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Authors: Kenneth Anger

Tags: #Historia, Referencia

Hollywood Babilonia (18 page)

BOOK: Hollywood Babilonia
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En esa misma temporada, Gertrude Michael, que en los años treinta interpretase a la atractiva Sophie Lang en una serie B sobre una desenvuelta ladrona de joyas (ya en
El crimen del vanidades
ella se había robado el
show
cantando
Dulce marihuana
), fue detenida en estado de embriaguez una noche en la playa de Venecia. Cuando fue descubierta por la patrulla, sola y agarrada a una botella de
scotch
, Gertie sollozó y musitó en voz baja: "Déjenme tranquila. No tengo amigos. Estoy sola y todos me han olvidado. Quiero arrojarme al mar". Conducida a la estación de policía más próxima, rogó a los fotógrafos que aguardaban: "No soy una víctima de los hombres como Carole Landis. Háganme el favor de retocar mis fotografías. No quiero aparecer como Frances Farmer".

Este período fue asimismo animado por una pelea en público, en el transcurso de la cual el productor Walter Wanger disparó en la ingle a Jennings Lang, el amante de su esposa Joan Bennett. El notable productor cumplió condena fuera de la celda, como bibliotecario de la prisión. (Este caso ofrece un paralelismo con otros célebres disparos, cuando en 1938 Moe "The Gimp" Synder, ex esposo de la cantante de
blues
Ruth Etting, disparó en el umbral de su casa a su pianista y amante Myrl Alderman.)

El 2 de febrero de 1950, Ingrid Bergman, todavía señora de Lindstrom, presentó al signor Rosellini un hermoso varón, Robertino. Su espíritu de independencia escandalizó al público norteamericano; ella prefirió alejarse de la tormenta poniendo rumbo a Europa e instalándose casi definitivamente en el viejo continente.

Confidencialmente…

En 1951, la policía efectuó una redada en una casa de placer de superlujo, enclavada en las colinas que dominan Sunset Strip, deteniendo a madame Billy Bennett e interviniendo el Libro de Clientes. Este archivo se haría famoso, pues su contenido era el no va más en cuanto a celebridades de Hollywood, asiduas todas ellas del establecimiento; muchos habían dejado sus Oscar en el lugar de honor, en señal de gratitud por los servicios prestados. (El chivatazo provenía de algunos honrados dueños de restaurantes a lo largo del Strip, que se sintieron amenazados y ofendidos a un tiempo al enterarse de que Billy planeaba entrar en el mundo del espectáculo y abrir ella también un distinguido restaurante que competiría con el suyo). Astros por decenas, y también productores y guionistas, se dispersaron súbitamente por los cuatro puntos cardinales, aceptando ofertas para trabajar en Europa, o dispuestos a disfrutar de unas precipitadas y repentinas vacaciones. Los Estudios se dieron buena prisa por echar tierra sobre el asunto, y con éxito; a los pocos meses, los "turistas" regresaban a California.

En 1952, cuando la capital del cine aún no se había repuesto del caso Billy Bennett, una pequeña revista editada en Nueva York aparecía en todos los quioscos del país. Esta nueva intrusión de la prensa amarilla no tardó en convertirse en la comidilla de la ciudad; "Confidential" cobró forma de publicación con un contenido cochambroso pero que muy pocos se resistían a leer.

Su lema era: "Contamos los Hechos y Citamos los Nombres". Este tipo de prensa de escándalo no era una novedad. Durante décadas habían existido triunfadores, chismosos de profesión, entre ellos el corrompido Westbrooke Pegler, el malévolo Walter Winchell, ese sagrado terror consagrado que era Elsa Maxwell y, por descontado, Hedda y Louella, máximas exponentes cinemaníacas de insinuantes calumnias. Pero el pérfido "Confidential" fue mucho más allá que todos los especialistas juntos; ahondaba en todos y cada uno de los detalles y no dudaba en garantizar que sus artículos eran fiel recuento de los hechos.

Robert Harrison, el editor de "Confidential", había concebido la línea a seguir de su revista tras contemplar a diario por televisión la investigación sobre el caso Kefauver. Cuando comprobó que esas crónicas sobre el crimen, la prostitución y el vicio, superaban en audiencia al resto de los programas, dedujo que el público se encontraba ávido de chismes y que una publicación que supiese presentar este tipo de material de una forma picante, citando nombres, podía tener un brillante porvenir.

Harrison había dado sus primeros pasos en los años veinte como recadero en el "Daily GraphiC", un diario sensacionalista, precursor hasta cierto punto de "Confidential". Después trabajó para Martin Quigley, cuando éste era el beato editor del "Motion Picture Herald". Ya por cuenta propia, se lanzó a una serie de publicaciones aptas para fetichistas, ilustradas con mujeres con tacones altos y látigo en las manos, pero cuya circulación comenzaba a declinar justo en el momento en que concibió la idea del "Confidential". El primer número obtuvo una acogida sensacional; llegaron a venderse doscientos cincuenta mil ejemplares. Ya en la cumbre, "Confidential" vendía en los quioscos cuatro millones de ejemplares —todo un récord para el "periodismo" americano.

Harrison emprendió la invasión a gran escala de la vida privada de los ciudadanos más famosos de Norteamérica. Su fórmula era sencilla: un nombre bien conocido, una fotografía poco favorecedora y una historia no demasiado extensa que presentaba cualquier episodio un tanto sórdido bajo un prisma humorístico. El sabía lo que sus clientes deseaban. Y confiaba a sus amigos: "A los norteamericanos les encanta leer esas cosas que no se atreverían a hacer".

Con el éxito de la revista, sus víctimas se iban incrementando a base de aquellas luminarias de Hollywood cuyas vidas privadas presentaban un mayor interés morboso para el público. Harrison estableció en Hollywood una agencia, dirigida por su sobrina Marjorie Mead, bajo el pretencioso nombre de Hollywood Investigation Incorporated. Detectives privados de poca monta, aspirantes a
starlets
, estrellas en desgracia y periodistas pasados de moda fueron contratados para traer y llevar, chantajear y parlotear. El auge de "Confidential" permitía a Harrison pagar hasta mil dólares por cada chisme, asegurándose así una magnífica cuadra de espías. Algunas veces, eminentes personalidades del mundo del espectáculo le proporcionaron información sobre sus propios colegas. En cierta ocasión, Mike Todd telefoneó a Harrison desde California para pasarle una sugestiva anécdota concerniente a Harry Cohn, el muy odiado presidente de la Columbia.

Muchos de los rastreadores eran chicas de alterne. De hecho, el núcleo de la organización estaba constituido por el corrillo de
pin-up girls
que adornaban los bares de Sunset Strip. En la cama, estas chiquitas, espléndidamente pagadas, eran receptoras de confidencias de astros famosos, mientras que un magnetófono en miniatura dentro de sus bolsos, descuidadamente abiertos sobre la mesilla de noche, se encargaba de grabar durante toda la noche indiscreciones que más tarde serían devoradas por los ávidos lectores. Hollywood Investigation se hacía cargo de fotos y películas comprometedoras y empleaba los últimos refinamientos de la técnica: rayos infrarrojos, película ultra-rápida, teleobjetivos superpotentes. Fue así cómo se captaron las peleas domésticas entre Anita Ekberg y Anthony Steele. Cuando se estaba en posesión de un material particularmente comprometedor, un representante de Hollywood Investigation visitaba a la estrella implicada llevando una copia de la foto en la mano. A la víctima se le sugería que el original podía ser adquirido por la revista. Algunos, muertos de miedo, pagaban; otros se negaban. Artículos que no fueron comprados y agotaron la edición fueron, por ejemplo: "Lizabeth Scott, entre chicas", "Dan Daily, travestí", "Errol Flynn y sus espejos dobles", "¿El mejor "bombero"
[9]
de Hollywood?: ¡M-M-M Marilyn M-M-Monroe!", "Joan Crawford y el apuesto barman".

Este reinado de terror duró cuatro años. Considerables cargamentos de información fueron suministrados a Harrison por dos de los más acreditados chismosos de Nueva York: Walter Winchell y Lee Mortimer. Mortimer, comentarista y crítico del ya desaparecido "Daily Mirror" se citaba con Harrison en una cabina telefónica, le contaba una historia picante y si, por casualidad, coincidían después en el mismo local nocturno, ambos hacían como que entre ellos existía una abierta enemistad y se negaban el saludo el uno al otro. Harrison solía conceder a Winchell amistosos espaldarazos en la revista, en artículos en los que otra persona parecía haber empuñado el hacha (por ejemplo "Winchell llevaba toda la razón en lo de Josephine Baker", etc.). A cambio, Winchell promocionaba el magazine en televisión.

A medida que, a cada número de "Confidential", se incrementaban las ventas y las obscenidades, ya no había estrella que se pudiera mantenerse al margen de las "revelaciones". Algunas eran víctimas de toda una ristra de artículos: Marilyn, Orson, Lana, Ava, Frankie y Jayne. A buen recaudo en Nueva York, Harrison se aseguraba de que cada artículo tuviese como base un trozo de película o cinta grabada, "evidencia" que, antes de su publicación, era considerada por sus abogados fulleros.

Pero, con el incremento del éxito, y sin que nadie le hiciera frente, se pasó de la raya tratando de enriquecer los hechos con detalles pintorescos. Y se convirtió en uno de los hombres más odiados del país. Durante una excursión cinegética en Santo Domingo, a alguien se le escapó algún que otro disparo en dirección suya; otro día, el padre de Grace Kelly se dejó caer por su oficina de Nueva York dispuesto a destrozar el lugar y asestar a Harrison un buen golpe en cuanto apareció una exclusiva sobre la futura princesa de Mónaco.

No fue sino hasta finales de 1957 cuando una estrella tuvo el valor de decidir que ya estaba bien. Dorothy Dandridge puso un pleito a la revista, tras un artículo aparecido sobre sus supuestas actividades forestales en una muy "naturalista" compañía. Dandridge reclamaba dos millones de dólares.

Con el disparo del primer dardo, estaba declarada la guerra: docenas de estrellas calumniadas recurrieron al juzgado. Cuando sucedió esto, los Grandes de la industria del cine comprendieron que ante ellos se cernía un nuevo peligro —las más importantes personalidades de Hollywood iban a ser interrogadas públicamente sobre sus vidas privadas. Las Eminencias Grises intentaron una vez más poner en práctica lo que ya habían realizado satisfactoriamente en anteriores escándalos: silenciarlos.

Robert Murphy, un relaciones públicas de Hollywood, fue designado para trasladarse al Palacio del Congreso y mantener allí una charla con el fiscal general. Llegó tan lejos como para amenazar con la suspensión de la ayuda financiera con que la industria cinematográfica planeaba asegurar la inminente campaña de los republicanos. Pero el Estado se mantuvo firme en su decisión de pasar a la acción. Muchas de las luminarias encontraron muy recomendable tomarse unas buenas vacaciones. Clark Gable marchó a Tahití para tomar el sol; otros a Europa o Sudamérica.

Finalmente, el juicio tuvo lugar en Los Ángeles el 2 de agosto de 1957. En la prensa fue calificado de "El Proceso de las Cien Estrellas". En realidad, salvo una breve aparición de Dorothy Dandridge, que retiró su demanda tras un buen acuerdo financiero al margen del Tribunal, el proceso sólo contó con la presencia de otra estrella, la bellísima pelirroja Maureen O'Hara.

"Confidential" había informado a sus lectores de cómo la señorita O'Hara se había extralimitado en un juego conocido como
Chinese Chest
, celebrado en las mullidas butacas del Teatro Chino de Hollywood, teniendo como contrincante a un atractivo sudamericano. "Confidential" narraba así los hechos: "El acomodador vio a una pareja que hacía desprender de su palco tanto calor como si estuviésemos en julio. Maureen, con la blusa desabrochada y sus cabellos en desorden había asumido, para contemplar la película, la más singular postura jamás contemplada en toda la Historia del Cine. Estaba tumbada sobre tres asientos, con el afortunado sudamericano en el de en medio, mientras por la pantalla desfilaba una cinta que denunciaba la delincuencia juvenil…"

El juez Walker consideró que faltaban datos. Se reconstituyeron los hechos.

El manager del cine no tuvo inconveniente en interpretar el papel del sudamericano; una joven periodista hizo de doble de la estrella. El manager tomó asiento, la doble se tendió encima de las butacas e incluso alzó sus piernas al aire. El jurado quería más información. Sus doce miembros (entre ellos seis viudas) se aproximaron a la fila 35, donde, tras una minuciosa investigación de los tres asientos, llegaron a la conclusión de que no se diferenciaban de los del resto del local.

Maureen no hizo acto de presencia hasta el 17 de agosto. Demostró que en la época de sus supuestos jugueteos en el palco del Grauman, ella se encontraba en España filmando
Málaga
. La mejor prueba era su pasaporte. Pidió cinco millones de dólares. Los testigos se mantuvieron en sus trece de que, a pesar de la coartada del pasaporte con la fecha de su ausencia, era ella y no otra la actriz que habían visto en el palco. Su hermana, una monja irlandesa, emergió del convento para declarar en defensa suya. La Corte importó un detector de mentiras que NO probó que Maureen dijera la verdad.

El desconcertado jurado llegó al fin a una decisión. Las acusaciones por obscenidad fueron descartadas; "Confidential" sólo tendría que soplar cinco mil dólares. Hubo sin embargo multitud de "arreglos" millonarios por fuera de la Audiencia. La revista pagó a Liberace cuarenta mil dólares y casi otro tanto a una docena de celebridades.

El mayor drama del caso llegó con el suicidio de Polly Gould, que pertenecía al equipo de la revista. Se mató en la noche del 16 de agosto; iba a testificar al día siguiente. Más adelante se descubriría que Polly había estado jugando a dos barajas, vendiendo secretos de la publicación al fiscal del distrito e informando a la vez a Harrison de las maniobras de la policía.

Después del proceso, Howard Rushmore, redactor jefe de Harrison en "Confidential" (ex-comunista paranoico, Rushmore acababa de iniciar una cruzada contra los rojos), mientras paseaba a caballo con su esposa por la parte alta de Nueva York, sacó una pistola y mató a su mujer antes de matarse él.

Harrison vendió "Confidential" en 1957. A continuación lanzó una publicación de pocos vuelos llamada "Inside News". No llegó a alcanzar la fama de su predecesora. Los días de este tipo de prensa estaban contados. La industria norteamericana del cine había degenerado; en la televisión se le da al público más chismorreo del que es capaz de engullir y su capacidad de asombro es menor.

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