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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (62 page)

BOOK: Nivel 5
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Carson lo miraba todo como hipnotizado.

—Resulta extraño, ¿verdad?, que mil años separen estas dos ruinas —dijo—. Supongo que hemos recorrido un largo camino. Sin embargo, todo termina de la misma forma. Eso, al desierto no le importa.

Se produjo un largo silencio.

—Lo extraño es que nunca encontraran a Nye —dijo Susana al cabo.

Carson sacudió la cabeza.

—Pobre bastardo. Tuvo que haber muerto ahí, perdido en alguna parte, para convertirse en la cena de coyotes y aves carroñeras. Lo encontrarán algún día, del mismo modo que nosotros encontramos a Mondragón, como un esqueleto blanquecino.

Carson se frotó el antebrazo izquierdo y recordó. Ahora contenía piezas de metal y aún le dolía cuando había humedad. Pero no aquí, en el desierto.

—Quizá surja una nueva leyenda sobre el oro alrededor de esta historia, y dentro de quinientos años aparezca alguien buscando el oro de Nye —comentó ella con una risita. Luego, su expresión se hizo sena—. No siento ninguna pena por él. Era un bastardo mucho antes de que le pusieran la PurBlood.

—Por el que siento verdadera pena es por Singer —dijo Carson—. Era un tipo decente. Y por Harper, y por Vanderwagon. Ninguno de ellos se merecía lo que les ocurrió.

—Hablas como si estuvieran muertos.

—Sería mejor que lo estuvieran.

—¿Quién sabe? —dijo Susana con un encogimiento de hombros—: Con todo lo ocurrido últimamente, hasta es posible que GeneDyne emplee sus recursos para descubrir una forma de arreglar el mal que ha hecho. Además, y en cierto sentido, ellos son culpables. Culpables de haber abrazado una visión arrogante y terrorífica, sin pensar siquiera en las consecuencias.

—Si eso fuera cierto, yo sería tan culpable como ellos —dijo Carson.

—No del todo —repuso ella—. Creo que en el fondo de tu mente siempre hubo algo que te permitió ser escéptico.

—Me he hecho ese mismo planteamiento desde que se interrumpió la producción de PurBlood. No estoy tan seguro de que sea así. Yo habría permitido que me pusieran la sangre artificial, lo mismo que hicieron ellos.

Susana se volvió a mirarlo.

—Es cierto —prosiguió Carson—. Hubo un tiempo en que habría seguido a Scopes al fin del mundo. Ejercía esa fascinación sobre quienes le conocían.

Ella siguió mirándole.

—No sobre mí —dijo. Carson no hizo ningún comentario—. Aquel incendio fue muy extraño, ¿verdad?

Él sacudió la cabeza.

—En efecto, lo fue. Lo mismo que la confesión de Scopes, si es que se le puede llamar así. Estoy seguro de que él nunca llegó a saber lo que sucedió en realidad. Había algún asunto pendiente entre Levine y Scopes.

Ella enarcó las cejas.

—Bueno, supongo que ya lo habrán saldado —dijo.

Carson vaciló.

—Me pregunto si continuarán adelante con la gripe X. Quiero decir, ahora que hemos solucionado el problema.

—Nunca —dijo Susana con énfasis—. Nadie se atreverá a abordar ahora ese tema. Es demasiado peligroso. Además, no sabemos si se han solucionado efectivamente todos los problemas. Y en cuanto al problema de alterar las generaciones futuras, de cambiar a la propia humanidad… eso no ha hecho más que empezar. Vamos a asistir a cosas terribles que ocurrirán en nuestra generación, Guy. Sabes muy bien que esto no es el final.

Las nubes se habían espesado, y el desierto se había oscurecido. Permanecieron de pie, inmóviles.

—Será mejor que nos vayamos —dijo Susana al cabo de un rato—. Queda un largo trayecto por recorrer hasta la montaña Ute Dormido.

Carson permaneció quieto, con los ojos transfigurados por la soberbia grandiosidad de lo que había sido Monte Dragón.

—Tienes parientes que esperan, anhelantes por conocerte. Y que te ofrecerán un festín de cocido de cordero y pan frito. Y bailes y canciones. Y el recuerdo del tío abuelo Charley, al que honrarán, y que salvó nuestras vidas en el desierto.

Carson asintió con un gesto y expresión ausente.

—No te irás a acobardar ahora, ¿verdad, mestizo?

Ella le rodeó la cintura con un brazo y le sonrió.

Con esfuerzo, él apartó la mirada del complejo en ruinas. Se volvió hacia ella y le sonrió.

—Hace mucho tiempo que no como un buen plato de cocido de cordero —dijo.

AGRADECIMIENTOS

Deseamos dar las gracias a nuestros agentes, Harvey Klinger y Matthew Snyder. Brindamos en vuestro honor con nuestros s de escocés malteado de las Highlands: este proyecto no se habría iniciado de no haber sido por vuestra ayuda y estímulo.

También quisiéramos expresar nuestro agradecimiento a las siguientes personas de Tor/Forge: Tom Doherty, por su visión y apoyo incansables; Bob Gleason, por creer en nosotros desde el principio; Linda Quinton, por sus consejos comerciales, refres-cantemente sinceros; y Natalia Aponte, Karen Lovell y Stephen de las Heras, por sus diversos actos de socorro a los autores.

En el aspecto técnico deseamos dar las gracias a Lee Suckno •médico), Bry Benjamín (médico), Frank Calabrese (doctor en fi-fia) y Tom Benjamín (médico).

Lincoln Child quisiera expresar su gratitud a Denis Kelly: compañero, antiguo jefe y caja de resonancia que lleva sufriendo desde hace tiempo. Gracias también a Juliette, un alma paciente y comprensiva. Y a Chris England, por su explicación de cierto ar-got arcano; ¡sabio Chris!

Un Gibson Granada de los de antes de la guerra, acompañado con un generoso puñado de pastas de chocolate, para Tony Trischka: aficionado al banjo, confidente y siempre un «buen cla¬vo ardiendo».

Douglas Preston quisiera dar las gracias a su esposa, Christi-ne, que cruzó con él el desierto de Jornada del Muerto en cuatro ocasiones, así como a Selene, que fue útil de tantas maneras. Ale-theia fue un agradable pasatiempo al acampar con nosotros en Jornada, cuando sólo tenía tres semanas de edad. Gracias por su ayuda a mi hermano Dick, autor de La zona caliente. Gra¬cias también a las revists Smithsonian y New México, que contri-buyeron a financiar nuestra exploración del antiguo camino espa-ñol que cruza Jornada, conocido como Camino Real de Tierra Adentro.

Walter Nelson, Roeliff Annon y Silvio Mazzarese nos acom-pañaron a caballo en nuestro recorrido por Jornada y fueron magníficos compañeros de cabalgada. También deseamos expre-sar nuestro agradecimiento a las siguientes personas, que nos per-mitieron cruzar a caballo sus ranchos: Ben y Jane Cain, del ran-cho Bar Cross; Evelyn Fite, del rancho Fite; Shane Shannon, antiguo encargado del rancho Armandaris, y Tom Waddell, ac-tual capataz del Armandaris; Ted Turner y Jane Fonda, propieta-rios del Armandaris; y Harry F. Thompson Jr., de los ranchos Thompson. Gabrielle Palmer fue muy útil, como siempre, con su información histórica.

Un agradecimiento especial para Jim Eckles, de la White Sands Missile Range, por la memorable visita a una cadena mon-tañosa de 8.300 kilómetros cuadrados. Quisiéramos disculparnos por las libertades que nos hemos tomado al describir White Sands que es, sin lugar a dudas, una de las instalaciones de pruebas del ejército mejor administradas (y de mayor conciencia medioam-biental) que existen en el país. Evidentemente, en la propiedad WSMR no existe un lugar como Monte Dragón.

Finalmente, nuestro agradecimiento para todos aquellos que nos han ayudado con Nivel 5 en particular, y en nuestras novelas en general: Larry Bern, Mark Gallagher, Chris Yango, Bob Win-cott; para los miembros del foro literario de CompuServe, y para otros, demasiado numerosos para ser mencionados aquí. Vuestro entusiasmo contribuyó a hacer posible este libro.

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