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Authors: Cornelia Funke

Tags: #Fantásia, #Aventuras

Muerte de tinta (44 page)

BOOK: Muerte de tinta
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—Excelencia —Orfeo dobló un poco más la cerviz.

Qué ridículo parecía Pardillo con su peluca empolvada de plata y el cuello demasiado delgado asomando perdido en medio del pesado cuello de terciopelo. La cara pálida era insípida como siempre, como si su creador hubiera olvidado perfilar las cejas y se hubiera limitado a pergeñar un leve esbozo de ojos y labios.

—¿Quieres hablar con Cabeza de Víbora? —la voz de Pardillo impresionaba poco. Las malas lenguas se burlaban diciendo que no tenía que cambiarla mucho para utilizarla como señuelo para los patos a los que tanto le gustaba disparar en el cielo.

«¡Cómo suda ese majadero debilucho!», pensó Orfeo mientras le sonreía, servil. «Bueno, seguramente yo también sudaría si estuviese en su lugar.» Cabeza de Víbora había llegado a Umbra para matar a su peor enemigo, y en lugar de ello se había enterado de que su heraldo y su cuñado habían dejado escapar al valioso prisionero. A decir verdad era portentoso que ambos vivieran todavía.

—En efecto, Excelencia. Cuando lo tenga a bien el Príncipe de la Plata —Orfeo constató entusiasmado que en la sala vacía su voz aún impresionaba más de lo habitual—. Tengo informes para él que acaso sean de la máxima importancia.

—Sobre su hija y Arrendajo… —Pardillo, con marcada expresión de tedio, se dio unos tironcitos de las mangas. ¡Perfumado cabeza hueca!

—Así es —Orfeo carraspeó—. Como sabéis, tengo importantes clientes, amigos influyentes. A mis oídos llegan cuestiones que no se trasladan a un castillo, asuntos inquietantes de los que quiero asegurarme de que se entere vuestro cuñado.

—¿De qué se trata?

¡Cautela, Orfeo!

—Eso, Excelencia —se esmeró todo lo posible por aparentar pena—, desearía decírselo a Cabeza de Víbora en persona. Al fin y al cabo, está implicada su hija.

—De la que en estos momentos estará poco dispuesto a hablar —Pardillo se enderezó la peluca—. ¡Esa fea taimada! —exclamó—. Rapta a mi prisionero para robarme el trono de Umbra y amenaza con matarlo si su propio padre no la sigue a las montañas como un perro. Como si no hubiera sido bastante difícil capturar a ese hinchado Arrendajo. Pero ¿por qué te cuento todo esto? Seguramente porque me conseguiste el unicornio. La mejor pieza de mi vida —dirigió una mirada melancólica a Orfeo con sus ojos casi tan incoloros como su tez—. Cuanto más bella es la víctima, mayor placer causa matarla, ¿verdad?

—¡Sabias palabras, Alteza, sabias palabras! —nueva inclinación de Orfeo. A Pardillo le gustaban las reverencias.

Este, lanzando una mirada nerviosa a los guardias, se inclinó hacia Orfeo.

—Me encantaría tener otro unicornio de esos —susurró—. Cosechó un gran éxito entre mis amigos. ¿Crees que podrías conseguirlo? ¿Quizá más grande todavía?

Orfeo dirigió a Pardillo una sonrisa optimista. Qué flojo y charlatán era, pero en fin, cualquier historia precisaba también esos personajes. Casi siempre morían muy pronto. Sólo cabía esperar que esa regla también se cumpliera en el caso del cuñado de Cabeza de Víbora.

—Por supuesto, Vuecencia. Eso no entraña la menor dificultad —murmuró Orfeo, seleccionando con cuidado cada palabra, aunque ese mentecato principesco seguramente no merecía el esfuerzo—. Antes, no obstante, debo hablar con el Príncipe de la Plata. Os aseguro que mis informes son realmente de la máxima relevancia. Y vos… —añadió dirigiendo a Pardillo una sonrisa taimada—, conservaréis el trono de Umbra. Procuradme una audiencia con vuestro inmortal cuñado, y Arrendajo encontrará el final que se merece. Violante será castigada por su perfidia y, para celebrar vuestro triunfo, os procuraré un pegaso que de seguro impresionará a vuestras amistades más que el unicornio. Podréis cazarlo con ballestas y con halcones.

Los pálidos ojos de Pardillo se dilataron de entusiasmo.

—¡Un pegaso! —musitó, mientras con un gesto de impaciencia hacía seña a uno de los guardianes para que se acercara—. Oh, es ciertamente fabuloso. Te conseguiré esa audiencia, pero te daré un consejo —bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. No te acerques demasiado a mi cuñado. El olor que exhala ha matado ya a dos de mis perros.

Cabeza de Víbora lo obligó a aguardar una hora más, que transcurrió con una lentitud tan torturadora como pocas horas en la vida de Orfeo. Pardillo le preguntó por otras posibles presas de caza y él le prometió basiliscos y leones de seis patas, mientras su mente preparaba las palabras correctas para el Príncipe de la Plata. No podía cometer el menor error. Al fin y al cabo, el señor del Castillo de la Noche era tan famoso por su astucia como por su crueldad. Sí, tras la visita de Mortola, Orfeo había meditado mucho para llegar siempre a la misma conclusión: sólo al lado de Cabeza de Víbora podría hacer realidad sus sueños de influencia y riqueza. El Príncipe de la Plata seguía siendo el actor más poderoso de ese mundo, aunque estuviera pudriéndose en vida. Con su ayuda quizá lograse recuperar el libro que había convertido ese mundo en un juguete tan maravilloso, antes de que Dedo Polvoriento lo hubiera robado. Por no hablar del otro, el que permitía a su dueño jugar con ese mundo por toda la eternidad…

—¡Qué modesto eres, Orfeo! —había susurrado cuando la idea tomó cuerpo en su cabeza por primera vez—. Dos libros es todo cuanto deseas. ¡Solamente dos… y uno se compone exclusivamente de páginas en blanco y está en un pésimo estado!

Oh, menuda vida le esperaba. Orfeo el todopoderoso, Orfeo el inmortal, héroe del mundo que ya amaba de niño.

—¡Ya viene, inclínate! —Pardillo se levantó de un salto tan apresurado que la peluca se escurrió de su frente huidiza, y Orfeo despertó de repente de sus bellos sueños.

Un lector no ve de verdad a los personajes de una historia. Los siente. Orfeo lo comprobó por primera vez cuando, con once años apenas, había intentado describir o al menos dibujar a los personajes de sus libros predilectos. Cuando Cabeza de Víbora surgió de la oscuridad dirigiéndose hacia él, sintió exactamente lo mismo que el día en que lo encontró por vez primera en el libro de Fenoglio: miedo, admiración, la malignidad que rodeaba al Príncipe de la Plata como una luz negra, poder pleno que dificultaba la respiración. Orfeo, sin embargo, se había imaginado al Príncipe de la Plata mucho más alto. Y como es natural, las palabras de Fenoglio nada decían sobre el rostro devastado, la carne blancuzca hinchada y las manos esponjadas. Parecía dolerle incluso andar. Bajo los pesados párpados los ojos estaban inyectados en sangre. Incluso la escasa luz de las velas los hacía llorar, y el olor que despedía su cuerpo tumefacto provocó en Orfeo el deseo desesperado de taparse la boca y la nariz.

Cabeza de Víbora no le dedicó ni una mirada cuando pasó a su lado respirando fatigosamente. Sus ojos enrojecidos no se dirigieron a su visitante hasta que se hubo sentado en el sillón del trono. Ojos de reptil. Así los había descrito Fenoglio. Entretanto eran ranuras irritadas bajo los párpados hinchados, y las joyas rojas que Cabeza de Víbora llevaba en las dos aletas de la nariz estaban hundidas cual clavos en la carne blanca.

—¿Quieres informarme de algo referente a mi hija y Arrendajo? —jadeaba cada dos palabras, pero eso no hacía su voz menos ominosa—. ¿De qué se trata? ¿Que a Violante le gusta el poder tanto como a mí y por eso me lo ha robado? ¿Es eso lo que vas a contarme? Entonces despídete de tu lengua, pues haré que te la arranquen, ya que me sienta fatal que me hagan perder el tiempo… aunque por el momento dispongo de toda la eternidad.

Arrancarle la lengua… Orfeo tragó saliva. No, a decir verdad no era una idea agradable pero… aún la conservaba, aunque el hedor que bajaba flotando del trono casi le impedía articular palabra.

—Mi lengua podría seros de suma utilidad, Alteza —contestó, reprimiendo una arcada con esfuerzo—. Pero por supuesto es potestad vuestra hacérmela arrancar en todo momento.

Cabeza de Víbora torció la boca en una sonrisa malvada. El dolor dibujó sutiles líneas alrededor de sus labios.

—Qué oferta tan atractiva. Veo que tomas en serio mis palabras. Veamos, pues, ¿qué tienes que contarme?

¡Se levanta el telón, Orfeo! ¡Sal a escena!

—Vuestra hija Violante —Orfeo dejó que el eco del nombre se extinguiera de manera efectista antes de continuar— no sólo codicia el trono de Umbra. También quiere el vuestro. Por lo que planea mataros.

Pardillo se llevó la mano al pecho, como si quisiera desmentir a los que afirmaban que en lugar de corazón tenía una perdiz muerta. Pero Cabeza de Víbora se limitaba a clavar en Orfeo sus ojos inflamados.

—Tu lengua corre enorme peligro —advirtió—. Violante no puede matarme. ¿Lo has olvidado?

Orfeo notó el sudor deslizándose por su nariz. Detrás de Cabeza de Víbora chisporroteaba el fuego como si llamase a Dedo Polvoriento. ¡Demonios, qué miedo tenía! Pero ¿no lo tenía siempre? «¡Mírale a los ojos, Orfeo, y confía en tu voz!»

Unos ojos terroríficos. Le arrancaban la piel del rostro. Y los dedos hinchados reposaban como carne muerta en los brazos del sillón.

—Oh, claro que puede. Si Arrendajo le ha revelado las tres palabras —su voz traslucía una asombrosa serenidad. Bien, muy bien, Orfeo.

—Ah, las tres palabras… Así que tú también has oído hablar de ellas. Bueno, tienes razón. Ella podría arrancárselas bajo tortura. Aunque lo creo capaz de permanecer callado durante mucho tiempo… y en todo momento podría transmitirle las palabras equivocadas.

—Vuestra hija no tiene necesidad de torturar a Arrendajo. Está aliada con él.

¡Sí!

Orfeo adivinó en el rostro deforme que al Príncipe de la Plata no se le había ocurrido aún esa idea. Oh, qué divertida era esa obra. Era exactamente el papel que él ansiaba interpretar. Como moscas en la cola, pronto estarían todos pegados a su lengua astuta.

Cabeza de Víbora calló durante un tiempo de torturadora duración.

—Interesante —dijo al fin—. La madre de Violante tenía debilidad por los juglares. Seguramente también le habría gustado un bandido. Pero Violante no es como su madre, sino como yo. Aunque a ella no le guste reconocerlo.

—¡Oh, no lo pongo en duda, Alteza! —Orfeo hizo que su voz revelase la sumisión justa—. Pero ¿por qué desde hace más de un año el iluminador de libros de este castillo ilustra las canciones sobre Arrendajo? Vuestra hija ha vendido sus joyas para pagar los pigmentos. ¡Está poseída por ese bandido, él domina todos sus pensamientos! ¡Preguntad a Balbulus! Preguntadle con cuánta frecuencia se sienta ella en la biblioteca a contemplar los dibujos que él ha pintado. Y preguntaos vos mismo cómo es posible que el tal Arrendajo haya logrado fugarse de este castillo dos veces en las últimas semanas.

—No puedo preguntar nada a Balbulus —la voz de Cabeza de Víbora parecía hecha a propósito para la sala cubierta de colgaduras negras—. Pífano lo está expulsando ahora mismo de la ciudad, tras haberle cortado la mano derecha.

Por un instante, Orfeo se quedó sin habla. La mano derecha. Sin querer, se agarró la suya.

—¿Por qué… ejem… eso, si me permitís preguntaros? —balbuceó con escaso brío.

—¿Por qué? Porque a mi hija le encantaba su arte y espero que el muñón de su mano le haga comprender cuan grande es mi ira. Porque Balbulus, como es lógico, se refugiará con ella. ¿Dónde si no?

—Así es. Muy inteligente por vuestra parte —Orfeo movió los dedos sin querer, como si tuviera que asegurarse de que seguían ahí. Se le habían atragantado las palabras, su cerebro era una hoja de papel en blanco y su lengua un cañón de pluma reseco.

—¿Quieres que te haga una confidencia? —Cabeza de Víbora se lamió los labios agrietados—. Me gusta lo que ha hecho mi hija. No puedo permitirlo, pero me gusta. A ella no le agrada que le den órdenes. Ni Pífano ni mi cuñado asesino de perdices —lanzó una mirada asqueada a Pardillo— lo comprendieron. Por lo que respecta a Arrendajo… es muy posible que Violante le haga creer que es su protectora. Es muy inteligente. Sabe tan bien como yo lo fácil que es burlar a los héroes. Sólo hay que hacerles creer que estás del lado de la verdad y de la justicia para que trastabillen detrás de ti como la oveja hacia el matadero. Pero al final Violante me venderá al noble bandido. Por la corona de Umbra. Y ¿quién sabe…? A lo mejor se la entrego de verdad.

Pardillo miraba al infinito como si no hubiera oído las últimas palabras de su cuñado y señor. Cabeza de Víbora, reclinándose en su asiento, se pasó las manos por los muslos hinchados.

—Creo que tu lengua es mía, Cuatrojos —añadió—. ¿Quieres pronunciar las últimas palabras antes de quedarte mudo como un pez?

Pardillo esbozó una sonrisa perversa y los labios de Orfeo comenzaron a temblar como si sintieran ya las tenazas. No, eso no podía suceder. No había encontrado el camino a esa historia para terminar como un mendigo sin lengua por las calles de Umbra.

Dirigió a Cabeza de Víbora una sonrisa, esperaba que enigmática, y cruzó las manos a la espalda. Orfeo sabía que esa postura le confería un porte grandioso, la había ensayado mucho delante del espejo, pero ahora necesitaba palabras, palabras que trazasen círculos en esa historia… como piedras arrojadas al agua mansa.

Cuando comenzó a hablar de nuevo, bajó la voz. Una palabra pesa más si se pronuncia en voz baja.

—De acuerdo, aquí van, pues, mis últimas palabras, Alteza, pero tened la seguridad de que serán también las últimas que recordéis cuando os agarren las Mujeres Blancas. Os juro por mi lengua que vuestra hija planea asesinaros. Os odia, y vos subestimáis su romántica debilidad por Arrendajo. Quiere el trono para ambos. Sólo por eso lo ha liberado. Bandidos y princesas han sido siempre una mezcla peligrosa.

Las palabras crecían en la sala oscura, como si tuvieran sombra. Y la mirada velada de Cabeza de Víbora reposaba sobre Orfeo como si quisiera envenenarlo con su maldad.

—¡Eso es ridículo! —la voz de Pardillo parecía la de un niño ofendido—. Violante apenas es una niña, y encima, fea. Jamás osaría volverse contra vos.

—¡Claro que lo haría! —Cabeza de Víbora alzó la voz por primera vez y Pardillo, asustado, apretó con fuerza sus labios delgados—. Violante, al contrario que el resto de mis hijas, no conoce el miedo. Es fea, pero valiente. Y muy inteligente… igual que ése —de nuevo dirigió hacia Orfeo la mirada velada por el dolor—. Eres una víbora como yo, ¿verdad? En lugar de sangre nos corre veneno por las venas. Un veneno que también nos devora a nosotros, pero sólo es mortal para los demás. Un veneno que fluye asimismo por las venas de Violante, y por eso ella traicionará a Arrendajo, se proponga lo que se proponga todavía… —Cabeza de Víbora rió, pero su risa se convirtió en tos. Luchó por respirar y jadeó, como si tuviera los pulmones llenos de agua, pero cuando Pardillo se inclinó, preocupado, sobre él, lo rechazó de un empujón brutal—. ¿Qué haces? —le increpó—. Soy inmortal. ¿Acaso lo has olvidado? —y volvió a reír entre resuellos y jadeos. Después, sus ojos de lagarto se centraron de nuevo en Orfeo—. Me gustas, víbora de cara de leche. Me pareces un pariente mucho más cercano que ése —y con un movimiento impaciente de la mano, apartó a Pardillo—. Pero tiene una hermosa hermana, así que hay que aceptar también al hermano. ¿Tú también tienes una hermana? ¿O puedes serme de utilidad de algún otro modo?

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