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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (99 page)

BOOK: Juego de Tronos
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«Me regala la espada de su hijo», Jon apenas si se lo podía creer. El equilibrio de la hoja era exquisito. El filo tenía un brillo tenue al recibir el beso de la luz.

—Vuestro hijo...

—Mi hijo deshonró a la Casa Mormont, pero al menos tuvo la amabilidad de dejar la espada cuando se dio a la fuga. Mi hermana me la hizo llegar, pero sólo con verla recordaba el nombre de Jorah, así que la guardé, y no volví a pensar en ella hasta que la encontré entre las cenizas de mi dormitorio. El pomo original era una cabeza de oso forjada en plata, pero estaba tan usada que apenas si se distinguía ya la forma. Pensé que un lobo blanco sería más apropiado para ti. Uno de los constructores trabaja muy bien la piedra.

Cuando Jon tenía la edad de Bran, había soñado a menudo con llevar a cabo grandes hazañas, el sueño típico de todos los niños. Los detalles de las hazañas iban cambiando, pero a menudo se imaginaba que salvaba la vida de su padre. Después Lord Eddard declaraba que Jon había demostrado que era un auténtico Stark, y le ponía a
Hielo
en la mano. Incluso en aquellos tiempos sabía ya que era una tontería infantil; ningún bastardo podía esperar esgrimir la espada de un padre. Hasta el simple recuerdo le daba vergüenza. ¿Qué clase de hombre arrebataba a su hermano su derecho de nacimiento?

«No tengo derecho a esta espada —pensó—, igual que no tenía derecho a
Hielo
.» Movió los dedos quemados, y sintió un latido de dolor bajo la piel.

—Me honráis, mi señor, pero...

—Déjate de peros, chico —lo interrumpió Lord Mormont—. De no ser por ti y por esa bestia que te acompaña, no estaría aquí sentado. Luchaste como un valiente... y, lo que es más importante, pensaste con rapidez. ¡Fuego! Claro, maldita sea. Teníamos que haberlo imaginado. Teníamos que haberlo recordado. No es la primera vez que llega la Larga Noche. Sí, ocho mil años es mucho tiempo, claro... pero, si la Guardia de la Noche no recuerda, ¿quién lo hará?


¿Quién?
—repitió el cuervo—.
¿Quién? ¿Quién?

Sin duda, los dioses habían escuchado las plegarias de Jon aquella noche; el fuego había prendido las ropas del hombre muerto, y lo habían consumido como si tuviera cera en vez de carne, como si sus huesos fueran de madera vieja y seca. A Jon le bastaba con cerrar los ojos para volver a ver a aquella cosa tambaleándose por la habitación, chocando contra los muebles y tratando de sacudirse las llamas. Lo que más lo obsesionaba era el rostro, rodeado por un halo de fuego, con el pelo en llamas como si fuera de paja, mientras la carne muerta se derretía y dejaba el cráneo al descubierto.

Fuera cual fuera la fuerza demoníaca que movía a Othor, las llamas habían acabado con ella; la cosa retorcida que encontraron entre las cenizas no era más que carne asada y huesos chamuscados. Pero, en sus pesadillas, volvía a enfrentarse a aquello... y el cadáver ardiente tenía el rostro de Lord Eddard. Era la piel de su padre la que ardía y se chamuscaba; los ojos de su padre, los que corrían líquidos por las mejillas como lágrimas de gelatina. Jon no entendía qué era aquello ni qué significaba, pero el sueño lo aterrorizaba.

—Una espada es un pago escaso a cambio de una vida —concluyó Mormont—. Cógela; no quiero oír nada más al respecto, ¿entendido?

—Sí, mi señor. —El cuero blando cedió bajo los dedos de Jon, como si la espada empezara ya a amoldarse a su mano. Sabía que era un honor, se sentía honrado, pero...

«No es mi padre. —El pensamiento brotó de súbito en la mente de Jon—. Lord Eddard Stark es mi padre. No lo olvidaré. No importa cuántas espadas me den, no lo olvidaré.» Pero no podía decirle a Lord Mormont que soñaba con la espada de otro hombre...

—Y nada de frases corteses —siguió Mormont—. Así que ahórrate los cumplidos. Honra este acero con hechos, no con palabras.

Jon asintió.

—¿Tiene nombre, mi señor?

—Lo tuvo. La llamábamos
Garra
.


Garra
—repitió el cuervo—.
Garra
.


Garra
es un buen nombre. —Jon tiró una estocada tentativa. Se sentía muy torpe e incómodo con la mano izquierda, pero el acero parecía fluir por el aire como si tuviera voluntad propia—. Los lobos también tienen garras, igual que los osos.

—Me imagino que sí. —El Viejo Oso pareció complacido—. Supongo que querrás ponerte la vaina al hombro; es demasiado larga para llevarla a la cintura, al menos hasta que crezcas unos dedos más. Y tendrás que practicar los golpes a dos manos. Ser Endrew te podrá enseñar unos cuantos cuando se te curen las manos.

—¿Ser Endrew? —Jon no conocía de nada aquel nombre.

—Ser Endrew Tarth; es un buen hombre. Está de camino, viene de la Torre Sombría para ocupar su lugar como maestro de armas. Ser Alliser Thorne partió ayer hacia Guardiaoriente del Mar.

—¿Por qué? —preguntó Jon como un idiota mientras bajaba la espada.

—Porque lo he enviado yo —contestó Mormont con un bufido—, ¿qué te pensabas? Lleva con él la mano que tu
Fantasma
le arrancó al cadáver de Jafer Flores. Le he ordenado que la lleve a Desembarco del Rey y la ponga delante de ese niño rey. Si con eso no conseguimos captar la atención del joven Joffrey... Y Ser Alliser es un caballero ungido, de noble cuna; tiene viejos amigos en la corte. No pasarán por alto lo que diga, como si fuera un vulgar cuervo.


¡Cuervo!
—graznó la mascota.

A Jon le pareció que había una nota de indignación en la voz del pájaro.

—Además —siguió el Lord Comandante, haciendo caso omiso de la protesta de su mascota—, así consigo poner mil leguas entre vosotros dos, sin que parezca un castigo para él. —Señaló a Jon con un dedo—. No pienses ni por un momento que esto significa que apruebo aquella tontería de la sala común. El valor compensa la estupidez hasta cierto punto, pero ya no eres ningún niño, tengas los años que tengas. Ahora tienes una espada de hombre, y para esgrimirla tendrás que ser un hombre. De ahora en adelante espero que te comportes como tal.

—Sí, mi señor. —Jon volvió a guardar la espada en la vaina con adornos de plata. No era la hoja que hubiera preferido, pero era un regalo noble, y librarlo de la malevolencia de Alliser Thorne era más noble todavía.

—Ya se me había olvidado lo que pica la barba al salir —dijo el Viejo Oso rascándose debajo de la barbilla—. En fin, es inevitable. ¿Tienes la mano suficientemente bien para retomar tus obligaciones?

—Sí, mi señor.

—Bien. La noche va a ser fría; querré vino especiado. Búscame una jarra de tinto, que no sea demasiado agrio, y no escatimes con las especias. Y dile a Hobb que si me vuelve a mandar carne hervida de carnero, lo herviré yo a él. La última vez era de color gris; no la quiso ni el cuervo. —Acarició la cabeza del pájaro con el pulgar, y éste arrulló, satisfecho—. Venga, lárgate. Tengo trabajo.

Los guardias le sonrieron desde sus nichos cuando descendió por las escaleras de la torre, con la espada en la mano sana.

—Hermoso acero —le dijo uno de los hombres.

—Te lo has ganado, Nieve —comentó otro.

Jon se forzó a devolverles las sonrisas, pero no le puso sentimiento. Le dolía la mano, y tenía en la boca un extraño sabor a rabia, aunque no habría sabido decir con quién estaba enfadado, ni por qué.

Al salir de la Torre del Rey, que era la nueva residencia del Lord Comandante Mormont, se encontró con una docena de sus amigos al acecho. Habían colgado un blanco en las puertas del granero para fingir que estaban practicando el tiro con arco, pero sabía que era la curiosidad lo que los había llevado allí. Nada más salir, oyó la voz de Pyp.

—Venga, trae acá, vamos a echarle un vistazo.

—¿A qué? —preguntó Jon.

—A tu culo rosado —contestó Sapo mientras se acercaba—, ¿a ti qué te parece?

—A la espada —dijo Grenn—. Queremos ver la espada.

—Lo sabíais. —Jon los miró con gesto acusador.

—No todos somos tan estúpidos como Grenn —dijo Pyp sonriendo.

—Tú sí —replicó Grenn—. Tú eres aún más estúpido.

—Ayudé a Pate a tallar la piedra para el pomo —dijo Halder el constructor, encogiéndose de hombros en gesto de disculpa—, y tu amigo Sam compró los granates en Villa Topo.

—Y nosotros lo supimos antes aún —dijo Grenn—. Rudge estaba ayudando a Donal Noye en la forja cuando el Viejo Oso le llevó la espada quemada.

—¡La espada! —insistió Matt. Los otros corearon la petición—. ¡La espada, la espada, la espada!

Jon desenvainó a
Garra
y se la mostró, girando la hoja para que la admirasen en todo su esplendor. La espada bastarda brillaba a la escasa luz del sol, oscura y mortífera.

—Acero valyrio —declaró con solemnidad, tratando de que su voz sonara tan satisfecha y orgullosa como debería haberse sentido él.

—Una vez me contaron la historia de un hombre que tenía una navaja de acero valyrio —declaró Sapo—. Se cortó la cabeza al afeitarse.

—La Guardia de la Noche existe desde hace miles de años —dijo Pyp con una sonrisa—, pero me juego lo que sea a que Lord Nieve es el primer hermano al que colman de honores por quemar la Torre del Lord Comandante.

Los demás se echaron a reír, y hasta Jon tuvo que esbozar una sonrisa. En realidad, el incendio que había provocado no había acabado con la formidable torre de piedra, pero sí con el interior de los dos pisos más altos, donde estaban las habitaciones del Viejo Oso. Pero nadie parecía preocupado, porque el mismo fuego destruyó también el cadáver asesino de Othor.

El otro espectro, la cosa de una mano que antes fuera el explorador llamado Jafer Flores, también había sido destruido, despedazado por una docena de espadas... pero al precio de la vida de Ser Jaremy Rykker y otros cuatro hombres. Ser Jaremy le había cortado la cabeza al ser, pero el cadáver decapitado consiguió arrebatarle su daga y se la clavó en las entrañas. La fuerza y el valor servían de bien poco contra un enemigo que no podía morir, porque ya estaba muerto. Las armas y las armaduras tampoco eran protección suficiente.

—Tengo que hablar con Hobb sobre la comida del Viejo Oso —anunció Jon bruscamente al tiempo que envainaba a
Garra
. Tan sombríos pensamientos habían amargado el humor frágil de Jon.

Sus amigos tenían buenas intenciones, pero no podían comprenderlo. No era culpa suya: ellos no habían tenido que enfrentarse a Othor, no habían visto el brillo claro de aquellos ojos azules muertos, ni habían sentido el roce frío de los dedos negros muertos. Tampoco sabían nada de la batalla que se libraba junto a los ríos. ¿Cómo iban a comprenderlo? Se dio media vuelta con gesto hosco y se alejó. Pyp gritó su nombre, pero Jon no le hizo caso.

Tras el incendio, habían vuelto a trasladarlo a su antigua celda, en la semiderruida Torre de Hardin.
Fantasma
estaba dormido junto a la puerta, pero alzó la cabeza al oír las pisadas de Jon. Los ojos rojos del huargo eran más oscuros que los granates, y más inteligentes que los de un hombre. Jon se arrodilló, le rascó la oreja, y le mostró el pomo de la espada.

—Mira. Eres tú. —
Fantasma
olisqueó su imagen tallada en piedra, y trató de lamerlo. Jon sonrió—. Tú eres el que se merece todos los honores —dijo al lobo...

... y, de pronto, recordó el momento en que lo había encontrado, sobre las nieves de las postrimerías del verano. Se alejaban ya con los otros cachorros, pero Jon oyó un ruido y dio media vuelta, y allí estaba el animalito; su pelaje blanco lo hacía casi invisible en los ventisqueros.

«Estaba solo —pensó—, lejos del resto de la camada. Era diferente, así que lo echaron.»

—¿Jon?

Alzó la vista. Samwell Tarly se mecía sobre los talones, nervioso. Tenía las mejillas enrojecidas, e iba envuelto en una gruesa capa. Parecía a punto de entrar en hibernación.

—¿Qué pasa, Sam? —Jon se levantó—. ¿Quieres ver la espada? —Si los demás se habían enterado, Sam también, sin duda. Pero el chico gordo hizo un gesto de negación.

—Fui el heredero de la de mi padre —dijo con tristeza—.
Veneno de Corazón
. Lord Randyll me la dejó coger unas cuantas veces, pero a mí me daba miedo. Era de acero valyrio, muy bonito, pero tan afilado que me daba miedo cortar a alguna de mis hermanas. Supongo que ya la tendrá Dickon. —Se secó en la capa las manos sudorosas—. Yo... eh... el maestre Aemon quiere verte.

—¿Por qué? —preguntó bruscamente. Todavía no era hora de que le cambiaran los vendajes. Jon frunció el ceño con desconfianza. Sam bajó la vista, avergonzado. Aquello era respuesta más que suficiente—. Se lo has dicho, ¿verdad? —se enfadó Jon—. Le has dicho que me lo habías contado.

—Es que... Jon... No quería, pero... me preguntó... o sea... creo que lo sabía; a veces ve cosas que nadie más ve...

—¡Por los dioses, pero si es ciego! —replicó Jon, airado—. No hace falta que me acompañes, ya me sé el camino. —Se alejó, dejando a Sam allí de pie, boquiabierto y tembloroso.

El maestre Aemon estaba en las pajareras, dando de comer a los cuervos. Clydas iba tras él, de jaula en jaula, cargando con un cubo de carne picada.

—Sam me ha dicho que queríais verme.

—Así es —asintió el maestre—. ¿Tienes la bondad de ayudarme? Clydas, dale el cubo a Jon. —El hermano jorobado de los ojos rojizos entregó el cubo a Jon, y se dirigió hacia las escaleras—. Ve echando la carne a las jaulas —le indicó Aemon—. Los pájaros se encargarán del resto.

Jon se pasó el cubo a la mano derecha y metió la izquierda entre los pedazos sanguinolentos. Los cuervos empezaron a graznar y a volar hacia los barrotes, golpeando el metal con alas negras como la noche. La carne estaba cortada en trozos no más grandes que la yema de un dedo. Metió el puño y echó a la jaula los bocados crudos, y los graznidos y picotazos se incrementaron. Dos de los pájaros más grandes empezaron a pelearse por un trozo, y las plumas volaron por los aires. Jon se apresuró a coger un segundo puñado y echarlo en la jaula.

—Al cuervo de Lord Mormont le gusta la fruta y el maíz.

—Es un pájaro extraño —dijo el maestre—. Los cuervos comen grano, pero prefieren la carne. Los hace más fuertes, y mucho me temo que les gusta el sabor de la sangre. En eso se parecen a los hombres... y, al igual que sucede con los hombres, no todos los cuervos son iguales.

Jon no encontró nada que decir. Siguió echando carne a las jaulas, preguntándose para qué lo había llamado. Sin duda el anciano se lo diría a su debido tiempo. El maestre Aemon no era de los que se apresuraban.

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