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Authors: Lincoln Child Douglas Preston

Tags: #Trhiller, Biotecnología, Guerra biológica

Nivel 5 (36 page)

BOOK: Nivel 5
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La única ventaja de aquellos frecuentes simulacros era que Carson se había acostumbrado a moverse por el Tanque de la Fiebre con su traje azul. Ya podía desplazarse con rapidez por los pasillos y alrededor de los laboratorios, así como evitar con habilidad las protuberancias, y conectar y desconectar las mangueras de aire a su traje con movimientos casi instintivos, como si respirara.

Apartó la mirada del reloj para dirigirla hacia Susana, que le miraba con expresión escéptica.

—¿Cómo piensa comprobar esa teoría suya? — preguntó por el canal privado.

En lugar de contestar, Carson se volvió hacia el pequeño congelador del laboratorio, marcó su combinación y extrajo dos pequeños tubos de ensayo que contenían muestras de gripe X. La parte superior de los tubos de ensayo estaba cubierta con gruesos sellos de goma. El virus formaba una pequeña película cristalina de color blanco en el fondo de cada tubo de ensayo. Aunque maneje este material un millón de veces, pensó, nunca me acostumbraré a que es potencialmente más letal para la raza humana que la última bomba de hidrógeno. Colocó ambos tubos dentro de la mesa de bioprofilaxis y la cerró hermética y cuidadosamente, a la espera de que las muestras alcanzaran la temperatura ambiente.

—Primero dividiremos el virus y extraeremos el material genético —dijo.

Se dirigió a un armario plateado situado en la pared más alejada del laboratorio, y tomó algunos reactivos químicos, y dos botellas selladas etiquetadas como DEOXIRRIBASA.

—Déme una Soloway número cuatro, por favor —pidió a Susana.

Puesto que las agujas hipodérmicas se consideraban demasiado peligrosas para otra cosa que no fuera la inoculación de los animales en el Tanque de la Fiebre, tenían que utilizar otros instrumentos para transferir materiales. El desplazador Soloway, llamado así por su inventor, usaba agujas de plástico al vacío, de punta roma, para extraer líquido de un contenedor e introducirlo en otro.

Carson esperó a que ella colocara el instrumento en el interior de la mesa de bioprofilaxis. Luego introdujo las manos enguantadas a través de las aberturas de caucho situadas en el extremo delantero de la mesa, e insertó una de las boquillas de la Soloway en el reactivo, y la otra a través del sello de caucho de uno de los tubos de ensayo. Un líquido turbio se vertió en el interior del tubo. Carson lo agitó con una mano enguantada. El líquido se hizo claro.

—Acabamos de matar un billón de virus —dijo Carson—. Ahora vamos a desnudarlos, es decir, a quitarles las vainas proteínicas.

Mediante el uso del instrumento, Carson añadió unas gotas de líquido azul a través del sello de caucho, para luego extraer cinco centímetros cúbicos de la solución resultante e inyectarla en el recipiente de deoxirribasa. Esperó a que la enzima rompiera el ARN viral, primero en sus pares básicos y luego en ácidos nucleicos.

—Ahora vamos a librarnos de los ácidos nucleicos.

Comprobó la acidez exacta de la solución y luego efectuó una valoración química a distancia, con un agente químico de pH elevado. A continuación retiró la solución, centrifugó el precipitado y transfirió las moléculas puras de gripe X sin filtrar a un pequeño frasco.

—Veamos qué aspecto tiene esta pequeña y vieja molécula —dijo.

—¿Por difracción de rayos X?

—Exacto.

Carson situó cuidadosamente el frasco de gripe X en una biocaja amarilla y la selló. Después, sosteniendo la caja delante de él, siguió a Susana por el pasillo, hacia el espacio central del Tanque de la Fiebre, y finalmente se agachó para pasar por una escotilla que daba a un laboratorio desierto. En el techo había una luz roja. Ya pequeño, el compartimiento aún lo parecía más debido a la columna de acero inoxidable de dos metros y medio de altura situada en el centro de la estancia. Junto a la columna había una carcasa de instrumental que contenía una base de trabajo computarizada. No había botones, ni conmutadores ni diales sobre la columna; la máquina de difracción estaba controlada por ordenador.

—Caliéntela —dijo Carson—. Yo prepararé el espécimen.

Susana se sentó ante el ordenador y empezó a teclear. Se produjo un clic y un zumbido suave que aumentó gradualmente de intensidad hasta que se desvaneció, seguido por el siseo del aire evacuado del interior de la columna. Susana tecleó algunas órdenes adicionales y sintonizó el rayo de difracción con la longitud de onda correcta. Al cabo de unos momentos, la terminal indicó con un pitido que estaba todo preparado.

—Abra la montura —pidió Carson.

Susana tecleó una orden y una montura de aleación de titanio se deslizó hacia arriba desde la base de la columna. Contenía una pequeña cavidad removible.

Carson utilizó una micropipeta para extraer una gota de la solución proteínica y la colocó en el hueco.

—Enfríelo.

Se produjo un fuerte sonido causado por la vibración mientras la máquina congelaba la gota de la solución, y bajaba su temperatura hasta casi el cero absoluto.

—Vacío.

Carson esperó con impaciencia a que el aire de la cámara que contenía el espécimen fuera extraído. El vacío resultante obligaría a todas las moléculas de agua a salir de la solución. Al hacerlo, un débil campo electromagnético permitiría que las moléculas de proteína se asentaran en una configuración de mínima energía. Luego quedaría una película microscópica de moléculas de proteína pura, espaciadas con regularidad matemática sobre la placa de titanio, mantenidas establemente a dos grados por encima del cero absoluto.

—Tenemos luz verde —dijo Susana.

—Adelante.

Lo que ocurrió a continuación siempre le parecía a Carson un truco de magia. La enorme máquina empezó a generar rayos X, que disparó a la velocidad de la luz haciéndolos descender por la parte interior, en vacío, de la columna. Cuando los rayos X de alta energía chocaran con las moléculas de proteína, éstas serían difractadas por las estructuras de rejilla de cristal. Los rayos diseminados serían registrados digitalmente por una serie de chips CCD y enviados, en forma de imagen, hacia la pantalla del ordenador.

Carson observó cómo se formaba una imagen difusa sobre la pantalla, con bandas de oscuridad y de luz.

—Enfoque, por favor —dijo.

Ella manipuló a distancia una serie de rejillas o cratículas de difracción dentro de la columna, que sintonizaron y enfocaron los rayos X sobre el espécimen situado en el fondo. Lentamente, la imagen difusa se hizo más nítida: era una complicada serie de círculos de oscuridad y luz, que a Carson le recordaron la superficie de un estanque punteado por gotas de lluvia.

—Estupendo —musitó—. Procure enfocar todo lo posible.

Carson sabía que la máquina de difracción de rayos X sólo necesitaba del tacto adecuado, y Susana poseía ese tacto.

—Esta es toda la nitidez que se puede conseguir —dijo ella—. Preparada para tomar película y alimentar datos.

—Quiero dieciséis ángulos —dijo Carson.

Susana tecleó las órdenes y los chips CCD captaron la pauta de difracción desde dieciséis ángulos diferentes.

—Serie completa —informó.

—Pasemos la información al ordenador central.

La máquina empezó a cargar los datos de difracción en la red de GeneDyne, desde donde se envió, a través de una línea terrestre exclusiva, a una velocidad de 110.000 bits por segundo, hasta el superordenador de la GeneDyne en Boston. Todos los trabajos procedentes de Monte Dragón tenían prioridad absoluta, y el superordenador empezó a traducir inmediatamente la pauta de difracción de rayos X, para formar un modelo tridimensional de la molécula de la gripe X. Durante más de un minuto quienes se habían quedado a trabajar hasta tarde en la sede central de GeneDyne notaron una ralentización en el funcionamiento de sus ordenadores, mientras se realizaban varios billones de operaciones que se transmitían de regreso a Monte Dragón, donde la imagen apareció recompuesta en el monitor: un racimo asombrosamente complejo de esferas coloreadas, que relucían en un arco iris de vivos púrpuras, rojos, naranjas y amarillos; aquello era la molécula proteínica que constituía la vaina viral de la gripe X.

—Aquí lo tenemos —dijo Carson, observando la imagen por encima del hombro de Susana.

—La causa de tantos terribles sufrimientos y muertes —se oyó la voz de ella en su casco—. Y fíjese qué hermosa es.

Carson siguió mirando fijamente la imagen por un momento. Luego se enderezó.

—Ahora, purifiquemos el segundo tubo de ensayo con el proceso de filtración GEF. Ya ha llegado casi el momento de la descontaminación, así que, de todos modos, tendremos que evacuar el Tanque durante una hora o dos. Luego regresaremos, echaremos otro vistazo y veremos si la molécula ha cambiado.

—Con mucha suerte —gruñó ella—. Pero me siento demasiado cansada para objetar nada. Vamos.

Para cuando la segunda molécula filtrada de gripe X hubo cristalizado sobre la pantalla del ordenador, el amanecer ya empezaba a insinuarse sobre el desierto, a quince metros por encima de sus cabezas. Carson se maravilló una vez más ante la molécula: qué bella era, y qué mortal.

—Ahora, comparemos las moléculas poniéndolas juntas —dijo Carson.

Susana dividió la pantalla en dos ventanas, llamó la imagen de la molécula no filtrada de gripe X, archivada en la memoria del ordenador y la colocó al lado de la molécula filtrada.

—A mí me parecen igual —dijo.

—Hágalas girar a las dos, noventa grados a lo largo del eje X.

—No hay diferencia.

—Noventa grados a lo largo del eje Y.

Observaron mientras las imágenes giraban en la pantalla. De repente se produjo un silencio de asombro.

—Madre de Dios —exclamó Susana, atónita.

—¡Observe cómo se ha desenrollado uno de los pliegues terciarios de la molécula filtrada! —dijo Carson con voz excitada—. Se han despegado los débiles enlaces de sulfuro a lo largo de todo el lado.

—La misma molécula, la misma composición química y, sin embargo, formas diferentes. Tenía usted razón.

—¿De verdad? — preguntó él, y la miró con una sonrisa burlona.

—Muy bien,
cabrón
, esta vez ha ganado usted.

—Y eso quiere decir que es la forma de una molécula proteínica la que constituye toda la diferencia. — Carson se apartó de la máquina de difracción—. Ahora sabemos por qué el virus de la gripe X continúa mutándose hasta adquirir su forma mortal. Lo último que hacemos siempre, antes de efectuar la prueba in vivo, es purificar la solución mediante el proceso GEF. Y es precisamente este proceso el causante de la mutación.

—El responsable de todo es la técnica de filtración original de Burt —asintió ella—. Estuvo condenado desde el principio.

—Sin embargo, nadie, y menos el propio Burt, pensó que el proceso pudiera tener algún defecto. Se ha utilizado antes sin ningún problema. Y aquí hemos llamado a la puerta equivocada en todas las ocasiones. El empalme del gen y todo lo demás estaban bien desde el principio. Es como revisar meticulosamente los restos de un avión para determinar la causa de un accidente, cuando el problema se originó en instrucciones erróneas de la torre de control.

Se apoyó contra un armario. Empezó a comprender todo el significado del descubrimiento, que sentía como una llamarada ardiente en sus entrañas.

—Maldita sea, Susana. Después de tanto tiempo, hemos conseguido solucionarlo. Lo único que necesitamos ahora es cambiar el proceso de filtración. Es posible que corregirlo requiera cierto tiempo, pero ahora conocemos al verdadero culpable. Podemos considerar que el virus de la gripe X está prácticamente fabricado.

Casi podía imaginarse la expresión de Scopes. Susana guardó silencio.

—Está usted de acuerdo, ¿verdad? — preguntó él.

—Sí.

—Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Por qué esa cara?

Ella le miró antes de contestar.

—Sabemos que el defecto en el proceso de filtración causa mutaciones en la vaina proteínica del virus de la gripe X. Lo que desearía saber es en qué medida puede afectar eso a la PurBlood.

Carson la miró fijamente, sin comprender.

—Susana, ¿a quién le importa eso ahora?

—¿Cómo que a quién le importa? — replicó ella—. ¡PurBlood podría ser un producto mortalmente peligroso!

—No es lo mismo —replicó Carson—. No sabemos si el defecto de filtración afectará a otra cosa aparte de la molécula de gripe X. Además, la clase de pureza necesaria para la gripe X no se aplica necesariamente a la hemoglobina.

—Eso es fácil de decir,
cabrón
, porque no tiene que inyectarse ese producto en sus venas.

Carson hizo un esfuerzo por contenerse. Aquella mujer intentaba estropearle el mayor triunfo de su vida.

—Susana, piense un momento. Burt la probó consigo mismo, y sobrevivió. El producto lleva varios meses sometido a las pruebas de la FDA. Si alguien se hubiera puesto enfermo, nos habríamos enterado. Teece lo habría sabido. Y, créame, la FDA habría tirado de la cuerda.

—¿Que nadie se ha puesto enfermo? Dígame una cosa, ¿dónde está Burt ahora? ¡En un jodido hospital! ¡Ahí es donde está!

—Su colapso nervioso se produjo meses después de que probara la PurBlood.

—A pesar de todo, es posible que exista una conexión. Quizá se descomponga en el cuerpo, o algo así. — Le miró con expresión desafiante—. Quiero saber qué le hace el proceso GEF a la PurBlood.

Carson suspiró profundamente.

—Son las siete y media de la mañana. Acabamos de lograr uno de los mayores avances en toda la historia de GeneDyne. Y estoy tan cansado que ni siquiera noto las piernas. Voy a informar de esto a Singer. Luego tomaré una ducha y un merecido descanso.

—Adelante, consiga su estrella de oro —le espetó ella—. Yo me quedaré a terminar lo que hemos empezado.

Apagó la máquina, desconectó bruscamente la manguera de aire de su traje, se volvió y salió del compartimiento. Mientras la veía marcharse, Carson oyó otras voces por el intercomunicador, personas que anunciaban su llegada al laboratorio. Empezaba la jornada de trabajo. Se apartó del armario con un gesto de fatiga. Dios santo, qué cansado estaba. Que Susana especulara con PurBlood todo lo que quisiera. Él se disponía a difundir la buena noticia.

Carson salió al exterior y aspiró el aire fresco de la mañana. Se sentía cansado, pero entusiasmado. Aunque probablemente le esperaban otros obstáculos, ahora se encontraba por fin en el buen camino.

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