Read Bill, héroe galáctico Online

Authors: Harry Harrison

Tags: #ciencia ficción

Bill, héroe galáctico (6 page)

BOOK: Bill, héroe galáctico
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Primero desenrolló un largo trozo de tela blanca en la que estaban bordados los mismos tonos dorados, colocándosela al cuello, luego puso un grueso libro forrado en piel al lado de la caja, y más tarde dispuso sobre esta dos toros metálicos con los lomos ahuecados. En uno de ellos vertió agua destilada de un botellón de plástico, y en el otro aceite aromático, que encendió. Bill contempló aquel ritual familiar con creciente felicidad.

—Es realmente afortunado —dijo Bill —que también usted sea zoroastriano. Me hace más fácil el hablar con usted.

—No hay nada de afortunado en ello, hijo mío, tan solo una planificación inteligente

—el capellán lanzó haoma en polvo sobre la llama, y la nariz de Bill se estremeció cuando el incienso drogado llenó con su olor la habitación—. Por la gracia de Ahura Mazdah soy un sacerdote ungido de zoroastro. Por el deseo de Alá un fiel mohecín del Islam, gracias a la intervención de Yavhé un rabí circunciso, etc., etc.

—su benigno rostro se transformó con una mueca salvaje—. Y también, dado que hay déficit de oficiales, soy el maldito oficial de lavandería —su rostro se aclaró de nuevo—. Pero ahora tienes que contarme tu problema…

—Bien, no es fácil. Tal vez sea una estúpida sospecha por mi parte, pero me preocupa uno de mis compañeros. Hay algo extraño en él. No estoy seguro de saberme explicar…

—Ten confianza, hijo mío, y revélame tus más profundos sentimientos sin temor. Lo que oiga jamás saldrá de esta habitación, pues he jurado guardar el secreto en sagrada promesa de mi vocación. Descarga tu conciencia.

—Muy amable por su parte. Realmente, ya me siento mejor. Verá, este amigo mío siempre ha sido bastante raro: nos limpia las botas a todos, y se presenta voluntario para encargarse de las letrinas, y no le gustan las chicas.

El capellán asintió beatíficamente y se abanicó algo del incienso hacia su nariz.

—No veo nada en eso que deba preocuparse, parece ser un chico decente. ¿Pues no está escrito en el Vendidad que debemos ayudar a nuestros semejantes y tratar de compartir sus penas y no seguir a las prostitutas por las calles?

Bill hizo una mueca.

—Todo esto está muy bien para la escuela parroquias, pero no es la forma en que comportarse en el ejército. De cualquier forma, pensábamos que estaba loco y quizá fuera así… pero eso no es todo. Estuve con él en la cubierta de los cañones, y apuntó su reloj a estos y apretó la coronilla y escuché un click. Podría ser una cámara… Creo… ¡creo que es un espía chinger! —Bill se recostó en la silla respirando fuertemente y sudando. Había dicho las palabras fatales.

El capellán continuó cabeceando, sonriente, medio inconsciente por los vapores del haoma. Finalmente, surgió de su ensueño, se sonó, y abrió el grueso ejemplar del Avesta. Canturreó en persa antiguo un rato, lo cual pareció animarlo, y lo cerró de un golpe.

—¡No levantarás falsos testimonios! —retumbó, clavando a Bill con una penetrante mirada y un índice acusador.

—No me comprende —sollozó Bill, agitándose en la silla—. Ha hecho todas esas cosas, lo vi usar el reloj. ¿Cómo puede llamar a esto ayuda espiritual?

—Tan solo fue un toque de atención, muchacho, un toque de la antigua religión para renovar tu sentido de culpa y volver a hacerte pensar en ir de nuevo regularmente a los servicios. ¡No has estado asistiendo a ellos!

—¿Qué otra cosa podía hacer? Se nos prohíbe ir a la capilla durante el entrenamiento de reclutas.

—Las circunstancias no sirven de excusa, pero esta vez serás perdonado porque Ahura Mazdah es todo misericordioso.

—¿Pero qué hay de mi compañero, el espía?

—Debes olvidarte de tus sospechas, no son dignas de un seguidor de Zoroastro. Este muchacho no debe sufrir por culpa de su natural inclinación a ser amistoso, a ayudar a sus camaradas, a mantenerse puro, a poseer un reloj defectuoso que hace click. Y además, si no te importa que introduzca un razonamiento lógico, ¿cómo podría ser un espía? Para ser un espía tendría que ser un chinger, y los chinger tienen dos metros diez de alto y cola. ¿Lo entiendes?

—Sí, sí —murmuró desolado Bill—. Ya pude imaginar esto por mí mismo… pero sigue sin explicarse todo…

—Me satisface a mí, y debe satisfacerte a ti. Creo que Arimán te ha poseído para hacerte pensar mal de tu camarada, y mejor será que hagas algo de penitencia y te unas a mí en una rápida oración antes de que el oficial de lavandería vuelva a estar de servicio.

Este ritual fue terminado rápidamente, y Bill ayudó a meter de nuevo las cosas en la caja, y la contempló desvanecerse en el interior del escritorio. Se despidió, y dio la vuelta para irse.

—Tan solo un momento, hijo —dijo el capellán con su más cálida sonrisa, extendiendo al mismo tiempo el brazo sobre su hombro para agarrar la corbata. Tiró de ella y el cuello giró, y mientras lo hacía la expresión beatifica desapareció de su rostro para ser reemplazada por un gruñido.

—¿Dónde infiernos creía que se iba a ir, gusano? Vuelva a poner el culo sobre esta silla.

—Pe… pero… —tartamudeó Bill—. me dijo que podía irme.

—Eso es lo que dijo el capellán, y como oficial de lavandería no tengo nada que ver con él. Ahora, rápido: ¿cuál es el nombre de ese espía chinger que está escondiendo?

—Le hablé de eso bajo juramento…

—Se lo contó al capellán, y ese mantiene su palabra y no me lo ha dicho, pero tuve la suerte de oírlo —apretó un botón rojo en el panel de control—. Los PM ya vienen hacia aquí. Vale más que hable antes de que lleguen, gusano, o haré que lo aten al casco sin traje espacial, y que además no le dejen acercarse a la cantina en un año. ¿El nombre?

—Ansioso Beager —sollozó Bill, mientras afuera se oían pesados pasos y dos cascos rojos lograban introducirse en la pequeña habitación.

—Tengo un espía para vosotros, chicos —anunció el oficial de lavandería triunfalmente; y los PM rechinaron los dientes, aullaron en lo profundo de sus gargantas, y se lanzaron contra Bill. Este se desplomó bajo el asalto de puños y porras, y estaba cubierto de sangre antes de que el oficial de lavandería pudiera apartar a aquellos supermusculosos retardados mentales, aunque no logró evitar que se quedaran mirándolo con los ojos a no más de tres centímetros de él.

—No es este… —jadeó, y le tiró a Bill una toalla para que se secase parte de la sangre—. Este es nuestro informador, el leal y patriota héroe que delató a su compañero, de nombre Ansioso Beager, al que ahora atraparemos y encadenaremos para que pueda ser interrogado. Vamos.

Los PM llevaron a Bill entre ellos, y para cuando estuvieron en los alojamientos de los especialistas en fusibles el aire producido por su rápido paso le había hecho recuperarse un tanto. El oficial de lavandería abrió la puerta tan solo lo bastante como para introducir la cabeza.

—¡Hola, chavales! —dijo alegremente—. ¿Está aquí Ansioso Beager? Ansioso levantó la vista de la bota que estaba limpiando, saludando con la mano y sonriendo.

—Ese soy yo… je, je…

—¡A por él! —explotó el oficial de lavandería, saltando a un lado y señalando acusadoramente. Bill se echó al suelo cuando los PM lo soltaron y entraron atronando en el compartimiento. Para cuando logró volver a ponerse en pie, Beager estaba en el suelo, esposado y encadenado de pies y manos, pero aun sonriendo.

—Je, je… ¿También queréis que os limpie las botas?

—No consentiré insolencias de un sucio espía —raspó el oficial de lavandería, abofeteando la ofensiva sonrisa. O al menos trató de abofetear la ofensiva sonrisa, pero Beager abrió su boca y mordió la mano que lo golpeaba, apretando con tal fuerza que el oficial no pudo apartarla—. ¡Me ha mordido! —aulló el hombre, y trató desesperadamente de liberarse. Ambos PM, cada uno de ellos esposado a un brazo del prisionero, alzaron sus porras y le dieron una soberana paliza.

En aquel momento, la tapa de los sesos de Ansioso Beager saltó.

Si esto hubiera ocurrido en cualquier otro momento, se hubiera considerado el hecho como poco usual, pero, al suceder en aquel instante, fue espectacularmente poco usual, y todos ellos, Bill incluido, se quedaron con la boca abierta cuando un lagarto de quince centímetros de alto saltó del abierto cráneo hasta el suelo, donde hizo una abolladura bastante grande al golpearlo. Tenía cuatro pequeños brazos, una larga cola, una cabeza similar a la de un pequeño cocodrilo, y era de un brillante color verde. Parecía ser exactamente igual a un chinger, solo que tenía menos de un palmo de alto en vez de tener más de dos metros.

—Todos los guarros humanos oléis mal —dijo en una débil imitación de la voz de Ansioso Beager —Los chingers no sudamos. ¡Vivan los chingers! —cargó a través del compartimiento hacia la litera de Beager.

La parálisis prevaleció. Todos los especialistas en fusibles que habían sido testigos de los imposibles acontecimientos se quedaron en pie o sentados tal y como estaban antes, congelados por el asombro y con los ojos salidos como si fueran huevos duros. El oficial de lavandería estaba atrapado por los dientes que le mordían la mano, mientras que los dos PM trasteaban con las esposas que los sujetaban al cuerpo inmóvil. Tan solo Bill podía moverse y, aún atontado por la paliza, se inclinó para atrapar a la pequeña criatura. Unas garras diminutas pero poderosas se cerraron sobre su carne, y se sintió alzado por el aire y lanzado violentamente contra una mampara.

—Je, je… Eso es para ti, soplón —chilló la diminuta voz.

Antes de que nadie más pudiera interferir, el lagartoide corrió hasta el montón de sacos de Beager, abrió el de encima de todos ellos y se sumergió en el interior. Un instante más tarde se oyó un zumbido que creció en volumen, y del saco emergió la aguzada nariz de un brillante proyectil. Fue saliendo hasta que una pequeña espacionave de no más de sesenta centímetros de largo flotó en el compartimiento. Entonces giró sobre su eje vertical, deteniéndose cuando apuntaba al casco. El zumbido aumentó de tono, y la nave salió repentinamente disparada y atravesó el metal de la pared como si no fuera más duro que el cartón mojado. Se oyeron otros sonidos distantes de rotura a medida que atravesaba plancha tras plancha, hasta que con un clang final atravesó el casco exterior de la nave y escapó al espacio. Se oyó un rugido de aire escapando al vacío, y el clamor de las sirenas de alarma.

—Maldita sea… —dijo el oficial de lavandería, luego cerró su asombrada boca y chilló—. ¡Sáquenme esta cosa de la mano… me está mordiendo hasta matarme!

Los dos PM seguían agitándose hacia delante y hacia atrás, espesados a la inmóvil figura del que fue Ansioso Beager. Beager seguía sonriendo alrededor del bocado que daba a la mano del oficial, y no fue hasta que Bill buscó su rifle atómico y metió el cañón en la boca de Beager, haciendo palanca hasta abrir la mandíbula, que el oficial de lavandería logró retirar la mano. Mientras hacía esto, Bill vio que la parte superior de la cabeza de Ansioso se había abierto justamente por encima de las orejas, y estaba sujeta en la parte trasera por una brillante bisagra de bronce. En el interior del bostezante cráneo, en lugar de cerebro y huesos y otras cosas, había una pequeña habitación de control con una diminuta silla, minúsculos mandos, pantallas de televisión, y un refrigerador de agua. Ansioso era tan solo un robot manejado por la pequeña criatura que había huido en la espacionave: una criatura que parecía un chinger, pero que tan solo tenía quince centímetros de alto.

—¡Hey! —dijo Bill—. Ansioso es tan solo un robot manejado por la pequeña criatura que ha escapado en la espacionave. Parecía un chinger, pero tan solo tenía quince centímetros de alto…

—Quince centímetros o dos metros diez, ¿qué diferencia hay en eso? —gruñó petulante el oficial de lavandería, mientras se anudaba un pañuelo alrededor de su mano herida—. No esperará que les digamos a los reclutas lo pequeños que son en realidad nuestros enemigos, o explicarles que proceden de un planeta de diez g. Tenemos que mantener alta la moral.

CINCO

Ahora que Ansioso Beager había resultado ser un espía chinger, Bill se sentía muy solitario. Caliente Brown, que casi nunca hablaba, ahora hablaba aún menos, lo cual significaba nunca, así que no había nadie con quien Bill pudiera charlar. Caliente era el único otro especialista en fusibles en el compartimiento que hubiera estado en el pelotón de Bill en el Campo León Trotsky, y todos los demás hombres estaban muy agrupados y acostumbraban a reunirse y murmurar si alguien se les acercaba. Su única diversión era el soldar, y cada vez que no estaban de servicio sacaban los soldadores y soldaban cosas al suelo, y al siguiente descanso las arrancaban de nuevo, lo cual es una forma tan tonta de perder el tiempo como cualquier otra, aunque parecía divertirles. Así que Bill estaba algo fuera de sí y trataba de charlar con Ansioso Beager.

—¡Mira los problemas en que me has metido! —gimoteaba.

Beager simplemente sonreía, sin conmoverse por la queja.

—Al menos cierra tu cabeza cuando te hablo —gruñó Bill, y se la cerró de un golpe. Pero no servía de nada. Ansioso ya no podía hacer otra cosa que sonreír. Había limpiado su última bota. Ahora estaba allí de pie, realmente era muy pesado y además estaba magnetizado al suelo, y los técnicos en fusibles colgaban sus camisas sucias y sus soldaduras de él. Se quedó allí durante tres guardias antes de que alguien pensase que había que hacer algo acerca de él, y finalmente llegó un pelotón de PM con palancas, lo inclinó, colocándolo sobre una carretilla, y se lo llevó.

—Hasta la vista —le despidió Bill, agitando su pañuelo.

Luego volvió a limpiarse las botas. Era un buen compañero, aunque fuera un espía chinger.

Caliente no le respondió, y los soldadores no hablaban con él, y pasaba la mayor parte de su tiempo evitando al reverendo Tembo. La gran dama de la flota, Fanny Girl, estaba aún en órbita mientras se le instalaban los motores. Había muy poco que hacer puesto que, a pesar de lo que dijera el primera clase Bilis, todos ellos habían aprendido las tareas del cuidado de los fusibles en algo menos del año previsto, en realidad les llevó algo así como quizá quince minutos. En su tiempo libre, Bill correteaba por la nave, yendo tan lejos como le permitían los PM que guardaban las compuertas, y hasta llegó a pensar en volver a ver al capellán para tener a alguien con quien charlar. Pero, si calculaba mal la hora, se encontraría de nuevo con el oficial de lavandería, y esto era más de lo que podía soportar. Así que caminó a través de la nave, muy solitario, y miró por la puerta de un compartimiento y vio una bota sobre una cama.

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