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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (23 page)

BOOK: Entre sombras
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—No sabía que el sexo pudiera ser así —murmuró Eric recordando la noche anterior.

—¿Qué quieres decir?

—Tan intenso, tan significativo —respondió apartándole un mechón de cabello del rostro—. Algo mucho más allá del simple acto físico, cuando pareces perder conciencia de lo que te rodea y te fusionas con algo mucho más grande que tú mismo. Pura elación.

—Ah, sí…

—No parece algo nuevo para ti.

—¿Nunca lo habías experimentado?

—No, aunque también es cierto que no he tenido la suerte de gozar de un curriculum tan dilatado como el tuyo —contestó con un guiño.

—Debo admitir que en los últimos años me he aplicado con entusiasmo —se rió Acacia—, pero solo he sentido algo así con Enstel y cuando se introduce en mis amantes.

—¿Nunca con un triste mortal?

—Solo contigo.

—¿Qué crees que puede significar? —preguntó Eric perdiéndose en la profundidad de sus ojos verdes—. ¿Será porque compartimos un nivel energético similar?

—Podría ser —respondió Acacia pensativa—. O quizás es porque estamos enamorados. Nunca había estado enamorada.

—Ni yo tampoco. Desde luego, no como lo estoy de ti.

Permanecieron tendidos sobre la hierba, observando con las manos entrelazadas las formas caprichosas que formaban las nubes.

—He estado reflexionando sobre Dios —dijo Acacia.

—Creía que llevabas meses haciéndolo. Es el tema de tu tesis, ¿no? —bromeó Eric.

—Pero ahí lo trato desde un punto de vista antropológico, cultural y religioso, no necesariamente espiritual. Me intriga lo que me dijo tu madre.

—¿Podrías ser un poco más concreta?

—Iris es partidaria de la noción de Dios no como un ser separado, sino como la fuerza vital dentro de nosotros, que nos crea y nos infunde ánima desde el interior. Dice que nuestros problemas provienen de pensar que es un Dios externo a nosotros, lejano e inalcanzable, que estamos separados de la energía que nos creó y que nos encontramos solos frente al mundo.

—Ajá.

—También sostiene que no existe ningún juicio aparte del que elegimos hacer de nosotros mismos. Somos nosotros los que nos juzgamos despiadadamente, a nosotros mismos y a los demás. Dios jamás lo hace, pues las etiquetas del bien y el mal son humanas, no divinas. La ley del karma implica una serie de acciones destinadas no a castigarnos, sino a ayudarnos a regresar al equilibrio que hemos perdido por el camino. Lo que nosotros consideramos errores o pecados, para el universo son simples experiencias.

—¿Y no estás de acuerdo? —preguntó Eric en tono neutro.

—Entiendo que la amenaza de un Dios patriarcal que nos juzga, condena y castiga es un instrumento invaluable en manos de la religión. ¿Qué mejor modo de controlar al pueblo que a través del miedo? Hace poco averigüé que, en cierto momento, en los textos sagrados de las tres principales religiones monoteístas, la Biblia, el Corán y la Torá, se eliminaron todas las referencias a la reencarnación.

—Por supuesto. De ese modo, la clase religiosa tiene más poder sobre su congregación. No hay más oportunidad que esta vida para lograr la salvación, algo que solo se alcanza siguiendo sus preceptos. Todo queda dividido en blanco y negro, cielo e infierno. También suprimieron las aportaciones de las mujeres y convirtieron a María Magdalena en una prostituta.

—¡Qué modo más rápido y efectivo de desacreditarla! Ojalá el trabajo de la profesora de Harvard Karen King sobre
El evangelio de María de Magdala
fuera más conocido. La historia de la cristiandad podría haber sido tan diferente si la iglesia no hubiera escondido la existencia de una mujer apóstol.

—También otro de los textos no canónicos,
El evangelio según Tomás
, ofrece una visión muy diferente a la interpretación extendida por la iglesia. Al igual que María de Magdala, Tomás presenta las enseñanzas de Jesús como un camino hacia el conocimiento espiritual interior, al tiempo que transmite una concepción muy positiva de la naturaleza humana. Somos capaces de descubrir la verdad oculta, tanto en el mundo como dentro de nosotros. Jesucristo sostenía que el reino de los cielos está ya aquí, dentro de nosotros, pero también fuera. De este modo, si verdaderamente nos conocemos a nosotros mismos, también conocemos el reino de Dios. La vida es, por lo tanto, un camino de autodescubrimiento y el conocimiento de lo divino y el conocimiento de uno mismo son inseparables.

—El «Conócete a ti mismo» del oráculo de Delfos adquiere así una dimensión mucho más profunda, ¿verdad? —reflexionó Acacia—. Además, Tomás no hace referencia al pecado y la salvación, los grandes temas del Nuevo Testamento. El pecado original de Adán y Eva con el que nacemos, ya malditos, la visión del sufrimiento, la muerte y la resurrección de Cristo como el sacrificio supremo para redimir nuestros pecados, todo ese sentimiento de culpa e insuficiencia con el que nos aplasta la religión, simplemente no aparecen. Ni tampoco el énfasis sobre el juicio final y la destrucción del mundo.

—¿Has tenido alguna vez la sensación de que Dios te ha abandonado? —preguntó Eric mirándola pensativo.

—A menudo.

—Incluso Jesucristo cayó por un momento presa de esa ilusión. Parece ser que sentirse separado de Dios forma parte de nuestra experiencia como seres humanos, aunque en realidad nunca lo estemos. Esa es nuestra verdadera esencia, la chispa que nos da la vida. Nuestra conexión con Dios siempre está ahí, del mismo modo que el rayo de luz que acaricia nuestra piel no puede estar separado del sol que lo creó y del que forma parte, por muy alejado que parezca encontrarse de su fuente cuando llega a la Tierra.

—¿Por qué experimentamos esa separación con tanta intensidad?

—¿No te ha pasado alguna vez que, en una ciudad o en un paraje nuevo, te has perdido y, como resultado, has encontrado algo maravilloso que de haberte mantenido en el camino marcado jamás habrías descubierto?

—Sí, y algo similar ocurre en el trabajo arqueológico también, cuando sacamos a la superficie tesoros que no sospechábamos que se hallaban ahí. Imagino que, a veces, perdernos es el único modo de encontrarnos a nosotros mismos.

—Eso es. Por real que parezca, es imposible perder el amor de Dios. Cuando pensamos que hemos caído en desgracia, se trata solo de nuestra percepción, que siempre es limitada. Es la vivencia de creer que hemos perdido nuestra conexión con Dios, de extraviar nuestro camino y tratar de recuperarlo, buscando más allá de la superficie, lo que nos lleva a experimentar una renovada unidad con todo lo que existe, más intensa y profunda.

Permanecieron un rato en silencio, arrullados por el sonido de las olas y disfrutando de la sensación del sol sobre los párpados cerrados. Percibiendo una cálida presencia a su lado, Eric entreabrió los ojos, somnoliento, y vio a Acacia dormida.

Enstel
, saludó mentalmente volviendo a cerrar los ojos.

Eric

Era la primera vez que el espíritu se comunicaba directamente con él. Eric percibió una inflexión juguetona en su tono y sus labios se curvaron en una sonrisa feliz. Sabiendo lo importante que era Enstel para Acacia, la posibilidad de no contar con su aprobación le había estado inquietando en secreto, por no mencionar la irresistible fascinación que el espíritu ejercía sobre él. Percibió un suave roce sobre su rostro, un agradable cosquilleo y una sensación de paz y bienestar. Se preguntó si estaba soñando y, al darse cuenta por fin de que se trataba de Enstel, su ritmo cardiaco se aceleró. Abrió los ojos, repentinamente despierto y alerta, y se obligó a permanecer inmóvil mientras Enstel continuaba acariciándolo con delicadeza. Tenía una apariencia semisólida, un brillante resplandor dorado, con la silueta del cuerpo y el rostro apenas visible contra el sol. Eric advirtió que su energía cambiaba, que su frecuencia se elevaba al entrar en contacto directo con la del espíritu. Entonces notó los dedos de Enstel bajando por su pecho, sus labios recorriendo la línea de su mandíbula.

Eric cerró los ojos, atreviéndose apenas a respirar, entregado a la sensual experiencia. Todo su cuerpo vibraba, más vivo que nunca, cada centímetro de su piel pulsátil y alerta. Enstel recorrió su rostro con lentitud hasta llegar a su boca. Lo besó despacio y, cuando le separó los labios, Eric sintió una oleada de pura energía vital extendiéndose en su interior. El placer era inconmensurable. Al mismo tiempo vio a Acacia gorjeando cuando era un precioso bebé de suaves rizos rubios, creciendo hasta convertirse en una adolescente larguirucha, cantando y tocando el piano con concentrada pasión; percibió retazos e impresiones de momentos compartidos explorando museos, edificios y paisajes. Recibió destellos del intenso placer del sexo y del indescriptible intercambio de energía, del inmenso amor que sentía Enstel por ella, pero también por él. Eric permaneció unos momentos inmóvil, conmovido por la inesperada revelación.

Abrió los ojos y contempló a Enstel, que lo miraba con una sonrisa y vibraba con belleza imposible.

Aliméntate de mí
.

La simple intención de enviarle energía fue todo lo que necesitó. Enstel la sorbió con deleite y, pese a que Acacia le había advertido que el placer de dar era incluso mayor que el de recibir, Eric notó con sorpresa que todo su ser reaccionaba con fuerza inusitada. A pesar de que hubiera querido entregarle más, Enstel cesó de absorberla. Volvió a besarlo y esta vez Eric se atrevió a tocar su rostro y gozar plenamente de la sensación.

Enstel hizo decrecer su densidad y su abrazo se volvió más intenso y envolvente. Cuando deslizó juguetonamente sus dedos por el torso de Eric hasta llegar hasta su sexo, la inmediata respuesta de su cuerpo lo tomó desprevenido. Recordó con un sobresalto dónde se encontraba y se incorporó girando la cabeza en dirección a Acacia, que seguía durmiendo plácidamente apenas a un metro de distancia. Enstel le sonrió con un brillo travieso en los ojos y comenzó a desvanecerse.

Acacia se despertó un rato más tarde y lo encontró al borde del acantilado con la mirada perdida en el horizonte. Cuando lo abrazó por la espalda, Eric se giró hacia ella y la besó.

La joven lo estudió con curiosidad.

—Hay algo diferente en ti.

—Enstel y yo acabamos de compartir energía —le confesó.

—¿De verdad? —exclamó Acacia encantada—. Creo que es la primera vez que lo hace, aparte de conmigo.

—Soy consciente del honor. Y tenías razón, es una experiencia única, imposible de explicar con palabras.

Acacia sintió la suave caricia de un beso invisible en la mejilla y sonrió.

25

—Creo que no te hemos dicho que los espíritus como Enstel tienen un nombre —dijo Iris al terminar de cenar.

—¿Ah, sí?

—Se los conoce como espíritus Tau —le informó Iris—, como la letra griega, un símbolo de vida y resurrección. También es la última letra del alfabeto hebreo.

—San Francisco le tenía tanto amor que las órdenes franciscanas la utilizan como su símbolo —añadió Eric—. El santo empleaba la letra Tau para firmar cartas, sanar heridas y enfermedades. Para él simbolizaba la cruz, Jesucristo, la redención y la salvación.

—Si bien la primera memoria de Enstel data de cinco mil años antes de Cristo, estos espíritus no fueron oficialmente bautizados hasta mucho después de su llegada al mundo físico. Nunca ha existido un estudio apropiado sobre ellos, son casi una leyenda y en ningún lugar se explica cómo invocarlos.

—Es irónico que un ente con semejantes asociaciones haya sido empleado tan a menudo con los propósitos equivocados.

—Pero no siempre ha sido así, ¿verdad? —preguntó Acacia ansiosa—. El alquimista de Oxford siempre me ha dado esperanzas. Sé que trató a Enstel con cariño y respeto y juntos lograron grandes avances, incluso si Enstel no era tan poderoso entonces como lo es ahora.

—Quizás no fueran muy numerosas —señaló Iris—, pero también hubo personas que los invocaron con el fin de explorar otras dimensiones, aumentar su nivel de conciencia, aprender a curar enfermedades y adquirir conocimientos espirituales.

—Y salvar a bebés en peligro —añadió Eric apretándole la mano con una sonrisa que quedó repentinamente quebrada—. Lo que nos lleva a otro tema.

Le lanzó una mirada a Iris, quien asintió con un breve gesto.

—Ha llegado el momento de hablar claramente sobre la Orden —continuó Eric en tono grave—. En mi último viaje logré poner a salvo a una familia en Argentina, pero solo lo conseguí al desviarme del protocolo habitual. Era la prueba definitiva que estaba buscando y que demuestra que hay un elemento corrupto.

—¿Quieres decir que es la misma Orden quien está asesinando a sus miembros? —exclamó Acacia palideciendo.

—Un grupo de nosotros hemos sospechado durante un tiempo que dentro de la Orden existe una facción secreta que opera sin atenerse al código ético —explicó Eric—. Mi madre y yo, entre otros, hemos estado tratando de reunir pruebas fehacientes. No se puede lanzar una acusación tan grave siguiendo una simple corazonada.

—Por desgracia, resulta también muy difícil encontrar aliados en los que poder confiar plenamente —añadió Iris—. Esto, junto al miedo general, ha demorado mucho el proceso. La semana que viene viajaré a San Francisco, donde vamos a tratar de decidir qué hacer. No podemos permitir que los asesinatos continúen por más tiempo.

—¿Me introdujiste en la Orden sabiendo que era peligrosa? —le preguntó Acacia a Eric.

—Oh, cariño, era necesario —le aseguró Iris.

—Ya se habían percatado de tus cualidades el primer año y era cuestión de tiempo que te reclutaran. Al menos así podía ofrecerme a ser tu mentor y asegurarme de que estabas a salvo. Lo entiendes, ¿verdad?

Acacia lo miró un momento antes de asentir.

—Como sabes —prosiguió Iris—, el rector, Alexander Crosswell, es un viejo amigo de la familia. Sin embargo, rara vez me he sentido totalmente cómoda con él. En ocasiones ha habido entre nosotros un elemento muy sutil, oculto, que jamás he logrado definir. Por eso siempre he rechazado los puestos que me ofrecía en Oxford y he preferido seguir mi propio camino. Eric también ha sentido una sombra de recelo, sobre todo en estos últimos tiempos.

—Es como si la superficie se estuviera resquebrajando. He llegado a pensar que nuestras percepciones están manipuladas por un encantamiento, pero no hemos conseguido encontrar nada. Los hechizos sutiles no son nuestra especialidad.

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