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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (55 page)

BOOK: La vidente
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—Sí.

—Si nos haces esto te quedarás solo.

Joona no respondió. Lumi se bajó del coche, iba arrastrando la mochila por el suelo. Tenía un clip rojo colgando del pelo.

—¿Quieres vivir una vida solo?

—Sí —dijo él.

Entre los árboles del otro lado de las vías se abría la bahía más septentrional del lago Siljan.

—Dile adiós a papá —dijo Summa desganada empujando a su hija un paso adelante.

Lumi se quedó quieta con cara triste y la mirada clavada en el suelo.

—Date prisa —dijo Summa.

Lumi levantó la cabeza unos segundos y dijo:

—Adiós, mono.

—Hazlo bien —dijo Summa irritada—. Dile adiós de verdad.

—No quiero —responde Lumi y se agarró a la pierna de su madre.

—Hazlo igualmente —dijo Summa.

Joona se puso de cuclillas delante de su hija. Tenía la frente sudada.

—¿Me das un abrazo?

Ella negó con la cabeza.

—Que viene el mono con sus brazos gigantes —bromeó él.

Levantó a Lumi, notó que el cuerpecito intentaba resistirse, oyó a la niña reírse, aunque notara que algo estaba yendo mal. Intentó liberarse pataleando, pero Joona siguió abrazándola unos segundos, sólo para sentir el olor de su cuello y de su nuca.

—¡Tonto! —gritó la niña.

—Lumi —susurró él en su mejilla—. Nunca te olvides de que te quiero más que nada en este mundo.

—Vamos —dijo Summa.

Joona dejó a Lumi en el suelo y trató de sonreír. Quería acariciarle la mejilla, pero no se vio capaz. Era como si su cuerpo se hubiese roto en mil pedazos y luego los hubiese pegado otra vez. Summa lo miró con cara de horror, petrificada. Cogió a Lumi de la mano y empezaron a caminar.

Esperaron en silencio a que llegara el tren. No había nada más que decir. Algunas semillas de diente de león planeaban con el viento sobre las vías.

Joona recuerda que el olor a quemado de los frenos todavía flotaba en el aire cuando el tren comenzó a alejarse por el andén. Como en un sueño se quedó mirando a su hija por la ventana, su cara pálida y la manita diciéndole tímidamente adiós. A su lado estaba Summa como una sombra paralizada. Antes de que el tren hubiese desaparecido, detrás de la curva que baja hacia el puerto, Joona dio media vuelta y volvió al coche.

188

Hizo ciento cuarenta kilómetros con la mente en blanco. Se sentía vacío y totalmente ausente.

Era un conductor sin recuerdos.

Y al final llegó a su destino.

La luz de los faros se abría paso en la oscuridad hasta topar con siluetas de metal. Se metió en el polígono industrial de Ludvika y bajó al puerto, junto a la central térmica. Allí no había nadie excepto un coche grande de color gris aparcado entre dos montañas de virutas de madera. Joona se detuvo junto al vehículo y de pronto se sintió invadido por una extraña calma. Era tan fuerte que una parte de su cerebro comprendió en seguida que estaba en una especie de
shock
.

Bajó del coche y miró a su alrededor. Nålen lo estaba esperando en la oscuridad de la noche. Llevaba un mono blanco, parecía estar controlándose y por la cara que llevaba parecía muy cansado.

—¿Listo? ¿Ya se han ido? —preguntó con esa aspereza que le salía en la voz siempre que algo le tocaba la fibra.

—Se han ido —se limitó a responder Joona.

Nålen asintió con la cabeza un par de veces. Sus gafas blancas brillaban débilmente con el tenue resplandor de una farola que había un poco más lejos.

—No me diste ninguna opción —dijo luego con dureza.

—Es cierto —contestó Joona—. No tienes ninguna opción.

—Los dos acabaremos en la calle por esto —dijo Nålen con cara inexpresiva.

—Pues que así sea —dijo Joona.

Dieron la vuelta al coche.

—Son dos, reaccioné en cuanto entraron.

—Bien.

—Dos —repitió Nålen casi para sí.

Joona recordó cómo dos noches atrás se había despertado al lado de su mujer y de su hija porque el móvil empezó a vibrar en su chaqueta, que estaba colgada en el pasillo.

Alguien le había mandado un mensaje. Cuando se levantó y vio que era de Nålen comprendió al instante de qué se trataba.

Se habían puesto de acuerdo en que en cuanto Nålen encontrara dos cuerpos que encajaran, él se iría con Summa y Lumi bajo el pretexto de que por fin iban a poder hacer ese viaje que tanto habían deseado.

Joona había esperado noticias de Nålen durante casi tres semanas y el asunto se estaba empezando a alargar demasiado. Joona vigilaba a su familia, pero sabía que a la larga era inviable. Jurek Walter era un hombre que sabía esperar.

Joona sabía que el mensaje de Nålen significaba que iba a perder a su familia. Pero también sabía que significaba que por fin podría proteger a Summa y a Lumi.

Nålen abrió las dos puertas del maletero del coche gris.

Dentro había dos camillas cubiertas de tela que perfilaban la silueta de dos cuerpos, uno más grande y otro más pequeño.

—Son una mujer y una niña, fallecieron en un accidente esta mañana. No había más vehículos involucrados —le explicó Nålen y tiró de una de las camillas para sacarla—. Las he hecho desaparecer —continuó sin demasiadas explicaciones—. No existen, ni rastro, lo he borrado todo.

Soltó un jadeo cuando sacó el segundo cuerpo. Las patas de la camilla bajaron de golpe y el metal comenzó a restallar con los temblores de las ruedas al moverse por el suelo.

Sin ningún tipo de reparo Nålen bajó la cremallera de uno de los sacos.

Joona apretó la mandíbula y se obligó a mirar.

Dentro había una mujer joven con los ojos cerrados y expresión tranquila. Tenía todo el torso destrozado. Los brazos parecían estar fracturados por varios sitios y la pelvis estaba completamente fuera de lugar.

—El coche cayó por un puente —dijo Nålen con su voz nasal y áspera—. Los daños en el torso y el abdomen son porque se quitó el cinturón. A lo mejor sólo iba a recoger el chupete de la niña. No sería la primera vez que lo veo.

Joona observó a la mujer. En su cara no había el menor atisbo de dolor ni de miedo. Nada que pudiera decir lo que le había pasado a su cuerpo.

Cuando miró a la niña y le vio la cara las lágrimas comenzaron a brotar.

Nålen dijo algo entre dientes y volvió a cerrar los sacos.

—Pues ya está —dijo—. Con esto, Catharina y Mimmi ya nunca volverán a aparecer, no las identificarán. Nunca.

Se quedó en blanco por unos instantes y después continuó en tono irascible:

—El padre de la niña se ha pasado toda la noche yendo de hospital en hospital buscándolas. Hasta llamó a mi departamento y estuve hablando con él.

Nålen frunció los labios.

—Van a ser enterradas como Summa y Lumi… Yo me ocupo de falsificar las radiografías dentales.

Le echó una última mirada inquisitiva a Joona, pero sin obtener respuesta. Entre los dos subieron los cuerpos al otro coche.

189

Se le hacía francamente raro conducir un coche con dos cadáveres como acompañantes. Las carreteras estaban a oscuras. En las cunetas había erizos atropellados, un tejón lo miró con ojos iluminados desde el lindero del bosque, hipnotizado por los faros.

Cuando llegó a la cuesta que había elegido se puso a colocar los cuerpos. Sin más ruido que su esforzada respiración, el fregamiento de la ropa en los asientos y el ruido sordo de brazos y piernas al caerse, Joona puso a la mujer muerta al volante. Después sentó a la niña en la sillita de Lumi.

Se asomó dentro del coche, soltó el freno de mano, empezó a moverlo y poco a poco comenzó a rodar cuesta abajo. De vez en cuando Joona tenía que meter el brazo para corregir el volante. El vehículo ganó velocidad, Joona se puso a correr. Con un ruido fuerte y sordo el coche se empotró en un robusto abeto. La chapa del morro chirrió al doblarse en torno al tronco. La mujer impactó flácida contra el volante. El cuerpo de la niña dio un tirón en la sillita.

Joona cogió el bidón de gasolina del maletero y roció los asientos. Empapó las piernas de la niña y todo el cuerpo lacerado de la mujer.

Al cabo de un rato le costaba respirar. Su corazón alterado se le estaba atragantando.

Joona Linna murmuró algo para sí y luego sacó a la niña del coche. Iba de un lado para otro abrazándola, pegándola a su cuerpo, meciéndola y susurrándole algo al oído. Después la sentó en el regazo de la madre, en el asiento del conductor.

Cerró la puerta en silencio y vació el bidón sobre el resto del coche. La ventanilla de atrás estaba bajada.

El fuego se adueñó del coche como un ángel de la muerte de piel azul.

Por la ventanilla podía ver la cara incomprensiblemente tranquila de la mujer mientras las llamas le devoraban el pelo.

El coche estaba incrustado en el árbol. Todo el vehículo ardía con violencia. Las llamas azotaban la noche con gritos silbantes.

De pronto fue como si Joona despertara. Corrió hacia el coche para volver a sacar los cuerpos. Se quemó las manos al abrir la puerta. Intentó agarrar el cuerpo de la mujer, su chaqueta estaba envuelta en llamas. Sus inertes piernas parecían patalear para apartar las llamas.

«Papá, papá. Ayúdame, papá.»

Joona sabía que no era real, sabía que las dos estaban muertas, pero aun así no podía soportarlo. Se asomó en el fuego y cogió a la niña de la mano.

Entonces el tanque de combustible estalló por el calor. Joona apenas pudo oír la explosión antes de que le reventaran los tímpanos. Como en un sueño sintió la sangre correr por la nariz y las orejas, cayó de espaldas sin poder frenarse con las manos y notó el impacto en el cogote. Su cerebro escocía de dolor. Antes de perder la visión vio las hojas del árbol planeando incandescentes hasta llegar al suelo.

190

Joona está mirando por la ventana del avión y no oye el aviso de que han empezado a descender hacia el aeropuerto internacional de Helsinki.

Hace doce años le cortó un dedo al mismísimo diablo y como castigo fue condenado a la soledad. Es un precio muy alto, pero siempre ha tenido la sensación de que no era suficiente, que el castigo era demasiado leve, que el diablo ha estado esperando el momento de poder arrebatarle algo más o a que Joona tuviera la sensación de que todo había quedado atrás y que había sido perdonado.

El comisario se acomoda en el asiento, espera el descenso final y trata de recuperar la respiración normal. El hombre que tiene al lado lo mira con cara de preocupación.

El sudor corre por la frente de Joona.

No es la migraña, es otra cosa, la gran oscuridad que nace del pasado.

Consiguió pararle los pies a Jurek Walter, el asesino en serie, un hecho que no se puede ni olvidar ni archivar, sin más.

No tenía elección, pero el precio fue muy elevado. Demasiado.

No valía la pena.

Se le pone la piel de gallina, Joona se rasca el pelo con una mano y aprieta el suelo del avión con los pies.

Va a reunirse con Summa y Lumi. Está a punto de hacer algo imperdonable. Mientras Jurek Walter crea que están muertas las dos estarán a salvo. Quizá en este momento Joona esté guiando a un asesino en serie hasta su familia.

Joona ha dejado su teléfono móvil en Estocolmo. Utiliza un pasaporte falso y lo paga todo en metálico. Cuando baja del taxi camina dos manzanas, se detiene en un portal e intenta ver algo a través de las ventanas de su oscuro piso.

Espera un rato y luego se mete en una cafetería un poco más abajo, paga diez euros para que le presten un teléfono y llama a Saga Bauer.

—Necesito ayuda —dice con una voz con la que apenas se reconoce.

—¿Sabes que todo el mundo te está buscando? Tendrías que ver el ambiente que hay…

—Necesito que me ayudes con una cosa.

—Sí —dice Saga de pronto con voz tranquila y atenta.

—Después de darme la información —continúa Joona— tienes que estar completamente segura de que borras el historial de búsquedas.

—Vale —dice ella en voz baja y sin titubear.

Joona traga saliva, mira el papelito que Rosa Bergman le había dado y después le pide a Saga que mire si una tal Laura Sandin de la calle Liisankatu número 16 en Helsinki sigue con vida.

—¿Te puedo llamar dentro de un rato? —pregunta ella.

—Prefiero que no, búscalo mientras hablamos —responde él.

Los minutos que siguen son los más largos de toda su vida. Joona observa el polvo brillante sobre el mostrador, la máquina de café y las marcas que las sillas han dejado en el suelo.

—¿Joona? —dice por fin Saga.

—Estoy aquí —susurra él.

—Laura Sandin enfermó de cáncer hepático hace dos años…

—Continúa —dice Joona, y nota que el sudor empieza a bajarle por la espalda.

—Sí, la operaron el año pasado. Y ella… pero…

Saga Bauer dice algo para sí.

—¿Qué pasa? —pregunta Joona.

Saga se aclara la garganta y dice con un atisbo de estrés en la voz, como si acabara de comprender que se trata de un asunto de especial importancia:

—La operaron por segunda vez hace poco, la semana pasada…

—¿Está viva?

—Eso parece… Todavía sigue en el hospital —dice Saga con delicadeza.

191

Cuando Joona se mete por el pasillo donde está la habitación de Summa el mundo a su alrededor parece ralentizarse. El sonido de fondo de los televisores y las charlas suenan más y más lentos.

Abre suavemente la puerta de la habitación y entra.

En la cama hay una mujer delgada mirando hacia otro lado.

La ventana está cubierta con una cortina fina de algodón. Sus brazos enflaquecidos descansan sobre la manta. Su pelo oscuro está grasiento y sin brillo.

Joona no puede decir si está dormida o no, pero tiene que verle la cara. Se acerca. Todo está en silencio.

La mujer, que en otra vida se llamó Summa Linna, está muy cansada. Su hija ha pasado toda la noche a su lado y ahora está durmiendo en la sala para familiares.

Summa ve la tenue luz del día atravesando las fibras de la cortina y piensa que el ser humano está destinado a permanecer inevitablemente solo. Guarda algunos buenos recuerdos que suele recuperar de la memoria cuando se siente más sola y asustada. Cuando la sedaron para la operación se dejó transportar por esos instantes.

Las noches claras de verano cuando era niña.

El momento en que nació su hija y entrelazaron los dedos.

La boda, aquel día de verano, en la que llevó la corona de novia que su madre había trenzado con raíz de abedul.

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