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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas I (4 page)

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Pero escuchó. Tejí mágicos hilos de oro de arácnea ilusión. Una gran antología, todo historias inéditas, controvertidas, demasiado fuertes para que sean adquiridas por las revistas, escritores de primera línea, escritores importantes procedentes del mainstream, acción, aventura, pathos, un lanzamiento de miles y miles, la gallina de los huevos de oro.

Picó. Picó inmediatamente. El orador de lengua de plata había atacado de nuevo. Oh, se sentía seducido por la idea. El 18 de octubre recibí la siguiente carta:

Querido Harlan: la opinión general de los directores editoriales que han estudiado su proyecto de VISIONES PELIGROSAS es que necesitamos algo más definido sobre lo que empezar a trabajar… A menos que pueda indicarnos usted exactamente qué hay disponible en historias inéditas y pueda proporcionarme un índice bastante definitivo, no veo muchas posibilidades de conseguir que este proyecto sea aprobado por nuestro Comité de Publicaciones. Las antologías están a diez centavos la docena estos días, y a menos que sean algo especial, no justifican un anticipo importante. De hecho, mi política es limitar las antologías (a menos que sean «algo especial») a los autores que contribuyen regularmente al fondo de Doubleday con novelas. De modo que, si puede asegurarnos usted la mayor parte del contenido de VISIONES PELIGROSAS con algunos contratos ya firmes… Sé muy bien que esto le coloca más o menos en la situación del Hombre de Caramelo que no puede correr hasta estar caliente y que no puede calentarse a menos que corra, pero…

Y ahora un dato de información histórica. Tradicionalmente, las antologías se han compuesto siempre a base de historias publicadas ya en forma seriada o en revistas. Pueden ser adquiridas para una edición en tapas duras de la antología por una fracción de su coste original. El beneficio para el escritor aparece con las ventas subsiguientes: reediciones de bolsillo, venta de derechos a otras lenguas, etc. Y puesto que ya había cobrado originalmente una vez por su obra, todo lo demás es regalo. Así, un anticipo de mil quinientos dólares a cuenta de derechos pagados a un recopilador significa que éste puede quedarse, como es costumbre, la mitad para sí y repartir los setecientos cincuenta dólares restantes entre once o doce autores, consiguiendo así un libro bastante voluminoso. Este libro, sin embargo, había sido concebido como una recopilación de relatos inéditos, lo cual significaba que las historias deberían ser escritas específicamente para el libro (o, en algunos pocos casos, ser una de esas historias escritas hace ya tiempo y rechazadas por los mercados tradicionales debido a los tabúes, de uno u otro tipo; esa última posibilidad era, obviamente, mucho menos atractiva, puesto que por lo general, a menos que la historia sea demasiado «caliente», siempre puede ser vendida a alguien; si nadie la había comprado, había muchas posibilidades de que fuera mala y no demasiado polémica; muy pronto iba a descubrir que mi razonamiento era correcto; las historias de naturaleza polémica son compradas a menudo por los editores no porque choquen y sorprendan, sino porque son escritas por autores con «nombre» que pueden permitirse ese lujo; los autores menos conocidos tienen muchos más problemas en venderlas; y a menos que desarrollen más tarde un nombre más prominente, y rebusquen algún día esas historias «calientes» en sus cajones, éstas nunca llegan a ver la luz).

Pero para que un escritor aceptara colaborar con una historia a este libro, mi precio debía ser competitivo con el que le ofrecerían las revistas. Eso significaba que el anticipo estándar de mil quinientos dólares no era suficiente. No si se trataba de llevar adelante un proyecto grande, amplio y representativo.

Los tres centavos extra por palabra de publicación en revista cobran mucha importancia para los independientes que se ganan la vida estrictamente con las revistas.

Así que necesitaba al menos tres mil dólares, el doble del anticipo. Ashmead, que no tiene permiso de Nelson Doubleday para rebasar ese tope de mil quinientos dólares, tenía que dirigirse al Comité de Publicaciones, y no creía que se mostraran muy entusiasmados en este estadio de la jugada. Dudaban incluso de entregar los primeros mil quinientos dólares.

De modo que el orador con-garganta-de-cadmio tomó de nuevo el teléfono.

—¡Hey, Larry, mi gatito querido!

Lo que surgió finalmente de allí fue el mayor lío de cifras desde el escándalo del Teapot Dome. Ashmead me enviaría los primeros mil quinientos dólares de anticipo, con los cuales podría adquirir tan sólo la mitad del material propuesto inicialmente. Luego le enviaría las historias a él y le diría que necesitaba otros mil quinientos dólares para completar el proyecto, y si las cosas funcionaban tal como anticipábamos, habría pocas dificultades en persuadir al Comité de que aceptara el resto.

Hoy, diecinueve meses más tarde, VISIONES PELIGROSAS ha costado a Doubleday tres mil dólares, a mí dos mil setecientos dólares sacados de mi bolsillo (y no de mis derechos de recopilador) y al autor Larry Niven setecientos cincuenta dólares, que puso voluntariamente en el proyecto a fin de que pudiera realizarse. Además, cuatro de los autores aún no han sido pagados. Sus historias llegaron tarde, cuando el libro estaba ostensiblemente cerrado; pero habiendo oído acerca del proyecto, y sintiéndose entusiasmados con él, deseaban ser incluidos, y habían aceptado ser pagados más tarde, con sumas sacadas de la parte de Ellison en los beneficios y no de los royalties de los autores.

Esta introducción ya está terminando. Gracias a las estrellas. Mucho de los increíbles incidentes que ocurrieron en el transcurso de su nacimiento deberán quedarse sin ser contados aquí. La historia de Thomas Pynchon. La anécdota de Heinlein. El asunto de Laumer. El incidente de las tres historias de Brunner. El vuelo de último minuto a Nueva York para asegurarse las ilustraciones de Dillon. El epílogo de Kingsley Amis. ¡La pobreza, la enfermedad, el odio!

Sólo una pocas palabras más sobre la naturaleza de esta obra. En primer lugar, pretendía ser un cuadro de los nuevos estilos de literatura, osados lanzamientos, pensamientos poco populares. Creo que, con sólo una o dos excepciones, cada una de las historias incluidas encaja con esa intención. No esperen nada, permanezcan completamente abiertos a lo que los autores están intentando hacer, y deléitense con ello.

Hay muchos autores familiares a los lectores de ficción especulativa cuyas obras no están incluidas aquí. Ésta no pretende ser una antología exhaustiva. Por la propia naturaleza de lo que escriben, muchos autores fueron excluidos porque ya habían dicho años atrás lo que tenían que decir. Otros no han podido aportar nada polémico o atrevido en su contribución. Algunos expresaron falta de interés hacia el proyecto. Pero, con una sola excepción, este libro no estuvo nunca cerrado a ningún escritor debido a prejuicios editoriales. Así, encontrarán ustedes nuevos jóvenes escritores como Samuel Delany al lado de artesanos reconocidos como Damon Knight. Descubrirán visitantes de otros campos tales como el televisivo Howard Rodman junto a veteranos de las guerras de la ciencia ficción como la encantadora (y en este caso estremecedora) Miriam Allen deFord. Encontrarán escritores tradicionales como Philip Joseph Farmer. Sólo buscábamos lo nuevo y lo diferente, pero en algunos casos la historia era tan…, tan historia (del mismo modo que una silla puede ser muy muy silla) que se obligaba a sí misma a ser incluida.

Y finalmente, fue para mí un privilegio hacer este libro. Tras el asalto de este discurso ampuloso, puede que el lector considere esto como un gesto de engañosa humildad. Todo lo que puedo ofrecer aquí es la afirmación del recopilador de que la palabra «privilegio» es demasiado poco expresiva. Haber vivido el crecimiento de este volumen vivo y apasionante era como mirar a través del agujero de la cerradura no sólo el futuro, sino también el futuro del género de la literatura especulativa.

Gracias a este observar, mientras esos treinta y dos augures contaban sus relatos del mañana, este recopilador era capaz de llegar a la conclusión de que las maravillas y riquezas que veía en la forma cuando empezaba a aprender por primera vez su arte estaban reunidas realmente aquí. Si tienen ustedes alguna duda, recurran a las propias historias. Ninguna de ellas ha sido publicada en ningún lugar antes, y durante el año próximo al menos, ninguna de ellas aparecerá en ninguna otra parte, así que han hecho ustedes una compra juiciosa; y han recompensado a los hombres que han tenido esas visiones peligrosas.

Gracias por su atención.

Hollywood

H
ARLAN
E
LLISON

El canto del crepúsculo

Lester del Rey

He elegido a Lester del Rey para iniciar la distinguida parada de autores en esta antología por varias razones. En primer lugar, porque… No, déjenme decir la segunda razón primero, porque la primera razón es estrictamente personal. La segunda razón, porque el huésped de honor de la 25a Convención Mundial Anual de Ciencia Ficción, que se celebra en la ciudad de Nueva York en el momento en que este libro es publicado, es Lester del Rey. El honor que confiere la Convención a Lester, y el mucho más pequeño honor de iniciar este libro, son sólo bagatelas al lado de la gloria que le corresponde, y que constituye una deuda que tenemos con él desde hace mucho tiempo. Lester es uno de los pocos «gigantes» del género cuyo reputación no descansa tan sólo en una o dos brillantes historias escritas hace veinticinco años, sino en una masiva obra que crece constantemente en versatilidad y originalidad con cada nueva adición. Pocos hombres del género pueden ser considerados con una influencia tan grande como Del Rey. Por ello, los honores resultan pequeños en comparación.

Pero la primera razón es puramente personal. Lester fue responsable de que yo me convirtiera en un escritor profesional, en muchas formas (un acto que le valió innecesarias difamaciones; les aseguro que no hubo ninguna gentileza implicada en ello; Lester jamás hubiera podido imaginar cómo irían luego las cosas). Cuando llegué a Nueva York en 1955, recién expulsado de la Universidad Estatal de Ohio, él y su encantadora esposa Evvie me recibieron en su casa en Red Bank, Nueva Jersey, y bajo el sádico látigo de la aparentemente incansable tutela de Lester (una especie de muerte educacional a-causa-de-mil-terribles-cuchilladas que Lester me aseguró iban a madurar mi talento, reforzar mi carácter y tonificar mi tez), empecé a comprender los rudimentos de mi oficio. Porque incluso ahora, tras más de diez años de reflexión, tengo la impresión de que de todos los escritores en este campo sólo unos pocos —y Lester es el más prominente de esos pocos— pueden explicar cómo escribir bien. Es la viva y burlona refutación del dicho de que aquellos que no pueden hacer algo lo enseñan. Su talento como director de colección, antologista, crítico y maestro surge directamente de su musculatura de escritor.

Se ha dicho malévolamente de Lester que, una vez enterrado, discutirá con los gusanos acerca de la posesión de su cadáver. Cualquiera que alguna vez se haya visto alineado frente a Del Rey en una discusión asentirá comprensivamente. Y digo bien, alineado, porque Lester es el más justo de los hombres: nunca desplegará toda su eficiencia en una discusión a menos que las ventajas estén igualadas; aproximadamente siete a uno en su contra. Nunca le he visto perder en una discusión. No importa cuál sea el tema del contrario, no importa si uno es la única autoridad mundial sobre el tema, Del Rey extraerá un arsenal de hechos y teorías tan inagotables y formidable que uno tendrá la derrota asegurada. He visto a hombres fuertes desmoronarse ante Del Rey. Por chillones y desgañitadores que sean, los pone literalmente en cueros y los envía a sollozar a los servicios. Se establece a una altura aproximada de un metro sesenta y cinco, tiene un delicado «pelo de bebé» que le cuesta peinar, lleva gafas ligeramente más gruesas que el fondo de una botella, y está animado por alguna fuerza sobrenatural que los fabricantes de marcapasos deberían tener en cuenta para sus aparatos.

Lester del Rey nació en una granja arrendada en Minnesota, en 1915. Ha pasado la mayor parte de su vida en ciudades del Este, aunque algunos de sus más íntimos amigos le oyen murmurar ocasionalmente acerca de su padre, que era un devoto evolucionista allá en su lejanía. Ha actuado como agente, maestro de escritores y consejero de intrigas, y es circunspecto acerca de la (sin duda) interminable lista de extraños trabajos que realizó antes de dedicarse a escribir profesionalmente, hace treinta años. Lester es uno de los pocos escritores que pueden hablar incesantemente y no permitir que eso bloquee su capacidad de escribir las historias que cuenta. Ha hablado casi sin cesar durante los últimos treinta años en seminarios, conferencias, congresos, reuniones de escritores, programas de televisión, y más de dos mil horas en el show de Long John Nebel en Manhattan, donde interpretaba asiduamente el papel de la Voz de la Razón. Su primera historia fue The Faithful (El creyente), que vendió a Astounding Science Fiction en 1937. Sus libros son demasiado numerosos para catalogarlos, sobre todo a causa de que ha utilizado diez mil seudónimos, y muy astutamente ha publicado lo más flojo de su obra bajo nombres supuestos.

Singularmente, esta primera historia del libro fue la última recibida. Entre los primeros diez escritores con los que contacté para este proyecto estaba Lester, quien se apresuró a asegurarme que me mandaría una historia en las siguientes semanas. Un año más tarde, casi día por día, me encontré con él en la Convención de Ciencia Ficción de Cleveland y le acusé de haberme engañado. Me aseguró que había enviado su historia hacía meses, que no había sabido nada de ella y que por eso había supuesto que no me interesaba. ¡Eso viniendo de un profesional cuya actitud con respecto a sus historias — como me había aconsejado hacía una década— era mantener los manuscritos en movimiento hasta que eran adquiridos! Escribir para el cajón es masturbación, dice Del Rey.

Tras mi regreso a Los Ángeles procedente de la Convención, llegó La canción del crepúsculo, con una pálida nota de Del Rey diciendo que me lo enviaba únicamente para probarme que había estado escrita durante todo el tiempo. Incluía también un epílogo, tal como yo le había pedido. Uno de los estímulos que pretendía incluir en esta antología era unos cuantos comentarios post-ficción de los propios autores, relativos a sus impresiones con respecto a la historia, o sus puntos de vista acerca de por qué era una visión «peligrosa», o qué era lo que sentían acerca de la literatura especulativa, o su audiencia, o su lugar en el Universo… En otras palabras, cualquier cosa que creyeran que podían desear decir, para establecer esa rara comunión escritor-lector. Encontrarán ustedes uno de estos epílogos tras cada historia, pero el comentario de Lester respecto al suyo parece a propósito para ser citado al principio, ya que de hecho refleja la actitud de muchos de los autores incluidos aquí acerca del acto mismo de escribir dicho epílogo. Me decía:

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