Read Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval Online

Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (105 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Fue un proceso largo, una tendencia sostenida durante mucho tiempo: no empieza ahora ni terminará tampoco ahora. Pero sí es precisamente en este momento, en los dos últimos decenios del siglo xii, cuando todos los reinos de la España cristiana acometen a la vez el mismo programa: todos los reyes, sin excepción, toman medidas que aumentan su poder frente al de los magnates.Y eso será de una importancia decisiva para nuestra historia.

Si usted se acuerda, la última vez que pasamos por el Reino de Aragón habíamos visto a Alfonso II, el Rey Trovador, entregado a una tarea de este género: imposición de una política unitaria en los distintos condados, control del territorio a través de las veguerías, recuperación del dominio sobre las fortalezas y los castillos de los señores, organización de un sistema de impuestos que proporcionara la adecuada base fiscal a la política de la corona… Al Rey Trovador esta política le costó mil sinsabores, y de hecho tuvo que dar marcha atrás en muchas de sus iniciativas. Pero el problema seguía vivo, de manera que la patata caliente pasó tal cual a su hijo y heredero, Pedro II.

¿Y qué hizo Pedro II? Huir hacia delante. La nobleza no permitió que se cuestionara su jurisdicción particular sobre sus señoríos. Dicho de otra manera: los nobles no consintieron que el rey quisiera atribuirse derechos y rentas sobre los territorios que ellos consideraban como propios. Pero, al mismo tiempo, el rey estaba obligado a recompensar los servicios de la nobleza en el terreno militar. ¿Y con qué podía el rey pagar esos servicios si no podía obtener recursos de los señoríos? Con un solo instrumento: aumentar la presión fiscal sobre la población. Así los pobres serían más pobres para que los ricos fueran más ricos. Pero ni siquiera con eso bastó para equilibrar las cuentas, de manera que Pedro II tuvo que echar mano de recursos de urgencia: enajenar el patrimonio regio, arrendar la jurisdicción real… Es decir, entregar a otros la gestión de los derechos políticos y económicos de la corona a cambio de dinero. Terminó endeudándose hasta las cejas.Aragón tardará muchos años en recuperarse de esta política.

Los problemas de Aragón derivaban de la estructura plenamente feudal del reino, especialmente en los condados catalanes. Era un paisaje que en otros reinos de la España cristiana tenía menos vigencia. Por ejemplo, en Castilla, que se había construido sobre bases enteramente distintas. Pero, a pesar de esa distinta composición, también en Castilla vamos a encontrar una decidida política de afirmación del poder regio frente a los magnates. Y eso lo veremos especialmente en la política de repoblación, tanto en el norte como en el sur del reino de Alfonso VIII.

Política castellana en el norte: llenar el territorio. Después de las campañas en tierra vasca, Alfonso VIII funda (o refunda) villas marineras en el Cantábrico, impulsa los centros urbanos en el Camino de Santiago y cubre de pequeñas poblaciones los espacios entre el Camino y el mar. Basta ver los fueros de estas localidades para descubrir su misión: todos ellos contemplan con detalle las actividades comerciales y artesanales. Es decir que Alfonso VIII estaba aplicando algo que ya podríamos llamar como política económica; una política orientada sobre todo a estimular el comercio interior. Hacia 1184 comienzan a celebrarse las ferias de Alcalá de Henares, y en una fecha no distante de ésta, Castilla empieza a acuñar maravedíes de oro, como los andalusíes. Es también el momento en el que aparece en Castilla una ganadería de amplísimos espacios que abarca desde el cauce del Ebro hasta el sur del Tajo.

¿Y cuál era la política castellana en el sur del Tajo? El imperativo era, igualmente, repoblar, pero allí las circunstancias eran muy distintas, porque esos espacios no dejaban de estar expuestos a los ataques musulmanes.Y entonces la corona, siempre celosa de reforzar su poder frente a los grandes nobles, optó por encomendar la repoblación a las órdenes militares. Las órdenes militares eran más de fiar que los señoríos nobiliarios por una razón evidente: los maestres y caballeros de las órdenes, por su propia condición, no iban a configurar señoríos propios que pudieran, eventualmente, rebelarse contra el rey y pactar con el enemigo. De manera que las órdenes no sólo se encargan de mantener la defensa de la frontera, sino que además la gobiernan en nombre del rey y la someten a la jurisdicción de la corona.

Es significativo que estas líneas políticas sean prácticamente las mismas que está desarrollando Alfonso IX en León. En el norte, por ejemplo, el periodo de gobierno de Alfonso IX se caracteriza por un intenso trabajo en las vías de comunicación entre el Bierzo y Galicia, trabajo claramente orientado a reforzar las rutas comerciales del reino con la vista puesta en el mar. En el sur, mientras tanto, son las órdenes militares las que vertebran el territorio, como está ocurriendo en Castilla, y siempre bajo el control de la corona. Así, lo mismo en el norte que en el sur, se consolidan las viejas villas o se fundan otras nuevas, cada cual con sus correspondientes fueros.Y por cierto que estos fueros apuntan casi siempre a reforzar la jurisdicción regia en detrimento de las jurisdicciones señoriales: el derecho de realengo se impone sobre los señoríos. El rey se ocupa incluso de fijar un tipo de impuesto —la moneda forera, aprobada por la curia en 1202— que estipula la entrega de una cantidad determinada a la corona a cambio de que el rey se comprometa a no devaluar la moneda en un periodo de siete años.

Del rey leonés ya hemos contado que fue el primero en introducir a los representantes de las ciudades dentro de la curia, con lo cual nacen las primeras Cortes democráticas. Esta innovación presenta un alcance muy particular si la ponemos en el contexto de la oposición entre la corona y los nobles. Aquí, por cierto, Alfonso IX hizo algo hasta entonces inédito en tierras leonesas: se reservó la potestad de revocar las enajenaciones de derechos y patrimonio regio. ¿De qué se trata? De lo siguiente: hasta ese momento, cuando el rey concedía derechos o tierras a los nobles lo hacía de una vez y para siempre, de manera que ese noble disfrutaba de lo obtenido en plena propiedad. Pero ahora Alfonso IX, para atar corto a los señores, decide que las donaciones regias han de ser confirmadas de nuevo por el propio rey, y esta nueva confirmación permitirá modificar las condiciones de entrega y posibilitará que el rey recupere territorios o derechos y, además, que cobre una cantidad por expedir los nuevos documentos. Un tipo listo.

Vayamos ahora a Portugal, donde se abre un periodo francamente amargo. El rey Sancho 1 vive obsesionado con una idea: repoblar y fortificar a toda costa la frontera. Obsesión justificada, después de todo. Hasta ese momento, la nobleza del joven reino había sido capaz de afrontar esa misión decisiva. Ahora, sin embargo, las cosas habían cambiado: se abre una brecha entre el rey y sus nobles. ¿Por qué? Por la conjunción de distintos factores, y todos ellos hay que tenerlos en cuenta porque, además, una situación semejante afectó a todos los reinos cristianos.

Por un lado, Portugal vive un estado de guerra permanente en dos frentes: contra León por el norte y contra los musulmanes por el sur. Son demasiados frentes para un reino tan pequeño. Las derrotas se suceden, y nadie gusta de seguir a un caudillo que pierde. ¿Y por qué perdía batallas Portugal, un reino al que hace aún pocos años hemos visto en excelente forma? Por la escasez de recursos: en los años siguientes a 1196 se suceden varios periodos consecutivos de sequía y hambre que van a disparar la conflictividad social y la inseguridad. A perro flaco, todo son pulgas: una parte importante de la nobleza tratará de sobrevivir explotando a sus súbditos, lo cual conducirá a rebeliones sin cuento. Rebeliones en las que el rey, muy frecuentemente, se pondrá del lado de los súbditos, lo cual agrandará aún más la brecha entre la corona y los magnates.

Como el rey Sancho no puede contar con sus nobles, la repoblación de la peligrosísima frontera sur la hace el monarca en primera persona: las tierras fronterizas son declaradas de realengo —esto es, propiedad del rey— y allí acuden a instalarse miles de pobladores, con mucha frecuencia extranjeros (flamencos, francos, etc.) a los que el rey dota inmediatamente de fueros propios. Esta política de repoblación y defensa, acompañada por el éxito, aportó una novedad notable en el Reino de Portugal: también aquí, la autoridad del monarca conoce una fuerte consolidación frente al poder de los magnates nobiliarios y eclesiásticos.

Y mientras en Portugal vivían años dificiles, en Navarra ataban los perros con longanizas. Es interesante: la Navarra de Sancho VII, atacada por Castilla, enemistada con Aragón, mutilada de sus posesiones en las Vascongadas y el Cantábrico, sin embargo es un emporio de riqueza. ¿Por qué? Fundamentalmente, por una excelente administración de sus propios recursos.Tanto SanchoVI como, sobre todo, SanchoVII se aplican a unificar los tributos de la jurisdicción de realengo —o sea, de los derechos y territorios que correspondían al rey—, a homogeneizar la relación fiscal de la corona con las comunidades, a organizar la recaudación de impuestos en las fronteras y a sistematizar los censos urbanos. El resultado de esa política fue un aumento exponencial del Tesoro real. De hecho, la hacienda navarra fue la única que en este periodo tuvo excedentes.

Esta saneada situación económica permitió a SanchoVII hacer frente con cierta soltura a los numerosos sinsabores políticos del momento. La pérdida de los puertos vascos se compensó con la obtención del derecho de uso del puerto de Bayona, previo pacto con el rey inglés Juan sin Tierra, que en aquella época controlaba el suroeste de Francia. Los comerciantes gascones entraron en Navarra y viceversa, con lo cual la economía del reino aún conoció mayores impulsos.Y tan desahogada era la situación financiera de Navarra que Sancho VII, al menos en lo que concierne a sus relaciones con el Reino de Aragón, terminó recuperando por vía económica lo que perdió por vía política: a cambio de generosos préstamos, el aragonés Pedro II ya hemos visto aquí sus apuros financierosentregó al rey navarro varias plazas, desde Petilla de Aragón hasta Escó y Tramoz, entre otras.

Así nuestros cinco reinos, cada cual según sus propias circunstancias, se van transformando. Pero nuestros cinco reinos no estaban solos en el mundo: alrededor estaban pasando muchas cosas.Y una de ellas iba a hacer que toda la cristiandad suspendiera el aliento: en las regiones francesas bajo control aragonés ha surgido la herejía cátara. Una guerra terrible teñirá de sangre el Languedoc.

El asunto de los cátaros salpica al rey de Aragón

Situémonos. Estamos en el sur de Francia, el mismo escenario donde han nacido la poesía trovadoresca y el amor cortés.A lo largo del siglo xli, hasta aquí han ido llegando singulares doctrinas religiosas que vienen de Oriente, transportadas por las rutas comerciales. Se trata de doctrinas que están extendiéndose también en el área eslava. Estas doctrinas no forman un credo unitario: son más bien ideas recogidas de aquí y allá cuyo único rasgo común es la heterodoxia respecto a Roma. ¿Y en qué consisten esas ideas? Ante todo, en una transposición del viejo maniqueísmo persa con su radical oposición entre materia y espíritu. El concepto central de estas doctrinas es la idea de pureza, y por eso a sus adeptos se les llamará «cátaros», que en griego —kazarós— quiere decir «los puros».

Un cierto romanticismo posmoderno ha convertido a los cátaros en algo así como una cofradía del libre pensamiento. Nada más lejos de la realidad. El catarismo era una secta fundamentalista. Su doctrina se basaba en una contraposición radical entre el bien y el mal, lo puro y lo impuro. Dios —decían— ha creado el mundo espiritual, pero el mundo material no es obra de Dios, sino de Satán. Dios no se encarnó en jesús —pues el espíritu no puede encarnarse, ya que la materia es el mal—, sino que jesús fue una aparición que enseñó a los hombres el camino hacia Dios. Cualquier cosa que ligue a los hombres con lo terrenal es una fuente de pecado; por ejemplo, los juramentos (y se entenderá la importancia de esto en un mundo donde el juramento de fidelidad y vasallaje era la base del orden social). De esta manera, lo que el hombre debe hacer para buscar su salvación es alejarse lo más posible de la materia, de lo mundano —incluida la propia Iglesia—, para llegar al espíritu puro.

Estas doctrinas se extendieron de manera singular por el tercio sur de Francia, en la región de la Occitania o Languedoc. Apenas si salieron de esa región. ¿Por qué ahí y no en otro lugar? Es una pregunta a la que nadie ha sabido responder, pero en la localización del fenómeno seguramente influyeron razones a la vez políticas y culturales: por un lado, la predicación de la pureza ascética causaba gran impresión en un medio tan hondamente religioso como la sociedad medieval; por otro, los poderes locales no dejaban de encontrar en ella una forma de singularizarse, de reivindicar cierta identidad propia. De hecho, será la protección del poder la que permita al catarismo arraigar en el sur de Francia: tanto los duques de Aquitania como los condes de Tolosa protegen al movimiento.Y gracias a esa protección, fracasarán los sucesivos intentos de Roma por extirpar la herejía.A finales del siglo xii, el catarismo se había convertido ya en un fenómeno que ponía en franco peligro la unidad de la Europa cristiana.

Los reyes españoles no pueden ser ajenos a lo que está sucediendo en el sur de Francia. Por una parte, SanchoVII de Navarra está ampliando su influencia al norte del Pirineo: ha logrado la paz entre ingleses y franceses en la región, ha casado a su hermana Blanca con el conde Teobaldo de Champaña, ha obtenido el vasallaje del vizconde de Tartas, del señor de Agramunt y de otros veintisiete señores de las comarcas de Mixe y Soulé… Pero es sobre todo Aragón quien tiene algo que decir en esta historia. Aragón, recordemos, mantenía su presencia en la Occitania. Cuando murió Alfonso II, que había unido en su persona el gobierno sobre los dos lados del Pirineo, se optó por volver a la vieja fórmula: que un heredero de Aragón gobernara en las tierras españolas —Pedro— y otro en las tierras francesas. Al que le tocó el lote francés fue al otro hijo de Alfonso II, llamado también Alfonso. Pero el rey Pedro II se casó en 1204 con María de Montpellier, y este señorío quedó así de nuevo incorporado a la corona aragonesa. De manera que muchos de los señoríos donde estalla el problema cátaro eran precisamente vasallos de Aragón.

Esto es importante tenerlo en cuenta porque el asunto de los cátaros, aun siendo esencialmente un problema religioso, no habría tenido el alcance que tuvo sin un contexto político muy determinado. Ese contexto podemos definirlo así: la superposición de varios conflictos simultáneos. Por un lado permanece viva la oposición entre el imperio, ahora con Federico II Hohenstauffen como protagonista, y el papado, donde ahora se sienta Inocencio III. Por otro lado sigue latiendo el enfrentamiento, en lo que hoy es Francia, entre los Plantagenet ingleses y los francos, cuyo rey Felipe Augusto no ha renunciado a ampliar sus dominios. A eso hay que sumar, naturalmente, la guerra sin cuartel entre la cristiandad y el islam, que alimenta el espíritu de cruzada. Añadamos una cuestión de orden interior en absoluto desdeñable: la ambición de los reyes de aumentar su poder a expensas de los poderes señoriales y nobiliarios, un proceso que ya hemos visto aquí a propósito de España, pero que igualmente está ocu rriendo en el resto de Europa.Y en ese contexto explosivo se prende la cuestión cátara.

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Taste for Malice by Michael J. Malone
The Golden Chance by Jayne Ann Krentz
Killing Time by S.E. Chardou
The American Earl by Kathryn Jensen
The Book of Secrets by Fiona Kidman
Necessary Evil by David Dun
True Divide by Liora Blake
A Saint on Death Row by Thomas Cahill
In God We Trust by Jean Shepherd