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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (10 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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Le lancé a Takata una frágil sonrisa.

—Ah, Takata —comencé a decir—, este es…

Jenks advirtió su presencia. Hubo una enorme explosión de polvo de pixie, iluminando el coche por un instante y haciéndome saltar.

—¡Me cago en la leche! —exclamó el pixie—. ¡Tú eres Takata! Creía que Rachel me tomaba el pelo al decir que te conocía. ¡Por la dulce madre de Campanilla! ¡Espera a que se lo cuente a Matalina! Eres tú de verdad. ¡Joder, eres tú de verdad!

Takata estiró la mano para ajustar el mando de una compleja consola y el aire caliente surgió de las rejillas.

—Sí, soy yo de verdad. ¿Quieres un autógrafo?

—¡Coño, claro! —dijo el pixie—. Nadie va a creerme.

Sonreí, acomodándome en el asiento, notando como se relajaban mis nervios ante los halagos de Jenks a su estrella. Takata extrajo de una desgastada carpeta una foto de él y su banda delante de la Gran Muralla China.

—¿A quién se la dedico? —preguntó, y Jenks se quedó mudo.

—Eh… —tartamudeó, deteniendo sus alas. Estiré mi mano para agarrarle y su ligero peso cayó sobre la palma—. Eh… —balbuceó aterrorizado.

—Dedíqueselo a Jenks —atajé, y Jenks emitió un diminuto sonido de alivio.

—Sí, a Jenks —afirmó el pixie, hallando la serenidad necesaria para volar hasta posarse sobre la foto mientras Takata la dedicaba con una firma ilegible—. Mi nombre es Jenks.

Takata me entregó la fotografía para que se la guardase.

—Encantado de conocerte, Jenks.

—Sí —chilló Jenks—. Yo también estoy encantado. —Profiriendo un sonido imposiblemente agudo hasta que me dolieron las pestañas, revoloteaba entre Takata y yo como una luciérnaga enloquecida.

—Estate quieto, Jenks —susurré, sabiendo que el pixie podía oírme aunque Takata no.

—Mi nombre es Jenks —repitió mientras se iluminaba sobre mi hombro, tembloroso, al tiempo que yo introducía la foto en el bolso. Sus alas no podían estarse quietas, y la corriente generada por su movimiento resultaba agradable en el sofocante ambiente de la limusina.

Volví la mirada hacia Takata, sorprendida ante la vacía mirada en su rostro.

—¿Qué pasa? —inquirí, pensando que algo iba mal.

Él se recompuso de inmediato.

—Nada —contestó—. Oí que dejó la SI para ir por su cuenta. —Dejó escapar su aliento en una larga exhalación—. Hace falta valor.

—Fue una estupidez —admití, pensando en la amenaza de muerte que mi antiguo jefe había lanzado sobre mí como venganza—. Pensaba que no cambiaría nada.

Él sonrió con aire satisfecho.

—¿Le gusta trabajar por su cuenta?

—Es difícil sin el respaldo de una gran compañía —respondí—, pero tengo personas a mi lado que me levantan cuando caigo. Me fiaría de ellos más que de la SI; con los ojos cerrados.

Takata asintió, agitando su pelo.

—Estoy de acuerdo en eso. —Tenía los pies extendidos en dirección contraria al sentido de la marcha, y yo empezaba a preguntarme por qué estaba sentada en la limusina de Takata. No es que me quejara. Estábamos en la autopista, alrededor de la ciudad, con mi descapotable siguiéndonos a tres coches de distancia.

—Desde luego —dije, pensando que su mente saltaba de un tema a otro aún más que la de Nick. Me aflojé el cuello del abrigo. Allí empezaba a hacer calor.

—Excelente —comentó él antes de abrir la funda de guitarra que había a su lado y extraer un hermoso instrumento del ajado terciopelo verde. Mis ojos se abrieron de par en par—. Voy a lanzar un nuevo tema en el concierto de solsticio. —Vaciló—. ¿Sabía que voy a tocar en el Coliseo?

—Tengo entradas —respondí, sintiendo una corriente de emoción. Nick las había comprado. Me había estado preocupando que fuera a anularlo y yo terminase yendo a Fountain Square para el solsticio, como hacía siempre, a poner mi nombre en el sorteo para cerrar allí el círculo ceremonial. El extenso y adornado círculo tenía el estatus de «únicamente con autorización», salvo durante los solsticios y Halloween. Pero ahora tenía el presentimiento de que pasaríamos juntos nuestro solsticio.

—¡Genial! —afirmó Takata—. Esperaba que fuera. Bueno, tengo este tema acerca de un vampiro que se lamenta por alguien a quien no puede tener, y no sé qué estribillo le va mejor. A Ripley le gusta el más oscuro, pero Arron dice que el otro queda mejor.

Suspiró, mostrando una preocupación poco habitual. Ripley, una mujer lobo, era su batería, y el único miembro de la banda que había estado con Takata durante la mayor parte de su carrera. Se decía que ella era la de que nadie más hubiese durado más de un año o dos antes de irse por su cuenta.

—Había planeado cantarla en directo por primera vez en el solsticio —aseguró Takata—. Pero quiero lanzarla en la WVMP esta noche, para darle a Cincinnati la oportunidad de oírla primero. —Sonrió, lo que le hizo parecer varios años más joven—. El subidón es mayor cuando la cantan contigo.

Miró la guitarra sobre su regazo y tocó un acorde. La vibración inundó el coche. Mis hombros se relajaron y Jenks emitió un gorjeo ahogado. Takata levantó la mirada, con los ojos muy abiertos de forma interrogativa.

—¿Me dirá cuál le gusta más? —preguntó, y yo asentí. ¿Mi propio concierto privado? Sí, podía soportarlo. Jenks volvió a proferir ese gorgoteo ahogado.

—Muy bien. Se llama
Lazos Rojos
. —Tras respirar profundamente, Takata se relajó. Con los ojos ausentes, modificó el acorde que había estado tocando. Sus finos dedos se movían elegantemente y, con la cabeza inclinada sobre su guitarra, cantó.

—Oigo tu canto a través del telón, veo tu sonrisa a través del cristal. Enjugo tus lágrimas en mis pensamientos, el pasado no se puede enmendar. No sabía que me consumiría, nadie me advirtió que el dolor se iba a quedar. —Su voz cayó y continuó con el sonido torturado que le había hecho famoso—. Nadie me advirtió. Nadie me advirtió —concluyó, casi en un susurro.

—Ooooh, es muy bonito —dije, preguntándome si realmente creía que yo era capaz de emitir un juicio de valor.

Me lanzó una sonrisa, deshaciéndose de su actitud de escenario con la misma rapidez.

—Muy bien —dijo, volviendo a inclinarse sobre su guitarra—. Este es el otro. —Tocó un acorde más oscuro que sonaba casi incorrecto. Un escalofrío me recorrió la espalda y lo disimulé. La postura de Takata cambió, cargándose de dolor. La vibración de las cuerdas parecía resonar en mi interior, y me hundí más en los asientos de cuero; el zumbido del motor llevaba la música directamente a mi corazón.

—Eres mía —cantó casi en un susurro—, de alguna minúscula manera. Eres mía, aunque tú no lo sepas. Eres mía, un lazo surgido de la pasión. Eres mía, aún completamente mía. Porque es tu voluntad. Porque es tu voluntad. Porque es tu voluntad.

Sus ojos estaban cerrados, y no creo que recordase que yo estaba sentada delante de él.


Mmm
—balbuceé, y sus ojos azules se abrieron de golpe, con aspecto de estar casi aterrorizados—. Creo que, ¿el primero? —aventuré mientras él recuperaba la compostura. Aquel hombre era más inestable que un cajón lleno de lagartos—. Me gusta más el segundo, pero el primero encaja mejor con la vampiresa mirando lo que ella no puede tener. —Parpadeé—. Lo que él no puede tener —corregí, ruborizándome.

Que Dios me ayude. Debo parecer una estúpida
. El probablemente sabía que yo vivía con una vampiresa. El hecho de que ella y yo no compartiéramos la sangre probablemente no hubiera llegado a sus oídos. La cicatriz de mi cuello no era de ella, sino del Gran Al, y me cubrí con la bufanda para ocultarla.

Parecía estar casi tembloroso al apartar a un lado su guitarra.

—¿El primero? —inquirió, con aspecto de querer decir algo más, y yo asentí—. De acuerdo —dijo forzando una sonrisa—. El primero entonces.

Hubo un nuevo gorjeo ahogado que provenía de Jenks. Me preguntaba si se repondría lo suficiente como para articular algo más que ese horrible sonido.

Takata cerró los pestillos de la funda de su instrumento, y supe que la charla intrascendente había terminado.

—Señorita Morgan —comenzó; los ostentosos confines de la limusina pare— cían ahora vacíos sin su música—. Ojalá pudiera decir que la he buscado por su opinión acerca de qué estribillo debería lanzar, pero me encuentro en una situación delicada, y usted fue recomendada por un colega de confianza. El señor Felps dijo que había trabajado antes con usted y que llevó a cabo su trabajo con la máxima discreción.

—Llámeme Rachel —repliqué. Aquel hombre tenía el doble de años que yo. Hacer que me llamase señorita Morgan era ridículo.

—Rachel —dijo él mientras Jenks volvía a atragantarse. Takata me dedicó una incierta sonrisa y yo se la devolví, sin estar segura de lo que ocurría. Aquello sonaba a que tenía una misión para mí. Algo que requería el anonimato que la SI o la AFI no podían proporcionar.

Mientras Jenks gorjeaba y se agarraba al borde de mi oreja, me enderecé, crucé las rodillas y saqué de la bolsa mi pequeña agenda para tratar de parecer profesional. Ivy me la había comprado hacía dos meses en uno de sus intentos de poner orden en mi caótica existencia. Tan solo la llevaba para tranquilizarla, pero preparar una caza para una estrella del pop de renombre internacional podría ser la ocasión perfecta para usarla.

—¿Me recomendó a usted un tal señor Felps? —inquirí, haciendo memoria sin que se me ocurriese nada.

Las expresivas y pobladas cejas de Takata se elevaron con confusión…

—Dijo que te conocía. En realidad parecía algo enamorado.

Se me escapó un sonido que indicaba comprensión.

—Oh, ¿es un vampiro vivo, por casualidad? ¿Con el pelo rubio, que cree ser un regalo divino para los vivos y muertos? —pregunté, deseando equivocarme.

Takata sonrió.

—Sí que lo conoces. —Miró hacia Jenks, quien seguía temblando, incapaz de articular palabra—. Creí que me estaba tomando el pelo.

Cerré los ojos al tratar de recomponerme. Kisten. ¿Por qué no me sorprendía?

—Sí, lo conozco —murmuré al abrir los ojos, sin saber si debería sentirme ofendida o halagada de que el vampiro vivo me hubiera recomendado a Takata—. No sabía que se apellidara Felps.

Disgustada, abandoné mi intento de ser profesional. Tras guardar de nuevo la agenda en mi bolsa, me acomodé en una esquina, con un movimiento menos grácil de lo que esperaba, al ser acompañado por una sacudida del coche al cambiar de carril.

—¿Y qué puedo hacer por usted? —quise saber.

El viejo hechicero se puso derecho, tirando de los pantalones de color naranja para alisarlos. Nunca había conocido a nadie a quien le quedase bien el naranja, pero Takata lo había conseguido.

—Se trata del próximo concierto —dijo—. Quería saber si tu empresa estaba disponible para encargarse de la seguridad.

—Oh. —Me pasé la lengua por los labios, desconcertada—. Claro. No hay problema pero ¿no tiene ya gente para eso? —pregunté, al recordar la estrecha seguridad que había en el concierto donde le había conocido. Los vampiros tuvieron que taparse los colmillos y nadie pasó con nada más fuerte que un hechizo de maquillaje. Claro que una vez pasada la seguridad, los tapones desaparecieron y los amuletos ocultos en los pies fueron invocados…

—Sí —asintió—, y ahí está el problema.

Esperé mientras se inclinaba hacia delante, dejándome un aroma a secuoya. Entrelazó sus grandes manos de músico y miró hacia el suelo.

—Contraté la seguridad con el señor Felps, como de costumbre, antes de venir a la ciudad —comentó al devolverme su atención—. Pero vino a verme un tal señor Saladan, alegando que él se ocupaba de la seguridad en Cincinnati y que todos los emolumentos debidos a Piscary deberían ir destinados a él.

Exhalé un resoplido lleno de comprensión.
Protección. Oh, ahora lo cojo
. Kisten estaba actuando como el sucesor de Piscary, ya que muy poca gente sabía que Ivy le había relegado y que ahora ella ostentaba el ansiado título. Kisten continuaba llevando los asuntos de los vampiros no muertos, mientras que Ivy se negaba a hacerlo.
Gracias a Dios
.

—¿Está pagando por protección? —espeté—. ¿Quiere que hable con Kisten y el señor Saladan para que dejen de chantajearle?

Takata movió su cabeza hacia atrás, entonando con su hermosa y trágica voz una carcajada que inundó la moqueta y los asientos de cuero.

—No —contestó—. Piscary hace un trabajo condenadamente bueno manteniendo a los inframundanos a raya. Quien me preocupa es el señor Saladan.

Consternada, aunque sin sorprenderme, encajé mis rizos pelirrojos detrás de mi oreja, deseando haber hecho algo con ellos aquella tarde. Sí, yo utilizaba el chantaje, pero era para mantenerme con vida, no para enriquecerme. Había una diferencia.

—Eso es chantaje —afirmé asqueada.

—Es un servicio —replicó con solemnidad—, y no escatimo un solo centavo en ello. —Al ver mi ceño fruncido, Takata se inclinó hacia delante, haciendo tintinear sus collares, con sus ojos azules clavados en los míos—. Mi espectáculo tiene una LPM, igual que cualquier circo ambulante o feria. No la mantendría ni una sola noche si no me asegurase de conseguir protección en cada una de las ciudades donde tocamos. Es el precio del negocio.

LPM eran las siglas de Licencia Pública Mixta. Garantizaba que hubiera seguridad en el lugar para evitar derramamiento de sangre en los alrededores, una necesidad cuando se mezclaban humanos e inframundanos. Si se reunían demasiados vampiros y uno de ellos sucumbía a su ansia de sangre, los demás se verían presionados a seguir el ejemplo. Yo no estaba segura de cómo una hoja de papel podía ser suficiente para mantener tranquilas las bocas hambrientas de unos vampiros sedientos de sangre, pero los establecimientos se esforzaban para mantener la clase A en su LPM, ya que los humanos y los inframundanos vivos boicotearían cualquier lugar que no dispusiera de una. Era demasiado fácil acabar muerto o atado mentalmente a un vampiro al que ni siquiera conocías. Además, personalmente, prefería estar muerta que ser el juguete de un vampiro, a pesar de que vivía con una de ellos.

—Eso es chantaje —insistí. Acabábamos de pasar el puente para cruzar el río Ohio. Me pregunté adonde nos dirigíamos si no era a los Hollows.

Takata se encogió de hombros.

—Cuando voy de gira, me quedo en los sitios durante una noche, tal vez dos. Si alguien crea problemas, no estaremos allí el tiempo suficiente para perseguirle, y todo gótico lo sabe. ¿Dónde está el incentivo para que un vampiro excitado u hombre lobo se porten como es debido? Piscary extiende la promesa de que cualquiera que cause problemas responderá ante él.

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