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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

Dos velas para el diablo (4 page)

BOOK: Dos velas para el diablo
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—Si buscas el
Vocabulario de Teología Bíblica
—le dije—, lo estoy leyendo yo. Pero ahora mismo lo devuelvo, ¿eh?

Lo cierto es que no lo estaba leyendo con mucha atención. Estaba en la A de Ángeles y no había encontrado en aquel libro nada que no supiera ya al respecto.

¿Qué pasó después? Pues, en resumen, que Jotapé expresó sus dudas acerca de que en las novecientas páginas del
Vocabulario
hubiese algo que pudiera interesar a una niñita de siete años como yo; le dije que tenía razón, que había monografías que eran bastante más detalladas. Y que, después de todo, no tenía sentido que siguiese estudiando la
Biblia
, si tenía el
Libro de Enoc
.

—¿El
Libro de Enoc
? —repitió Jotapé, todavía más estupefacto que antes.

Ladeé la cabeza y lo miré con fingida inocencia.

—Eres un cura —le dije—. No me digas que no sabes lo que es el
Libro de Enoc
.

Sí que lo sabía, claro. Pero es normal que los sacerdotes presten más atención a la
Biblia
que a otros textos apócrifos. Y el
Libro de Enoc
es exactamente eso.

Lo que diferencia este texto de todos los demás es que dedica bastantes páginas a la historia angélica. Y relata una versión muy curiosa de la Caída de los ángeles al principio de los tiempos. No es una lectura propia de una niña de siete años; pero tiene sentido si tu padre es un ángel y quieres saber más acerca de su esencia y sus orígenes.

¿Que por qué no le pregunté a él al respecto? Bien… es una buena cuestión.

Imaginad que lleváis existiendo en este mundo desde el principio de los tiempos. Desde la aparición de la vida. Unos seiscientos millones de años, más o menos. Eso es mucho, mucho tiempo. Y no hay cerebro que soporte tantos recuerdos, ¿entendéis lo que quiero decir? Ni siquiera el cerebro de un ángel transubstanciado.

Exacto: los ángeles ya no recuerdan sus orígenes. Al quedarse atrapados en cuerpos humanos, perdieron también la mayor parte de su memoria. Así que no saben de dónde vienen ni cuál es exactamente la causa de su disputa con los demonios, ni qué pasó con Adán y Eva, si es que pasó algo de verdad. Y, con todo eso, también han olvidado la manera de regresar hasta Dios, o hasta el cielo, si es que existe un lugar semejante.

Así que no es de extrañar que los ángeles lean las escrituras, todas las escrituras, de todas las religiones, con sumo interés. Supuestamente, los humanos sabemos todas esas cosas acerca de Dios y de los ángeles porque los mismos ángeles se las contaron a nuestros antepasados hace miles de años. Y ahora que ellos tienen dificultades para evocar el pasado, recurren a lo que los humanos escribieron al respecto… que no es exactamente la verdad, sino distintas interpretaciones de lo que los ángeles trataron de enseñarles. ¿No es paradójico?

Mi padre solía decir que tiene que haber una pizca de la verdad común en todas las escrituras. Pero que la gente se obceca tanto en ver las diferencias que no encuentra las semejanzas, que podrían guiarlos hasta la verdad común.

A la mayoría de los ángeles, si queréis que os diga la verdad, les importa un pimiento que los hombres encuentren la verdad común. Lo que quieren es encontrarla ellos.

¿Y sabéis lo más gracioso de todo este asunto acerca de la pérdida de memoria? Que a los demonios también les afecta.

Y ahora imaginad la cara que puso Jotapé cuando terminé de contarle todo esto.

Yo no sé qué pensaría. Tal vez que mis padres eran unos fanáticos religiosos de alguna secta rara o que era una niña con demasiada imaginación, pero ni siquiera las niñas con una imaginación a prueba de bombas son capaces de citarte párrafos enteros del
Libro de Enoc
, y además de memoria, así que el buen sacerdote pensaría que la hipótesis de los fanáticos religiosos era la más plausible… y dijo que quería conocer a mi padre. Para asegurarse de que una tierna infante como yo estaba realmente en buenas manos, supongo. Y, en fin… el resto es historia.

Salgo de la biblioteca y respiro hondo y, por primera vez en mucho tiempo, me siento tranquila y segura. Es bueno recordar viejos tiempos, momentos felices. Y aunque echo mucho de menos a mi padre, el haberme reencontrado con Jotapé me hace sentir mucho mejor.

Me vendrá bien un descanso antes de reemprender mi viaje. Unos días aquí, tranquila, viviendo en una casa normal, durmiendo en un sofá-cama normal y comiendo como una persona normal. Y después…

Algo interrumpe el curso de mis pensamientos. No es nada en concreto, solo una intuición, un presentimiento. Miro a mi alrededor, inquieta.

Estoy rodeando la biblioteca. Hay gente en la entrada, sentada en el muro o en las terracitas de los cafés. Casi todos son estudiantes, aunque parece que han venido más a tomar el sol que a estudiar. Nada raro por aquí.

Ante mí se extiende un camino bordeado de columnas de distintas alturas, columnas que no sostienen ningún techo, pero que, entre los árboles y las palomas que picotean el suelo, ayudan a conformar un paisaje misterioso y de una extraña calma.

La calma que precede a la tempestad.

Sacudo la cabeza. Qué tontería. Aquí no hay nadie.

Doy la espalda a la parte frontal de la biblioteca, a los cafés y a los estudiantes que toman el sol, y me interno por el bosque de columnas, en dirección al parque que rodea el edificio. Las palomas se apartan a mi paso. Pronto, la sombra de la biblioteca me tapa el sol. Y me estremezco de nuevo. Esta vez sí que lo he sentido. Hay alguien… o algo…

Lentamente, me llevo la mano a la espalda para sacar la espada si es preciso.

Pero él, o ella, o ello, es más rápido.

Lo veo por el rabillo del ojo: una oscura figura que me observa desde lo alto de una de las columnas. Me vuelvo hacia ella, pero cuando miro, ya no está. La detecto sobre otra de las columnas, y en esta ocasión no tengo tiempo de girarme para verle, a él, a ella, a lo que sea… ni de asimilar sus rasgos, porque, de un increíble salto, velocísimo, inhumano, se abalanza sobre mí y me hace caer, y el filo de una espada que no es la mía brilla un instante en mi pupila.

Las palomas salen volando en desbandada.

—Estoy viva —murmuro, sin poder creerlo, hundiendo la nariz en la taza humeante que me tiende Jotapé—. No puedo creerlo. No puedo creerlo. Es… —sacudo la cabeza—. No lo entiendo.

—Tal vez, si me lo explicaras con más calma, podría echarte una mano —sugiere Jotapé.

Le miro casi como si no le viera. Claro, él solo sabe que he llegado a casa hecha un manojo de nervios y que soy incapaz de hilar dos frases coherentes seguidas. Intento tranquilizarme y ordenar mis ideas, y para ello doy un largo sorbo a la tila. Me quemo la lengua, pero no me importa. Cierro los ojos y respiro hondo. Jotapé espera pacientemente.

—Bien —empiezo—. Fui a la biblioteca. Hasta ahí, todo normal. Pero al salir… me atacaron.

—¿Que te atacaron? ¿A plena luz del día?

—No me estoy refiriendo a un chorizo cualquiera, Jotapé. La persona que me atacó… si es que realmente era una persona… en fin… intentó matarme.

Creo que son demasiadas emociones juntas para mi amigo. Se sienta, abre la boca, parece que va a decir algo, pero finalmente se calla, porque no le salen las palabras. Sacude la cabeza y me deja seguir hablando. Va a ser lo mejor.

Pero ¿cómo le explico lo que ha pasado sin hablarle de las espadas?

El individuo que ha intentado matarme llevaba una de ellas. La ha sacado de la vaina, la he visto cerniéndose sobre mí, y casi he visto pasar mi vida entera ante mis ojos. Me ha dado tiempo de blandir mi propia espada, incluso creo que los dos filos han chocado, pero me había tirado al suelo y es imposible que hubiese salido con vida de esta. Ha saltado sobre mí para matarme, y pudo haberlo hecho. Y, sin embargo, sigo viva.

Ha sido al ver mi espada, estoy segura. Quizá le ha sorprendido que tratara de defenderme, aunque me parece que no se trata de lo que he hecho, sino de con qué. No esperaba
     
que yo tuviera una espada angélica. Eso le ha pillado totalmente desprevenido. Y aunque me ha puesto en una situación en la que no habría podido defenderme, ni con la espada ni sin ella, me ha dejado marchar sin hacerme daño. Se ha ido. Ha desaparecido, sin más. (Bueno, no ha desaparecido, sin más; es que se ha marchado muy deprisa. Pero ya me entendéis.)

Tiene que haber sido un demonio. Pero, en tal caso, ¿por qué me ha perdonado la vida? ¿Tal vez porque soy humana? Sacudo la cabeza; no, eso no puede ser. Mi espada no es signo de mi condición humana, sino de mi parentesco con los ángeles.

Sé que mi atacante no era un humano del montón. Ninguna persona normal se mueve de esa manera.

Y en cuanto a él…

Todavía no sé si era hombre o mujer. Apenas pude verle la cara. Solo los ojos, cuando nuestras miradas se cruzaron. Unos ojos profundos, insondables… que me recordaron a los de mi padre.

¿Sería otro ángel? ¿Un ángel trató de matarme y cambió de idea al ver que yo blandía la espada de otro ángel?

No puede ser; los ángeles no atacan a las personas. Solo a los demonios.

—Alguien intentó matarme —resumo a media voz—. Alguien que no era humano. Pero cambió de idea y me dejó ir sin hacerme daño. Un ángel no me habría atacado. Y un demonio no habría cambiado de idea.

Sobreviene un largo y pesado silencio.

—Entiendo —dice por fin Jotapé—. Comprendo que estés confusa. Sin embargo, en estos momentos la identidad de tu atacante no es tan importante como el hecho de que estás en peligro. Alguien va tras tus pasos, Cat.

Y deja caer un montón de papeles sobre la mesa. Les echo un breve vistazo.

—¿Qué es esto?

—He ido al cíber esta mañana y he estado buscando información en internet acerca de la muerte de Ismael.

—¿En páginas polacas? ¿Cómo te las has arreglado?

—Con traductores on-line. Ha sido bastante complicado y por eso he estado fuera toda la mañana. Pero he encontrado algo muy interesante. Mira esto.

Me señala la copia de un artículo de periódico. En polaco, claro. No entiendo nada, pero no parece que tenga nada que ver con mi padre. Hay una foto de una niña. Una niña cuya cara me suena de algo, pero a la que no termino de ubicar.

—Mencionan el hallazgo del cuerpo de tu padre en una gasolinera cerca de Walbrzych. En el mismo lugar y el mismo día en el que desapareció esta niña.

Ah. Oh. Ah.

Maldita sea, ya caigo. La niña de la gasolinera. La que estaba en el baño. Me crucé con ella cuando salió.

—¿Que ha desaparecido, dices?

—Por lo que he podido entender, fue al servicio mientras su madre llenaba el depósito del coche. Nadie la ha vuelto a ver desde entonces.

Suspiro.

—Me lo imagino. Tenemos una niña secuestrada, un desconocido asesinado y una adolescente extranjera que no hablaba ni papa de polaco y que fue la última en ver a ambos con vida. Me figuro que ya me habrán echado encima a toda la policía internacional.

—En realidad no me refería a eso, Cat. ¿No lo comprendes? El secuestro… la muerte de tu padre… no es una casualidad.

Y lo entiendo todo de golpe. La certeza de que Jotapé no se equivoca me sacude entera como una especie de huracán interno, bastante devastador, por cierto.

—Se equivocaron —murmuro—. Querían secuestrarme a mí y se la llevaron a ella. La confundieron conmigo.

—La hija del ángel —asiente Jotapé—. No sé quién mató a tu padre, pero el que lo hizo pretendía acabar con su vida y llevarse a su hija, a la niña que viajaba con él. Tarde o temprano se darán cuenta de que se han llevado a la chica equivocada y volverán por ti. Así que… ¿y si ya se han dado cuenta?

—No veo en qué —refunfuño, más abatida que molesta—. No he heredado nada de mi padre; soy una humana del montón y nada me distingue de esa niña, salvo que soy un poco mayor, no hablo polaco y tengo una esp… —me callo de golpe.

—¿Sí? ¿Una qué?

—Una esp… ecial habilidad para meterme en líos —improviso; sacudo la cabeza y trato de cambiar de tema—. Pero si los tipos de la gasolinera secuestraron a la niña, y el de la biblioteca trató de matarme… ¿significa eso que ella está muerta?

—O que son gente distinta —se apresura a responder Jotapé—. No te pongas en lo peor, Cat.

Le miro, sombría.

—Cuando se trata de demonios —señalo—, no hay más remedio que ponerse en lo peor.

Mi amigo suspira.

—No me quiero poner en lo peor… porque esos tipos iban por ti. Y si te encuentran…

Me remuevo, incómoda.

—Tiene que ser un error —replico—. No hay nada interesante en mí. No soy un ángel, se mire por donde se mire. Si hay genes angélicos en mi ADN, desde luego deben de ser unos genes bastante vagos. Lo que quiero decir es que en la guerra sobrenatural yo soy menos que un peón. Cualquier angelillo de tres al cuarto sería mejor presa que yo.

Jotapé me mira fijamente, de forma tan intensa que me hace sentir incómoda. Vamos, no estoy mintiendo. Es verdad que quiero vengar a mi padre. Pero no creo que eso les importe lo más mínimo a las legiones demoníacas. Honestamente, nadie podría tomarme en serio. Lo tengo muy asumido, y ya había llegado a la conclusión de que esa puede ser una baza a mi favor, la única, en realidad. Así que… ¿¡por qué diablos me están tomando en serio!?

—¿No te habrás metido en líos últimamente, Cat?

—Qué va —respondo, alicaída—. Todavía no he tenido ocasión. Era una forma de hablar —añado rápidamente al ver que Jotapé arquea una ceja—. En serio, Juan Pedro —insisto—. Siempre he ido con mi padre y él no se metía con nadie. Y yo tampoco, desde que no estoy con él. Bueno, una vez robé en un supermercado, pero no creo que eso le importe a ningún demonio y, además, dice la Biblia que hay que dar de comer al hambriento, ¿no?

Jotapé se ha puesto todavía más serio.

—¡Ah, venga ya! —protesto—. ¿De verdad te has enfadado por una cosa tan tonta?

Pero él sacude la cabeza.

—Olvídate del supermercado, Cat, y piensa un poco. Si no has hecho nada para enfadar a los demonios, y no supones un peligro para ellos….

Reprimo un carraspeo nervioso; tengo intención de ser un peligro para ellos, al menos para unos cuantos, pero eso no tendría por qué saberlo nadie todavía.

—… entonces no se trata de lo que hayas hecho o puedas hacer, sino de lo que eres.

Y deja caer un libro sobre la mesa. Doy un respingo al reconocerlo.

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