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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

Corazón enfermo (4 page)

BOOK: Corazón enfermo
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¿Debía informarles? Susan golpeó la libreta de notas con el lápiz durante un minuto y luego lo dejó cuidadosamente sobre la mesa.

—He estado curioseando un poco sobre el asunto del senador Scheer.

Sus palabras causaron el mismo impacto que si hubiera comenzado a masturbarse sobre la mesa. Durante un momento, todos se quedaron inmóviles. Luego, Clay se irguió en su asiento. Miró a Ian, que continuaba sentado en el respaldo de su silla, con las manos sobre las rodillas y la espalda recta.

—Eso son sólo rumores —dijo Ian—. Nada más. Molly Palmer ha tenido un montón de problemas psicológicos. No hay nada. Se trata de una campaña de desprestigio. Créeme, no vale la pena que pierdas el tiempo. Y no es de tu incumbencia.

—Ella tenía catorce años —comentó Susan.

Ian tomó su taza pero no bebió.

—¿Has hablado con ella?

Susan se hundió un par de centímetros en la silla.

—No he podido encontrarla.

Ian soltó un gruñido, dejando la taza sobre la mesa.

—Será porque ella no quiere que la encuentren. Se ha pasado la vida entrando y saliendo de reformatorios y centros de rehabilitación. ¿Acaso crees que no investigué el tema en cuanto me enteré? Ella está perturbada. Estaba en el instituto, mintió a algunos amigos y la mentira creció como una bola de nieve. Y punto. —Frunció el ceño—. Entonces, ¿quieres hacerte cargo de la historia del asesino en serie o debo pasársela a Derek?

Susan hizo un mohín. Derek Rogers había sido contratado al mismo tiempo que ella, y estaba siendo preparado para comenzar a cubrir asuntos policiales. Se cruzó de brazos y consideró la tentadora posibilidad de no tener que escribir otro artículo sobre un perro policía. Pero tenía sus dudas. Aquello le parecía importante. Era vida o muerte. Y aunque ella nunca se lo admitiría a nadie en aquella sala, se tomaba el asunto con mucha seriedad. Deseaba hacerse cargo de la historia. Pero no quería cagarla.

—Pensamos en cuatro artículos —anunció Ian—. Comenzaríamos cada uno en portada. Seguirás a Archie Sheridan. Escribirás sobre lo que veas. Será tu único trabajo. Si es que lo quieres.

La primera página.

—Es porque soy una chica, ¿no es cierto?

—Una flor delicada.

Ian había ganado un Pulitzer cuando trabajaba para el
Times
. Una vez había dejado que Susan lo sostuviera. Allí sentada, casi podía sentir el peso del medallón en su mano.

—Sí —asintió, sintiendo que se le aceleraba el pulso—. Lo quiero.

Ian sonrió. Resultaba atractivo cuando sonreía, y él lo sabía.

—Bien.

—¿Entonces? —preguntó Susan cerrando su libreta y preparándose para levantarse—. ¿En dónde se supone que me encontraré con él?

—Te llevaré a las tres —contestó Ian—. Hay una conferencia de prensa.

Susan se detuvo. Ahora que se había decidido, ardía en deseos de empezar.

—Pero necesito verlo en acción.

—Él quiere algo de tiempo para organizarse. —Su expresión no dejaba lugar a ninguna discusión.

Medio día. En el caso de una persona desaparecida era toda una vida.

—¿Qué se supone que debo hacer hasta entonces? —preguntó Susan.

—Termina el resto de tu trabajo —ordenó Ian—. Y averigua todo lo que puedas. —Agarró el teléfono marrón manchado de tinta que estaba sobre la mesa y marcó un número—. ¿Derek? ¿Puedes venir un momento?

A Derek Rogers le llevó un segundo aparecer por la puerta de la sala de reuniones. Era más o menos de la edad de Susan, lo que, en sus momentos más contemplativos, ella admitía que despertaba su instinto competitivo. Había ido a la universidad en Dakota del Sur con una beca deportiva y se había dedicado al periodismo deportivo cuando una lesión lo obligó a abandonar el fútbol. Ahora repartía su tiempo entre los temas policiales y la política local en el
Herald
, Seguía teniendo aspecto de deportista, con la mandíbula cuadrada y su manera de caminar un poco chulesca, como un vaquero. Susan sospechaba que se secaba el pelo con secador. Pero hoy no venía con su traje habitual, y sus ojos parecían cansados. Tal vez llevaba una vida más interesante de la que ella suponía. El le sonrió, intentando atraer su mirada. Siempre lo hacía, pero Susan permaneció evasiva.

Derek traía un proyector, un ordenador portátil y una caja de dónuts. Dejó los dónuts en la mesa y abrió la caja. Un dulce aroma nauseabundo llenó la habitación.

—Son de Krispy-Kreme —dijo—. He ido hasta Beaverton.

Desaparecía una adolescente y Derek se iba a comprar dónuts. Fantástico. Susan miró a Clay, pero éste no se puso a sermonearle sobre la seriedad de la situación. Tomó dos y dio un mordisco a uno de ellos.

Ian eligió uno de manzana.

—¿No quieres uno? —le preguntó a Susan.

Susan sí quería. Pero no le apetecía que Derek quedara bien.

—No, gracias —respondió.

Derek jugueteó con el proyector.

—Lo prepararé. —Abrió el portátil y encendió el proyector. Un cuadrado de color apareció sobre la pared blanca. Susan miró mientras la borrosa mancha se convertía en la primera página de una presentación de PowerPoint. Sobre un fondo rojo sangre, con letra típica de Halloween se leía: «El Asesino de Colegialas».

—¿El Asesino de Colegialas? —preguntó Clay, escéptico. Tenía migas blancas de dónut en las comisuras de los labios. Su voz se había espesado por el azúcar.

Derek bajó la vista, azorado.

—Estuve pensando en un nombre.

—Demasiado evidente —declaró Clay—. Necesitamos algo con más fuerza.

—¿Qué os parece el Estrangulador del Willamette? —avanzó Derek.

Ian se encogió de hombros.

—Poco original.

—Es una pena que no se las coma —intervino Clay secamente—. Entonces tal vez se nos ocurriría algo verdaderamente novedoso.

—¿Cuánto hace que desapareció la tercera chica? —preguntó Susan.

Derek carraspeó.

—Es cierto. Lo siento. —Se enfrentó con confianza al grupo, poniendo los puños sobre la mesa—. Empecemos por Lee Robinsón, del Instituto Cleveland. Desapareció en octubre. Tenía ensayo con el coro de jazz después de clase. Cuando terminó, se fue del gimnasio en donde ensayaban y les dijo a algunos amigos que volvería caminando a su casa. Vivía a diez manzanas.

Susan abrió su libreta de notas.

—¿ Ya era de noche? —preguntó.

—No —contestó Derek—, pero faltaba poco. Lee nunca llegó a su casa. Al ver que se retrasaba, su madre comenzó a llamar a sus amigas. Después de las nueve, telefoneó a la policía. Todavía tenían esperanzas.

Derek apretó una tecla de su ordenador y el título se desvaneció con la imagen de una noticia escaneada del
Herald
.

—Ésta fue la primera nota que publicamos, en la primera página de la sección de noticias locales, el 30 de octubre, cuarenta y ocho horas después de la desaparición de Lee. —Susan sintió una punzada de tristeza al ver la foto escolar de la muchacha sonriente: cabello liso de color castaño, jersey del coro de jazz, acné, sombra de ojos azul y brillo de labios. Derek continuó—: La policía pidió a todo aquel que pudiera proporcionar información que llamara a un número de teléfono. Se recibieron más de mil llamadas. Ninguno dio una pista fiable.

—¿Estás segura de que no quieres un dónut de manzana? —le preguntó Ian a Susan. —Sí —respondió Susan.

Derek volvió a apretar una tecla. La imagen de una primera plana apareció proyectada en la pared.

—El 1 de noviembre la historia fue portada. «Joven desaparecida». —Allí estaba otra vez la foto escolar, junto a una foto de la madre, el padre 1 el hermano de Lee en una vigilia en el barrio—. Después de éste, hubo todavía dos artículos más, pero con muy poca información —continuó Derek mientras mostraba otra imagen, otro titular en primera página, fechado el 7 de noviembre—. «Joven desaparecida hallada muerta». Un equipo de rescate de voluntarios la encontró en la isla Ross, sumergida en el barro. Había sido violada y estrangulada. El médico forense calculaba que llevaba allí al menos una semana.

Todos los días de la semana siguiente salió una nueva noticia: rumores, pistas, los vecinos que recordaban lo encantadora que era Lee, ceremonias de sus compañeros, servicios religiosos, y una recompensa creciente, solicitando información que llevara hasta el asesino.

—El 2 de febrero, Dana Stamp terminó su ensayo de danza en el Instituto Lincoln —siguió Derek—. Se duchó, se despidió de sus amigos y se dirigió a su coche, que estaba en el aparcamiento de alumnos. Nunca llegó a su casa. Su madre, una agente inmobiliaria, estaba con unos clientes en la zona Este y llegó a su casa a las nueve. Llamó a la policía justo antes de medianoche.

Puso otra diapositiva. En los titulares de la edición del 3 de febrero del
Herald
aparecía: «Otra joven desaparecida».

Otra foto escolar. Susan se acercó un poco y examinó a la muchacha proyectada en la pared. El parecido era asombroso. Dana no tenía ni el aparato dental ni el acné, por lo que, a primera vista, parecía más guapa que Lee, pero si se examinaban cuidadosamente, se podía pensar que eran parientes. Dana era la chica en la que Lee se convertiría, una vez que se quitara el corrector dental y el acné desapareciera. Tenían el mismo rostro oval, los mismos ojos grandes, una nariz pequeña y cabello castaño. Ambas eran delgadas, con la incomodidad de los pechos incipientes. Dana sonreía en su foto. Lee no.

Susan había seguido toda la crónica. Uno no podía vivir en Portland y eludirla. Mientras los días pasaban sin pistas sobre el paradero de Dana, la historia se convirtió en una y la víctima en una sola muchacha: Dana-Lee. La historia principal parecía una sombría letanía repetida una y otra vez en los informativos locales, independientemente de lo que estuviera sucediendo en el ámbito nacional e internacional. La policía, en público, sólo decía que estaban considerando la posibilidad de que los dos casos estuvieran relacionados, pero en la mente de todos no había ninguna duda. Las fotos escolares siempre aparecían juntas. Se hablaba de ellas como «las chicas».

Derek miró dramáticamente a los presentes.

—Un piragüista encontró el cuerpo, parcialmente oculto por la vegetación, en la orilla de la Explanada el 14 de febrero, el día de San Valentín. Bonito, ¿eh? Había sido violada y estrangulada.

La diapositiva se desvaneció para dar paso al periódico del 8 de marzo.

—Tercera joven desaparecida: la ciudad vuelve a convocar al equipo especial de la Belleza Asesina. —Derek resumió—: Kristy Mathers salió ayer del instituto, a las seis y cuarto, tras un ensayo teatral. Volvía a casa en bicicleta. Su padre es taxista y trabaja hasta tarde. Pasó por su casa alrededor de las ocho porque no había podido comunicarse con ella por teléfono. Llamó a la policía a las ocho y media. Todavía sigue desaparecida.

Susan miró la foto de la muchacha. Era algo más rolliza que Dana y Lee, pero tenía el mismo cabello castaño y los mismos ojos grandes. Miró al reloj redondo y blanco que estaba colgado en la pared, sobre la puerta. La aguja del minutero había dado un salto adelante. Eran casi las seis y media. Kristy Mathers llevaba desaparecida casi doce horas. Un escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que probablemente aquella historia no iba a tener un final feliz.

Ian se dirigió a Susan.

—El tema de tu artículo es Archie Sheridan, no las chicas. Ellas son —se pasó la mano por el cabello hasta la coleta— un telón de fondo. Si escribes esto como corresponde, darás un gran salto en tu carrera.

Derek pareció confundido.

—¿Qué quieres decir? Dijiste que ésta era mi historia. He estado levantado casi toda la noche preparando esta presentación.

—Cambio de planes —replicó lan ofreciéndole a Derek una de sus elegantes sonrisas—. Buena presentación de PowerPoint. —Derek frunció el ceño—. Relájate —dijo lan—. Tú puedes encargarte de actualizar la página web. Vamos a crear un blog.

Dos perfectos círculos rojos aparecieron en las mejillas de Derek, y Susan pudo ver cómo su mandíbula se ponía tensa. Miró a lan y a Clay, aunque este último lo ignoró dirigiendo una golosa mirada a otro dónut. Luego miró a Susan de forma amenazadora. Ella se encogió de hombros y le ofreció una media sonrisa. Podía permitirse ese lujo.

—Muy bien —claudicó Derek con un resignado asentimiento de cabeza. Cerró su ordenador y comenzó a enroscar el cable en torno a su mano. Pero se detuvo de inmediato, apretando el cable—. El Estrangulador Extraescolar. —Todos lo miraron. Él sonrió, satisfecho consigo mismo—. Para el nombre. Se me acaba de ocurrir.

Ian miró a Clay, inclinando la cabeza con aire interrogante.

«No», pensó Susan. «No dejéis que este idiota le ponga nombre. Que no lo haga Derek
el Fornido
.

Clay asintió varias veces.

—El Estrangulador Extraescolar. —Se rió por lo bajo—. Es banal, pero me gusta. —Su risa se apagó y permaneció sentado, perfectamente inmóvil por un instante. Luego carraspeó—. Alguien tiene que escribir la necrológica —dijo suavemente—. Por si las moscas.

Clay tomó su taza de café frío y la miró con pesadumbre. Derek bajó la mirada hacia sus manos. Ian siguió ocupándose de su coleta, y Susan no apartó la vista del reloj. La manecilla dio otro salto hacia delante al transcurrir otro minuto. El eco del sonido rebotó en la habitación, repentinamente silenciosa.

CAPÍTULO 6

Archie contó las píldoras de Vicodina. Trece. Puso dos de las pastillas ovaladas sobre la tapa del inodoro y las once restantes las introdujo en un pastillero metálico, protegiéndolas cuidadosamente con algodón para que no hicieran ruido. Luego guardó la pequeña caja en el bolsillo de su chaqueta. Trece vicodinas extrafuertes. Tenían que ser suficientes. Suspiró y volvió a sacar el pastillero de su bolsillo, contó otras cinco pastillas del bote de plástico color ámbar, las añadió a las primeras y volvió a guardarlas. Dieciocho vicodinas. Diez miligramos de codeína y 750 miligramos de acetaminofeína en cada dosis. La dosis máxima de acetaminofeína que los riñones de un ser humano podían tolerar era 4.000 miligramos en veinticuatro horas. Había hecho el cálculo. Equivalía a 5,33 pastillas diarias. No era suficiente. Así que jugaba a controlar su adicción. Se permitiría una pastilla extra cada tantos días. Hasta 25, después se abstendría paulatinamente, partiría por la mitad las pastillas, y volvería a las cuatro o cinco recomendadas. Luego incrementaría de nuevo la dosis. Era como un juego. Todas esperaban su turno. Vicodina para el dolor, Xanax para los ataques de pánico, Zantac para su estómago, Ambién para dormir. Todas fueron cayendo progresivamente en el pastillero.

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