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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (53 page)

BOOK: La vidente
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Pero en realidad Daniel estaba enamorado de Miranda y quería que se tapara los ojos para que no tuviera miedo.

Las muertes de las demás chicas las había planeado con tiempo, pero en el caso de Miranda actuó de forma impulsiva. La mató sin saber cómo iba a salvarse a sí mismo.

En algún momento de la escena, cuando forzaba a Miranda a taparse la cara, la golpeaba con la piedra, la subía a la cama y le volvía a poner las manos en los ojos, apareció Elisabet.

Era posible que ya hubiera metido la piedra en la estufa de leña o la hubiera tirado al bosque.

Daniel fue tras Elisabet, la vio meterse en la destilería, cogió un martillo en el trastero, la siguió, le dijo que se tapara la cara y después la golpeó.

Hasta que Elisabet no estuvo muerta no tuvo la idea de echarle la culpa a Vicky Bennet. Sabía que la niña dormía como un tronco las primeras horas de la noche gracias a su medicación.

Daniel tenía prisa porque debía actuar antes de que nadie se despertara. Cogió las llaves de Elisabet, volvió a la casa, las dejó colgando en la cerradura del cuarto de aislamiento, se apresuró a colocar las pruebas en la habitación de Vicky y la embadurnó de sangre mientras dormía antes de marcharse del centro.

Probablemente, colocó una bolsa de basura o un periódico en el asiento del coche cuando regresó a casa, donde quemó la ropa en la chimenea.

Después de todo aquello procuró mantenerse cerca para controlar si alguien sabía o sospechaba algo. Jugó a ser asistente colaborador y víctima al mismo tiempo.

Joona se está acercando a Estocolmo y el programa de radio está a punto de terminar.

Joona apaga la radio y luego deja que su cabeza ponga orden al caso hasta el final.

Cuando Vicky fue detenida y Daniel se enteró de que Miranda le había contado lo del juego de no mirar, comprendió que acabaría siendo delatado si Vicky tenía la oportunidad de hablar abiertamente y en detalle sobre lo ocurrido. Habría bastado con que un psicólogo le formulara las preguntas adecuadas, así que Daniel hizo todo lo que pudo para conseguir poner a Vicky en libertad y así poder preparar el supuesto suicidio de la chica.

Daniel trabajó durante muchos años con niñas vulnerables, chiquillas que necesitaban padres y amparo. Consciente o inconscientemente el hombre se labró un camino hasta llegar a ese entorno y se fue enamorando de niñas que le recordaban a la primera de todas. Daniel abusaba de ellas y, cuando las trasladaban, se encargaba de que jamás pudieran contarlo.

Joona reduce la velocidad a medida que se acerca a un semáforo en rojo y siente un escalofrío que le recorre la espalda. Se ha topado con unos cuantos asesinos a lo largo de su carrera, pero cuando Joona piensa en cómo Daniel escribía informes y dictámenes y planeaba la muerte de todas esas niñas mucho antes de ir a visitarlas, la pregunta que le surge es si Daniel Grim no es el peor de todos.

181

Una niebla fría cubre el cielo cuando Joona Linna se aleja de su coche y atraviesa Karlaplan en dirección al piso de Disa.

—¿Joona? —dice ella cuando abre la puerta—. Casi creía que no ibas a venir. Tengo la tele encendida. No hacen más que hablar de lo de Delsbo.

Joona asiente con la cabeza.

—Entonces, cazaste al asesino —dice Disa con una sonrisa disimulada.

—Por decirlo de alguna manera —dice Joona y piensa en el abrazo mortal del padre.

—¿Cómo está esa pobre mujer, la que no paraba de llamarte? Han dicho que le dispararon.

—Flora Hansen —dice Joona y entra en el recibidor.

La lámpara le toca la cabeza, la luz comienza a girar por las paredes y Joona piensa de nuevo en las niñas de la caja de Daniel Grim.

—Estás cansado —dice Disa con dulzura y se lo lleva de la mano.

—A Flora le disparó en la pierna su propio hermano y…

Joona no se da cuenta de que se queda callado. Ha intentado lavarse en una gasolinera, pero su ropa todavía tiene manchas de la sangre de Flora.

—Prepárate la bañera, mientras tanto bajo a la esquina a por algo de comida —dice Disa.

—Gracias —sonríe Joona.

Cuando pasan por el salón, en las noticias de la tele aparece una foto de Elin Frank. Los dos se paran de golpe. Un joven periodista explica que Elin Frank ha sido sometida a una operación durante la noche y que los médicos se muestran especialmente optimistas. El consejero de Elin, Robert Bianchi, sale en pantalla. Parece agotado, pero sonríe conmovido y las lágrimas se le acumulan en los ojos cuando explica que Elin sobrevivirá.

—¿Qué pasó? —pregunta Disa.

—Peleó sola contra el asesino y salvó a la niña que…

—Dios santo —susurra Disa.

—Sí, Elin Frank es… la verdad es que es… excepcional —dice Joona acariciando los hombros de Disa.

182

Joona está sentado envuelto en una manta comiendo pollo Vindaloo y cordero Tikka Masala en la mesa de la cocina de Disa.

—Rico…

—La receta finlandesa de mi madre, no te digo más —se ríe ella.

Disa arranca un pedazo de pan
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y le pasa el resto a Joona, que la mira a los ojos con una sonrisa, toma un poco de vino y le sigue hablando del caso. Disa lo escucha y de vez en cuando hace alguna pregunta, y cuanto más cuenta, más tranquilo se siente por dentro.

Empieza por el principio y le habla a Disa de los hermanos Flora y Daniel, que fueron internados en un orfanato desde muy pequeños.

—O sea que eran hermanos de verdad —pregunta ella rellenando las copas.

—Sí…, y cuando el adinerado matrimonio Rånne los adoptó incluso salió en la prensa.

—Vaya.

No eran más que dos críos que jugaban con la hija del mayoral en la mansión, en la finca y en el cementerio, al lado del campanario anexo. Daniel estaba enamorado de la pequeña Ylva. Joona recuerda a Flora explicando con los ojos muy abiertos que Daniel le había dado un beso a Ylva cuando jugaban a no mirar.

—La niña se rió y dijo que se había quedado embarazada —explica Joona—. Daniel sólo tenía seis años y por alguna razón le entró el pánico…

—Continúa —susurra Disa.

—Ordenó a las dos niñas que cerraran los ojos y luego cogió una piedra grande del suelo y mató a Ylva a golpes en la cabeza.

Disa ha dejado de comer y escucha pálida a Joona mientras él describe cómo Flora huyó corriendo y le explicó a su padre lo que había pasado.

—Pero el padre quería a Daniel y lo defendió —dice Joona—. Le exigió a Flora que retirara las acusaciones. La amenazó diciéndole que todos los embusteros serían arrojados a un mar de fuego.

—Y ella se desdijo de todo.

—Aseguró que había mentido y la expulsaron de casa y la enviaron a otro sitio para siempre.

—Flora negó lo que había visto… y aseguró que había mentido —dice Disa pensativa.

—Sí —afirma Joona mientras le acaricia la mano.

Piensa en Flora, en que no era más que una niña pequeña y que en poco tiempo ya había olvidado su vida anterior, a sus primeros padres adoptivos y a su hermano.

Joona puede imaginarse a Flora creándose una vida entera basada en la mentira. Mentía para contentar a los demás. Hasta que oyó la noticia de los asesinatos en el Centro Birgitta con la niña con las manos en la cara y su pasado comenzó a aflorar.

—Pero ¿qué pasa con los recuerdos de Flora Hansen? —pregunta Disa e invita a Joona a servirse más comida.

—La verdad es que llamé a Britt-Marie y hablé con ella sobre el tema de camino aquí —dice Joona.

—¿La mujer de Nålen?

—Sí…, es psiquiatra y no le parecía demasiado raro…

Repite lo que Britt-Marie le había contado acerca de que hay un montón de modelos explicativos diferentes para la pérdida de memoria vinculada a lo que se llama trastorno de estrés postraumático. Las secreciones abundantes de adrenalina y hormonas relacionadas con el estrés pueden afectar a la memoria a largo plazo. En experiencias muy traumáticas la memoria puede quedar almacenada prácticamente intacta en el cerebro. Queda escondida y a nivel emocional se la puede considerar virgen, porque nunca se somete a un trabajo posterior. Pero con el estímulo acertado el recuerdo puede surgir de repente como sensaciones físicas y visiones.

—Primero Flora quedó impresionada con lo que oyó por la radio, no sabía por qué, pero pensó que podría ganar dinero dejando pistas —dice Joona—. Sin embargo, cuando los recuerdos verdaderos empezaron a surgir pensó que se trataba de fantasmas.

—A lo mejor lo eran —propone Disa.

—Sí —asiente Joona—. En cualquier caso, Flora empezó a decir la verdad y al final se convirtió en la testigo que resolvió todo el misterio.

Joona se levanta y sopla las velas de la mesa. Disa se le acerca y se cuela debajo de la manta para abrazarlo. Se quedan pegados el uno al otro durante un rato. Joona aspira el aroma de Disa y nota las palpitaciones de la vena yugular en su terso cuello.

—Tengo tanto miedo de que te pase algo. Ése es el motivo por el que hemos pasado por todo esto, es la razón por la que me he alejado de ti —dice él.

—¿A mí qué quieres que me pase? —sonríe ella.

—Podrías desaparecer —responde él serio.

—Joona, yo no voy a desaparecer.

—Tuve un amigo que se llamaba Samuel Mendel —dice él en voz baja y luego se queda callado.

183

Joona Linna sale de comisaría y sube por el caminito empinado del parque Kronoberg, cruza la colina y llega al cementerio judío. Con mano resuelta desata el alambre que hay en la parte interior de la valla, abre y entra en el recinto.

Entre las oscuras lápidas hay una tumba más reciente: Samuel Mendel, su esposa Rebecka y los hijos Joshua y Ruben.

Joona deja una piedra redonda en el remate de la lápida y después se queda quieto con los ojos cerrados. Siente el olor de la tierra húmeda y oye el susurro de las hojas cuando la brisa corre por las copas de los árboles.

Samuel Mendel era descendiente directo de Koppel Mendel quien, para llevarle la contraria a Aaron Isaac, compró esta tumba en 1787. A pesar de que el cementerio cesó su actividad en 1857, se convirtió en el lugar de descanso de toda la familia de Koppel Mendel a lo largo de los años.

Samuel Mendel era comisario de la policía judicial y fue el primer compañero de Joona en el departamento.

Él y Joona eran grandes amigos.

Samuel Mendel sólo llegó a cumplir los cuarenta y seis y Joona sabe que descansa en solitario en su tumba familiar, por mucho que la lápida insinúe otra cosa.

El primer caso importante que tuvieron Joona y Samuel juntos fue también el último.

Sólo una hora más tarde Joona está en la sede oficial del Ministerio Público para Asuntos Policiales. Está sentado en un despacho junto con Mikael Båge, al mando de la investigación del expediente, Helene Fiorine, la secretaria ejecutiva, y Sven Wiklund, el fiscal jefe.

La luz amarilla que entra por las ventanas se refleja en el barniz de los muebles y en los cristales de las vitrinas que guardan los solemnes códigos de leyes de tapa dura, el reglamento policial y los volúmenes con los estatutos y las sentencias orientativas del Tribunal Supremo.

—En los próximos minutos voy a decidir si dictar o no un auto de procesamiento en tu contra, Joona Linna —dice el fiscal jefe acariciando con la mano una montaña de documentos—. Éste es todo el material y no hay nada en él que hable en tu favor.

El respaldo cruje cuando se reclina y se encuentra con la mirada tranquila de Joona. Lo único que se oye en la sala es el rasgueo del bolígrafo de Helene Fiorine y sus cortas respiraciones.

—Tal y como yo lo veo —continúa Sven Wiklund en tono severo—, la única posibilidad de librarte es dar una explicación muy, pero que muy buena.

—Joona suele tener siempre un as en la manga —susurra Mikael Båge.

En el cielo claro se disipa la estría vaporosa que ha dejado un avión. Las sillas crujen y todos escuchan atentamente cuando Helene Fiorine traga saliva y suelta el bolígrafo.

—Sólo tienes que explicar lo que pasó —dice ella—. A lo mejor tenías buenos motivos para anticiparte al asalto de la secreta.

—Sí —responde Joona.

—Sabemos que eres un buen policía —sonríe Mikael Båge sonrojado.

—Yo, en cambio, soy un chupatintas —dice el fiscal jefe—. Soy un hombre que destroza a las personas que se saltan las normas. No permitas que te destroce a ti también, aquí y ahora.

Es lo más parecido a una súplica que Helene Fiorine ha oído jamás saliendo de la boca de Sven Wiklund.

—Todo tu futuro está pendiente de un hilo, Joona —susurra el jefe de Asuntos Internos.

La barbilla de Helene Fiorine empieza a temblar y Mikael Båge tiene la frente cubierta de sudor. Joona se encuentra con la mirada del fiscal jefe y por fin empieza a hablar:

—La decisión fue exclusivamente mía, eso ya lo habéis entendido —comienza—. Pero tengo una respuesta que a lo mejor os…

Se queda callado al notar las vibraciones de su teléfono. Mira automáticamente la pantalla y sus ojos se oscurecen como el granito mojado.

—Os pido disculpas —dice en tono serio—. Pero tengo que responder a esta llamada.

Los otros tres observan desconcertados al comisario mientras éste responde y escucha la voz del otro lado.

—Sí, lo sé —dice en voz baja—. Sí… Voy ahora mismo.

Joona corta la llamada y mira unos segundos al fiscal como si se hubiera olvidado de dónde se encuentra.

—Tengo que irme —dice Joona y abandona el despacho sin decir nada más.

184

Una hora y veinte minutos más tarde Joona aterriza en el aeropuerto de Härjedalen Sveg y coge un taxi directo a la residencia de ancianos Limbada azul. Ahí es adonde llegó siguiéndole el rastro a Rosa Bergman, la mujer que se le cruzó delante de la iglesia de Adolf Fredrik en Estocolmo, la mujer que le preguntó por qué hacía ver que su hija estaba muerta.

Al hacerse mayor, Rosa Bergman había adoptado su segundo nombre y recuperado el apellido de su madre, por lo que ahora se llamaba Maja Stefanson.

Joona baja del taxi, se dirige a las casas amarillas, cruza el vestíbulo y sube directamente a la sección en la que se encuentra Maja.

La enfermera que conoció la primera vez que fue lo saluda con la mano desde recepción. La luz que se cuela por las persianas le ilumina el pelo ondulado como si fuera cobre.

—Ha venido rápido —dice alegre—. Pensé en ti y como tenemos tu tarjeta detrás del mostrador te he llamado…

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