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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

La vidente (54 page)

BOOK: La vidente
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—¿Se puede hablar con ella? —la interrumpe Joona.

La mujer queda desconcertada por su tono de voz y se friega las manos sobre la bata azul.

—Nuestra nueva médica estuvo aquí antes de ayer, una chica joven, de Argelia, creo. Le cambió la medicina a Maja y… Ya había oído hablar antes de ello, pero nunca lo había visto con mis propios ojos… La mujer se ha despertado esta mañana y repetía claramente que tenía que hablar contigo.

—¿Dónde está?

La enfermera acompaña a Joona hasta la estrecha habitación con cortinas corridas y luego lo deja a solas con la anciana. En la pared, junto a un pequeño escritorio, hay una foto enmarcada de una mujer joven que está sentada con su hijo. La madre abraza al chico por los hombros, en un gesto protector y a la vez serio.

En la habitación hay varios muebles burgueses de madera pesada. Un secreter oscuro, un tocador y dos pedestales dorados.

En un diván con cojines rojos está Rosa Bergman.

Va muy elegante, con blusa, falda y una rebeca hecha a mano. Tiene la cara hinchada y arrugada, pero su mirada se ve claramente más firme que la última vez.

—Me llamo Joona Linna —dice él—. Tenías algo que decirme.

La mujer asiente con la cabeza y se levanta con dificultad. Abre un cajón de la mesita de noche y saca una Biblia. La sujeta colgando por el lomo de manera que las hojas se separan un poco. Una nota pequeña y doblada cae sobre la cama.

—Joona Linna —dice cogiendo el papelito—. Así que tú eres Joona Linna.

Él no responde, sólo siente la migraña atravesándole la sien como un alfiler incandescente.

—¿Por qué has hecho ver que tu hija está muerta? —pregunta Rosa Bergman.

La mirada de la anciana busca la fotografía de la pared.

—Si yo tuviera a mi hijo con vida… Si supieras lo que es ver morir a tus hijos… No habría nada en el mundo que me hubiese hecho abandonarlo.

—Yo no abandoné a mi familia —dice Joona refrenándose—. Les salvé la vida.

—Cuando Summa acudió a mí —continúa Rosa— no me habló de ti, pero estaba destrozada… aunque peor fue para tu hija, dejó de hablar… Estuvo dos años sin decir nada.

Joona siente un escalofrío subiéndole por el espinazo y la nuca.

—¿Mantenías contacto con ellas? —pregunta él—. No tenías que comunicarte con ellas.

—No podía dejarlas desaparecer sin más —dice Rosa—. Me daban tanta lástima.

Joona sabe que Summa nunca habría mencionado su nombre a menos que algo hubiese salido terriblemente mal. No podía haber ninguna conexión entre ellos. Nunca jamás. Era la única forma de sobrevivir.

Busca apoyo en la cómoda, traga saliva y vuelve a mirar a la anciana.

—¿Cómo están? —pregunta Joona.

—Es grave, Joona Linna —dice Rosa—. Suelo ver a Lumi una o dos veces al año. Pero… me… ahora me cuesta tanto concentrarme y acordarme de las cosas.

—¿Qué ha pasado?

—Tu mujer tiene cáncer, Joona Linna —dice Rosa despacio—. Me llamó y me contó que la iban a operar y que probablemente no saldría con vida… quería que supieras que Lumi quedará bajo custodia de los servicios sociales si…

—¿Cuándo ha sido eso? —pregunta Joona con la mandíbula tensa y los labios blancos—. ¿Cuándo te llamó?

—Me temo que ya es demasiado tarde —susurra—. Me ha fallado tanto la memoria y…

Finalmente le entrega a Joona el papel arrugado con la dirección y después se queda mirando sus manos reumáticas.

185

Desde el aeropuerto de Sveg sólo hay dos destinos posibles. Joona no tiene más remedio que volver a Arlanda y allí cambiar de vuelo para ir a Helsinki. Todo le parece un sueño. Está en su asiento mirando fijamente la superficie rizada del mar Báltico a través de las nubecillas. La gente intenta hablar con él o servirle algo, pero no es capaz de contestar.

Los recuerdos lo arrastran al fondo del abismo.

Hace doce años Joona le cortó un dedo al mismísimo diablo.

Diecinueve personas de todas las edades habían desaparecido de sus coches, bicicletas y ciclomotores. Al principio no parecía más que una curiosa coincidencia, pero cuando ninguno de los desaparecidos volvió a dar señales de vida el caso pasó a encabezar la lista de prioridades del cuerpo.

Joona fue el primero en sugerir que la policía se estaba enfrentando a un asesino en serie.

Con la ayuda de Samuel Mendel consiguieron rastrear y coger a Jurek Walter con las manos en la masa en el bosque de Lill-Jansskogen cuando estaba obligando a una mujer a meterse de nuevo en un ataúd para enterrarla. Ya llevaba casi dos años allí dentro, pero seguía con vida.

El estrago de su tortura quedó evidenciado en el hospital. Los músculos de la mujer estaban atrofiados, el tiempo de estar tumbada le había deformado el cuerpo y tenía heridas de congelación en manos y pies. Tras una inspección más exhaustiva los médicos pudieron constatar que no sólo estaba psíquicamente traumatizada sino que también había sufrido daños cerebrales a consecuencia del cautiverio.

Joona suele pensar que si el cuerpo del diablo está compuesto de las mayores atrocidades que el ser humano ha podido cometer a lo largo de los siglos, es imposible acabar con él. Pero hace doce años Joona y Samuel por lo menos le amputaron un dedo con la detención de Jurek Walter.

Joona estuvo presente en el tribunal de Svea Hovrätt, en el palacio Wrangel de la isla de Riddarholmen, en Estocolmo, cuando el recurso de apelación fue aprobado y endurecido. Jurek Walter fue condenado a prisión psiquiátrica con un protocolo restringido y lo internaron en un centro de alta seguridad a veinte kilómetros al norte de Estocolmo.

Joona nunca olvidará la cara arrugada de Jurek Walter cuando se volvió para mirarlo.

—Ahora los dos hijos de Samuel Mendel van a desaparecer —dijo Jurek con voz cansada mientras su abogado recogía los papeles—. Y Rebecka, la mujer de Samuel, también desaparecerá, pero… No, escúchame, Joona Linna. La policía los buscará, y cuando se rindan, Samuel continuará buscando, pero cuando por fin entienda que no volverá a ver nunca a su familia, él solito se quitará la vida.

Joona se levantó para marcharse.

—Y tu hijita —continuó Jurek Walter con mirada decaída.

—Mucho cuidado —dijo Joona sin ira en la voz.

—Lumi desaparecerá… y Summa desaparecerá… y cuando entiendas que nunca las vas a encontrar te ahorcarás.

Un par de meses más tarde, un viernes por la tarde, la esposa de Samuel iba en coche desde el piso de Liljeholmen a la casa de verano en la isla de Dalarö. En el coche iban también sus dos hijos, Joshua y Ruben. Cuando Samuel llegó a la casa dos horas más tarde la mujer y los niños no estaban allí. El coche fue hallado en un camino del bosque cercano, pero Samuel nunca volvió a ver a su familia. Un año después, una mañana fría de marzo, Samuel Mendel fue hasta la playa más bonita en la que sus hijos solían bañarse. La policía había dejado de buscar hacía ocho meses y ahora él también se había rendido. Desenfundó el arma y se pegó un tiro en la cabeza.

Abajo, Joona ve la sombra del avión deslizándose sobre la superficie oscura y resplandeciente del agua. Mira por la ventanilla y piensa en el día en que su vida se hizo añicos. El coche estaba en silencio y el mundo alrededor tenía una luz que nunca había visto. El sol asomaba rojo por detrás de las nubes. Había llovido y los rayos de sol hacían brillar los charcos como si la tierra estuviera en llamas.

186

Joona y Summa habían planeado un viaje en coche en pequeñas etapas: subir hasta Umeå, pasar por Storumann, continuar hasta Mo i Rana en Noruega y después volver a bajar siguiendo la costa oeste. Iban de camino a un hotel en medio del río Dalälven y al día siguiente querían visitar una reserva animal de las proximidades.

Summa cambió la frecuencia de radio y murmuró satisfecha cuando encontró una emisora que ponía música de piano más o menos tranquila y en la que las notas se entremezclaban. Joona estiró el brazo hacia el asiento de atrás para comprobar que Lumi iba bien sentada en la sillita y que no había pasado los brazos por debajo del cinturón.

—Papá… —dijo la niña medio dormida.

Joona notó que le cogía la mano con sus deditos. La agarraba con fuerza, pero la soltó de inmediato en cuanto él quiso volver a ponerla en el volante.

Dejaron atrás la salida de Älvkärleby.

—Le encantará la reserva de Furuvik —dijo Summa en voz baja—. Los chimpancés y los rinocerontes…

—¡Yo ya tengo un mono! —gritó Lumi de repente.

—¿Qué?

—Yo soy su mono —dijo Joona.

Summa arqueó las cejas.

—Te pega.

—Lumi me cuida, dice que es una veterinaria muy amable.

El pelo castaño claro de Summa le caía por la cara y ocultaba parte de sus ojos grandes y oscuros. Los hoyuelos se le marcaron en las mejillas.

—¿Para qué quieres una veterinaria? ¿Qué problema tienes?

—Necesito gafas de sol.

—¿Eso te ha dicho? —se rió Summa y siguió hojeando el periódico sin darse cuenta de que Joona estaba yendo por otro camino, que ya habían cruzado al norte del río Dalälven.

Lumi se había dormido con la muñeca pegada a la mejilla sudada.

—¿Estás seguro de que no tenemos que reservar mesa? —preguntó de pronto Summa—. Porque esta noche quiero estar en el porche acristalado para que veamos el río entero…

La carretera era recta y estrecha, el bosque crecía espeso al otro lado de la valla de protección.

Cuando Joona se desvió en dirección a Mora, Summa notó que algo iba mal.

—Joona, ya hemos pasado Älvkärleby —dijo de repente—. ¿No nos íbamos a quedar en Älvkärleby? Dijimos que pararíamos allí.

—Sí.

—¿Qué estás haciendo?

En lugar de responder Joona se limitó a mirar fijamente la carretera, donde los charcos de agua relucían con el sol de la tarde. De pronto un tráiler empezó a adelantar sin poner el intermitente.

—Habíamos dicho que…

Se quedó callada, empezó a respirar por la nariz y luego continuó con miedo en la voz:

—¿Joona? Dime que no me has mentido. Dilo, ahora.

—Tuve que hacerlo —susurró él.

Summa lo miró, Joona notó lo alterada que estaba, pero ella hizo un esfuerzo por hablar sin levantar la voz para no despertar a Lumi:

—No puedes estar hablando en serio —dijo conteniéndose—. No puedes… Dijiste que ya no había peligro, dijiste que ya había pasado todo. Dijiste que se había acabado y yo te creí. Creí que habías cambiado, me lo creí de verdad…

La voz se le quebró y giró la cara para mirar por la ventana. Le temblaba la barbilla y sus mejillas enrojecieron.

—Te he mentido —reconoció Joona.

—Te dije que no me mintieras, te lo dije…

—Sí… Lamento en el alma haberlo hecho.

—Podemos huir juntos, irá bien, todo saldrá bien.

—Summa… tienes que entender que… si fuera posible, si tuviera la más mínima alternativa, entonces…

—No vuelvas con eso otra vez —lo interrumpió—. La amenaza va en serio. No es verdad, estás viendo conexiones que no existen. La familia de Samuel Mendel no tiene nada que ver con nosotros, ¿me oyes? Nosotros no estamos amenazados.

—He intentado explicarte lo serio que es todo esto, pero no me escuchas.

—No quiero escucharte. ¿Por qué iba a querer hacerlo?

—Summa, necesito que… Lo tengo todo preparado, hay una mujer que se llama Rosa Bergman. Os está esperando en Malmberget, os dará una nueva identidad. Estaréis bien.

Las manos de Joona habían empezado a temblar sobre el volante. Los dedos le resbalaban a causa del sudor.

—No puedes estar hablando en serio —susurró Summa.

—Más que nunca en mi vida —responde él con gravedad—. Estamos llegando a Mora. Allí cogeréis el tren a Gällivare.

Pudo percibir el esfuerzo de Summa por parecer tranquila.

—Si nos dejas en la estación nos perderás para siempre. ¿Lo entiendes? No habrá vuelta atrás.

Summa lo miró con ojos desafiantes.

—Le dirás a Lumi que tengo que trabajar en el extranjero —continuó Joona controlando la voz y oyó que Summa empezaba a llorar.

—Joona —susurró—. No, no…

Él no apartaba la mirada de la carretera húmeda y tragó saliva.

—Y dentro de unos años —continuó—, cuando sea un poco mayor, le dirás que he muerto. Nunca, nunca deberás ponerte en contacto conmigo. Nunca debes buscarme. ¿Me oyes?

Summa ya no podía contener el llanto.

—No quiero, no quiero…

—Yo tampoco.

—No puedes hacernos esto —dijo entre jadeos.

—¿Mamá?

Lumi se había despertado y parecía asustada. Summa se secó las lágrimas de la cara.

—No pasa nada —le dijo Joona a su hija—. Mamá está triste porque no vamos al hotel en el río.

—Explícaselo —dijo Summa alzando la voz.

—¿El qué? —pregunta Lumi.

—Tú y mamá vais a coger un tren —dijo Joona.

—¿Tú qué vas a hacer?

—Tengo que trabajar —responde él.

—Dijiste que íbamos a jugar al mono y la veterinaria.

—Ya no quiere —dijo Summa con dureza.

Se estaban acercando a las afueras de Mora, pasaron por varias urbanizaciones, algunos polígonos con centros comerciales y talleres de coches con algunos vehículos desperdigados en los aparcamientos. El bosque estaba cada vez más podado y al cabo de un rato dejó de haber valla de protección.

187

Joona redujo la velocidad hasta aparcar delante del edificio amarillo de la estación. Abrió el portaequipajes y bajó la gran maleta con ruedas.

—¿Anoche sacaste tus cosas? —preguntó Summa.

—Sí.

—¿Y metiste cosas nuestras?

Joona asintió en silencio y miró el lugar donde se encontraba el cambio de vías con cuatro vías paralelas, terraplenes de grava sucia, hierbajos y traviesas oscuras.

Summa se le plantó delante.

—Tu hija te necesita.

—No tengo elección —respondió él y miró por la luna trasera del coche.

Lumi estaba metiendo una gran muñeca en su mochila rosa.

—Tienes un montón —continuó Summa—. Pero en vez de luchar, simplemente te rindes. Si ni siquiera sabes si la amenaza es real. Todo esto me parece increíble.

—No encuentro a Lolo —se quejó Lumi.

—El tren sale dentro de veinte minutos —dijo Joona conteniéndose.

—No quiero vivir sin ti —dijo Summa entre dientes e intentó cogerle la mano a Joona—. Quiero que todo vuelva a ser como antes…

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