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Authors: Harry Harrison

Tags: #ciencia ficción

Bill, héroe galáctico (7 page)

BOOK: Bill, héroe galáctico
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Bill se detuvo, helado, inmóvil, anonadado, rígido, horrorizado, desmayado, y tuvo que luchar para controlar su vejiga súbitamente contraída.

Conocía aquella bota. Nunca olvidaría aquella bota hasta el día en que muriese, tal y como nunca podría olvidar su número de serie, pudiéndole decir del derecho, del revés o desde el centro. Cada detalle de aquella terrible bota aparecía claro en su memoria, desde los cordones similares a serpientes en la repulsiva piel de la parte superior, que se decía era piel humana, hasta las rugosas suelas de patear manchadas con algo rojo que tan solo podía ser sangre humana. Aquella bota pertenecía a Deseomortal Drang.

La bota estaba unida a una pierna y, paralizado por el terror, tan incapaz de controlarse cómo un pájaro frente a una serpiente, se halló inclinándose más y más hacia el interior del compartimiento, mientras sus ojos recorrían la pierna hasta llegar al cinturón, a la camisa, al cuello, sobre el que se hallaba un rostro que había tenido un papel estelar en todas sus pesadillas desde que se había alistado. Los labios se movieron…

—¿Eres tú, Bill? Entra y siéntate.

Bill entró tambaleándose.

—Toma un caramelo —le dijo Deseomortal, y sonrió.

Los reflejos empujaron a los dedos de Bill hasta la caja ofrecida, e hicieron que sus mandíbulas comenzaran a masticar la primera comida sólida que había atravesado sus labios desde hacía semanas. La saliva surgió de los polvorientos orificios, y su estómago inició un rugido preliminar, mientras sus pensamientos giraban locamente en círculos mientras trataba de imaginarse cuál era la expresión del rostro de Deseomortal. Los labios curvados en las comisuras, más allá de los colmillos, y arruguitas en las mejillas. No había forma. No podía reconocerla.

—He oído que Ansioso Beager resultó ser un espía chinger —dijo Deseomortal, cerrando la caja de caramelos y metiéndola bajo su almohada—. Debía de haberme dado cuenta de eso antes. Sabía que había algo muy raro en él, limpiando las botas de sus compañeros y todas esas tonterías. Pero pensé que se trataba simplemente de un loco. Debía de habérmelo imaginado…

—Deseomortal —dijo roncamente Bill—. no puede ser, lo sé… ¡Pero se está comportando usted cómo un ser humano!

Deseomortal se rió, no con su risa de un cuchillo desgarrando huesos humanos sino con una casi normal.

Bill tartamudeó:

—Pero si usted es un sádico, un pervertido, una bestia, un monstruo, una cosa, un asesino…

—Vaya, gracias, Bill. Eres muy amable. Trato de cumplir con mi trabajo lo mejor que sé. Pero soy lo bastante humano como para agradecer unas palabras de alabanza de vez en cuando. El ser un asesino es difícil de proyectar, pero me alegra que lograse daros esa impresión, hasta a unos reclutas tan estúpidos como erais vosotros.

—Pe… pero… ¿no es usted realmente un…?

—¡Ojo ahora! —cortó Deseomortal, y había en estas palabras lo bastante del antiguo veneno y ruindad como para hacer bajar en seis grados la temperatura del cuerpo de Bill. Entonces Deseomortal sonrió de nuevo—. No puedo echarte la culpa, hijo, porque te comportes de esa manera, ya que eres bastante estúpido y de un planeta atrasado, y por haber sido retardada tu educación por los soldados y todo eso. ¡Pero despierta, chico! La educación militar es algo demasiado importante como para arriesgarse a que unos aficionados intervengan en ella. Si hubieras leído algunas de las cosas que ponen nuestros libros de estudio, tu sangre se congelaría. ¿Te das cuenta de que en los tiempos prehistóricos los sargentos, o como quiera que se les llamase, eran verdaderos sádicos? Las fuerzas armadas dejaban que esa gente, que realmente no sabían nada, destruyeran a los reclutas. Dejaban que estos aprendiesen a odiar al ejército antes de aprender a temerlo, lo cual destruye la disciplina. ¡Y no hablemos de cómo se malgastaban! Siempre estaban haciendo que la gente caminase hasta morir por accidente, o ahogaban a un pelotón, o tonterías así. Tan solo esas pérdidas le harían llorar a uno.

—¿Me permite preguntarle de qué se graduó en la universidad? —preguntó Bill en una voz débil y humilde.

—Disciplina Militar, Rotura de la Moral e Interpretación de Personajes. Un curso duro, de cuatro años, pero me gradué con una Sigma Cum, lo que no está mal para un chico que venía de una familia de trabajadores. He hecho una carrera del ejército, y es por esto por lo que no puedo comprender el por qué esos bastardos desagradecidos me han metido en esta podrida lata —alzó sus gafas de montura de oro para enjuagar una lágrima que se formaba.

—¿Espera gratitud del ejército? —preguntó humildemente Bill.

—No, claro que no, qué tonto he sido. Gracias por traerme de nuevo a la realidad, Bill; llegarás a ser un buen soldado. Pero lo que espero es una indiferencia criminal de la que pueda tomar ventajas a través de los métodos bien probados: soborno, redacción de órdenes falsas, mercado negro y demás cosas usuales. Es simplemente que había estado realizando un buen trabajo con vosotros, los desgraciados del Campo León Trotsky, y lo menos que esperaba era que me mantuviesen en ello, lo cual fue bastante estúpido por mi parte. Lo mejor será que comience a preocuparme de mi traslado ahora mismo —se puso en pie, y guardó los caramelos y las gafas de montura de oro en una taquilla con llave.

Bill, que en los momentos de asombro no lograba ajustarse instantáneamente, estaba aún agitando la cabeza y golpeándola de vez en cuando con la palma de la mano.

—Tuvo suerte —dijo —al haber nacido así, eso le ayuda en su carrera… Me refiero al hecho de que tenga unos colmillos tan bonitos.

—Nada de suerte —dijo Deseomortal, haciendo sonar uno de sus largos colmillos—. Tremendamente caro. ¿Sabes lo que cuestan un par de colmillos mutantes, hechos crecer en una probeta, e injertados quirúrgicamente? ¡Es imposible que lo sepas! Trabajé durante las vacaciones de verano de tres años para ganar lo bastante como para comprarme estos; pero te aseguro que valía la pena. La imagen es lo más importante. Estudié las viejas grabaciones de los destructores de moral prehistóricos, y a su manera, cruda, eran buenos. Naturalmente, eran seleccionados por su tipo físico y su bajo índice de inteligencia, pero sabían ponerse en su papel. Tenían cabezas en forma de bala, se afeitaban completamente el cráneo y mostraban sus cicatrices, tenían mandíbulas gruesas, modales repulsivos, todo. Me imaginé que una pequeña inversión al principio pagaría buenos dividendos al final. Y créeme que fue un sacrificio, no verás muchos colmillos injertados por ahí. Por un montón de razones. Oh, tal vez sean buenos para comer carne dura, pero ¿para qué otra cosa sirven? Espera hasta que beses a tu primera chica… Ahora piérdete, Bill. Tengo cosas que hacer. Ya nos veremos…

Sus últimas palabras se perdieron en la distancia, ya que los bien condicionados reflejos de Bill lo habían llevado a lo largo del corredor en el mismo instante en que había sido despedido. Cuando el terror espontáneo desapareció, comenzó a caminar con cuidadosos pasos, cómo un pato que tuviera una articulación rota, pensando que así se le vería como un espacionauta veterano. Estaba comenzando a sentirse cómo un viejo soldado, y momentáneamente se hallaba bajo la falsa creencia de que sabía más acerca del ejército de lo que este sabía de él. Esta falsa concepción tan patética fue instantáneamente disipada por los altavoces del techo, que eructaron y luego lanzaron sus voces nasales a través de la nave:

—Atención, órdenes directas del mismo Viejo, el capitán Zekial, que tanto habéis estado esperando oír. Vamos a entrar en acción, así que tendremos que arreglarlo todo a proa y a popa, amarrando todo el equipo suelto.

Un bajo gruñido de dolor, que surgía de los corazones, resonó en cada compartimiento de la inmensa nave.

SEIS

Se oía hablar mucho a radio macuto, y los rumores de las letrinas proliferaban, acerca del primer vuelo de la Fanny Girl. Pero nada de todo ello era cierto. Los rumores eran iniciados por PM infiltrados, y por lo tanto no tenían valor alguno. Casi la única cosa de que podían estar seguros era de que quizá fueran a algún lugar, porque parecían estarse preparando para ir a algún lugar. Hasta Tembo admitió esto mientras ataban los fusiles en el almacén.

—Aunque quizá —añadió —estemos haciendo todo esto para engañar a posibles espías y hacerles creer que vamos a algún lugar cuando en realidad son otras naves las que van allí.

—¿Dónde? —preguntó irritablemente Bill, atando su índice en un nudo y dejando parte de la uña cuando logró sacarlo.

—Bueno, a cualquier parte. Eso no importa. —A Tembo no le preocupaba ninguna cosa que no hiciera referencia a su fe—. Pero yo sé a dónde vas a ir tú, Bill.

—¿A dónde? —preguntó ansiosamente, ya que era un perenne creyente en toda clase de rumores.

—Directamente al infierno, a menos que seas salvado.

—No empieces de nuevo… —rogó Bill.

—Mira —le dijo tentadoramente Tembo, y proyectó una celestial escena con puertas de oro, nubes y el suave latir de un tam-tam como música de fondo.

—¡Apaga esas tonterías del cielo! —chilló el primera clase Bilis, y la escena se desvaneció.

Algo tiró ligeramente del estómago de Bill, pero él lo ignoró, creyendo que se trataba simplemente de otro de los síntomas continuamente sentidos por sus aterrorizadas tripas que, a pesar de que se estaban atrofiando hasta la muerte, aún no se daban cuenta de que su maravillosa maquinaria triturante y disolvente había sido condenada a una dieta líquida. Pero Tembo dejó de trabajar e inclinó la cabeza hacia un lado, y luego se golpeó experimentalmente el estómago.

—Nos estamos moviendo —dijo, afirmativo—. Y además vamos a las estrellas. Han conectado los motores interestelares.

—¿Te refieres a que estamos atravesando el subespacio, y que pronto experimentaremos el terrible tirón en cada fibra de nuestro cuerpo?

—No, ya no usan los antiguos motores subespaciales porque, aunque un montón de naves entraban en el subespacio con un tirón que descoyuntaba todas las fibras, ninguna de ellas logró salir jamás. Leí en la Gaceta del Soldado que un matemático había dicho que se había producido un ligero error en las ecuaciones, y que el tiempo era distinto en el subespacio, pero que era diferente en más rápido en vez de diferente en más lento, así que tal vez pase toda la eternidad antes de que esas naves salgan.

—Entonces, ¿vamos al hiperespacio?

—Nada de eso.

—¿O estamos siendo disueltos en nuestros átomos componentes y grabados en la memoria de un gigantesco computador que piensa que estamos en otra parte y así resulta que estamos allí?

—¡Caramba! —dijo Tembo, mientras sus cejas subían hasta su cabello—. Para ser un muchacho campesino zoroastriano tienes ideas bastante raras. ¿Has estado fumando o bebiendo algo que no me hayas contado?

—¡Dímelo! —rogó Bill—. Si no es nada de eso… ¿qué es? Tenemos que cruzar el espacio interestelar para luchar con los chingers… ¿Cómo vamos a hacerlo?

—Es así —Tembo miró a su alrededor para asegurarse de que el primera clase Bilis no se hallaba por allí, y luego juntó las manos ahuecadas, formando una esfera—. Imagínate que mis manos son la nave, flotando en el espacio. Entonces se conecta el Dispositivo Hinchador…

—¿El qué?

—El Dispositivo Hinchador, que se llama así porque hincha las cosas. ¿Sabes?, todo está hecho a base de cosas pequeñitas llamadas electrones, protones, neutrones, trontones y cosas así, que en alguna manera están unidas por una especie de energía ligadora. Pero, si uno debilita la energía que mantiene a las cosas juntas (me olvidaba decirte que además esas cositas están girando todo el rato como si estuvieran locas, aunque quizá ya lo supieras…) bueno, se debilita la energía y, como están corriendo tan deprisa, las cositas comienzan a separarse unas de otras, y cuanto más débil es la energía más lejos se separan. ¿Me sigues?

—Creo que sí, aunque no estoy seguro de que me guste lo que cuentas.

—Tranquilo. Ahora… ¿ves mis manos? A medida que la energía se debilita, la nave se hace más grande —separó las manos—. se hace más grande, hasta que lo es tanto cómo un planeta, luego cómo un sol, y por fin como todo un sistema estelar. El Dispositivo Hinchador nos puede hacer tan grandes como queramos. Entonces se invierte el proceso, nos encogemos hasta nuestro tamaño real, y allí estamos.

—¿Dónde estamos?

—Donde queramos estar —respondió pacientemente Tembo.

Bill se giró y dio industriosamente abrillantador a un fusible, mientras el primera clase Bilis pasaba, con un brillo de sospecha en sus ojos. Tan pronto como hubo girado una esquina, Bill se inclinó y le silbó a Tembo:

—¿Cómo podemos estar en otra parte distinta a donde nos encontrábamos al empezar? El hacerse mayores y luego más pequeños no lleva a nadie a ningún sitio.

—Bueno, son bastante astutos con eso del Dispositivo Hinchador. La forma de operar que me han contado es similar a cuando uno toma una goma elástica cogiéndola de un extremo con cada mano. Uno no mueve la mano izquierda, pero estira la goma tan lejos como puede con la derecha. Cuando uno deja que la goma vuelva a su tamaño normal, mantiene la mano derecha quieta y suelta la izquierda. ¿Te das cuenta? No has movido la goma, sino que la has estirado y la has dejado ir, pero se ha movido. Como nuestra nave está haciendo ahora. Se está haciendo mayor, pero en una dirección. Cuando la proa alcance el lugar a donde estamos yendo, la popa estará donde estábamos. Entonces encogemos y, ¡bang!, allí estamos. Y tú podrías llegar al cielo con la misma facilidad, hijo mío, si tan solo…

—¡Predicando en horas de servicio, Tembo! —aulló el primera clase Bilis desde el otro lado de la plataforma de fusibles, sobre la que estaba mirándolos con un espejo atado al extremo de un palo—. Te tendré puliendo bornes de fusible durante un año. Ya se te ha advertido antes.

Ataron y pulieron en silencio después de esto, hasta que el pequeño planeta tan grande cómo una pelota de tenis atravesó la pared. Un perfecto planetita con diminutas zonas polares, frentes helados, cubierto de nubes, con océanos y todo eso.

—¿Qué es eso? —exclamó Bill.

—Mala navegación —gruñó Tembo—. Un poco de retroceso. La nave está yendo algo hacia atrás en lugar de ir solo en la otra dirección. ¡No, no, no lo toques, a veces puede causar accidentes! Es el planeta que acabamos de dejar, Phigerinadon Il.

—Mi hogar —sollozó Bill, notando como las lágrimas le corrían mientras el planeta se empequeñecía hasta tener el tamaño de una canica—. Adiós, mamá —saludó con la mano mientras la canica disminuía hasta ser una mota y luego se desvanecía.

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