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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (93 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—Con lo que ya no os queda ninguna oposición —dijo Tyrion.

—Algo sí queda —dijo Ser Kevan—. Los Mallister todavía resisten en Varamar, y Walder Frey está tomando posiciones en los Gemelos.

—No importa —dijo Lord Tywin—. Frey sólo salta a la batalla cuando el aire huele a victoria, y ahora sólo le llega el hedor de la ruina. Y respecto a Jason Mallister, no tiene las fuerzas necesarias para luchar a solas. En cuanto Jaime se apodere de Aguasdulces, los dos doblarán la rodilla enseguida. A menos que los Stark y los Arryn avancen para enfrentarse a nosotros, ya hemos ganado esta guerra.

—Yo que tú no me preocuparía demasiado por los Arryn —dijo Tyrion—. Los Stark ya son otra cosa. Lord Eddard...

—... es nuestro rehén —dijo su padre—. No puede avanzar con ningún ejército, se está pudriendo en una mazmorra bajo la Fortaleza Roja.

—En efecto —asintió ser Kevan—, pero su hijo ha convocado a los vasallos y está en Foso Cailin, con un fuerte ejército.

—Ningún ejército es fuerte hasta que lo demuestra —replicó Lord Tywin—. El hijo de Stark es un niño. Sin duda, le gusta cómo suenan los cuernos de guerra y cómo ondean los estandartes al viento, pero al final todo es una carnicería. No creo que tenga valor.

—¿Y qué hace nuestro valeroso monarca mientras tiene lugar esta carnicería? —preguntó Tyrion mientras pensaba que las cosas se habían puesto muy interesantes en su ausencia—. ¿Cómo ha conseguido mi hermosa y persuasiva hermana que Robert encierre a su querido amigo Ned?

—Robert Baratheon ha muerto —le dijo su padre—. Tu sobrino reina ahora en Desembarco del Rey. —Aquello sí que dejó boquiabierto a Tyrion.

—Querrás decir mi hermana. —Bebió otro trago de cerveza. Ahora que Cersei reinaba en lugar de su marido, el reino iba a cambiar mucho.

—Si quieres hacer algo útil, te daré el mando de una tropa —dijo su padre—. Marq Piper y Karyl Vance siguen sueltos en nuestra retaguardia, y se dedican a atacar nuestras tierras en el Forca Roja.

—Vaya —dijo Tyrion—. Qué gente más descarada, mira que atreverse a contraatacar. Lo malo es que me reclaman asuntos importantes.

—¿De veras? —Lord Tywin no parecía sorprendido en absoluto—. También hay un par de seguidores de Ned Stark, muy molestos, que se dedican a saquear mis caravanas de aprovisionamiento. Beric Dondarrion, un joven señor que se cree muy valiente. Lo acompaña ese sacerdote gordo, el que prende fuego a su espada. ¿Crees que podrías encargarte de ellos antes de huir sin hacer demasiado el ridículo?

Tyrion se secó la boca con el dorso de la mano y sonrió.

—Padre, mi corazón salta de alegría al ver que estás deseoso de confiarme... ¿cuántos hombres? ¿Veinte? ¿Cincuenta? ¿Seguro que puedes prescindir de tantos? Bueno, no importa. Si me tropiezo con Thoros y con Lord Beric, les daré una buena azotaina. —Se bajó de la silla y caminó torpemente hasta el aparador, sobre el que había un gran queso rodeado de frutas—. Pero antes debo cumplir algunas promesas que hice —siguió mientras se cortaba una generosa ración—. Necesitaré trescientos yelmos, otras tantas cotas de mallas, y además espadas, lanzas con punta de hierro, mazas, hachas, guanteletes, gorjales, canilleras, corazas, carromatos para transportarlo todo...

La puerta que había a su espalda se abrió tan bruscamente que a Tyrion casi se le cayó el queso. Ser Kevan se levantó maldiciendo al ver que un capitán de la guardia cruzaba la estancia por los aires e iba a estrellarse contra la chimenea. El hombre cayó sobre las cenizas frías, con el yelmo del león torcido. Shagga partió su espada en dos contra la rodilla, gruesa como un tronco de árbol, tiró al suelo los pedazos y recorrió la sala común a zancadas. Lo precedía su hedor, más maduro que el del queso, que en aquel lugar cerrado resultaba insoportable.

—Pequeño caparroja —ladró—, la próxima vez que amenaces con acero a Shagga, hijo de Dolf, te cortaré la virilidad y la asaré en el fuego.

—¿Cómo, nada de cabras? —dijo Tyrion al tiempo que mordisqueaba el queso.

El resto de los hombres de los clanes, acompañados por Bronn, siguió a Shagga. El mercenario dirigió a Tyrion una mirada pesarosa.

—¿Quiénes sois? —preguntó Lord Tywin, frío como la nieve.

—Me han seguido hasta casa, Padre —explicó Tyrion—. ¿Me los puedo quedar? No comen demasiado.

Nadie se rió.

—¿Con qué derecho irrumpís en nuestro consejo, salvajes? —exigió saber Ser Kevan.

—¿Salvajes, hombre de las tierras bajas? —Conn habría resultado atractivo, una vez bien lavado—. Somos hombres libres, y los hombres libres se sientan en todos los consejos de guerra.

—¿Cuál es el señor del león? —preguntó Chella.

—Los dos son viejos —señaló Timett, hijo de Timett, que todavía no había cumplido los veinte años.

Ser Kevan se llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero su hermano le sujetó la muñeca con dos dedos. Lord Tywin parecía impertérrito.

—¿Qué ha sido de tus modales, Tyrion? Ten la bondad de presentarnos a nuestros... honorables invitados.

—Será un placer —dijo Tyrion después de lamerse los dedos—. La hermosa doncella es Chella, hija de Cheyk, de los Orejas Negras.

—No soy ninguna doncella —protestó Chella—. Mis hijos han cortado ya cincuenta orejas.

—Y ojalá corten cincuenta más. —Tyrion siguió adelante—. Éste es Conn, hijo de Coratt. El que parece Roca Casterly con pelo es Shagga, hijo de Dolf. Los dos son Grajos de Piedra. Éste es Ulf, hijo de Umar, de los Hermanos de la Luna, y aquí os presento a Timett, hijo de Timett, un mano roja de los Hombres Quemados. Y por último, éste es Bronn, un mercenario sin lealtades particulares. En el breve tiempo que hace que lo conozco ha cambiado de bando dos veces. Te llevarás de maravilla con él, Padre. —Se volvió hacia Bronn y los hombres de los clanes—. Quiero presentaros a mi señor padre, Tywin, hijo de Tytos, de la Casa Lannister, señor de Roca Casterly, Guardián de Occidente, Escudo de Lannisport, que una vez fue Mano del Rey, y probablemente volverá a serlo.

—Hasta en el occidente conocemos las proezas de los clanes guerreros de las Montañas de la Luna —dijo Lord Tywin levantándose, digno y correcto—. ¿Qué os trae desde vuestras fortalezas, mis señores?

—Caballos —dijo Shagga.

—Una promesa de seda y acero —dijo Timett, hijo de Timett.

Tyrion estaba a punto de informar a su padre de cómo se proponía reducir el Valle de Arryn a un erial humeante, pero no le dieron ocasión. La puerta se abrió de golpe otra vez. El mensajero dirigió una mirada de extrañeza a los hombres de los clanes antes de hincar una rodilla en tierra ante Lord Tywin.

—Mi señor —dijo—, Ser Addam me envía a deciros que el ejército Stark avanza.

Lord Tywin Lannister no sonrió. Lord Tywin nunca sonreía, pero Tyrion había aprendido a leer la satisfacción en el rostro de su padre.

—Así que el lobezno sale de su guarida y quiere jugar con los leones —dijo con voz tranquila—. Espléndido. Vuelve con Ser Addam y dile que no debe atacar a los norteños hasta que lleguemos nosotros. En cambio, quiero que los hostigue por los flancos y los obligue a avanzar más hacia el sur.

—Se hará como ordenáis —dijo el jinete, tras lo cual se retiró.

—Aquí estamos bien situados —señaló Ser Kevan—. Cerca del vado, y rodeados de fosos y empalizadas. Si vienen hacia el sur, deja que se acerquen; ya se estrellarán contra nosotros.

—Puede que el chico, al ver nuestro número, se retire, o pierda el valor —replicó Lord Tywin—. Cuanto antes quebremos a los Stark, antes estaré libre para encargarme de Stannis Baratheon. Ordena que los tambores toquen para convocar una asamblea, y haz llegar a Jaime la noticia de que voy a avanzar contra Robb Stark.

—Como desees —dijo Ser Kevan.

Tyrion observó con fascinación sombría cómo su padre se volvía hacia los semisalvajes hombres de los clanes.

—Dicen que los hombres de los clanes de las montañas son guerreros sin miedo.

—Dicen la verdad —respondió Conn, de los Grajos de Piedra.

—Y las mujeres —añadió Chella.

—Cabalgad conmigo contra mis enemigos, y tendréis todo lo que os prometió mi hijo, y mucho más.

—¿Vas a pagarnos con nuestras propias monedas? —dijo Ulf, hijo de Umar—. ¿Para qué necesitamos la promesa del padre, si ya tenemos la del hijo?

—No he dicho que necesitéis nada —replicó Lord Tywin—. Mis palabras eran simple cortesía, nada más. No es necesario que os unáis a nosotros. Los hombres de las llanuras invernales están hechos de hierro y hielo, hasta los más valientes de mis caballeros temen enfrentarse a ellos.

Tyrion no pudo disimular una sonrisa retorcida ante tal alarde de habilidad.

—Los Hombres Quemados no temen a nada. Timett, hijo de Timett, cabalgará con los leones.

—Vayan a donde vayan los Hombres Quemados, los Grajos de Piedra los preceden —declaró Conn, ardoroso—. También iremos.

—Shagga, hijo de Dolf, les cortará sus virilidades y las echará de comer a los cuervos.

—Cabalgaremos contigo, señor del león —dijo Chella, hija de Cheyk—. Pero tu hijo mediohombre debe venir con nosotros. Ha comprado con promesas el aire que respira. Hasta que tengamos el acero que nos ha prometido, su vida nos pertenece.

Lord Tywin clavó en su hijo aquellos ojos con destellos dorados.

—Qué bien —dijo Tyrion con una sonrisa resignada.

SANSA (5)

Las paredes de la sala del trono estaban desnudas; los tapices con escenas de caza que tanto gustaban al rey Robert se encontraban amontonados de cualquier manera en un rincón.

Ser Mandon Moore fue a ocupar su lugar bajo el trono, junto a dos de sus camaradas de la Guardia Real. Sansa se quedó junto a la puerta, sin que nadie la vigilara, por primera vez. Como recompensa por su buen comportamiento, la Reina le había dado libertad para recorrer el castillo, pero siempre con escolta. Decía que era «una guardia de honor para mi futura hija», pero para Sansa no era ningún honor.

«Libertad para recorrer el castillo» quería decir que podía ir adonde quisiera dentro de la Fortaleza Roja, siempre que prometiera no salir fuera de sus muros; fue una promesa que Sansa hizo de buena gana. Además, tampoco habría podido aventurarse más allá. Las puertas estaban vigiladas día y noche por los capas doradas de Janos Slynt, y siempre había cerca un guardia de la Casa Lannister. Y aunque pudiera abandonar el castillo, ¿adónde iría? Tenía suficiente con pasear por el patio, recoger flores en el jardín de Myrcella y visitar el sept para rezar por su padre. A veces rezaba también en el bosque de dioses, ya que los Stark veneraban a las antiguas deidades.

Era la primera sesión de corte del reinado de Joffrey, de manera que Sansa miró a su alrededor muy nerviosa. Bajo las ventanas que daban al oeste había una hilera de guardias de la Casa Lannister, y bajo las del este, otros tantos Guardias de la Ciudad, con sus capas doradas. No vio ningún plebeyo, pero sí un grupo de señores, unos importantes y otros no tanto, que parecían muy inquietos. No había más de veinte personas, cuando en las sesiones del rey Robert esperaban unas cien.

Sansa se deslizó entre ellos, y murmuró saludos corteses mientras trataba de llegar a la primera fila. Reconoció a Jalabhar Xho, con su piel morena, al sombrío Ser Aron Santagar, a los gemelos Redwyne, Horror y Baboso... pero a ella nadie parecía reconocerla. Y si la conocían, desviaban la vista como si tuviera la peste gris. El enfermizo Lord Gyles se cubrió el rostro al verla llegar y fingió un ataque de tos, y cuando Ser Dontos, siempre borracho y divertido, inició un saludo, Ser Balon Swann le susurró algo al oído, y se calló de inmediato.

Y faltaban muchos. ¿Adónde se habían ido? Sansa no lo sabía. Buscó rostros amigos, pero fue en vano. Nadie la miraba a los ojos. Era como si se hubiera convertido en un fantasma, como si estuviera muerta.

El Gran Maestre Pycelle estaba sentado ante la mesa del Consejo, él solo, al parecer adormilado, con las manos entrelazadas por encima de la barba. Sansa vio que Lord Varys entraba apresuradamente en la sala, sin hacer ruido al caminar. Un momento más tarde entró también Lord Baelish, con una sonrisa en el rostro. Conversó unos instantes con Ser Balon y Ser Dontos antes de ir a su sitio. Sansa sentía el aleteo de los nervios en el estómago.

«No hay por qué tener miedo —se dijo—. No hay por qué tener miedo, todo saldrá bien, Joff me quiere, y la Reina también; ella misma me lo dijo.»

—Su Alteza, Joffrey de las Casas Baratheon y Lannister —proclamó el heraldo—, el primero de su nombre, rey de los ándalos, los rhoynar y los primeros hombres, y señor de los Siete Reinos. Su señora madre, Cersei de la Casa Lannister, reina regente, Luz del Occidente y Protectora del Reino.

Ser Barristan Selmy, resplandeciente en su armadura blanca, les abrió paso. Ser Arys Oakheart escoltaba a la reina, y Ser Boros Blount caminaba junto a Joffrey, de manera que en la sala había ya seis Guardias Reales: todos los Espadas Blancas a excepción de Jaime Lannister. Su príncipe... ¡No, ya era su rey!, subió de dos en dos los peldaños que llevaban al Trono de Hierro, mientras que su madre se sentaba a la mesa del Consejo. Joffrey llevaba ropas de terciopelo negro con ribetes carmesí, una deslumbrante capa de hilo de oro con amplio cuello, y lucía una corona de oro con incrustaciones de rubíes y diamantes negros.

Joffrey paseó la vista por la sala y su mirada se encontró con la de Sansa. Sonrió, y se sentó.

—El deber de un rey es castigar a los desleales y recompensar a los que le son fieles. Gran Maestro Pycelle, os ordeno que leáis mis decretos.

Pycelle se puso en pie. Llevaba una túnica magnífica de terciopelo escarlata, con cuello de armiño y brillantes cierres de oro. De una de las amplias mangas extrajo un tubo dorado, del que sacó un pergamino. Lo desenrolló y empezó a leer una larga lista de nombres. Se ordenaba a todos ellos, en nombre del Rey y del Consejo, que se presentaran allí para jurar lealtad a Joffrey. De no hacerlo se los consideraría traidores, y sus tierras y títulos pasarían al trono.

La lista de los nombres hizo que Sansa contuviera el aliento. Lord Stannis Baratheon, su señora esposa, su hija. Lord Renly Baratheon. Los dos hombres que ostentaban el título de Lord Royce y sus respectivos hijos. Ser Loras Tyrell. Lord Mace Tyrell, sus hermanos, tíos e hijos. El sacerdote rojo, Thoros de Myr. Lord Beric Dondarrion. Lady Lysa Arryn y su hijito, el pequeño Lord Robert. Lord Hoster Tully, su hermano, Ser Brynden, y su hijo, Ser Edmure. Lord Jason Mallister. Lord Bryce Caron de las Marcas. Lord Tytos Blackwood. Lord Walder Frey y su heredero, Ser Stevron. Lord Karyl Vance. Lord Jonos Bracken. Lady Shella Whent. Doran Martell, príncipe de Dorne, y todos sus hijos.

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