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Authors: Andrei Rubanov

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Clorofilia (32 page)

BOOK: Clorofilia
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Después de las mediciones —altura, longitud de los dedos de las manos y de los pies— anuncian el riego matinal. A todos les dan dos vasos de agua con sales minerales. En ese momento los herbívoros son felices. No beben, no tragan, sino que absorben como cualquier otra planta, con la misma fuerza inhumana, con una potencia cercana a las quince atmósferas (la presión de una manguera de bomberos es cuatro veces inferior). Se oye el sonido de un chapoteo brusco, gutural y uterino a la vez, muy alto y, por así decirlo, poco decente, y te quedas sin agua. Después el herbívoro permanece de pie, con los ojos cerrados, las cejas alzadas, meneando lentamente la cabeza y haciendo movimientos suaves con las manos. Para que el agua se distribuya por el cuerpo, hasta que cada célula reciba su ración.

Agua, sol, tierra fértil, no hace falta nada más.

Los bioquímicos repiten todos los días que han sintetizado un medicamento absolutamente novedoso que bloqueará totalmente el proceso de despersonalización. Pero Saveliy y otros cuantos herbívoros con una visión crítica de las cosas están convencidos de que los médicos cuentan mentiras a propósito para infundir ánimo a sus pacientes.

Después del mediodía Gosha Degot va a la casita de Saveliy. A veces se queda hasta muy tarde. Ésa es la labor del voluntario: estar al lado del tutelado y no dejar que se olvide de que es una persona. Algunas veces Gosha obliga a Saveliy a escuchar música o ver una película. Gosha tiene un
pendrive
muy pequeñito, del tamaño de un garbanzo, y allí tiene copiado todo lo que ha sido creado por la humanidad: toda la música, todas las películas, reproducciones de todos los cuadros, libros, versos, obras filosóficas. Gosha lleva en el bolsillo toda la cultura mundial, y no pesa nada. Gosha pone una película y Saveliy hace como que mira y escucha. El cine no le interesa lo más mínimo. Las pasiones humanas —llantos, gritos, los aspavientos con las manos, el correr de un lado a otro— le parecen cosas sin sentido. Ayer vio
Lolita
y no entendió nada. El protagonista era un tipo ya maduro y la protagonista apenas una adolescente, pero el protagonista por alguna razón no parece ser consciente de ello (aunque realmente, ¿de qué tiene que ser consciente?) y se comporta con ella como si ya fuera mayor. Después el protagonista mata a alguien y se acaba la película. Saveliy a duras penas aguantó hasta el final.

Anteayer fue más interesante. Gosha le trajo un documental nuevo, de los que Moscú les presta durante sólo una semana. Una película de tres horas filmada al estilo moderno, con extraordinaria sinceridad, titulada
Atrás, atravesando el Amur
. Describía artísticamente los detalles exactos de cómo se iba a liquidar la Zona Económica Libre de Siberia Oriental. Se afirmaba que en los últimos años, al otro lado de los Urales vivían nada menos que quinientos millones de chinos. Y casi un millón en Moscú. En los últimos cuatro decenios, este millón se había infiltrado en la hiperpolis de manera imperceptible, y en el momento oportuno desapareció silenciosamente y sin alertar a las autoridades de emigración. A Saveliy no lo impresionaron tanto los quinientos millones de chinos de Siberia como el millón de chinos de Moscú. El ex redactor jefe de la revista
Lo Más
siempre había supuesto que en la capital vivirían como mucho diez o quince mil originarios de la Tierra bajo el Sol, pero ¿un millón?

Para casarse con un chino siberiano los guionistas del documental afirmaban que no era necesario en absoluto comprarse el libro
Cómo casarse con un chino siberiano
. Las mujeres inteligentes sin gran sabiduría volaban a Siberia y allí encontraban el novio que les convenía. Cierto que ni mucho menos todos los chinos siberianos tenían helicóptero privado y eran millonarios. La mayoría vivía modestamente, y a las potenciales esposas se les exigía lo mismo.

Los autores del documental habían reunido una gran cantidad de material real y habían hecho cientos de entrevistas. En su opinión, el éxodo de Siberia se había debido más que nada a razones naturales. Los chinos son amantes del calor, y durante cien años llevaron a cabo la expansión hacia el sur —India, Australia, Filipinas—, pero nunca aspiraron a la taiga o la tundra. Una vez establecidas en Siberia, las familias trabajaron mucho, se enriquecieron, se multiplicaron, pero mandaban a sus hijos a vivir a lugares que tuvieran un clima más propicio. En la misma China el proyecto siberiano nunca fue especialmente popular. Ni los más pobres y desesperados, ni siquiera los más pérfidos enemigos de sangre
mao siang tsia
o los aventureros querían irse a vivir para siempre a la taiga rusa. Sólo temporalmente, durante unos cinco o siete años, con el fin de reunir un capital. Pero la idea principal y más sensacionalista del documental era que el proyecto de colonización de Siberia, el
Cheng Sin Bei Fan
, o
Expedición al norte
, se consideraba un ensayo antes de llevar a cabo otro proyecto colosal pensado para dentro de ciento cincuenta años, el
Den Yue Sing Don
, o
Expedición a la Luna
. Precisamente para esta migración cósmica global se levantaron en Yakutia ciudades cerradas con enormes cúpulas, invernaderos de miles y miles de kilómetros cuadrados, se construyeron millones de kilómetros de carreteras, fábricas e industrias en las que se fabricaba de todo, empezando por instrumentos musicales y acabando por combustible para cohetes espaciales. La epopeya siberiana era un ensayo general del lanzamiento hacia el satélite natural de la Tierra. Crearon tecnologías de supervivencia, prepararon especialistas, calcularon presupuestos. Al fin y al cabo, la temperatura a la sombra en la Luna era de doscientos grados bajo cero, y en invierno en Oimiakón era de setenta bajo cero, es decir, dos temperaturas hasta cierto punto comparables.

El documental sabía mantener muy bien un correcto equilibrio político. A los chinos no se los presentaba como unas hormiguitas tacañas ni a los rusos como unos vagos desalmados. En opinión de los documentalistas, tanto los unos como los otros llegaron a ser participantes de pleno derecho en un experimento histórico que no tenía precedentes. Cada bando perseguía sus metas, y como resultado todos recibieron lo que esperaban: unos acumularon experiencia y adquirieron conocimientos extraordinarios, reforzaron su carácter y ganaron tiempo, y otros ganaron dinero para gastar y comida para comer.

«Dependiendo de donde vivamos, así seremos», afirmaba uno de los protagonistas del documental, un antiguo partisano siberiano que había acabado siendo copropietario de un taller chino donde se hacían recuerdos rusos como juegos de
laptá
y
matrioskas
.

La voz del narrador comentaba inteligentemente: «La desgracia del hombre ruso radica en que todo el tiempo intenta dolorosamente ser un ciudadano digno de su país. Por muy grande que haya sido cada uno de nosotros por separado, comparándose con el territorio es absolutamente nada. Nuestro drama nacional son las incomparables dimensiones de las partes y el todo. El experimento siberiano sólo fue posible en Rusia, ya que todo ruso es por naturaleza un megalómano sin remedio que ama sólo lo inmenso…».

En este punto, Gosha Degot apagó el televisor y estuvo largo rato declamando casi a gritos toda una gama de palabras injuriosas.

—¡Demagogos! —los insultó—. ¡Filósofos en proceso de degradación! Se cagaron en su patria, dejaron escapar de sus manos a una gran potencia, entregaron su patria en préstamo, pronto no nos quedará nada más que el propio esperma…

Saveliy no contestó. No quería estar sentado en la penumbra de la casita, quería salir a la calle a disfrutar de los rayos directos del sol.

Esa tarde la va a pasar solo. Después de la puesta del sol los herbívoros en proceso de despersonalización quedan sumidos en una profunda melancolía. Gosha también viene por la tarde, pero rara vez. Y cuando viene es porque está borracho. Consigue
medobuja
[13]
de los nativos y se emborracha. En la colonia prácticamente todos los voluntarios se emborrachan por la noche, les resulta muy duro ver cómo las personas se van convirtiendo en plantas. Y para Gosha es doblemente duro, porque Saveliy es su amigo.

A Saveliy le da pena Gosha. El médico dice que eso es muy bueno, que sienta pena.

Gosha le da pena sobre todo cuando viene de hacer su turno en el pabellón de infectados. Ahí sí que sin duda se emborracha. Por supuesto, Saveliy no ha estado ni una sola vez en el pabellón, y Gosha no cuenta nada. En aquel lugar se permite la entrada sólo a los médicos, pero confían en Gosha Degot —un antiguo habitante de la colonia, uno de sus fundadores, jefe de los voluntarios, no trabaja por dinero sino por lealtad a sus ideas— y lo dejan entrar en el pabellón para que ayude a los médicos. En este pabellón están los herbívoros en el tercer nivel de despersonalización. Dicen que uno de ellos es Iván Evrópov, pero nadie lo sabe con seguridad. Y además, tampoco importa. En la colonia todos son iguales. En la vida que llevaban antes en Moscú todos los pacientes eran personas influyentes, famosas o, por lo menos, ricas. La pulpa con un alto grado de pureza era consumida solamente por personas con mucho dinero. Ahora todos ellos son mitad humanos, mitad tallos verdes.

Sin embargo, aquí no se verá nunca una cara triste. Las costumbres son de lo más sanas. Los herbívoros son inmutables. Los que están en el segundo nivel viven absolutamente en su propio mundo. En lo referente a los voluntarios, casi todos ellos se enrolaron en la colonia no por dinero, sino porque andaban huyendo de sus problemas en Moscú, de desencuentros con la ley o simplemente porque buscaban aventura. Algunos de ellos conocían muy bien el sistema penitenciario. Por las tardes se podían escuchar algunas canciones desentonadas:

Arriba cedro, abajo subsuelo,

en el medio un pequeño
gulag
.

Hoy estoy muy nervioso,

por tercera vez en el calabozo.

El ambiente del poblado estaba empapado del sano encanto de la aventura, y si de repente desapareciese alguno por los que se había montado todo esto —hombres y mujeres silenciosos y casi inmóviles, con manchas verdes en la piel—, difícilmente los demás iban a querer volver a la hiperpolis. Aquí todo estaba mejor organizado. Aquí había silencio y aire fresco. Entre los pacientes había mujeres comunicativas y amables, y también hombres que respetaban tanto el fútbol, como, digamos, el póquer. Aquí no existía el aburrimiento.

Por supuesto, los que llegan por primera vez se quedan impactados al ver, por ejemplo, a Mediomuerto o a sus colegas, seres de tres metros de altura con la piel verde satinada. Pero en seguida se acostumbran. Además, Mediomuerto tiene períodos de lucidez, y entonces asegura a todos que tiene la intención de curarse y seguir siendo persona pase lo que pase.

Bárbara vive en la casita de al lado. Saveliy y ella se ven todos los días, pero a él le resulta difícil estar con ella, porque Bárbara hasta el momento sigue siendo persona. Las mujeres se despersonalizan mucho más despacio que los hombres. Bárbara resiste de manera increíble y está totalmente determinada a parir un niño sano. Regaña a Saveliy, lo acusa de falta de voluntad, e incluso, a veces, le pega. Lo obliga a cuidarse, a llevar ropa limpia y afeitarse, y ella misma le corta el pelo. A Saveliy no le gusta afeitarse, le cuesta mirarse en el espejo. La mitad de la laca roja de sus dientes ha desaparecido, y por alguna razón eso lo entristece especialmente. Y lo peor de todo son las manchas de la piel. Tienen un color como de hojas tiernas de abedul, esmeralda claro.

Las casitas tienen las paredes muy delgadas y están muy pegadas unas a otras. A veces Saveliy oye el llanto de su mujer, aunque también de vez en cuando la oye canturrear una cancioncilla alegre.

En la colonia todos quieren mucho a Bárbara, la respetan y la ponen de ejemplo. «Mirad, Bárbara quiere seguir siendo persona y así será.» Pero a otros herbívoros no les interesa saber qué quiere Bárbara. Sólo les interesa beber agua y ponerse al sol. Si un voluntario por alguna razón deja sin vigilancia a su tutelado aunque sea durante cinco minutos, el herbívoro inmediatamente sale de casa y se queda petrificado mirando al sol, en pie, inmóvil y con los ojos cerrados. Si se mira por la ventana siempre se puede ver a alguien que huye del tutelaje del voluntario y se queda colgado.

Cuando te cuelgas, te sientes bien, alegre, sin ganas de pensar. Se confunden las ideas, aunque sean pocas. Pero se entiende el mundo. Hay sol, muy bien. Hay agua, también bien. No hay agua, mal. No hay agua ni sol, muy mal. Todo se puede explicar a base de bisílabos y trisílabos. Mediomuerto sólo concibe el mundo al nivel de sí, no, bien y mal. Ni siquiera es capaz de pronunciar su apodo. En Moscú era un alto directivo, vendía la elitista agua del Baikal, extraída por los chinos con instrumental chino, embotellada en botellas chinas y distribuida en vagones chinos para cubrir las necesidades de los ciudadanos rusos de acuerdo al principio promulgado por la teoría de la prosperidad absoluta: el agua es nuestra, el estómago también, todo lo demás carece de sentido. Ahora Mediomuerto espera que le llegue el tercer nivel para florecer definitivamente. No echa de menos Moscú. Saveliy tampoco.

Pensar en Moscú produce un tipo especial de pereza. Que Moscú piense sobre sí mismo. Es lo único que ha hecho en los últimos trescientos años.

Los pensamientos son pesados, al cerebro le cuesta mucho esfuerzo producirlos. A veces de la memoria saltan algunos retazos, como versos infantiles:

Va el torito bamboleándose.

Mamá limpió el marco.

Y fragmentos de ciencias que en algún momento los pedagogos metieron en la cabeza del pequeño Saveliy. Retazos de cultura, con cuya ayuda hicieron de Saveliy una persona. Al chiquillo salvaje lo cultivaron con poesías, cuentos y canciones. Ahora en su cabeza rondan restos de frases, estrofas y rimas.

Ése es mi pueblo, ésa es mi casa natal.

Todos saben que la tierra empieza en el Kremlin.

En la ensenada hay un roble verde.

Una vez durante un frío invierno me siento

tras la verja de un oscuro calabozo,

y cuando miro, levanta el vuelo hacia la montaña

una joven águila criada en esclavitud.

El cerebro transpira cultura y lentamente se va secando. El cerebro no es necesario. Al herbívoro en fase de despersonalización le basta con el sistema nervioso vegetativo, una sencilla lógica vegetal. Por supuesto, a Saveliy le gustaría verse en el futuro no como un vegetal, sino como algún árbol exótico dador de dulces frutos y con una corteza sedosa. O como una flor desprendiendo aromas opiáceos. Pero Rusia, en cualquier caso, es un país de hortalizas, y Saveliy, haciendo un esfuerzo mental, recuerda que dentro de un año o año y medio se convertirá en algo parecido a una patata.

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