaban bajo las coronas navarra y aragonesa. Pero es que, además, la proyección política castellana no se dirigía sólo hacia el interior de la Península, sino también hacia el exterior, y de la combinación de una cosa y otra es de donde iban a nacer los verdaderos problemas.

Recordemos todo lo que ya hemos explicado aquí acerca de los dos conflictos simultáneos que se viven en Europa: por un lado, el conflicto centroeuropeo entre güelfos y gibelinos, es decir, entre los partidarios del poder señorial y eclesiástico contra los partidarios del poder imperial; simultáneamente, el conflicto francés entre los Plantagenet —los inglesesy los francos, enemistad que era la piedra de toque del equilibrio político en España. Alfonso de Castilla estaba casado con una hija de Enrique II Plantagenet. Por otro lado, el rey Sancho VI de Navarra estaba casado con una tía de Alfonso de Castilla.Y una hija del rey navarro, Berenguela, era la esposa de Ricardo Corazón de León, el heredero de los Plantagenet. Con estos mimbres, Alfonso II de Aragón vio que en su flanco oeste se podía formar un peligroso cesto: una alianza entre Castilla, Navarra y los Plantagenet que secaría literalmente las expectativas del Reino de Aragón.Y por eso el Rey Trovador decidió promover una alianza anticastellana.

El primer paso fue acercarse a Navarra. En septiembre de 1190, Alfonso de Aragón y Sancho de Navarra se entrevistan en Borja. Para los navarros fue una auténtica tabla de salvación. Hasta el momento, el Reino de Pamplona se había visto obligado a hacer mil contorsiones para sobrevivir a las ambiciones de castellanos y aragoneses, que querían repartirse el viejo reino. Ahora las cosas cambiaban por completo.Y la alianza aragonesa era un balón de oxígeno para Navarra.

En aquel tiempo, las expectativas de cualquier reino cristiano español dependían de una sola cosa: su posibilidad para expandirse hacia el sur a costa de las tierras ganadas a los musulmanes. Pero esto era precisamente lo que los navarros no podían hacer, cerrado como estaba su camino al sur por las conquistas de castellanos y aragoneses al otro lado del Ebro. En esas condiciones, la supervivencia de Navarra pasaba por dos objetivos fundamentales: uno, salvar su territorio de las ambiciones de sus vecinos cristianos; el otro, intentar ganar por el norte —esto es, por Francia— lo que le quedaba vetado por el sur. Una cosa y la otra iban vinculadas entre sí, dado el tejido de alianzas a ambos lados de los Pirineos. En los años anteriores nada de esto fue posible para los navarros. Pero ahora, con Enrique II muerto y con Aragón como aliado, el rey de Pamplona pudo afianzar su territorio en la Península y, al mismo tiempo, saltar al otro lado del Pirineo y fortificar plazas como Saint-Jean de Pied de Port.

Mientras Aragón y Navarra se aliaban contra Castilla en el este, otro movimiento de gran importancia se producía en el oeste: los reinos de León y de Portugal, largamente enfrentados, se ponían de acuerdo. ¿Para qué? Más bien habría que preguntar «¿contra quién?».Y la respuesta es la misma que en el caso anterior: contra Castilla. Así, corriendo 1190, Alfonso IX de León y Sancho 1 de Portugal negocian su alianza. El rey Alfonso de León, que estaba prometido a una infanta castellana, rechaza a ésta y se promete con una hija del rey portugués, Teresa. El matrimonio era ilegítimo, porque los novios —Alfonso y Teresa— eran nietos, los dos, de Alfonso Enríquez, pero el interés político pudo más. La boda se celebró sin dispensa papal hacia el invierno de 1191.Y mientras el recién nombrado papa Celestino III se encontraba con esta patata caliente, Portugal y León configuraban un bloque de poder que dejaba a Castilla sola.

Así tenemos sendas alianzas anticastellanas en el este y en el oeste. Sólo era cuestión de tiempo que las dos alianzas se convirtieran en una.Y eso ocurrió muy pronto: en mayo de 1191. Fue en Huesca. Los cuatro reyes del movimiento anticastellano —Portugal, León, Navarra y Aragónse reúnen y pactan un programa común. ¿En qué consistía ese programa? En esto: primero, no hacer la guerra entre sí; segundo, no hacer la guerra sin el consentimiento de los otros tres socios; tercero, hacer la guerra a Castilla; cuarto, no firmar paces por separado con nadie. El pacto —la Liga de Huesca, se llamó— tuvo una consecuencia inmediata: en junio de ese año los reyes de Navarra y Aragón se reúnen y atacan Tarazona, en territorio castellano; la misma ciudad donde se habían casado Alfonso de Castilla y Leonor Plantagenet. La cosa se ponía muy negra para Castilla. Pero entonces…

Pero entonces ocurrió algo que vino a cambiar de golpe el paisaje: llegó el dictamen del papa Celestino III sobre el matrimonio de Alfonso de León y Teresa de Portugal.Y el dictamen era clarísimo: el enlace era nulo por la consanguinidad de los esposos. Esto hoy puede parecernos una cuestión menor, pero en aquella época significaba tanto como privar de toda legitimidad al Reino de León. Como, además, Alfonso IX de León mantenía un pacto de no agresión con los almohades, el papa no se mordió la lengua a la hora de declarar al monarca leonés como enemigo de la cristiandad. Lo cual significaba, en la práctica, algo tremendo: los súbditos de León quedaban exonerados del deber de obediencia a su rey. Y así, en muy pocos meses, se pasó de una situación en la que Castilla estaba perdida a otra en la que el que estaba perdido era el Reino de León.

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