Read El Asombroso Viaje De Pomponio Flato Online

Authors: Eduardo Mendoza

Tags: #Ficción Historica

El Asombroso Viaje De Pomponio Flato (9 page)

BOOK: El Asombroso Viaje De Pomponio Flato
2.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Encontré a Apio Pulcro en su aposento, sumamente nervioso y contrariado. Está convencido de que el incidente de la víspera es el preludio de una revuelta general, de que el Sanedrín carece de suficientes efectivos para sofocarla y de que su vida corre un peligro cierto. Por su gusto, regresaría sin dilación a Cesarea, pero no es posible abandonar la ciudad, ya que en campo abierto se puede caer con facilidad en una emboscada, ora de los insurgentes, ora de los bandidos, porque también corre por la ciudad el rumor de que el temible Teo Balas anda rondando las inmediaciones de Nazaret. Por añadidura, no juzga oportuno abandonar Nazaret sin haber cerrado con todas las garantías legales el negocio inmobiliario que se trae entre manos. Todo esto lo tiene muy enojado.

—Si al menos supiéramos, oh Pomponio, quién es el cabecilla de la secta, podríamos aprehenderlo y ejecutarlo de un modo sumario y ejemplar. Así abortaríamos el levantamiento, antes de que se produzca un baño de sangre. Pero aquí nadie sabe nada, o si sabe, prefiere callar por temor a la venganza o por animadversión a los romanos. Ardua coyuntura, por Hércules.

Recordé las palabras de Zara la samaritana acerca del joven Mateo y su presunta adhesión al movimiento independentista, pero me abstuve de repetírselas al tribuno hasta tanto no se aclarase un poco más la situación. De camino al Templo yo no había percibido nada anómalo en el comportamiento ni en el aspecto de los ciudadanos, y después de conocer lo sucedido me sorprendía la moderación de la violencia sufrida por Apio Pulcro, pues no habría costado nada a los atacantes ora secuestrarle, ora darle muerte y, no obstante la impunidad, no lo habían hecho. Tal vez sólo pretendían crear un clima de alarma o provocar una reacción de las fuerzas vivas, aunque, desconociendo el país, su historia y su idiosincrasia, me resultaba imposible barruntar la causa de esta acción.

Meditando estas cosas me dirigí a casa de Jesús con la intención de comunicarle mi determinación de abandonar nuestras investigaciones, sobre todo en vista de los cambios ocurridos durante la noche.

Encontré al niño ayudando a su padre a terminar la nueva cruz. De su rostro emaciado deduje que José, herido en su orgullo profesional por los comentarios peyorativos de Apio Pulcro, había pasado buena parte de la noche enfrascado en su trabajo. Le pregunté si había oído alboroto en la calle y respondió que no. Al referirle lo sucedido, lamentó el daño causado al tribuno y prometió implorar de Yahvé su pronto y total restablecimiento.

—Una extraña actitud hacia quien te ha condenado a muerte —exclamé.

José se encogió de hombros y dijo:

—No hemos de devolver mal por mal, sino al contrario: perdonar a nuestros enemigos y amarlos como Dios nos ama.

—Por Júpiter, no sé quién te ha metido esa idea en la cabeza, pero venga de donde venga, es una insensatez. Si no distinguimos al amigo del enemigo y al bueno del malo, ¿adónde irán a parar la virtud y la justicia?

Como tenía por costumbre, el estólido carpintero regresó a sus quehaceres sin responder a mis argumentos, lo que me produjo una gran irritación, pues aparte de su hijo, yo era la única persona en todo el Imperio que estaba tratando de hacer algo por él. Al percatarse de mi enojo, María vino directamente a nosotros y con una suavidad donde se conjugaban el amor y el sufrimiento dijo:

—Estoy segura, Pomponio, de que no has comido. Yo acabo de cocer un pan y nos sentiremos muy honrados si quieres compartirlo con nosotros.

Como ciertamente tenía hambre, decidí postergar mis quejas y aceptar la oferta. María sonrió y envió a Jesús a buscar una vasija de leche a una tienda próxima. Cuando el niño se hubo ido, me indicó por señas que la acompañase. Salimos a un patio trasero rodeado de un muro. En el centro había un aljibe y contra el muro se apilaban tablones de distintos tamaños, así como una pila de leños destinados al fuego del hogar. Un burro rumiaba con languidez en un pesebre. María se sentó en un banco de piedra, junto a un macizo de lirios y azucenas, me invitó a sentarme a su lado, cruzó las manos sobre el regazo y dijo:

—No te enojes, Pomponio, con mi pobre esposo. No oye bien y lo que oye lo entiende a medias. Esta merma de percepción se debe, en parte, a una vida entera entre martillazos y serruchazos, y en parte, a una existencia larga y llena de vicisitudes, algunas verdaderamente insólitas. Pero es un hombre bueno y justo y valora tus esfuerzos. Debido a su sordera no oyó los ruidos que anoche alteraron la paz. Yo sí los oí, y este asunto me preocupa por varias razones. La estabilidad del país es precaria. Lo es la de todos los países, pero la de éste, más. Siempre ha habido opositores a la presencia romana, como antes los hubo contra Nabucodonosor. Los actuales consideran a Herodes un títere de Augusto, en lo que llevan razón, y sueñan con recobrar una independencia que sólo existe en dudosas crónicas e incluso con recobrar la gloria legendaria del rey Salomón, su Templo y sus minas. Hasta ahora no ha pasado nada irremediable: son pocos y no tienen medios. Pero las cosas están cambiando. Herodes Antipas no es como su padre, Herodes el Grande, por quien no siento ninguna simpatía, pero a quien reconozco cualidades de hombre de Estado. Gobernó con mano firme, no se detuvo ante nada. Su hijo es lo contrario: débil de carácter, depravado y timorato, cree que sus hermanos conspiran para arrebatarle el reino, vive pendiente de las conjuras de palacio, sólo escucha a los aduladores, a los delatores y a los espías y no desdeña recurrir al asesinato. A su sombra, cortesanos venales rigen el país en beneficio propio. Suben los tributos, suben los precios, cada día hay más pobres, los descontentos ya son legión. Tierra fértil para la semilla de la rebelión. Si estalla, no faltará ayuda externa: siempre hay poderes dispuestos a invertir en la violencia ajena. El resultado sólo es uno: la ruina del pueblo judío. Tal vez exagero en mis temores. Sólo soy una mujer ignorante y, para colmo, la esclava del Señor; dejemos los detalles para otro momento. Pero soy una mujer del pueblo, y sé cómo piensa el pueblo. Voy todos los días al mercado, menos el sábado, claro, y también a lavar al río, y allí oigo hablar a la gente. Como no salen de sus aposentos, ni el Tetrarca, ni el procurador de Judea, ni el Sumo Sacerdote saben ni sospechan lo que la gente piensa. Se pasan el día metidos en el baño, untados de aceite, con sus concubinas.

—¿El Sumo Sacerdote también tiene concubinas? —pregunté.

—No lo sé. No sé lo que es una concubina, ni lo que se puede hacer con ella en el baño. Yo creía que era una esponja. Repito lo que he oído. Mis pensamientos son del todo puros. Sólo ponía este ejemplo para subrayar el divorcio entre gobernantes y gobernados. Perdona si no he sabido explicarme mejor. En mi país las mujeres no hacen política. Lo de Judit y Holofernes fue puro pragmatismo y no cuenta. Además, yo tengo otras cosas en las que pensar. No he hecho esta sinopsis para demostrar mis conocimientos, ni para informar a un romano de las maquinaciones de mis compatriotas. Me preocupa únicamente mi hijo, y si estoy hablando más de lo que he hablado en toda mi vida, con un pagano, y a espaldas de mi marido, es porque he advertido que has cobrado afecto por Jesús y que él también te estima y te respeta.

—En verdad —repuse—, no sería el primer caso de un menor instruido por alguien ajeno a su pueblo, a sus creencias e incluso a su especie, pues es bien sabido que el propio Aquiles aprendió el arte de la caza del centauro Quirón, pero, en mi caso particular, no se me ocurre de qué modo puedo ayudar a tu hijo.

—Siendo paciente, Pomponio. Jesús, aunque pequeño, es muy listo, se da cuenta de todo. Yo me atrevería a llamarlo clarividente para las cosas elevadas. Pero de este mundo sabe poco. Cualquiera puede influenciar sus ideas y sus actos. Jesús tiene un primo llamado Juan. Cuando regresamos a Nazaret, tras una larga ausencia, Juan incluyó a Jesús en un grupo de adolescentes, casi niños, sensibles, piadosos y un poco apasionados. Podrían haberle metido ideas peregrinas en la cabeza.

—Conozco a Juan —atajé—. Es un cavernícola.

—Él no tiene la culpa. Cuando fue engendrado sus padres ya chocheaban. No pudieron encarrilarlo en la buena senda. Siempre anduvo suelto, vestido de cualquier manera…

—Y ahora está metido en el movimiento rebelde.

En vez de corroborar mi aserto, María cortó una azucena y pareció ensimismarse en el aroma intenso de la flor. Luego siguió hablando sin apartar la mirada del blanco cáliz:

—En nosotros Jesús tampoco ha encontrado un hogar como es debido. José es generoso y benévolo. Quizá demasiado. Nadie habría aguantado las cosas que él… A Jesús le conviene salir del círculo cerrado en que vive, conocer a personas distintas de nosotros. Me ha contado dónde estuvisteis ayer; me ha hablado de una niña y un corderito. Nunca lo había visto tan animado, casi feliz. No ignoro… no ignoro la clase de mujer… También en el mercado y en el lavadero se comentan estas cosas. Incluso en el Templo, a la salida de los sacrificios. A las personas les gusta murmurar, con razón o sin ella. Yo misma, hace unos años, fui víctima de las habladurías. A Jesús le conviene tu compañía. Tienes otro modo de pensar, otra cosmogonía, por decirlo de algún modo, no vives aprisionado por una ley tan estricta ni por los mitos atroces de este pueblo encadenado al culto y condenado a la extinción.

Se interrumpió súbitamente, dejó caer la flor, se levantó, se alisó la túnica azul, pisó una sabandija y concluyó diciendo:

—No debería hablar tanto. Mi papel es otro. Cuida de mi hijo y no repitas a nadie este soliloquio.

Volvimos a entrar en el momento en que regresaba Jesús con la jícara. Mientras desayunaba no dejó de preguntarme por los planes del día. Yo no tenía ninguno, pero me faltó valor para comunicarle mi decisión de abandonar el caso.

CAPÍTULO XI

En la calle seguía reinando una aparente normalidad; sólo en algunos puntos estratégicos se advertía la presencia de guardias escasamente armados. Pero como esto no tenía relación con nuestras investigaciones, opté por dejar la rebelión al cuidado de las autoridades competentes y concentrar mis esfuerzos en la exculpación del obstinado carpintero. Para lo cual decidí realizar una segunda ronda de pesquisas, empezando por la persona cuya opinión al respecto más me interesaba, pero cuya cooperación se me antojaba más problemática, es decir, la viuda del difunto. Nos pusimos, pues, en camino hacia la villa sin un plan preconcebido, confiando en que la veleidosa Fortuna se mostrase benigna en esta ocasión, como en verdad hizo, pues cuando llevábamos un trecho recorrido, vi al legionario que porta el estandarte caminar entre la gente con su atributo al hombro. Impongo a Jesús un estricto silencio, voy derecho al encuentro del soldado y con expresivas muestras de alegría y solicitud le pregunto qué anda haciendo a esta hora solo y con el estandarte. Responde que la noche anterior, en el fragor de la reyerta en que se vio envuelto cuando acompañaba a Apio Pulcro, el estandarte rodó por los suelos y se torció un poco el águila imperial, por lo que esta misma mañana, al despuntar la Aurora de espléndido trono, lo ha llevado al herrero a que la enderezase. Ahora, hecha la reparación, regresa al Templo, donde siguen acuartelados los demás legionarios en previsión de nuevos ataques.

—Pues tanto tú como yo, valiente soldado, estamos de suerte —le digo—, porque Apio Pulcro te espera para encomendarte la misión de acompañarme a realizar una importante gestión, y, habiéndonos encontrado a mitad de camino, tú te ahorras buena parte del trayecto y yo, el tiempo de espera. Demos gracias a Minerva, que con certeza ha guiado tus pasos así como los míos.

Inclinamos nuestras cabezas en señal de acatamiento a los inapelables designios de la diosa y acto seguido, con la valiosa adición del soldado y el estandarte, seguimos nuestra vía.

El soldado, que se llama Quadrato, es muy alto y corpulento, como corresponde a quien ha de hacer ostensible el símbolo del poder y la grandeza de Roma, y veterano de muchas campañas. Dice haber luchado de joven en el bando de Pompeyo contra Julio César, en la decisiva batalla de Farsalia, que perdieron. Más tarde, a las órdenes del divino Augusto, en Cantabria, donde recibió varias heridas gloriosas. Una de ellas, producida por la maza de un astur, habría resultado fatal de no ser por el casco, que le evitó la muerte, pero no una merma sensible del entendimiento. Por esta causa, así como por su elevada estatura, ha sido designado portaestandarte y destinado a Judea, donde este cargo reviste una importancia capital. De todo ello se siente muy orgulloso Quadrato.

—Cuando lo llevo erecto —nos explica—, el mundo entero tiembla y se humilla. En sentido figurado, claro. Y cuando pronuncio las sagradas letras SPQR, no hay mujer de ninguna edad y raza que se me resista. Con esto está todo dicho.

Fingiendo interés, sorpresa y admiración consigo que al llegar ante la villa del rico Epulón su vanidad haya crecido de tal modo que cree estar encabezando la entrada triunfal de Escipión en Roma cuando sólo va por un camino desierto y polvoriento, acompañado de un niño y un filósofo andrajoso e incontinente. Pero como la ostentación siempre causa efecto a las personas de baja cuna y cortas luces, los criados que acuden a mis voces, en lugar de expulsarnos a salivazos, nos abren la cancela, nos franquean el paso en actitud de temor reverencial y nos conducen directamente a la entrada de la casa. Allí digo al portaestandarte y a Jesús que no me sigan. Jesús hace amagos de protesta, pero cuando le explico que si puedo entrevistarme con la viuda del difunto su presencia no constituirá una ayuda sino un estorbo, lo entiende y promete esperar pacientemente y sin hacer travesuras.

Desembarazado al fin de mis dos acompañantes, penetro a través de un angosto vestíbulo en el atrio o peristilo, en todo idéntico al de una casa romana, con excepción de las estatuas y mosaicos, prohibidos por los rigurosos preceptos de la ley mosaica. El mobiliario, por contraste, es lujoso, sólido, confortable y abigarrado, como corresponde al gusto de un rico provinciano.

Al cabo de muy poco sale de una celda aledaña la viuda de Epulón, acompañada de su hija, la hermosa Berenice, de cándidos brazos, y de una sierva, todas vestidas de luto y con el rostro cubierto de una gasa blanca bajo la cual apenas se distinguen los rasgos pálidos y alterados de las tres mujeres.

—Me han anunciado tu visita, oh Pomponio —dice la viuda de Epulón sin salutación previa—, y no puedo ni quiero ocultar mi asombro ante un hecho semejante, pues ayer manifesté, estando tú presente, mi voluntad de no ser molestada, y no acostumbro a ver incumplidos mis deseos, y menos en mi propia casa.

BOOK: El Asombroso Viaje De Pomponio Flato
2.05Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

De la Tierra a la Luna by Julio Verne
Inherent Vice by Thomas Pynchon
An Ordinary Day by Trevor Corbett
Playing with Fire by Katie MacAlister
Contact by Johnny B. Truant, Sean Platt
Opposite Contraries by Emily Carr, Emily Carr
Kronos by Jeremy Robinson
Prowling the Vet by Tamsin Baker