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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (27 page)

BOOK: Entre sombras
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—¡Oh, pero qué terriblemente grosero estoy siendo! —exclamó el rector levantándose de repente—. Ni siquiera te he ofrecido una taza de té.

Puso en funcionamiento un hervidor eléctrico, discretamente colocado en una esquina junto a un juego de té de aspecto antiguo. Sin saber cómo interpretar su silencio y sorprendida por su propia temeridad, Acacia continuó hablando.

—En la versión de Goethe, Fausto nunca percibe lo que podría considerarse su justo castigo. Dios interviene a través de los ángeles cuando impide que Mefistófeles se apodere de su alma. Los ángeles dicen que ha recibido la gracia de Dios por su esfuerzo constante y por la intercesión de Gretchen, que lo ha perdonado desde el cielo.

Acacia tomó la taza de té que le ofrecía el rector y lo observó mientras volvía a tomar asiento detrás de su pesada mesa de roble. Empezó a sentirse cada vez más inquieta.

—Fausto es un científico empírico que se ve forzado a enfrentarse a cuestiones como el bien y el mal, Dios y el Diablo, la sexualidad y la mortalidad —se obligó a continuar—. La grandeza intelectual y el poder no tienen valor por sí mismos a no ser que se apoyen en firmes valores morales y espirituales.

—Eso crees —replicó el rector con tono condescendiente mientras sorbía su té—. ¿Y qué te parece a ti la visión de Goethe del eterno femenino? ¿Nos impulsa realmente hacia arriba o hacia abajo, como opinaba Nietzsche?

—Creo que Goethe buscaba la salvación, redimirse ante las mujeres, pero sobre todo ante Dios. Por eso dijo: «¿No es acaso el amor humano una chispa del amor universal?».

—Prueba el té. Es una mezcla especial que recibo desde la India.

Acacia tomó un sorbo. Era realmente delicioso y durante unos momentos lo saborearon en silencio.

—Todavía me divierte escuchar a una jovencita expresar sus opiniones con tanta pasión y convencimiento, por equivocadas que sean —comentó el rector depositando la taza sobre la mesa—. En cuanto a tu decisión de rechazar la invitación de la Orden, me temo que no puedes permitirte esa libertad.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Acacia, empezando a sentirse mareada.

—No negaré que esa cabecita tuya contiene algunos datos entretenidos. Por un momento he sospechado que me estabas equiparando a Fausto y ofreciéndome perdón divino además del tuyo. Si semejante desfachatez no fuera tan ridícula, sería lo más insultante que he escuchado jamás. Una criatura de apenas veinte años dándome lecciones a mí…

Acacia sintió una ráfaga de pánico que apenas logró atenuar el irresistible sopor que había hecho presa de ella. Intentó ponerse en pie sin conseguirlo.

—Debe ser extraño perder el control sobre tu propio cuerpo —escuchó al rector decir con voz lejana.

Y entonces se hizo la oscuridad.

29

Acacia, despierta

Las palabras lograron finalmente abrirse paso hasta ella.

Acacia, mi amor, abre los ojos

Al hacerlo, la joven distinguió al cabo de un momento el rostro ansioso de Enstel cerca del suyo.

Oh, Enstel, he tenido el sueño más curioso

No ha sido un sueño
.

Acacia se incorporó despacio y miró a su alrededor. Parecía estar en una especie de celda. Se llevó la mano a la frente, todavía un poco confusa.

—He eliminado los rastros del narcótico de tu cuerpo. Estarás bien en un momento. Cuando no he podido contactar contigo, he creído volverme loco. Me ha costado mucho llegar a ti.

Acacia lo miró sin comprender. De repente, el pánico se apoderó de ella y comenzó a mirar a su alrededor con desesperación.

¡Desvanécete, por favor! Podría haber cámaras
.

Aunque no fueran capaces de registrar la presencia del espíritu, si alguien se hallaba observándola se daría cuenta sin duda de que estaba interactuando con una presencia invisible y eso lo pondría en grave peligro.

—Tranquilízate, ya lo he comprobado. El rector es extrañamente anticuado.

¿
Estás seguro
?

Enstel la estrechó entre sus brazos y Acacia apoyó la cabeza en su pecho, sintiéndose mejor al instante, notando cómo su respiración recobraba el ritmo normal.

—El rector ha protegido la estancia con intrincados hechizos. Me ha llevado horas lograr desmantelarlos.

—Creía que no contaba con ese tipo de poder.

—Él no, pero sabe quién lo posee. No tardarán en darse cuenta de lo ocurrido, pero no importa, para entonces ya habré acabado con ellos.

—No puedes hacer eso. Todavía no sabemos cuáles son las intenciones del rector.

—Acacia, cariño, te ha drogado y raptado, ¿qué más prueba necesitas?

—Por favor, Enstel, ya fue bastante malo con los tres borrachos. No quiero que seamos responsables de más muertes.

Enstel la miró dubitativo.

—No sabemos qué se encuentra detrás de todo esto —razonó la joven—. Imagínate que acabamos con Lord Crosswell y después descubrimos que solo él conocía el secreto que puede salvar la vida de cientos de inocentes de otra facción oscura de la Orden.

—Tienes demasiada imaginación.

—Y posiblemente soy demasiado ingenua también, pero me gustaría mucho que siguieras mis instrucciones, ¿sí?

Enstel asintió, renuente, y Acacia acarició su mejilla.

—Gracias. Me temo que tu amor por mí te ciega y te pone a nivel humano, con nuestras pasiones irracionales.

Enstel sonrió y la besó, transmitiéndole al mismo tiempo una ráfaga de energía vital.

Acacia permaneció unos instantes con los ojos cerrados, sintiendo que su cuerpo se revitalizaba y su mente se aclaraba.

—¿Qué quieres que haga?

—Contacta con Eric y cuéntale lo que ha pasado. Quizás Iris ya esté de regreso. Y mantente invisible en todo momento.

Cuando Enstel desapareció, Acacia estudió la celda con detenimiento, desnuda por completo, sin muebles ni ventanas, con suelo, techo y paredes de cemento gris y una puerta metálica con barrotes. Escuchó con atención, pero ningún sonido parecía filtrarse hasta allí. El rector la había despojado de todos sus objetos personales, incluido el reloj. A través de los barrotes se podía ver otra pequeña estancia, también vacía aparte de una bombilla solitaria en el techo. A la derecha había un arco que presumió conducía a una puerta o a un pasadizo. Debía de tratarse de una habitación subterránea pero ¿dónde? ¿Todavía en Oxford? No se le había ocurrido preguntarle a Enstel y lo cierto es que podía hallarse en cualquier sitio.

Enstel regresó unos veinte minutos más tarde para informarle que no había conseguido localizar a Eric.

—¿Crees que es porque se encuentra fuera del país? —le preguntó Acacia sin poder ocultar la ansiedad que sentía—. O podría ser debido a un hechizo aislante.

—No sabría decirlo.

—Continúa intentándolo. Y también con Iris. Ahora vete. No quiero que nadie sospeche tu presencia.

Acacia percibió la reticencia de Enstel.

—Te llamaré si me encuentro en peligro, te lo prometo.

—Lo sé, pero quizás no me sea posible oírte o llegar hasta ti. Tengo que encontrar a la persona que está reforzando los hechizos.

No fue hasta un rato más tarde, quizás una hora, cuando Acacia oyó el sonido de unos cerrojos descorriéndose.

Se puso en pie, pero no se acercó a la puerta de la celda.

—Vaya, vaya con la pequeña Acacia —dijo el rector mirándola con una sonrisa torcida—. Mi persona de confianza, encargada de realizar los hechizos necesarios para anular tus poderes, me ha informado que has estado manipulándolos. Le ha costado mucho volver a reactivarlos. Impresionante incluso para ti.

—¿Es este el trato que reciben las personas que se niegan a formar parte de la Orden?

—Como te he informado, no conozco ningún caso, así que recae sobre mi humilde persona la responsabilidad de sentar un ilustre precedente. Tus motivos todavía me producen cierta curiosidad, si he de ser sincero.

—Empecé a investigar en el momento en que supe de la existencia de la Orden. ¿No es eso lo que hacemos aquí? ¿Investigar? Y he llegado a la conclusión de que es una más de las organizaciones que operan motivadas por la codicia, el poder y el control. Son grupos así los que nos colocan los unos contra los otros, divididos en razas, países, creencias y religiones, estatus social, cultural y económico.

—¿No crees que esas divisiones son naturales?

—En absoluto. Estas sociedades crean diferencias artificiales, siguiendo el viejo principio de «divide y vencerás». Claro que hay diferencias entre una mujer y un hombre, un negro y un blanco, un musulmán y un cristiano, pero son todas superficiales. Más allá de las apariencias, nuestra naturaleza es la misma.

—Existe una vasta red de sociedades secretas dedicadas a conservar conocimientos antiguos. ¿Te atreves a sugerir que cientos de hombres de mentes brillantes se han equivocado durante siglos?

—Sí, cuando esos secretos están reservados solo para una elite privilegiada que no deja que nada se interponga en el camino hacia el progreso y la expansión indiscriminados, incluso si eso implica la exterminación de culturas como los nativos americanos o los aborígenes australianos, la aniquilación de bosques y selvas y la expoliación de recursos naturales que nos pertenecen a todos. A eso se refería William Blake cuando dijo que el progreso es el castigo de Dios.

—¡Ese poetucho trastornado! —exclamó el rector con desprecio.

—No creo que lo estuviera cuando señaló los peligros de la ciencia sin conciencia. Hay quien dice que estas sociedades controlan en la sombra a los gobiernos, las religiones, las industrias, la economía, los bancos, la ciencia, la tecnología y los medios de comunicación. Estos grupos manipulan y mantienen el control del mundo a través del miedo, haciéndole creer a la gente que no tiene ningún poder sobre su vida ni su destino. Nos venden la fantasía de un trabajo seguro, una casa cómoda, un coche lujoso, tarjetas de crédito, una familia feliz con 2,3 hijos, todo tipo de aparatos electrónicos y una hipoteca y deudas tan enormes que es imposible escapar del sistema.

—¿Así que estás en contra de los lujos, una joven con educación privada y estudiante en Oxford?

—Claro que me gusta la comodidad que nos proporcionan las posesiones materiales y no estoy en contra de ellas, pero no son tan necesarias como nos quieren dar a entender ni el camino a la felicidad que nos inculcan desde que nacemos. Desde luego, no merecen que vendamos nuestra alma por ellas.

—Ya veo… —replicó irónico—. ¿Qué solución propondrías entonces?

—Cuando uno entra en una habitación en penumbra, simplemente enciende la luz. La oscuridad no se combate a través de luchas sin fin, se ilumina. Expuestas a la luz, a las sombras no les queda otro remedio que desvanecerse, pues el miedo no puede prevalecer en presencia del amor auténtico. El único camino posible consiste en arrojar luz sobre aquellos que están en la oscuridad, algunos sin sospecharlo siquiera. Hay quienes creen genuinamente hallarse en posesión de la verdad y estar haciendo algo bueno por el bien de la humanidad sin imaginar la oscuridad que los rodea. Estas sociedades secretas mantienen un conocimiento sagrado para ellas mismas, e incluso en su organización interna existe una gran jerarquía, de modo que solo algunos de sus miembros tiene acceso absoluto a él.

—¿Y cuál sería ese conocimiento sagrado, en tu opinión?

—Que existe una serie de leyes espirituales que rigen el universo. Que conocerlas y comportarnos de acuerdo a ellas, y no a los dictados de una falsa sensación de felicidad material, es lo que nos lleva a tomar posesión de nuestro propio poder y desarrollar todo nuestro potencial. Que somos los poderosos arquitectos de nuestra realidad. Que, a pesar de las apariencias, nuestra auténtica naturaleza es divina y que todos procedemos de una única fuente creadora. La separación es una ilusión, porque en realidad todos somos Uno.

—¡Oh, ya está bien con la cháchara! —gritó el rector perdiendo la paciencia—. ¡Me estás produciendo dolor de cabeza! Si la curiosidad no me hubiera ganado, te habría hecho desaparecer en cuanto supe de tu existencia. Dime, ¿cómo lograste escapar? No eras más que una criatura recién nacida.

—¿Escapar de quién? ¿Quiere decir que estuvo implicado? Lo único que puedo decirle es que poco después de nacer mis padres me encontraron debajo de un árbol dentro de su propiedad. En realidad, fue mi hermano Andy el que me descubrió. No supe nada de mis padres biológicos hasta que Iris me habló de ellos.

—¡No te atrevas a tomarme por estúpido! He leído tu expediente. La granja de los Corrigan se encuentra en Tavistock, a más de treinta y ocho millas del lugar donde encontramos el cuerpo de tu madre. Mis hombres peinaron los alrededores e investigaron durante días las localidades vecinas, tratando de averiguar si alguien había hallado algún bebé. No es posible que te desvanecieras sin más.

Enstel cumplió con su misión de mantenerme escondida y a salvo
, pensó Acacia con agradecimiento.

—¿A qué viene esa sonrisa?

—Quizás era una niñita voladora.

—No hagas que me arrepienta de mi decisión.

—¿Qué decisión?

—Olvidarlo todo y darte otra oportunidad. Pero ya no tiene importancia. A mi entender nunca ha existido la menor duda de que debías ser eliminada. No hay redención posible para ti. Ni siquiera deberías haber nacido. Por suerte, Eric es diferente. Él nos es leal. Siempre ha entendido que la visión de su familia, con su estúpida idea de la unidad, limitaba nuestro poder.

A la joven se le escapó un leve gesto de sorpresa.

—Ah, ¿acaso creías que estaba de tu parte? Si fuera así, ¿dónde está ahora? ¿Cómo es que no está aquí para salvarte? Deberías saber que ha sido Eric quien te ha traído hasta mí, un regalo a su querido mentor, la oportunidad de acabar contigo, aunque sea con veinte años de retraso.

Acacia consideró un momento la posibilidad de que Eric hubiera estado jugando en los dos bandos.

—Es dolorosa, ¿verdad? La traición…

Acacia agachó la cabeza, ocultando su expresión. Le dolía la cabeza. Quizás la celda no solo estaba diseñada para anular sus poderes, sino también para debilitarla. Ahora que la inestabilidad mental y las intenciones del rector eran más que evidentes, cerró los ojos y llamó a Enstel con todas sus fuerzas.

—Somos una élite destinada a dominar el planeta, sí, y yo pretendo estar en la cima. Lo hubiera conseguido ya de haber logrado el conocimiento necesario para invocar a un espíritu Tau.

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