El cantar de los Nibelungos (29 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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Cuando se marcharon los que habían ido con Dietrich, llegaron de Bechlaren los fieles de Rudiguero en número de quinientos, los cuales entraron en la sala cubiertos con los escudos. El margrave sentía pesar, pues no querían que justaran.

Se acercó recatadamente a las compañías, y dijo a sus hombres que podían advertir, como los que habían ido con Gunter estaba de mal humor y que le darían un placer con no tomar parte en el torneo.

Cuando se retiraron estos héroes, llegaron los de Turinga, según nos han dicho, y los fuertes de Dinamarca. A los golpes volaron en astillas las astas de muchas lanzas.

Irnfrido y Hawart llegaron al torneo: los del Rhin lucharon contra ellos con ánimo esforzado, esgrimiendo fuertes lanzadas contra los de Turinga; más de un fuerte escudo quedó agujereado.

Llegó el guerrero Blodel con tres mil de los suyos. Etzel y Crimilda lo vieron al momento, pues justaban ante ellos. La reina los vio venir con gran placer en odio a los Borgoñones. Así pensaba en su interior y ocurrió más tarde.

—Si ofende a cualquiera confío en que principiará el combate; podré vengarme de mis enemigos y terminarán mis cuidados.

Schrutano y Gibek, Ramungo y Hornbogo llegaron al torneo a la manera de los Hunos e hicieron frente a los guerreros Borgoñones: las astillas de las lanzas saltaron por encima de las paredes del palacio.

Por mucho que todos hicieron, no era más que ruido. En el palacio y en los salones se escuchaba el chocar de los escudos de los hombres de Gunter. Allí consiguió su acompañamiento grande honor.

El torneo era fuerte y tan animado que los buenos caballos que montaban los guerreros arrojaban espuma a través de los bocados. Justaron con los Hunos por deferencia. El fuerte Volker, el noble músico, dijo:

—Creo que esos guerreros no se atreverán a hacernos frente. He oído decir que nos odiaban, nunca se les ha presentado mejor ocasión.

—Ahora —dijo el altivo rey— es necesario llevar nuestros caballos; volveremos por la noche cuando sea hora. Tal vez entonces la reina conceda el premio a los Borgoñones.

Vieron llegar a uno más bello que todos los Hunos que hasta entonces se había presentado. En la ventana debía de estar la que amaba, y se adelantaba con tan airoso continente que parecía un recién desposado.

—¿Quién es el que llega? —dijo Volker—. Ese afeminado debe sentir mis golpes. Nadie lo podrá evitar, porque en ello va su vida: ¿qué me importa a mí la cólera de la esposa de Etzel?

—No hagáis eso si me quieres —le dijo el rey—, la gente nos censuraría si lo acometiéramos: deja que los Hunos comiencen, esto será mejor.

El rey Etzel seguía en la ventana al lado de la reina.

—Quiero animar el torneo —dijo entonces Hagen—. Hagamos ver a esas mujeres y a esos guerreros que sabemos cabalgar; de cualquier manera que sea, no concederán el premio a los héroes de Gunter.

Volker el atrevido entró de nuevo en la liza causando al corazón de muchas mujeres grandes sobresaltos. Esgrimió su lanza contra el cuerpo del rico Huno; se vio en seguida llorar a muchas mujeres y doncellas.

Inmediatamente Hagen con sus guerreros, en número de sesenta, se dirigieron al sitio en que justaba el músico. Etzel y Crimilda veían todo aquello.

Los reyes no quisieron dejar sin ayuda al buen músico en medio de los enemigos. Fueron allá con mil guerreros caminando con maestría; todo cuanto querían lo llevaban a cabo cortésmente.

Cuando el rico Huno fue herido de muerte, se escuchó a sus parientes llorar y quejarse. Todo el acompañamiento preguntó: «¿Quién ha hecho eso? Eso lo ha hecho el músico, Volker el esforzado artista».

Los parientes del margrave de los Hunos, pedían agrandes voces sus escudos y sus espadas; querían dar muerte al músico. El rey había visto todo aquello desde la ventana.

Por todas partes lanzaban gritos los Hunos. Los príncipes y Volker echaron pie a tierra ante la sala, y el acompañamiento de Gunter dejó a un lado los caballos. Llegó el rey Etzel y separó a los dos grupos. De manos de un primo suyo de los Hunos, arrancó una afilada espada, y esgrimiendo los separó a todos; grande era su cólera.

—¡Oh! ¡cómo voy a perder los servicios de estos héroes, si matáis aquí al noble artista! —exclamó el rey Etzel—. Yo he visto cómo atacó a ese Huno. Él no ha tenido la culpa, sino su caballo que se ha desbocado. Es menester dejar en paz a mis huéspedes.

Él mismo lo acompañó. Llevaron ios caballos a sus cuadras donde muchos criados los curaron y vendaron con esmero.

El príncipe con sus amigos se dirigió al salón, y contuvo con impero todos los odios. Pusieron las mesas y trajéronles agua. Los del Rhin tenían allí fuertes enemigos.

Aunque Etzel le incomodaba, se vio mucha gente armada que se agolpaba cuando pasaron los príncipes para ir a la mesa: todo revelaba el odio hacia los extranjeros.

Querían vengar a su pariente si había tiempo para ello.

—Preferir comer con vuestras espadas, que sin ellas, es ya una descortesía —dijo el soberano del país—. Si alguno de vosotros hace la menor ofensa a mis huéspedes, le cuesta la cabeza. Sabedlo, Hunos.

Antes que se sentara pasó mucho tiempo, los cuidados de Crimilda eran grandes. Ella dijo:

—Príncipe de Berna, os pido ayuda y consejo; mi angustia es grande.

A estas palabras respondió Hildebrando, el noble caballero:

—El que ataque a los Nibelungos lo hará sin mi ayuda; ningún tesoro podrá decidirme, y además le sucederá una desgracia. Estos esforzados guerreros no han sido vencidos todavía.

—Hagen me ha causado grandes pesares, pues él asesinó a Sigfrido, mi amado esposo. Daría todas mis riquezas al que lo separara de los suyos, pero si uno más pereciera, sentiría grandísima aflicción.

—¿Cómo podría matársele cerca de los suyos?

—Fácil es que comprendáis —le respondió en seguida Hildebrando— que si atacara a ese héroe, se empezaría en seguida un combate, en el que tendrían que perecer pobres y ricos.

El señor Dietrich, animado de los mejores sentimientos, añadió:

—Dejad esas palabras rica reina; vuestros parientes no nos han inferido ofensa ninguna que pueda llevarnos a un combate contra los fuertes guerreros.

»Vuestra petición os favorece muy poco, noble esposa del rey, y no es bueno querer quitar la vida a vuestros parientes. Con gran confianza han venido a este país. Sigfrido no será vengado por la mano de Dietrich.

No hallando deslealtad ninguna en el de Berna, prometió hacer mandar a Blodel una extensa marca que en otro tiempo tenía Nudungo. Bien pronto matándole, le hizo olvidar Dankwart el regalo.

—Tú me ayudarás, hermano Blodel —dijo ella—. Aquí en esta casa están mis enemigos, los que asesinaron a Sigfrido mi querido esposo. Al que me ayude a vengarlo, quedaré siempre reconocida.

—Señora —le respondió Blodel—; bien sabéis que no puedo dar satisfacción a vuestro odio, pues Etzel quiere mucho a vuestros hermanos. Si les causara algún mal, la cólera de Etzel caería sobre mí.

—No, señor Blodel, yo os lo agradecería siempre, os daré en premio toda mi plata y oro y una hermosa esposa, la viuda de Nudungo: placer tendríais acariciando su hermoso cuerpo.

»Yo os daría además tierras y ciudades; siempre podríais vivir satisfecho, noble caballero, si consiguierais la marca que tenía Nudungo. Todo lo que yo os prometo lo cumpliría fielmente.

Cuando Blodel conoció toda la recompensa, como aquella hermosa le agradaba mucho, se preparó a conseguir, combatiendo, la hermosa mujer. Pero en aquella empresa debía perder la vida. Dijo a la reina:

—Entraré en la sala y sin que nadie pueda sospechar provocaré un combate. Menester es que Hagen pague el mal que os ha hecho. Os entregaré amarrado al vasallo de Gunter.

»Ahora —exclamó Blodel— armaos, todos los de mi séquito. Iremos en busca de nuestros enemigos a su alojamiento. La esposa de Etzel me lo pide y no se lo puedo negar; por esto, héroes, debemos exponer nuestros cuerpos.

Cuando la reina dejó al guerrero Blodel dispuesto a emprender el combate, se dirigió a la mesa donde estaba Etzel con su acompañamiento. Había preparado una horrible traición contra los extranjeros.

Quiero deciros como fue el banquete: se veían allí ricos reyes con la corona ceñida marchando delante de ella, muchos elevados príncipes y muchos valerosos guerreros que hacían grandes honores a la reina.

El rey hizo dar asiento a todos los extranjeros, colocando cerca de sí a los de más valía. Hizo servir lo mismo a los cristianos que a los paganos, siempre con abundancia, pues así lo quería el sabio rey.

Los del acompañamiento comieron en sus habitaciones y les habían puesto sirvientes para que los atendieran con esmero. No pasó mucho tiempo sin que aquella hospitalidad se convirtiera en llanto y duelo.

Como no podía provocarse el combate de otro modo y Crimilda sentía siempre el dolor en su corazón, hicieron llevar a la mesa al hijo de Etzel. ¿Cómo una esposa podía vengarse de una manera tan cruel?

Llegaron luego cuatro hombres de Etzel llevando a Ortlieb el hijo del rey, y colocaron al príncipe en la mesa en que estaba Hagen. El niño tenía que morir a los golpes de su terrible odio.

Cuando el rey vio a su hijo, dijo amistosamente a los hermanos de su mujer:

—Mirad, amigos míos, ese es mi hijo único y de vuestra hermana por lo que todos seréis buenos con él.

»Si crece en relación con su origen, llegará a ser un fuerte hombre, rico y noble además, valeroso y atrevido. Si vivo le daré doce ricos dominios de reyes y con esto el joven Ortlieb podrá serviros bien.

»Por esto os ruego, queridos amigos míos, que cuando volváis al Rhin llevéis al hijo de vuestra hermana y obréis cariñosamente con ese niño.

»Educadlo en el honor hasta que sea un hombre y si alguna vez en vuestro país os ofende alguien, él os ayudará a vengaros tan pronto como sus fuerzas se lo permitan.

—Esos guerreros podrían tener confianza en él, si llegara a hombre —dijo Hagen—, pero el joven rey morirá bien pronto: muy difícilmente se me podrá ver ir en la corte de Ortlieb.

El rey miró a Hagen; aquellas palabras le afligían y le causaban inquietud, pero nada le respondió. Los intentos de Hagen no se armonizaban con la fiesta aquella.

Lo que Hagen había dicho afligió a todos los príncipes y a los que formaban su acompañamiento. Estaban tristes por tenerlo que soportar y aun ignoraban lo que muy pronto tenía que hacer aquel guerrero.

Muchos de los que le habían escuchado hubieran querido atacarle al momento y el mismo rey lo hubiera hecho de permitírselo su honor. Bien pronto Hagen hizo más, pues mató al niño a su propia vista.

CANTO XXXII De cómo Blodel luchó con Dankwart en el alojamiento

Los guerreros de Blodel estaban listos. En número de mil avanzaron hacia la sala en que Dankwart estaba a la mesa con los criados. Entre los héroes estalló la lucha más violenta. Cuando el guerrero Blodel pasó junto a las mesas, Dankwart el mariscal lo recibió amistosamente.

—Bienvenido por aquí, mi señor Blodel: ignoro lo que ocurre; ¿qué noticias vais a darme?

—No te está permitido saludarme —le respondió; pues mi venida aquí es para tu muerte por causa de tu hermano Hagen, que mató a Sigfrido. Menester es que los Hunos te lo hagan pagar a ti y a muchos guerreros.

—Nada de eso, señor Blodel —le replicó Dankwart—, pues si fuera así tendríamos que arrepentimos de nuestro viaje a esta corte. Era aún un niño cuando Sigfrido perdió la vida. No sé pues que puede exigir de mí la esposa del rey Etzel.

—Nada puedo deciros acerca de eso; tus parientes Gunter y Hagen lo hicieron; ahora defenderos, pobres gentes, no podéis escapar y es menester que vuestra muerte sea una satisfacción para Crimilda.

—¿De modo que no queréis dejarnos? —preguntó Dankwart—. ¡Siento las disculpas que os he dado y que hubiera podido ahorrarme!

El rápido y fuerte guerrero saltó de la mesa y tiró de una acerada espada ancha y fuerte. Con ella asestó tan fuerte tajo a Blodel que la cabeza cubierta con el yelmo cayó a sus pies.

—Sea esta el
morgengabe
—dijo el fuerte Dankwart— para la viuda de Nudungo a quien querías ofrecer tu amor.

»Mañana podrán desposarla con otro hombre y si quiere tener bienes esponsalicios se le tratará del mismo modo.

Un huno, que lo quería, le había dicho que la esposa del rey les preparaba crueles emboscadas. Cuando los guerreros de Blodel vieron muerto a su señor, no quisieron tener consideración por más tiempo de los extranjeros. Con las espadas levantadas y poseídos de indecible rabia, acometieron a los sirvientes, pero muchos se arrepintieron. Dankwart gritó a los jóvenes:

—Bien veis, nobles jóvenes, lo que os aguarda. Ya que somos extranjeros, defendámonos bien. Estamos en peligro por más que Crimilda nos haya invitado afectuosamente.

Los que no tenían espadas se defendieron con los bancos, cogiendo del suelo los anchos escabeles. Los servidores de los Borgoñones no querían retroceder. Con las sillas abollaron muchas corazas.

¡Con cuánta furia se defendieron aquellos jóvenes lejos de su patria! Echaron fuera de los alojamientos a los invasores quedando muertos quinientos o más de ellos. Todos los del acompañamiento estaban húmedos y rojos de sangre.

Esta noticia la supieron al poco tiempo los guerreros del rey Etzel y les causó gran dolor el que Blodel con sus hombres hubieran muerto y que la causa fuera el hermano de Hagen y su acompañamiento.

Antes que el rey lo supiera, se reunieron los Hunos en número de dos mil o más. Se dirigieron contra el acompañamiento como tenía que suceder y de todos ellos no dejaron a uno con vida.

Los infieles llevaron un fuerte ejército delante del alojamiento. Los servidores extranjeros se defendieron valerosamente: ¿pero de qué les servían sus pujantes esfuerzos? Ellos debían sucumbir. Poco tiempo después sucedió una terrible catástrofe.

Oiréis contar cosas maravillosas de un horrible acontecimiento. Nueve mil servidores yacían en tierra destrozados, como también doce caballeros feudatarios de Dankwart. Viósele solo resistir todavía a sus enemigos.

El ruido se calma, el estruendo cesa, Dankwart, la buena espada, mira hacia atrás y exclama:

— ¡Qué desgracia! ¡cuántos amigos he perdido! Ahora, ¡ay de mí! yo sólo tengo que hacer frente a mis enemigos.

Las estocadas llovían sobre su cuerpo. Muchas mujeres de héroes lloraron en estos momentos: levantado su escudo apretó las correas e hizo correr más de una cota de mallas.

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