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Authors: Arthur C. Clarke & Gentry Lee

Tags: #Ciencia ficción

Rama Revelada (6 page)

BOOK: Rama Revelada
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—Nunca volvieron a colocarlo —estaba diciendo Eponine, desde el asiento de al lado. Habían ingresado en la plaza principal.

—Lo siento —contestó—, pero temo que estaba absorta en otras cosas.

—Ese maravilloso monumento que diseñó tu marido, ese que hacía el seguimiento de la posición de Rama en la galaxia… ¿Recuerdas que lo destruyeron la noche en que la chusma quiso linchar a Martínez…? Sea como fuere, nunca se volvió a colocarlo.

Una vez más, Nicole se sumergió en lo profundo de los recuerdos.
Quizás eso es lo que significa ser anciano
, pensó.
Demasiados recuerdos que siempre sacan a empellones lo presente
. Recordó a la chusma turbulenta y al muchacho pelirrojo que vociferaba: «Maten a esa negra puta…»

—¿Qué pasó con Martínez? —preguntó en voz baja, temiendo oír la respuesta.

—Lo electrocutaron poco después que Nakamura y Macmillan se adueñaron del poder. El juicio fue noticia sobresaliente durante varios días.

Habían pasado a través de Ciudad Central y estaban siguiendo hacia el sur, en dirección a Beauvois, el pueblo en el que Nicole, Richard y la familia vivían antes del golpe de Nakamura.

Todo pudo haber sido tan diferente
, pensó, mientras contemplaba hacia su izquierda el monte Olimpo, que se erguía imponente ante ellos.
Pudimos haber tenido un paraíso aquí… si tan sólo nos hubiéramos esforzado más…

Era una línea de pensamiento que Nicole había seguido centenares de veces desde aquella terrible noche, la misma en la que Richard partió apresuradamente de Nuevo Edén. Siempre estaba la misma pena profunda en el corazón de Nicole, las mismas lágrimas quemantes en sus ojos.

Nosotros, los seres humanos
, recordaba haberle dicho una vez a El Águila, en El Nodo,
somos capaces de tener un comportamiento tan dicotómico, en ocasiones, cuando existen cuidados y compasión, en verdad parecemos estar en un nivel levemente inferior al de ángeles. Pero, con mayor frecuencia, nuestra codicia y nuestro egoísmo sobrepasan nuestras virtudes, y nos volvemos indiscernibles de aquellos seres más rastreros de los que derivamos
.

4

Ya hacía casi dos horas que Max se había ausentado de la fiesta. Tanto Eponine como Nicole se estaban alarmando. Cuando las dos mujeres trataban de atravesar juntas la poblada pista de baile, un par de hombres, disfrazados como Robin Hood y fray Tuck, las detuvieron.

—Tú no eres Marian, la amada de Robin —le dijo Robin Hood a Eponine—, pero eres
Marina
, lo que es casi lo mismo. —Rió de buena gana ante el juego de palabras que acababa de hacer, extendió los brazos y empezó a bailar con Eponine.

—¿Le es permitido a un humilde sacerdote tener el honor de este baile con Su Majestad? —dijo el otro hombre. Nicole sonrió para sus adentros.
¿Qué peligro puede haber en bailar una sola pieza?
, pensó. Se dejó tomar por los brazos de fray Tuck y la pareja comenzó a desplazarse suavemente por la pista.

Fray Tuck era un tipo parlanchín. Después de cada tantos compases, se separaba de Nicole y le hacía una pregunta. Tal como se había planeado, Nicole indicaba su respuesta con un movimiento de cabeza o con un gesto. Hacia el final de la pieza, el hombre disfrazado de sacerdote empezó a reír.

—En verdad —dijo—, estoy convencido de que estoy bailando con una muda… una muda muy agraciada, eso es indudable, pero muda al fin.

—Estoy muy resfriada —dijo Nicole en voz baja, tratando de disfrazar la voz.

Después de haber dicho eso, Nicole percibió un cambio neto en el comportamiento del fraile. Su preocupación aumentó cuando, una vez que hubieron terminado de bailar, durante varios segundos el hombre siguió reteniéndole las manos y mirándola con fijeza.

—He oído su voz antes, en alguna parte —dijo con gesto serio—. Es muy característica… Me pregunto si no nos conocíamos ya. Soy Wallace Michaelson, el senador por la sección occidental de Beauvois.

¡Pero claro!
, pensó Nicole, sintiendo pánico.
¡Ahora te recuerdo: fuiste uno de los primeros norteamericanos de Nuevo Edén que brindaron apoyo a Nakamura y Macmillan!

No se atrevió a decir algo más. Por fortuna, Eponine y Robin Hood volvieron para unírseles antes de que el silencio se hubiera vuelto peligrosamente prolongado. Eponine percibió lo que había ocurrido y actuó con prontitud.

—La Reina y yo —dijo, tomando a Nicole de la mano— estábamos yendo a empolvarnos la nariz cuando vosotros, forajidos del bosque de Sherwood, nos emboscaron. Si nos disculpáis ahora, nosotras, agradecidas por vuestra invitación a la danza, retomaremos el curso hacia nuestro destino original.

Mientras las amigas se alejaban, los dos hombres vestidos de verde las observaban cuidadosamente. Una vez adentro del baño para damas, Eponine abrió todos los cubículos sanitarios para asegurarse de que estaban solas.

—Pasó algo —susurró entonces—. Probablemente Max tuvo que ir al depósito para reemplazar tu equipo.

—Fray Tuck es un senador de Beauvois —dijo Nicole—. Casi reconoce mi voz… No creo estar segura aquí.

—Está bien —asintió Eponine con nerviosidad, después de un instante de vacilación—, seguiremos el plan alternativo… Saldremos por el frente y esperaremos debajo del árbol grande.

Las dos mujeres vieron la pequeña cámara del techo al mismo tiempo. Hizo apenas un leve ruido cuando cambió de orientación para seguirlas por la habitación.
¿Hubo algo que sugiriese quiénes éramos?
, se preguntó Nicole. Estaba especialmente preocupada por Eponine, ya que su amiga seguiría viviendo en la colonia después que ella hubiera escapado o sido capturada.

Cuando regresaron al salón de baile, Robin Hood y su sacerdote favorito les hicieron gestos para que fueran hacia ellos. Como respuesta, Eponine señaló la puerta principal, se puso los dedos delante de los labios, para indicar que iba afuera para fumar y, después, cruzó el salón con Nicole. Mientras abría la puerta de afuera, Eponine echó un vistazo por sobre el hombro.

—Los hombres verdes nos están siguiendo —susurró.

A unos veinte metros del acceso al salón de baile —que, en realidad, era el gimnasio del Colegio de Enseñanza Media de Beauvois— había un gran olmo, que había sido uno de los pocos árboles ya desarrollados que originariamente se transportaron a Rama desde la Tierra. Cuando Eponine y la reina Nicole llegaron al árbol, aquélla buscó dentro de su bolso, extrajo un cigarrillo y lo prendió con rapidez. Lanzó el humo lejos de Nicole.

—Lo siento —susurró.

—Entiendo —acababa de decir Nicole, cuando Robin Hood y fray Tuck se les acercaron y pararon al lado.

—Bueno, bueno —comentó Robin Hood—, así que nuestra princesa sirena es fumadora. ¿No sabe que se está quitando años de vida?

Eponine estaba por dar su manida respuesta, decirle que el RV-41 la iba a matar mucho antes que el fumar, pero decidió no decir cosa alguna que pudiera alentar a los hombres para quedarse. Se limitó a sonreír débilmente, le dio una intensa pitada al cigarrillo y lanzó el humo por encima de la cabeza, hacia las ramas del árbol.

—Tanto el fraile aquí presente como yo albergábamos la esperanza de que ustedes, señoras, nos acompañarían a beber algo —dijo Robin Hood, pasando por alto el hecho de que ni Eponine ni Nicole habían respondido su comentario anterior.

—Sí —añadió fray Tuck—, nos agradaría saber quiénes son… —miró a Nicole con fijeza—. Estoy seguro de que nos hemos visto antes; su voz es tan familiar…

Nicole fingió toser y miró en derredor. Había tres policías en un radio de quince metros.

No aquí
, pensó.
No ahora. No cuando estoy tan cerca
.

—La reina no se siente bien —intervino Eponine—. Podemos irnos temprano. Si no, los encontraremos cuando volvamos…

—Soy médico —interrumpió Robin Hood, acercándose a Nicole—. Quizá pueda ayudar.

Nicole podía sentir la tensión en el corazón. Una vez más, la respiración era entrecortada y trabajosa. Volvió a toser y se volvió, alejándose de los dos hombres.

—Esa es una tos terrible, Majestad —oyó decir a una voz familiar—. Es mejor que la llevemos a casa.

Alzó la cabeza y vio a otro hombre vestido de verde. Max, también conocido como rey Neptuno, la miraba con una sonrisa de oreja a oreja. Detrás de él, Nicole pudo ver el tílburi estacionado a no más de diez metros; se sintió alborozada y aliviada. Le dio a Max un fuerte abrazo, y casi olvidó el peligro que la circundaba.

—Max —dijo, antes que él le pusiera un dedo sobre los labios.

—Sé que vosotras dos, mis señoras, estáis sencillamente encantadas de que el rey Neptuno haya terminado con sus menesteres por esta noche —dijo después, con gesto ceremonioso—, y ahora os pueda escoltar hasta vuestro castillo, lejos de forajidos y de otros elementos indeseables.

Max miró a los otros dos hombres, que estaban disfrutando de su actuación aun cuando les había arruinado los planes que tenían para la velada.

—Gracias, Robin. Gracias, fray Tuck —continuó, mientras ayudaba a las damas a subir al asiento del tílburi—. Vuestra amable atención para con mis amigas es sumamente estimada.

Fray Tuck se acercó al vehículo, evidentemente para hacer una pregunta más, pero Max se alejó pedaleando.

—Es noche de mascarada y misterio —declaró, saludando a los hombres con la mano en alto—, pero no podemos demorarnos más, pues el mar nos está reclamando.

—Estuviste fantástico —lo elogió Eponine, dándole otro beso.

Nicole asintió con la cabeza.

—Puede que hayas errado la vocación —dijo—; a lo mejor debiste haber sido actor en vez de granjero.

—En la obra que representamos en nuestra secundaria, en Arkansas, hice el papel de Marco Antonio —recordó Max, dándole a Nicole la luneta para que le hiciera un ajuste final—. Los cerdos adoraban mis ensayos… «Amigos, romanos, conciudadanos… prestadme vuestra atención… He venido para enterrar al César, no para alabarlo».

Rieron los tres. Estaban parados en un pequeño claro, a unos cinco metros de la orilla del lago Shakespeare. Alrededor de ellos, árboles y arbustos altos los ocultaban del camino y del sendero para ciclistas que había en las proximidades. Max levantó el tanque de aire y ayudó a Nicole a ajustárselo sobre la espalda.

—¿Está todo listo, entonces? —preguntó.

Nicole asintió con la cabeza.

—Los robots se reunirán contigo en el escondrijo —indicó Max—. Me dijeron que te recordara que no desciendas con demasiada rapidez, no has practicado natación subacuática desde hace mucho.

Nicole permaneció en silencio durante varios segundos. Después dijo:

—No sé cómo agradecerles a ustedes dos. Nada de lo que pueda ocurrírseme decirles parece ser adecuado.

Eponine se le acercó y la abrazó con fuerza, diciéndole:

—Ponte a salvo, amiga mía. Te queremos mucho.

—Yo también —confesó Max un instante después, ahogándosele la voz levemente cuando la abrazó. Los dos la saludaron con la mano en alto mientras ella caminaba de espaldas hacia el lago.

De los ojos de Nicole fluían lágrimas, que se acumulaban en la parle inferior de la luneta. Cuando el agua ya le llegaba hasta la cintura, agitó la mano una última vez saludando a Eponine y Max.

El agua estaba más fría que lo que esperaba. Sabía que las variaciones de temperatura producidas en Nuevo Edén habían sido mucho mayores a partir del momento en que los colonos se hicieron cargo de la administración de su propio clima, pero no pensó en que los cambios ocurridos en las pautas meteorológicas habrían alterado la temperatura del lago.

Modificó la cantidad de aire en su chaleco inflable para disminuir la velocidad de inmersión.

No te apures
, se aconsejó,
y mantente relajada. Tienes ante ti un largo trayecto para recorrer a nado
.

Juana y Eleonora la habían hecho practicar repetidamente el procedimiento que debía seguir para localizar el largo túnel que corría por debajo del muro del hábitat. Encendió la linterna y estudió la granja de hidrocultivo que estaba a su izquierda.
Trescientos metros hacia el centro del lago, en posición directamente perpendicular al muro posterior del sector de alimentación de salmones
, recordó.
Mantente a una profundidad de veinte metros hasta que veas debajo de ti la plataforma de hormigón armado
.

Nadaba con facilidad, pero, de todos modos, se estaba cansando rápidamente. Recordó una discusión con Richard, años atrás, cuando contemplaban la posibilidad de cruzar el Mar Cilíndrico nadando juntos, para escapar de Nueva York.

—Pero no soy tan buena nadadora —había dicho ella—. Tal vez no consiga hacerlo.

En aquel momento, Richard le había asegurado que, dado que ella era una atleta tan excepcional, no tendría problemas con un tramo largo de natación.
Y ahora estoy aquí, nadando para salvar mi vida, siguiendo la misma ruta de huida que Richard empleó hace dos años
, pensaba Nicole,
…con la diferencia de que tengo sesenta años, más o menos… y de que me falta entrenamiento
.

Encontró la plataforma de hormigón armado, descendió otros quince metros, al tiempo que vigilaba cuidadosamente todos sus medidores, y pronto localizó una de las ocho grandes estaciones de bombeo, que estaban diseminadas en el fondo del lago para mantener el agua circulando de modo continuo.
Ahora, se supone que la entrada del túnel está oculta exactamente debajo de uno de estos enormes motores
. No la encontró con facilidad. Seguía nadando y pasando de largo debido a toda la nueva floración que se había desarrollado en el conjunto de equipos de bombeo.

El túnel era un caño circular de cuatro metros de diámetro, completamente lleno de agua. Se lo incluyó como ruta de fuga de emergencia, en el diseño originario del hábitat, ante la insistencia de Richard, cuya formación en ingeniería le había enseñado a tomar en cuenta, siempre, contingencias imprevistas. Desde la entrada en el lago Shakespeare hasta la salida, ubicada en la Llanura Central, más allá de los muros del hábitat, había un trecho para nadar de poco más de un kilómetro. Encontrar la entrada le tomó diez minutos más que lo planeado. Ya estaba muy cansada cuando empezó a nadar el tramo final.

Durante sus dos años en prisión, los únicos ejercicios de Nicole habían sido las marchas, flexiones de pierna y de brazos que hacía a intervalos regulares. Sus envejecidos músculos ya no eran capaces de soportar una fatiga extrema sin acalambrarse. Tres veces, durante el trayecto por el túnel, los músculos de las piernas se le acalambraron; en cada ocasión luchó, pedaleando para mantenerse a flote, y se forzó a relajarse hasta que el calambre se disipó por completo. Su avance era muy lento. Hacia el final, tuvo miedo de quedarse sin aire antes de alcanzar la salida del túnel.

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