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Authors: Agatha Christie

Poirot investiga (2 page)

BOOK: Poirot investiga
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«...Entre otras piedras famosas puede incluirse la "Estrella del Este", un diamante que pertenece a la familia Yardly. Un antepasado del actual lord Yardly lo compró en China; y se dice que tiene una romántica historia, según la cual ese diamante fue en un tiempo el ojo derecho de un dios. Otro diamante exactamente igual de forma y tamaño formaba el ojo izquierdo, y la leyenda dice que también esta joya será robada al correr del tiempo. "Un ojo irá al Este y otro al Oeste, hasta que vuelvan a encontrarse de nuevo. Y entonces volverán triunfalmente al dios." Es una coincidencia curiosa que exista actualmente una piedra que corresponde exactamente a la descripción mencionada y que se conoce por el nombre de "Estrella del Oeste", y que es propiedad de una célebre estrella de cine, miss Mary Marvell. Sería interesante poder comparar las dos piedras.»

Me quedé de una pieza.


Epatant!
—murmuró Poirot—. ¿Y no tiene miedo, madame? ¿No es supersticiosa? ¿No teme reunir a esos dos gemelos y que aparezca un chino y...
hey presto!
, se los lleve a China?

Su tono era burlón, pero yo creí descubrir cierta seriedad en el fondo.

—Yo no creo que el diamante de lady Yardly sea tan bonito como el mío —dijo lady Marvell—. Pero, de todas formas, quiero comprobarlo.

Lo que iba a decir Poirot nunca lo supe, porque en aquel momento se abrió la puerta y un hombre de gran atractivo penetró en la estancia. Desde sus rizosos y ensortijados cabellos negros, hasta las puntas de sus zapatos de charol, era un héroe dispuesto para el romance.

—Dije que vendría a buscarte, Mary —explicó Gregory Rolf— y aquí estoy. Bien, ¿qué dice monsieur Poirot a nuestro pequeño problema? ¿Que se trata sólo de una broma, como yo digo?

Poirot sonrió al actor y para ello tuvo que alzar la cabeza, debido a su gran altura.

—Broma o no broma, señor Rolf —dijo secamente—, he aconsejado a madame que no lleve esa joya el viernes a Yardly Chase.

—Estoy de acuerdo con usted. Lo mismo le dije yo. ¡Pero qué quiere! ¡Es mujer, y no puede soportar la idea de que otra mujer la desbanque en cuestión de joyas!

—¡Qué tontería, Gregory! —dijo Mary Marvell enrojeciendo.

Poirot encogióse de hombros.

—Madame, ya le he advertido. No puedo hacer más.
C'est fini
—y les acompañó hasta la puerta.


Oh, là, là!
—observó al volver—.
Histoire de femmes!
El buen marido ha dado en el clavo...
tout de même
, pero no ha tenido tacto. En absoluto.

Le hice partícipe de mis vagos recuerdos y asintió vigorosamente.

—Eso pensé yo. De todas formas hay algo raro en todo esto. Con su permiso,
mon ami
, iré a tomar el aire. Espere a que vuelva, se lo ruego. No tardaré.

Estaba semidormido en mi butaca, cuando la patrona llamó suavemente a la puerta y acto seguido asomó la cabeza:

—Es otra señora que quiere ver al señor Poirot. Le he dicho que había salido, pero pregunta cuánto puede tardar en volver, y que ella viene del campo.

—Oh, hágala pasar aquí, señora Murchison. Quizá yo pueda servirla en algo.

Al cabo de unos minutos era introducida en la habitación y el corazón me dio un vuelco al reconocerla. La fotografía de lady Yardly había aparecido demasiado a menudo en las revistas de sociedad para que me fuera desconocida.

—Siéntese, lady Yardly —le dije acercándole una butaca—. Mi amigo Poirot ha salido, pero sé con certeza que no tardará en regresar.

Tomó asiento, dándome las gracias. Era una mujer muy distinta de Mary Marvell. Alta, morena, de ojos centelleantes, y un rostro pálido y altivo. No obstante, había cierta tristeza en la línea de sus labios.

Sentí el deseo de aprovecharme de la ocasión. ¿Por qué no? En presencia de Poirot siempre encontraba dificultades... nunca lograba lucirme. Y pese a todo, no existe la menor duda de que yo también poseo dotes detectivescas muy acentuadas. Me incliné hacia delante siguiendo un impulso repentino.

—Lady Yardly —dije—. Sé por qué ha venido. Ha estado recibiendo cartas anónimas en las que se la amenaza con robarle el diamante.

No existía la menor duda de que el disparo había dado en el blanco. Me contempló con la boca abierta, y el color desapareció de sus mejillas.

—¿Lo sabe usted? ¿Cómo?

Sonreí.

—Siguiendo un proceso lógico. Si Mary Marvell ha recibido cartas advirtiéndola...

—¿Miss Marvell? ¿Ha estado aquí?

—Acaba de marcharse. Como iba diciendo, si ella, como poseedora de uno de los diamantes gemelos, ha recibido una serie de avisos misteriosos, a usted, como propietaria de la otra piedra, tiene que haberle ocurrido lo mismo. ¿Ve lo sencillo que es? ¿Entonces estoy en lo cierto respecto al particular? ¿Ha recibido también extraños mensajes?

Por un momento vaciló como si dudara en confiarse a mí; al fin inclinó la cabeza, como si asintiera, y sonrió.

—Eso es —me confirmó.

—¿Los suyos fueron llevados también a mano por un chino?

—No, llegaron por correo; pero dígame, entonces, ¿la señorita Marvell ha recibido también?

Le puse al corriente de la visita de Mary Marvell y me escuchó con suma atención.

—Todo concuerda. Mis cartas son un duplicado de las suyas. Es cierto que llegaron por correo, pero van impregnadas de un extraño perfume... algo parecido al de las pajuelas que los orientales queman ante sus ídolos... que en seguida me hizo pensar en Oriente. ¿Qué significa todo esto?

Meneé la cabeza.

—Esto es lo que debemos averiguar. ¿Las lleva consigo? Tal vez podamos averiguar algo por el matasellos.

—Desgraciadamente las he destruido. Comprenda, de momento las consideré una broma tonta. ¿Puede ser cierto que alguna banda china trate de recobrar los diamantes? Parece fantástico.

Repasamos una y otra vez los hechos sin que consiguiéramos esclarecer el misterio. Al fin lady Yardly se puso en pie.

—La verdad es que no creo necesario aguardar a monsieur Poirot. Usted puede contárselo todo, ¿no es cierto? Muchísimas gracias, muy reconocida, señor...

Vacilaba con la mano extendida.

—Capitán Hastings.

—¡Claro! ¡Qué tonta soy! Usted es amigo de los Cavendish, ¿no? Fue Mary Cavendish quien me ha recomendado a monsieur Poirot.

Cuando regresó mi amigo, disfruté contándole lo ocurrido durante su ausencia. Me interrogó bastante contrariado, para conocer los detalles de nuestra conversación, y pude convencerme de que le disgustaba el no haber estado presente. También imaginé que estaba ligeramente celoso. Se había convertido en una costumbre en él, el despreciar constantemente mis habilidades, y creo que le fastidiaba no encontrar el menor motivo de crítica. Interiormente yo estaba muy satisfecho de mí mismo, aunque traté de ocultarlo, por temor a irritarle. A pesar de sus rarezas, apreciaba mucho a mi singular amigo.

—¡Bien! —dijo al fin con una extraña expresión en su rostro—. El plan sigue adelante. ¿Quiere pasarme ese libro sobre los Pares que hay en ese estante de arriba? —fue volviendo hojas—. ¡Aquí está! «Yardly... décimo vizconde, sirvió en la Guerra Sudafricana...
tout ça n´a pas d'importance
... Casó en mil novecientos siete con Maude Stopperton, cuarta hija del tercer barón Cotteril...» um, um, um... «tuvieron dos hijas, nacidas en mil novecientos ocho, y en mil novecientos diez... Clubs... residencias...
Voilà
, esto no nos dice gran cosa. Pero mañana por la mañana veremos a este milord».

—¿Qué?

—Sí. Le he telegrafiado.

—Pensé que se había lavado las manos en este asunto.

—No actúo en representación de miss Marvell, puesto que rehúsa seguir mi consejo. Lo que haga ahora será para mi propia satisfacción... la satisfacción de Hércules Poirot. Decididamente tengo que meter baza en este asunto.

—Y tranquilamente telegrafía usted a lord Yardly para que venga a la ciudad sólo para su propia conveniencia. A él no le agradará.


Au contraire
, si le conservo el diamante de la familia deberá estarme agradecido.

—Entonces, ¿cree usted realmente que existe la posibilidad de que sea robado?

—Casi seguro —replicó Poirot—. Todo lo indica.

—Pero cómo...

Poirot detuvo mis preguntas con un ademán resignado.—Ahora no, se lo ruego. No me confunda y observe que ha colocado mal el libro sobre los Pares. Fíjese que los libros más grandes van al estante de arriba, luego los que le siguen en tamaño en el siguiente, etcétera, etcétera. Así se tiene orden, método, como le he dicho tantas veces.

—Exacto —me apresuré a contestar, poniendo el volumen en su lugar correspondiente.

* * *

Lord Yardly resultó ser un deportista alegre, de voz potente y rostro sonrosado, con una afabilidad y buen humor que le hacía sumamente atractivo y que compensaba cualquier falta de mentalidad.

—Éste es un asunto extraordinario, monsieur Poirot. No logramos sacar nada en claro. Parece ser que mi esposa ha estado recibiendo una serie de extrañas misivas, al igual que la señora Marvell. ¿Qué significa esto?

Poirot le alargó el ejemplar de los
Comentarios Sociales
.

—En primer lugar, milord, quisiera preguntarle si esos factores son exactos.

El par lo tomó en sus manos y su rostro se ensombreció a medida que iba leyendo.

—¡Cuánta tontería! —exclamó—. No hay ninguna historia romántica relativa al diamante. Creo que procede de la India, pero nunca oí hablar, ni una palabra, de ese dios chino.—Sin embargo, a esa piedra se la conoce por «Estrella del Este».

—Bien, ¿y qué?

Poirot sonrió sin replicar directamente.

—Lo que quisiera pedirle, milord, es que se pusiera usted en mis manos. Si lo hace sin reservas, tengo la esperanza de evitar la catástrofe.

—¿Entonces usted cree que hay algo de verdad en las absurdas leyendas?

—¿Hará usted 1o que le pido?

—Claro que sí, pero...

—¡Bien! Entonces permítame que le haga unas preguntas. Este asunto de Yardly Chase, ¿está, como usted dice, ya arreglado entre usted y el señor Rolf?

—Oh, ¿se lo contó él, verdad? No, no hay nada en concreto —vaciló y la rojez de su rostro se acentuó—. Prefiero arreglar primeramente este asunto. He hecho muchas tonterías en muchos sentidos, monsieur Poirot... y estoy en deudas hasta las orejas... pero deseo rehabilitarme. Quiero mucho a mis hijos y quiero arreglar las cosas y poder vivir en mi antigua casa. Gregory Rolf me ofrece mucho dinero... lo bastante para volver a levantarme. No quisiera hacerlo... aborrezco la idea de que toda esa gente se meta en mi castillo... pero tendrá que ser así... a menos... —se interrumpió.

Poirot le miraba de hito en hito.

—Entonces, ¿tiene otra solución? ¿Me permite que trate de adivinarla? ¿Vender el «Estrella del Este»? Lord Yardly asintió.—Eso es. Ha pertenecido a mi familia durante varias generaciones, pero no siempre. No obstante, es muy difícil encontrar comprador. Hoffberg, el hombre de Hatton Garden, está buscando un posible comprador, pero si no lo encuentra pronto será mi ruina sin remedio alguno.

—Una pregunta más,
permettez
... ¿Con cuál de los dos planes está de acuerdo su esposa, lady Yardly?

—Oh, ella se opone a que vendamos la joya. Ya sabe usted cómo son las mujeres. Ella prefiere que llegue a un acuerdo con los artistas de cine.

—Comprendo —replicó Poirot, y tras permanecer unos instantes sumido en sus pensamientos se puso bruscamente en pie—. ¿Regresa usted en seguida a Yardly Chase? ¡Bien! No diga una palabra
a nadie
...
a nadie
, recuérdelo.... pero espérenos allí esta tarde. Llegaremos poco después de las cinco.

—De acuerdo, pero no comprendo...


Ça n'a pas d'importance
—replicó Poirot cortésmente—. ¿Querrá usted que le conserve su diamante,
n'est-ce pas
?

—Sí, pero...

—Entonces haga lo que le digo.

Y el noble, triste y asombrado, abandonó la estancia.

* * *

Eran ya las cinco y media cuando llegamos a Yardly Chase y seguimos al impecable mayordomo hasta el vestíbulo con antiguos frisos de madera y fuego de llamas oscilantes. Un hermoso cuadro apareció ante nuestros ojos: lady Yardly y sus dos hijos.... la cabeza morena de la madre inclinada con orgullo sobre las rubias de los pequeñuelos, y lord Yardly de pie junto a ellos... sonriéndoles.

—Monsieur Poirot y el capitán Hastings —anunció el mayordomo.

Lady Yardly alzó los ojos sobresaltada, y su esposo vino hacia nosotros indeciso, en tanto que con la mirada pedía instrucciones a Poirot. El hombrecillo estuvo a la altura de las circunstancias.

—¡Les presento mis excusas! Es que aún sigo investigando el asunto de miss Marvell. Ella llegará el viernes, ¿no es así? He querido venir antes para comprobar que todo está seguro. También deseaba preguntar a lady Yardly si se fijó en los matasellos de las cartas recibidas...

Lady Yardly meneó la cabeza con pesar.

—Me temo que no. Fue una tontería, pero la verdad es que ni siquiera soñé en tomarlas en serio.

—¿Se quedarán ustedes aquí? —preguntó lord Yardly.

—¡Oh, milord, temo incomodarle! Hemos dejado las maletas en la posada.

—No importa —lord Yardly captó la indirecta—. Enviaremos a buscarlas. No... no, le aseguro que no es ninguna molestia. Poirot se dejó convencer y sentándose junto a lady Yardly empezó a trabar amistad con los niños. Al poco rato jugaban todos juntos y me arrastraron a mí también.


Vous êtes bonne mére
—dijo Poirot con una galante inclinación cuando los niños se marcharon de mala gana con la niñera.

—Los adoro —dijo con voz emocionada.

—Y ellos a usted... ¡con razón! —Poirot volvió a inclinarse.

Sonó un batintín y nos levantamos para dirigirnos a nuestras habitaciones. En aquel momento entraba el mayordomo con un telegrama en una bandejita que entregó a lord Yardly. Éste lo abrió murmurando unas palabras de disculpa, y al leerlo se crispó visiblemente.

Lanzando una exclamación lo pasó a su esposa, mirando a mi amigo.

—Espere un momento, monsieur Poirot. Creo que debe saberlo. Es de Hoffberg. Cree haber encontrado un comprador para el diamante... Un americano que sale mañana para los Estados Unidos. Esta noche va a enviarme un individuo para recoger la joya. Vaya, si esto se lleva a cabo... —le faltaron las palabras.

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