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Authors: Mats Strandberg,Sara B. Elfgren

Tags: #Intriga, #Infantil y juvenil

El círculo (14 page)

BOOK: El círculo
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—Perdona. Me he pasado —se disculpa cuando empiezan a caminar juntas.

—Es que es todo tan extraño…

—Ya, mi madre me ha dicho que esta noche ha habido mucha gente en urgencias. Que han ocurrido un montón de cosas raras. Y tu padre, ¿ha oído algo? En el periódico, quiero decir.

—Ya se había ido al trabajo cuando me levanté. O cuando hice como que me levantaba.

—¿Tú tampoco has dormido nada?

Minoo niega con la cabeza. Casi le cuenta que se abalanzó sobre el libro de química en cuanto entró por la puerta, pero se contiene a tiempo.

—Lo más extraño es que algunos de los pacientes decían que la luna estaba roja —continúa Rebecka, y se detiene en la entrada al patio del instituto—. Pero cuando mi madre y sus compañeros de trabajo miraron por la ventana, la vieron como siempre. Y cuando las dos contemplamos la luna juntas, esta mañana, yo seguía viéndola roja, pero ella no.

—¿Quieres decir que no todo el mundo la veía igual? —pregunta Minoo.

—Eso parece. Y mi madre no sabía de qué hablaba cuando le mencioné Kärrgruvan. Era como si hubiese olvidado que existe.

Minoo siente un escalofrío.

—Puede que por eso sea un lugar protegido. Yo leí una vez en un libro que había un árbol que la gente no podía ver si no sabía de antemano de su existencia. Puede que con esto pase lo mismo… —Minoo calla de repente y se sonroja cuando se da cuenta del rollo que le está soltando—. Bueno, pero era un libro infantil, claro.

—¿Pero tú entiendes que nos estemos tomando todo esto en serio? —pregunta Rebecka.

Minoo se ríe. No, no lo entiende. Reanudan la marcha y pasan junto a Vanessa, que las sigue con la mirada sin decir una palabra.

—Parece que ha ocurrido algo —dice Rebecka.

En ese momento, Minoo advierte cuánta gente hay en el patio.

Gustaf se les acerca y le da a Rebecka un beso tan íntimo que tiene que apartar la mirada. Por suerte, lo ventilan enseguida.

Gustaf y Rebecka son como una de esas parejas perfectas que salen en la tele, y Minoo intenta consolarse pensando que esas parejas no existen en la realidad.

¿Cómo será el primer chico que me bese a mí?

Esa idea le pasa por la cabeza casi a diario, en distintas versiones. A última hora de la noche, antes de dormirse, se permite creer a veces que la respuesta es Max. Pero a la luz del día, se le antoja infantil y absurdo.

—¿Lo habéis visto? —pregunta Gustaf.

Minoo y Rebecka intercambian una mirada fugaz.

—¿A qué te refieres? —pregunta Rebecka.

—Si lo hubieras visto no preguntarías. ¡Ven!

Gustaf coge a Rebecka de la mano y le hace a Minoo un gesto para que los acompañe.

Minoo los sigue. Ahora se da cuenta de que los alumnos están divididos en dos grupos más o menos definidos y alejados entre sí. El centro del patio está vacío.

—Allí —dice Gustaf señalando.

En el suelo del patio se ha abierto una grieta. No es demasiado ancha, pero se extiende sinuosa desde la portería del campo de fútbol hasta la hilera de árboles muertos.

—Dicen que discurren por debajo varios túneles de la vieja mina, y que se han derrumbado —asegura Gustaf.

—Pues yo no creo que construyeran un instituto sobre unos túneles en desuso —objeta Minoo—. Además, las minas estaban bastante lejos de aquí.

—Bueno, puede que perforasen aquí para probar —interviene Rebecka. Dirige a Minoo una mirada elocuente cuando Gustaf no las ve. Rebecka tampoco se cree esa explicación, pero, por ahora, vale.

La grieta seguro que guarda relación con todo lo que ha sucedido durante la noche, de modo que no deben alentar a los amigos para que surjan más preguntas de lo necesario.

Se abren las puertas de entrada y la directora sale a la escalinata. Aguarda tranquilamente hasta que el murmullo se extingue en el patio.

Empieza a hablar, y cada palabra se oye tan nítidamente como si estuviera usando un micrófono.

—Tengo que pediros a todos que salgáis del patio. El centro cerrará hoy, mientras examinan la grieta.

Se oyen gritos de júbilo y aplausos dispersos. Minoo mira a su alrededor. Delante de ella están Rebecka y Gustaf. Vanessa se encuentra junto a la portería, con Evelina y Michelle, e Ida está sentada con Felicia en la barandilla de la escalinata. Curiosamente, Anna-Karin está a su lado, hablando con Julia.

Ve a Max junto con otros profesores, con una chaqueta en el brazo y el maletín en la mano; es de un guapo irreal. Detrás de él divisa a Nicolaus. Minoo tiene la sensación de que todos son piezas de ajedrez, alineadas para una partida decisiva.

—Los bomberos ya han estado aquí inspeccionando los conductos del gas y las tuberías del agua, pero quieren efectuar más comprobaciones —prosigue la directora—. Mañana recuperaremos lo que hayamos perdido en las clases de hoy.

La directora vuelve a entrar en el edificio. Rápidamente, los alumnos van abandonando el patio.

—Bueno, pues nos vemos mañana —dice Rebecka sonriendo a Minoo.

—Eso, nos vemos —repite Gustaf.

Y se alejan de allí cogidos del brazo. Minoo se queda mirándolos un instante, antes de volver la vista hacia el instituto. Observa el triste edificio, las hileras de ventanas idénticas, el ladrillo insulso, y trata de imaginarse que aquel sea el lugar del mal. Pero le resulta difícil. No es un lugar que le guste, precisamente, pero sí un sitio donde ella sabe quién es y qué se le da bien.

En el resto del mundo, no tiene ni idea.

Segunda Parte
13

Cuando baja corriendo las escaleras del comedor, es como si toda ella estuviera flotando. No tiene que mirar dónde pone los pies. El miedo a tropezar se ha esfumado, como si nunca lo hubiera tenido.

La cola del comedor llega serpeando hasta el hueco de la escalera. Las chicas del final se giran, advierten su presencia y esbozan una amplia sonrisa. Se produce como una ondulación por toda la cola cuando ella se la salta. Todos irradian sonrisas de reconocimiento a su paso, uno tras otro. Muchos de los chicos apartan la mirada incómodos cuando cruzan la vista con ella. Sabe que están enamorados.

Sigue andando hasta llegar a donde están Kevin Månsson y Robin Zetterqvist, junto al puesto de las bandejas, los cubiertos y los platos. Constata que Erik Forslund no se encuentra entre ellos. Apenas se le ha visto el pelo por el instituto desde que se meó encima en el patio.

—¡Toma! —dice Kevin, ofreciéndole su bandeja y dejándola pasar primero.

Ella no responde, simplemente acepta la bandeja y va a buscar la comida.

Su cuerpo es ahora un lugar tan diferente en el que vivir… Se siente como en casa en él. Lo tiene bajo control. Sus pasos son seguros. Mantiene recta la espalda. La coleta se le balancea en la nuca a cada paso que da. Toda ella se siente libre, ligera e incuestionable. Es feliz.

—Joder qué guapa estás hoy —dice Felicia cuando llega a su mesa.

Están en una sala lateral del gran comedor, una especie de apéndice sin ventanas y con sitio para seis mesas. Una ley no escrita dice que ahí es donde comen los alumnos más populares.

—Gracias —contesta sentándose.

Tanto Felicia como Julia la miran expectantes. Parecen dos cachorrillos saltando a los pies de su ama. Si Felicia y Julia tuvieran cola, definitivamente la estarían agitando.

—Felicia y yo estábamos diciendo que parece que fuésemos amigas desde hace por lo menos cien años —dice Julia.

—Sí, no podemos creer que haga solo unas semanas —añade Felicia.

Anna-Karin sonríe y responde:

—Yo tampoco.

Kevin y Robin caminan hacia ellas. Los chicos que toda la vida se han considerado los más chulos y divertidos de la clase, quizá del instituto.

Ella se pregunta quién les otorgó esa consideración. ¿Quién los juntó a todos y los nombró reyes?

Pero no importa. Eso pertenece al pasado. Anna-Karin se ha asegurado de ello.

Robin y Kevin están ahora junto a su mesa. Ella se vuelve hacia Julia y Felicia y levanta la vista poniendo los ojos en blanco, dramática. Ellas le devuelven la mirada.

—Habíamos pensado sentarnos aquí, si no os importa —dice Robin.

Kevin aparta la silla que hay junto a Anna-Karin y hace el intento de sentarse. Ella los mira y hasta puede oír cómo aguantan la respiración Julia y Felicia.

—Creo que no —contesta simplemente, y Kevin suelta la silla como si se hubiera quemado.

—Tal vez otro día —propone Robin.

—Tal vez no —responde ella.

Robin está decepcionado. Piensa que no se le nota, pero ella se da cuenta de todo.

—Hasta luego —dice, y los despide con un gesto elocuente.

—Vale. Adiós, Anna-Karin —suspira Robin, mientras se aleja con Kevin pisándole los talones.

Felicia y Julia se ríen a sus espaldas.

—Qué par de palurdos de mierda —dice Felicia justo antes de que estén fuera del alcance de su oído.

—Son patéticamente infantiles —dice Julia.

Anna-Karin levanta la cuchara y empieza a comer de la sopa de guisantes, que tiene un color entre marrón y verde. Es de un aspecto repulsivo, pero en estos momentos se come lo que sea. Su cuerpo pide a gritos que lo nutra. Se pregunta cuánta energía le chupa realmente lo que está haciendo. Apenas puede evitar levantar el cuenco y tomárselo todo a grandes sorbos.

—¿Adónde habéis ido después de historia?

Ida suelta la bandeja delante de Anna-Karin, pero la ignora. En cambio, se sienta y mira acusadora a Julia y Felicia.

—Solo nos hemos adelantado —responde Julia.

—Para pillar una buena mesa —añade Felicia.

Ida resopla.

—Podíais haberme preguntado si quería acompañaros, en vez de salir corriendo.

—No hemos salido corriendo —protesta Felicia.

—Entonces, perdona —dice Ida y, finalmente, mira a Anna-Karin.

Es una mirada de odio. Pero ¿qué puede hacer? Ida sabe a lo que Anna-Karin puede someterla si la desafía. Anna-Karin puede conseguir que revele sus secretos más oscuros. Hacerla desnudarse encima de la mesa. Exactamente cualquier cosa. Así que Ida solo bebe un gran sorbo de agua y aparta la mirada de nuevo. Es consciente de que nunca podrá vencerla.

Felicia y Julia se encuentran ostensiblemente incómodas. Las dos buscan algo que decir, cualquier cosa, para romper ese silencio tenso. Anna-Karin no se lo pone fácil. La situación es tan molesta que Ida se siente aún más como una intrusa. Alguien cuya presencia nadie desea.

Felicia mira a su alrededor buscando algo que comentar. Su elección recae en Vanessa, que está junto al bufé de ensaladas.

—Pero, qué pinta lleva, ¿no? —dice Felicia entre dientes.

Julia e Ida ríen histéricas. Vanessa lleva un top rosa y una falda tan corta que más bien parece un cinturón.

—Ni siquiera entiendo qué hace aquí —protesta Ida, mirándola casi con ansia—. O sea, no tenía ni que estudiar el bachillerato. No parece que vaya a hacer en la vida otra cosa que parir un montón de críos.

Vanessa se gira y se las queda mirando fijamente. Julia y Felicia casi se parten de risa. Vanessa no altera el semblante. Ella solo ve a Anna-Karin que acto seguido tiene que apartar la mirada.

Sus ojos lo dicen todo. Puede que Anna-Karin engañe a todas las demás, pero es una mentira. Vanessa lo sabe. Anna-Karin también.

La antigua e insegura Anna-Karin que lleva dentro quiere soltarse el pelo y esconderse detrás.

Pero ahora es otra persona. Tiene el control.

—Yo creo que Vanessa es guay —dice Anna-Karin—. O sea, que va a su rollo.

—Exacto. Yo antes no lo pensaba, pero es verdad que va a su rollo —añade Felicia de inmediato.

Anna-Karin mira a Ida. Tiene los labios apretados hasta formar una línea fina. Se levanta de la mesa.

—Este guiso es tan asqueroso que no hay quien se lo coma. ¿Os venís conmigo?

Julia y Felicia se quedan mirando sus cuencos. Ida espera unos segundos de más a que le respondan. Juguetea con la gargantilla de plata entre los dedos. La suelta de modo que el pequeño corazón de plata gira. Tiene un atisbo de inseguridad en los ojos que Anna-Karin no había visto nunca antes. Y cuando se va, nadie se fija en ella.

Las hojas rojas y amarillas del bosque que rodea Kärrgruvan parecen arder sin llama bajo el sol de la tarde. Minoo está sentada en el borde del escenario y mira a Rebecka que está en medio de la antigua pista de baile. Al lado de Minoo hay una torre de piezas de madera de muchos colores, que le han quitado temporalmente a la hermana pequeña de Rebecka. En ese momento, una pieza amarilla rectangular flota en el aire junto a la torre y se posa delicadamente, con un débil clic, sobre las demás.

Rebecka se frota la frente. Parpadea y se queda mirando la caja de plástico. Un cubo amarillo claro se eleva saliendo de la caja. Permanece suspendido en el aire un momento e inicia el ascenso lentamente hasta lo alto de la torre.

A medio camino, choca con una pieza azul y toda la construcción se tambalea para desmoronarse enseguida. Las piezas se desparraman por el suelo del escenario. Rebecka suelta un taco.

—Pero si lo haces cada vez mejor —dice Minoo.

—No te imaginas lo difícil que es —responde Rebecka.

Minoo siente una punzada. No, no se lo imagina. Todavía no tiene la menor idea de lo que se siente cuando, de pronto, se adquieren superpoderes. Y tampoco ha conseguido sacar un gran provecho de su cerebro. Ha pasado horas en internet y en la biblioteca, pero es difícil, por no decir imposible, cribar toda la información. La mayoría de lo relacionado con los fenómenos sobrenaturales está descontextualizado, es contradictorio o simplemente una locura.

La habilidad de Rebecka parece pertenecer a la categoría de la psicoquinesia. Aunque Minoo ni siquiera sabe por dónde empezar a buscar algo que le dé una pista del vínculo que hay entre ella, Rebecka y las demás. ¿Cómo se encuentra una profecía misteriosa? ¿Dónde están los viejos pergaminos y los libros ancestrales cuando uno más los necesita?

No ha ocurrido nada desde aquella noche en el teatro al aire libre. Ni paseos nocturnos llenos de misterio, ni sueños, ni olor a humo por las mañanas. Pero a Minoo eso no la tranquiliza, sino que la pone más nerviosa todavía. Es como si estuviera dando vueltas con una caja fuerte suspendida encima de la cabeza.

Y su supuesto guía tampoco tenía nada que aportar.

Unos días después de la noche de la luna de sangre, Minoo llegó temprano al instituto para hablar con Nicolaus. Estaba en su oficina rodeado de papeles y documentos, y parecía sudar con la chaqueta azul marino y la corbata rojiza que llevaba bien anudada al cuello.

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