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Authors: Laura Kinsale

Sueños del desierto (45 page)

BOOK: Sueños del desierto
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Ella inclinó la cabeza.

—Supongo que no fue un comportamiento muy valiente por mi parte.

—No fue tu actuación más valerosa, cachorro de lobo. Ni la mía. Aceptemos que los dos nos vimos superados y machacados por el enemigo.

Ella lo miró.

—Aun así la estabas mirando. Estuviste… La mirabas a ella con mucha más frecuencia que a su tía o a lady Broxwood.

—Zenia, amada. Intentaré despertar tu compasión. —Le sujetó las manos entre las suyas y las miró—. Quiero que te imagines a un hombre que ha pasado más de dos años llevando una vida del más estricto celibato. Que tiene a la mujer más hermosa, deseable y seductora durmiendo en la habitación de al lado, que la ve amamantar a su hija, que yace despierto pensando que se morirá si no puede volver a tocarla, y sueña con ella y se imagina lo que haría con ella, que está en medio de un sueño muy vívido que tiene lugar en una salita, en un sillón… ¿Habíamos llegado ya al sillón de la salita?

Él retrocedió un paso arrastrándola consigo, y se sentó en una de las sillas. Le puso las manos en la cintura y las abrió. Alzó los ojos hasta sus pechos, y sus manos subieron ligeramente y los abarcaron. Zenia contuvo el aliento.

—El hombre está soñando… En su sueño está sentado en una silla y ella está ante él, con muy poca ropa encima, tan solo una camisola, y hay luz por detrás, de modo que puede ver su cuerpo a través de la tela. Si me inclino hacia ella, si…

Le besó la piel en el borde mismo de la camisola, ligero como un suspiro, y la calidez hizo que ella echara la cabeza hacia atrás y cerrara los ojos. No tendría que dejar que lo hiciera, no tendría que dejarlo, pero en aquella habitación poco iluminada era difícil resistirse a aquella dulce tentación.

—En algún lugar —murmuró él—, alguien habla sobre tigres.

—Lady Caroline —susurró ella.

—En realidad no soy consciente de quién, y pienso que es un tema enormemente estúpido. —Deslizó los dedos bajo las hombreras de la camisola y las dejó resbalar por los brazos—. Estoy mucho más interesado en saber cómo se quita esta fascinante prenda. Por ejemplo, ¿se abren estas cintas? Pequeños lacitos rosas. Las mujeres son unas criaturas tan asombrosas, maravillosas, delicadas… Sospecho que se cosen a sus camisolas, aunque la imagen es de lo más encantadora. —Le pasó los pulgares sobre los pezones y ella se arqueó sobre él. Arden esbozó una sonrisa inescrutable y volvió a hacerlo sin dejar de mirar su cuerpo—. Bonitos pechos hinchados que tensan la tela. Recuerdo de forma vaga, muy vaga, que quizá los botones de la ropa de lady Caroline imitaban triste, muy tristemente, ese efecto, y por tanto es posible que yo, a falta de un modelo mejor… —Tiró de un lazo y contempló el resultado con interés—. Por un momento quizá me fijé en la estrella menor, puesto que me la presentaban con tanta insistencia.

—Más de una vez.

—¡Zenia! —Hundió el rostro entre sus pechos—. Solo miraba. ¡Han pasado dos años!

—Los mismos que para mí. Y yo nunca he pensando en ningún otro, no he mirado a ningún otro, ni siquiera un momento.

Él aspiró el aroma de su piel e inclinó la cabeza contra ella. Por un momento Zenia sintió el roce de su pelo y el peso de él contra su cuerpo. Luego Arden retrocedió.

—Me han engañado —dijo con fingida seriedad—. Pensaba que estábamos hablando de mi devoción religiosa por lady Caroline y de que debía casarme con ella porque desea liberar a los tigres aprisionados, pero ahora descubro que el tema son los vulgares celos, y yo soy tan innoble que contemplo el pecho de una dama que se me obliga a mirar. —De un tirón soltó el segundo lazo, deshaciéndolo por completo con un gesto del índice—. Y mientras tú, pura como la nieve, te limitas a arreglar tu matrimonio con otro hombre, que supongo debo aceptar dócilmente a cambio de mi liberación. —Abrió la camisola con los pulgares, descubriendo su piel—. Quizá ahora aceptes tu turno y me expliques tu versión, porque hasta el momento tu lógica no me parece en absoluto convincente.

Lo que le estaba haciendo no ayudaba precisamente a su mente fatigada a razonar. Había abierto los lazos hasta la cintura y, aunque no la besaba, Zenia sentía cada aliento de su boca dando calor a sus pechos. Volvió a tocarle los pezones y ella se arqueó impúdicamente contra sus manos, pidiendo su boca.

Él la acercó con brusquedad. Y fue como la dulce sensación de amamantar a Beth pero diferente, más profunda e intensa, un hombre exigiendo que le entregara su cuerpo. Se inclinó sobre él, con la cabeza hacia atrás y las manos sobre sus anchos hombros. Él le bajó la camisola por los brazos, desnudándola hasta la cintura, y deslizó las manos bajo su falda para sentarla sobre su regazo.

—Muy persuasiva —dijo él con una enigmática sonrisa.

Los dos estaban jadeando. Y él dejó las manos en sus caderas, con lo que la ropa se le subió y quedó prácticamente desnuda.

Zenia sacudió la cabeza con pesar.

—No quiero que ella te tenga. —Le sujetó el rostro entre las manos—. No quiero estar allí para verlo.

—¿Lady Caroline? —Bajo sus dedos, la mandíbula parecía tensa—. ¿De verdad crees que recorrería el mundo con una mujer que me da sermones sobre independencia y penurias? —Hizo una mueca, mostrando un destello del blanco de sus dientes—. ¿Mientras sorbe su limonada y da órdenes desde su cómodo cojín en lo alto de un elefante?

—Eso lo dices ahora. Pero…

—Por Dios, conozco a esas mujeres. No me atrevo a ir a ninguna conferencia en Londres; siempre me acechan detrás de la puerta. —Lanzó una risa breve—. En algún sitio debe de haber un manual para jóvenes que debutan en sociedad, con mi nombre en la entrada «Belmaine». «Asegúrese de mencionar sus aventuras con tono de adoración y hable con profusión de la geografía de Asia. Jure que le encantan los camellos y no olvide mencionar que detesta los valses.» —Se puso serio y la miró entornando los párpados—. Creo que han añadido una nueva línea: «Póngase un vestido ceñido y respire hondo: en estos momentos es penosamente vulnerable».

Zenia le rodeó la cabeza con los brazos y lo abrazó contra sí, riendo con pesar, meciéndolo.

—Te quiero, ¿sabes? Te quiero.

—Me alegra oírlo —dijo él con la voz amortiguada bajo sus brazos—. Está muy feo decirle eso a un hombre al que solo tienes en una estima muy baja.

Ella le alzó el rostro entre las manos y lo miró. Él le besó la cara interna de la muñeca, raspándole ligeramente la piel con la mejilla. Bajó las manos y la atrajo hacia sí, mirándola a los ojos.

—Pero te irás —susurró Zenia como una letanía, mientras sentía que su fuerza de voluntad cedía—. Te irás, si no con Caroline, entonces solo.

—Zenia, Zenia, el único sitio adonde quiero ir es esa cama. —Movió la mano entre los dos, respirando agitadamente—. Y ni siquiera eso.

Zenia sintió la presión de su miembro erecto entre las piernas. Él le besó el cuello y el lóbulo de la oreja, apretándola contra sí.

—Lo que tú quieras —musitó Arden—. Lo que prefieras. Nunca te dejaré.

«Lo harás», gritó Zenia en su mente, perdida en las sensaciones placenteras que él le estaba dando, tratando de apartarse con los brazos, aunque su cuerpo se arqueaba hacia él. Se estremeció mientras él le lamía los pechos y la alzaba, y pensó frenéticamente que aquello le daría otro hijo, otra parte de él que podría retener… y de pronto se sintió ansiosa por acostarse con él.

—Quiero otro hijo tuyo —dijo inclinándose hacia su oído.

—Oh, Dios, sí —dijo él con vehemencia—. Sí, Zenia.

Zenia hundió el rostro contra su hombro y tocó con atrevimiento sus partes masculinas. Él respiraba entrecortadamente y cerró los dedos con fuerza sobre sus nalgas.

Y se quedó muy quieto, sintiendo un profundo temblor interior mientras ella lo acariciaba y lo guiaba con la mano. Cada vez que los dedos de Zenia se deslizaban siguiendo sus formas, todos sus músculos se tensaban.

—Quieres matarme —susurró—. Sí, eso es lo que quieres.

Ella levantó la cabeza. Sus cabellos se habían soltado, y flotaban a su antojo envolviéndolos. Zenia notaba una vertiginosa sensación de control mientras lo acariciaba: él la miraba, pero el azul ardiente de sus ojos parecía desenfocado, distante, absorto, como si al mirarla estuviera viendo algo lejano y fascinante. Arden jadeaba y se aferraba a ella como a la vida.

Zenia alzó el mentón. Se elevó y lo hizo entrar en ella en un solo movimiento, sentándose sobre él. De la garganta de Arden salió un sonido inarticulado, y entonces se arqueó para entrar más adentro, con las manos en sus caderas.

Pero la posición de Zenia le daba el control. Fue cuando ella se movió, flexionando el cuerpo y las caderas para buscar su propio placer, cuando él suspiró en un intenso éxtasis. Zenia se balanceó sobre él, disfrutando del profundo dolor de la penetración.

—No me dejarás —dijo con un susurro que le salió del fondo de la garganta—. No lo harás, no, no.

Él abrió los ojos. Y la asustó con la profundidad brutal de su mirada. Era como si el
yinn
la estuviera mirando, el
yinn
salvaje al que no podría gobernar jamás ni resistirse, y su pequeño conjuro era demasiado débil e insignificante para controlarlo.

Pero podía robarlo. Podía atrapar su simiente en su interior y llevarla consigo y quedársela para ella, un nuevo hijo fruto de aquel amor que tendría cuando él se hubiera ido.

Dejó de moverse. Bajo ella, el cuerpo de Arden parecía muy caliente y tenso. Él le sujetó el rostro entre las manos, y luego las deslizó por sus hombros y su cintura, le aferró las nalgas, apremiándola.

—Por favor —susurró con avidez.

Ella siguió inmóvil, reteniéndolo en un encarcelamiento físico.

—No te irás —dijo ella; era una orden y un sortilegio.

—Nunca —dijo él humedeciéndose los labios.

—Te quedarás en Swanmere.

—Donde tú digas. Donde digas.

Zenia sentía sus manos bajo la camisola, sus dedos que tiraban de ella con desesperación. Levantó los talones de la alfombra, inclinándose hacia delante. El movimiento lo llevó a sus entrañas, tan adentro que le dolió, pero con una sensación gloriosa que irradiaba de su unión. El cuerpo de ella se fundió con el de Arden, ansioso por sentirse completo, jadeante, impulsado a exigir con desvergüenza por el sonido de éxtasis que brotaba de la garganta de él. Arden cerró los dedos con una fuerza convulsa. Y se movió bajo ella, arqueándose hacia atrás, correspondiendo con un poderoso empuje al clímax de su pasión.

Un radiante estremecimiento pareció apoderarse de ella, pura y llana alegría, cuando la vida brotó en su interior, empapándola una vez más. Lo abrazó con fuerza, oprimiendo la cabeza de él contra su pecho mientras sus cuerpos latían juntos.

Y se quedó aferrada a él, gimiendo. Su mente estaba en blanco y llena de energía a la vez, y pasaba del asombro al presente mientras recuperaba lentamente la conciencia de sí misma, de él, de sus piernas poderosas, del cosquilleo del pelo de él contra su piel, de la presión de su cuerpo bajo su peso.

Él volvió el rostro, restregándolo contra su piel, aspirando con un sonido áspero.

—Gracias —dijo, y apoyó lánguidamente los brazos en torno a su cintura—. Oh, Dios, gracias. —Respiró hondo, y sus hombros y su pecho se elevaron y volvieron a bajar contra ella.

Zenia se inclinó sobre la coronilla de él.

—¿Siempre hay que decir gracias? —dijo contra su pelo.

—¿Mmm?

—Siempre dices gracias después de hacerlo.

—¿Ah, sí?

—Sí.

—Qué educado soy —dijo con una leve risa—. El cortés lord Winter.

—Yo también te doy las gracias.

—¡Oh, cuando quieras! Estoy a su servicio, señora. —Suspiró y se relajó pegado a ella—. Cuando quieras.

Zenia se mordió el labio, y enredó los dedos en sus cabellos negros. No creía en las promesas que le hacía en aquella situación extrema, en la promesa de que se quedaría. Las hacía para conseguir lo que quería. Zenia experimentó una sensación de triunfo oculta y egoísta, una alegría mezquina porque podía conservar una parte de él para sí; porque, aunque se fuera, nunca la dejaría realmente. Mientras tuviera a Elizabeth y ahora otro hijo —estaba segura de que tendría otro— y él no pudiera llevárselos, no debía tener miedo de que la dejara. Sentía una fuerza tan oscura y amenazadora en su interior que era como un
yinn
.

—Esta posición es incluso más deliciosa de lo que imaginaba —murmuró él—, pero me parece que se me están durmiendo los dedos de los pies.

Zenia se apartó y, cuando se levantó y se vio con la camisa en la cintura, redescubrió el pudor. Le dio la espalda para subírsela.

Él se acercó por detrás y la rodeó con los brazos antes de que pudiera devolver la prenda a su sitio.

—No soy un secuestrador del todo palurdo. Olvidé traerte ropa seca, pero sí me he acordado de la licencia. —Hundió la cara en su cuello—. ¿Quieres esperar a la mañana o voy a buscar al cura ahora?

28

Zenia se puso tensa.

—¿Ahora?

—Si quieres. Puede hacerse aquí. Tus amigos abogados dijeron que esta licencia sirve en cualquier lugar o momento.

—Está nevando —dijo ella, nerviosa.

—No me importa —murmuró él—. No tardaré mucho en traerlos. —La acunó en los brazos—. Por otro lado, si el tiempo se complica seriamente, me complacería muchísimo quedarme aquí contigo durante días, incomunicado.

—¿Incomunicados? ¿Por la nieve? —preguntó ella apartándose.

—No es probable. Pero no te preocupes. Tenemos montones de comida y leña.

—¡Elizabeth! —exclamó Zenia—. No puedo quedarme atrapada aquí.

—Beth está perfectamente, y es muy feliz. La dejaste con mistress Lamb, ¿no es cierto?

—Sí, pero… —Echó mano de su ropa—. Oh, todavía están empapadas.

—Esta noche no vas a ir a ningún sitio —dijo Arden cuando ella se puso a sacudir el vestido salpicando agua por todas partes—. Zenia, no seas absurda.

—Si va a haber una tormenta de nieve, no puedo dejarla sola tanto tiempo.

Él le arrancó el vestido de las manos y lo arrojó sobre la silla.

—Quizá tendrías que haberlo pensado antes de salir hacia el norte.

Zenia volvió a coger el vestido de un tirón.

—¡Es culpa tuya! ¡Me has traído aquí con engaños!

—Viniste a casarte con Jocelyn —replicó él con un gruñido—. Y, por muy condenadamente perfecto que sea, seguro que tiene tanto control sobre las tormentas de nieve como yo.

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