El cantar de los Nibelungos (33 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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«Cualquiera que sea el partido que escoja o que desheche, siempre habré obrado mal, y que lo tome o lo deje, todo el mundo me lo reprochará. ¡Quiera iluminarme el que me ha concedido la vida!

Con insistencia le suplicaron el rey y su esposa, y fue la causa de que muchos guerreros fueran muertos por Rudiguero y de que el héroe mismo pereciera. Diremos ahora como ocurrió la sensible desgracia.

Sabía que no le podían ocurrir más que penas y aflicciones. Él hubiera abandonado con gusto al rey y a la reina, pues temía que si mataba a un héroe, todo el mundo se lo había de reprochar. Aquel fuerte hombre le dijo al rey:

—Señor Etzel, recoged todo lo que de vos he recibido, tierras y ciudades; prefiero ir descalzo por extraños países.

»Quitadme todos mis bienes, abandonaré vuestro país y con mi esposa y mi hija de la mano, prefiero morir que faltar a mi buena fe, obré mal aceptando vuestro oro rojo.

—;Quién me ayudará? —contestó el rey—. Te daré mi reino con los que lo habitan, Rudiguero, si me vengas de mis enemigos; serás al lado de Etzel un poderoso rey

—¿Cómo entrar en el combate? —le respondió Rudiguero—. Los invité a hospedarse en mi casa y amistosamente les di de comer y beber haciéndoles además regalos, ¿he de contribuir yo a la muerte de ellos?

»La gente podrá creer que soy cobarde, pero nunca negué mis servicios a esos príncipes y los que los acompañan. Me arrepiento de la alianza que con ellos hice.

»A Geiselher el héroe le di a mi hija; en la tierra no podía esta mejor casada, si se atiende a las virtudes y el honor, a la lealtad y los bienes.

—Muy noble Rudiguero —dijo Crimilda entonces—, apiádate de mi aflicción y la del rey; piensa que nunca en la tierra un rey recibió huéspedes tan terribles.

El margrave contestó a la reina:

—Hoy debe pagar con la vida Rudiguero lo que vuestra afección y la del rey le han concedido: menester es que muera, esto no puede durar mucho.

»Sé que hoy mis ciudades y mis campos quedarán sin señor por la mano de esos héroes. Recomiendo a vuestra bondad mi mujer y mi hija, y los muchos expatriados que quedan en Bechlaren.

—Que Dios te lo pague, Rudiguero —le dijo el rey que lo mismo que la reina se sentían contentos—. Nosotros cuidaremos de tu gente, pero tengo fe en mi fortuna; tú te salvarás.

Él se lanzó a exponer su alma y su cuerpo. La esposa del rey Etzel rompió a llorar por lo que le dijo:

—Yo debo cumplir lo que os juré: ¡oh amigos míos! voy a luchar bien a mi despecho.

Lo vieron separarse del rey muy afligido. Fue cerca de allí donde estaban sus guerreros y les dijo:

—Menester es que os arméis mis fieles, a pesar mío tengo que atacar a los Borgoñones.

Los guerreros mandaron que fueran a buscar sus armas, y los de su acompañamiento; les trajeron los yelmos y los escudos. Esta triste noticia la supieron pronto los fieros extranjeros.

Se habían armado Rudiguero y quinientos de sus hombres; además iban con él doce guerreros que querían conseguir el premio de valor en el combate; no sabían que la muerte estaba muy cerca.

Se vio al margrave cubierto con el yelmo; aceradas espadas llevaban la gente de Rudiguero y embrazaban anchos y brillantes escudos. El músico los vio y sintió amarga pena. El joven Geiselher vio venir a su suegro con el casco ceñido. ¿Cómo podría el suponer que no iba con buena intención? El noble rey sintió alegría en el corazón.

—¡Felices nosotros, amigos míos! —exclamó Geiselher—, que en el camino habernos conquistado buenos amigos. Por mi esposa conseguimos socorro: estoy contento por mi fe del matrimonio que hice.

—¡Qué os alegra! —dijo el músico—, ¿cuándo habéis visto que vengan con intenciones de paz los guerreros con el casco ceñido y la espada en la mano? Él quiere acrecentar a nuestra costa sus ciudades y sus campos.

Antes que el músico hubiera terminado su discurso, el noble margrave estaba ante el palacio. Puso su buen escudo a sus pies; no podía ofrecer sus servicios ni saludar a sus amigos. El noble Rudiguero dijo dirigiéndose a la sala:

—Ahora, fuertes Nibelungos, es menester que os defendáis. Tenéis que rechazar mis ataques cuando debíais contar con mi amistad; es menester que la alianza se rompa.

Esta terrible noticia abatió a los fuertes, pues ninguno pensaba que en su vida tendrían que combatir contra el que les había sido tan fiel.

—Quiera Dios del cielo —exclamó Gunter el héroe—, que tengáis aun misericordia, y nos manifestéis la buena fe de que hacíais gala; confío en vos y no haréis lo que habéis dicho.

—No puedo hacer otra cosa —contestó el fuerte guerrero—, debo combatiros como he prometido. Defended vuestras vidas héroes valerosos si os es cara, pues la esposa del rey Etzel no quiere librarme de esto.

—Tarde nos provocáis —le replicó el altivo rey—. Dios os recompensará, muy noble Rudiguero, si conserváis algo del afecto con que nos habéis tratado y lo demostráis hasta el fin.

»Si nos hacéis gracia, yo y mis amigos os serviremos toda la vida; acuérdate de los regalos que nos hicisteis cuando nos guiabas al país del rey Etzel, noble Rudiguero.

—¡Bien quisiera hacerlo! —le respondió el héroe—, y que os pudiera dar más grandes regalos, como tenía esperanza de hacerlo; entonces no tenía que sufrir ningún reproche de la noble reina.

—Detente, noble Rudiguero —le dijo entonces Gernot—, ningún príncipe recibió más amistosamente a los extranjeros que tú nos recibisteis. Si vivimos te daremos la recompensa.

—Quiera Dios —respondió Rudiguero— que vos estuvierais en el Rhin y yo muerto. Así habría conservado mi honor y no tendría que combatiros. Nunca los guerreros han sido tan mal tratados por sus amigos.

—Que Dios os recompense, señor Rudiguero, vuestros ricos regalos —le contestó en seguida Gernot—. Me causaría pena vuestra muerte, por las grandes virtudes que con vos perecerían. Aquí tengo vuestra espada la que me habéis regalado, buen guerrero.

»En esta desgracia no se ha separado de mí, y su filo ha dado muerte a muchos guerreros. Es fuerte y bien templada, brillante y buena; pienso que un guerrero no hará nunca mejor regalo.

»Si no queréis renunciar a vuestro propósito, y uno de los amigos que aquí tengo es herido por vos, con vuestra espada, os quitaré la vida; lo sentiré tanto, Rudiguero, como vuestra esposa.

—Quiera Dios, señor Gernot, que así suceda, que en todo se cumpla nuestra voluntad y que vuestro amigo conserve la vida; yo os confiaré a mi esposa y a mi hija.

Así respondió el Borgoñón hijo de la hermosa Uta.

—¿Por qué obráis así, señor Rudiguero? Los que están conmigo os quieren, mal hacéis atacándonos; vais a dejar viuda a vuestra hermosa hija.

»Si vos y vuestros guerreros empeñan el combate en contra nuestra, me pagaréis mal la confianza que tuve en vos, mejor que en ningún otro hombre, cuando os pedí a vuestra hija por esposa.

—Recordad vuestro juramento —dijo Rudiguero—, y si Dios os saca de aquí, muy noble rey, que mi hija no padezca por causa mía; hacedlo así por vuestras elevadas virtudes.

—Así lo haré —contestó el joven Geiselher—, pero si mis ilustres parientes y los que están con nosotros en la sala tienen que morir, se romperá la alianza con vos y con vuestra hija.

—Dios tenga piedad —dijo el fuerte guerrero. Levantó el escudo y todos hicieron lo mismo para atacar a los extranjeros en la sala de Crimilda. Hagen gritó desde la escalera:

—Detente un momento, noble Rudiguero, aún no os hemos dicho ni yo ni mis señores cuál es nuestra desgracia. ¿Qué ventaja será para Etzel la muerte de estos extranjeros?

»Estoy en gran cuidado —añadió Hagen— porque el escudo que la señora Gotelinda me había regalado lo han agujereado los Hunos en mi brazo: amistosamente lo habían llevado en el país de Etzel.

«Quiera Dios del cielo concederme un escudo tan bueno como el que ahora embrazáis, muy noble Rudiguero; si lo tuviera, no me sería necesario en el combate llevar casco.

—Bien quisiera regalaros mi escudo si me atreviera a hacerlo en presencia de Crimilda. No importa, tomadlo Hagen y ceñido a vuestro brazo: ¡Oh! ¡así podáis llevarlo a Borgoña!

Cuando lo vieron ofrecer generosamente su escudo, los ojos de muchos vertieron ardientes lágrimas. Fue su último regalo; después Rudiguero de Bechlaren no regaló nada a ningún guerrero.

Por furioso y colérico que estuviera Hagen, se conmovió al recibir el regalo que le hacía aquel buen guerrero, tan próximo a su fin. Muchos nobles caballeros lloraron con él.

—Dios os lo recompense, muy noble Rudiguero. Nunca tendréis semejante, que haga a los guerreros tan magníficos regalos. Dios permitirá que vuestra virtud sea eterna.

»Esta noticia ha aumentado mi desgracia —añadió Hagen—; habíamos sufrido ya grandes pesares y me quejo a Dios de tener que combatir con los amigos.

—Para mí es también un horrible pesar —replicó en seguida el margrave.

—Tendré en cuenta vuestro regalo, muy noble Rudiguero; sea lo que sea lo que estos guerreros hagan en el combate, nunca os herirá mi mano aunque matarais a todos los Borgoñones.

Al escuchar esto el buen Rudiguero dio las gracias. La gente toda lloraba, y era una horrible pena no poder evitar aquel encuentro. Rudiguero, el padre de todas las virtudes iba a morir. Desde lo alto de la escalera, dijo Volker el músico:

—Ya que mi compañero Hagen ha hecho la paz con vos, también os respetará mi mano. Bien lo habéis merecido desde que llegamos a vuestro país.

»Muy noble margrave, sed mi mensajero: estos rojos brazaletes me los regaló la señora Gotelinda, para que me los pusiera en esta fiesta: vedlos en mis brazos y sed testigo de ello.

—Quisiera el Dios del cielo —dijo Rudiguero— que la margrave os pudiera regalar más. Haré saber la noticia a mi querida esposa, si la vuelvo a ver alguna vez.

Después de esta promesa, Rudiguero con el alma inflamada levantó el escudo: sin tardar más se arrojó contra los extranjeros el héroe valeroso. Fuertes golpes descargó allí el rico margrave.

Volker y Hagen estaban lejos, según lo habían prometido aquellos buenos héroes. Pero delante de la puerta halló tantos bravos que Rudiguero emprendió el combate con gi;an cuidado.

Con mortal intento lo dejaron entrar en el palacio Gernot y Gunter; lo sentían como héroes que eran. Geiselher se apartó, aunque con pena, esperaba aún la dicha y no quería encontrarse en la lucha con Rudiguero.

Los hombres del margrave se lanzaron contra los enemigos siguiendo a su señor con gran valor; llevaban en las manos afiladas espadas, con las que hendieron muchos yelmos y muchos brillantes escudos.

Los fatigados guerreros dieron también a los del Bechlaren muchos violentos golpes que partiéndoles las corazas les llegaron a los huesos. En la batalla realizaron prodigios.

La noble compañía había penetrado en la sala. Volker y Hagen salieron a su encuentro sin perdonar a nadie más que al jefe. A sus golpes la sangre brotaba de debajo de los cascos.

El choque de las espadas producía un triste ruido y a los golpes, los adornos de los escudos caían perdiéndose en la sangre. Era tan furiosa la pelea, que nunca se había visto otra semejante.

El jefe Bechlaren saltaba de una parte a otra, deseando poner de manifiesto su valor en el combate. Aquel día Rudiguero probó que era un guerrero valiente, fuerte y digno de alabanza.

Los guerreros Gunter y Gernot permanecían fuertes y mataron a muchos héroes en el combate. Geiselher y Dankwart no estaban lejos, y por ellos muchos vivieron su último día.

Rudiguero demostraba que era valiente, fuerte y que estaba bien armado: ¡a cuántos héroes mató! Viendo esto un Borgoñón se sintió poseído de cólera y acordó la muerte del noble Rudiguero. Gernot el fuerte, gritó al héroe, diciendo al margrave:

—No queréis dejar escapar con vida a ninguno de mis hombres, muy noble Rudiguero. Esto me aflige mucho y no puedo tolerarlo por más tiempo.

»Ya que me habéis privado de tan gran número de mis amigos, vuestro regalo os causará daño. Venid hacia mí, noble y fuerte hombre, haré por merecer el obsequio que me habéis hecho.

Antes que el margrave llegara a donde estaba, dejó tintos en sangre muchos brillantes arneses. Se lanzaron el uno contra el otro, parando cada cual los terribles golpes que el contrario le asestaba.

Eran tan cortantes sus espadas que nada podía detenerlas. El héroe Rudiguero hirió al rey Gernot por debajo del yelmo, y brotó la sangre a torrentes; pero se lo devolvió con aumento aquel caballero fuerte y bueno.

Esgrimió en sus manos la espada que Rudiguero le había regalado y aunque herido de muerte, le dio tan terrible golpe que cayó sobre la celada después de partir el duro escudo. El fuerte Rudiguero tenía que morir.

Nunca tan rico regalo fue peor recompensado: herido el uno por la mano del otro, Gernot y Rudiguero cayeron en el combate. Hagen se tornó furioso al presenciar aquella catástrofe.

—Nos ha sucedido una horrible desgracia —dijo el héroe de Troneja—, pues con estos hombres tenemos una pérdida que no compensaremos nunca, ni reparará su pueblo ni su país. Que los de Rudiguero sufran la pena.

Ni uno ni otro bando se daban tregua: muchos que caían sin heridas hubieran podido librarse, pero era tal el tropel, que los que no eran alcanzados se ahogaban en la sangre.

—¡Ah! ¡mi hermano ha muerto aquí! por todas partes nos cerca la desgracia. Siempre lamentaré la pérdida del buen Rudiguero: ambas bandas pierden, nuestra aflicción es grande.

Cuando el joven Geiselher vio muerto a su hermano, puso en grave apuro a todos los que habían entrado en la sala. La muerte recogía pronta a los de su acompañamiento: de los de Bechlaren no escapó ni uno sólo.

Gunter y Hagen y también Geiselher, Dankwart y Volker, los buenos héroes, acudieron al sitio en que los dos estaban tendidos, y los guerreros lloraron la terrible desgracia.

—La muerte es terrible con nosotros —dijo el joven Geiselher—. Dejémosnos de lágrimas y pongámonos al aire para que se refresquen nuestras armaduras: temo que el Dios del cielo no nos deje vivir mucho tiempo.

Sentáronse muchos de los hombres que allí se veían; estaban muy cansados. Los que acompañaron a Rudiguero yacían muertos; el ruido había cesado, y tanto duró el silencio que Etzel se irritó.

—¡Oh! ¡desgraciada de mí! —exclamó la reina—. No nos ha cumplido lo que dijo, y la mano de Rudiguero no ha bastado para destrozar a nuestros enemigos; los dejará que puedan volver a Borgoña.

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